¿Por qué el teatro debería albergar lo banal? ¿Acaso es el teatro un refugio de la inconmensurable banalidad que ahueca al ser humano? ¿O el teatro es el horrible espejo en donde se refleja el vacío a que pareciéramos estar condenados en nuestra fugaz e irreparable existencia?
¿Por qué construir templos destinados a la manida realidad?
Pero nuevamente me desvío del tema que intentaba enfrentar, el inconsciente. Porque son innumerables las artimañas de este mar escurridizo, e infinitas las máscaras que usa para escabullirse de todo intento de definición relacionado con la miserable lógica humana. El inconsciente maneja las sombras como un titiritero los invisibles hilos de sus marionetas, y en esas sombras están guarecidas todas las claves y todas las cifras, como en una biblioteca inalcanzable se guarecen las revelaciones que la evolución y el universo han hecho al ser humano.
Por eso los antiguos griegos llevaron el mito al teatro. Es más, crearon el teatro para albergar al mito. Porque en ese recinto sagrado y simbólico se conforman las fronteras invisibles que el inconsciente no reconoce, los horizontes inaferrables, la intangible pared que separa lo tangible de lo abismal. En el espacio teatral cuaja lo ominoso, y adquiere rostro, apariencia y voz. El teatro es el único ámbito donde el mito pudo refugiar su esencia cuando el cristianismo arrasó el mundo.
Es natural que la primera persecución del cristianismo fuera dirigida contra el teatro.
¿Y qué pasó entonces con el inconsciente? ¿Acaso depende únicamente del teatro para manifestarse? La respuesta es sí: el inconsciente se manifiesta y desarrolla en formas humanamente comprensibles sólo en el teatro. No podemos pretender decodificar los sueños de cada ser humano sin recurrir al análisis psíquico de su historia, ni podemos traducir el inconsciente de una ciudad a través de su edilicia y del trazado de sus calles.
Pero sí podemos entrar en el misterioso océano del inconsciente humano a través de la representación teatral. Porque por única vez seres humanos ante otros seres humanos. En un lugar y en un momento irrepetible, se introducen en la dimensión espuria de lo desconocido, en el área sombría que delimita lo conocido con ese otro territorio, lo que hay atrás, lo que asusta pero atrae y llama, aunque el llamado sea una invitación a la muerte.
¿Es necesario entonces relacionar teatro-inconsciente-muerte? No es necesario, porque es una tríada indisoluble. Sólo en el inconsciente se encuentra la revelación sobre el permanente enfrentamiento del hombre con la muerte, enfrentamiento que el cristianismo volvió terrorífico y punitivo. Y siendo el teatro el escenario del inconsciente, es allí donde se libra la batalla de la existencia con la muerte, pero no la muerte cristiana sino la muerte mítica, la que construyó el ser humano para vincularse con lo divino y con lo desconocido, y no la que impuso el cristianismo para sacar rédito de la culpa.
La vida no es un don ni un regalo de nadie, tampoco la muerte es un castigo ni un lugar de pavorosas tinieblas. El teatro es el umbral entre los mundos, y ayuda a entender y aceptar todas las oscuridades del ser humano, incluida la muerte. El teatro que no vincule al espectador con la muerte es un teatro muerto.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).