Los países no tienen los gobiernos que merecen sino los que se les parecen.
Bello discurso, debilidad ante el poder económico y resignación ante la pobreza.
Los argentinos conformamos un país distinto, con condimentos de lo pintoresco y otros de lo grotesco. Cuando algo no nos sale bien, no es raro que enseguida reaccionemos exclamando: “¿Y qué querés, con este país?” A veces, en un rapto de furia, no es extraño que se nos escape un: “¿Y qué querés, con este país de mierda?”, como si la Argentina estuviera poblada por marcianos y nosotros sólo estuviéramos de visita. Nos cuesta comprender que este país lo habitamos, lo vivimos y lo hacemos día a día todos los que ocupamos el suelo argentino, vengamos de algún pueblo originario, hayamos llegado hace unas cuantas generaciones o en el último avión del exterior. Por ende, todo lo que nos pasa es responsabilidad nuestra.
Es cierto que somos un país particular. Somos uno de los países que más alimentos produce en el mundo pero aquí hay gente que no come o consume sólo una comida al día. Tenemos un territorio extraordinariamente amplio pero nos apiñamos en ciudades que parecen una colmena y nos exigimos, en los pocos metros cuadrados de los que disponemos, poner una planta con flores en el balcón y meter a un perro al que torturamos a salir, con suerte, dos veces por día a cumplir con sus necesidades fisiológicas. ¿No sería más lógico vivir en una casita con jardín donde podamos plantar muchas flores y el perro pueda correr feliz por el parque?
Convivimos tranquilamente con una inflación galopante, situación que en cualquier otro lugar de la tierra sería imposible que alguien acepte. Sin embargo, aquí ya es cuasi folklórica. Es más, creo que nos costaría mucho vivir sin inflación ahora que más de uno ha aprendido a sacarle ventajas a la locura de los precios.
Claro que también tenemos cosas maravillosas, que nos enorgullecen: cinco premios Nobel, también a Borges, Cortázar, Walsh y, claro, al Che, a Maradona y a Messi, a Gardel, a Charly García y a muchos más. Tenemos hasta un Papa argentino y también miles de personas del común que se dedican al prójimo y no piden nada a cambio. Quizás lo más impactante que vi sucedió durante la pandemia, con los miles de profesionales de la salud que arriesgaron su vida, y por cierto muchos directamente la dieron, por salvarnos a nosotros. Al principio los aplaudimos con amor, pero el diablo metió la cola e hizo de la pandemia una cuestión política, dando por concluido ese amor.
Tenemos de todo: los seres más egoístas, los mercenarios del capital, algunos periodistas que venden su alma al diablo, los reaccionarios más enfervorizados. Ahora apareció una nueva oleada de derecha con claros vínculos con el fascismo o, como decía Alfonsín, liberales en lo económico y fascistas en lo político. Pero también tenemos los que día a día luchan por cambiar el mundo, aquellos que hacen honor a la frase de Evita de que donde hay una necesidad nace un derecho, esos que, como dijo Bertolt Brecht, “son los imprescindibles”.
Quizás lo más loco fue lo que nos ocurrió en 2014. Vivíamos en un país soñado con el salario más alto de América Latina, la mayor cobertura social de la historia, con una bajísima deuda externa, la Argentina era una fiesta, pero como Cristina hablaba mucho en cadena y le inventaron la fábula de la “chorra”, los argentinos tiramos todo por la borda y le abrimos el paso a Macri y su banda, que sí eran “chorros” desde siempre. Por más que mentía a mansalva, todos sabíamos a qué venía, y casi no nos sorprendió que después de cuatro años dejara tierra arrasada y corrompiera todo lo que se le interpuso en el medio. Sin embargo, por acción, por omisión o por lo que fuera, no tuvimos fuerza suficiente para defender un gobierno nacional y popular en toda la extensión de esas palabras.
Podríamos detallar infinidad de cuestiones de las buenas y de las otras. Pero en lo político somos demasiado influenciables y vamos de un lado para el otro sin timón. Y como nosotros nunca tenemos la culpa, ahora y como tantas otras veces la culpa es de los políticos, de todos los políticos. Porque para nosotros los políticos nacen de un repollo, nosotros no los votamos: viene algún extraterrestre, los pone en el cargo y se va. Es muy difícil que nos hagamos cargo y es raro que esbocemos aunque sea un tímido “me equivoque”. Un sacerdote amigo, cuando aún era joven, en plena dictadura, me dijo algo que me sorprendió: “Los países no tienen los gobiernos que merecen, tienen los gobiernos que se les parecen”. A esta altura no tengo dudas que esa frase es correcta. Por más que nos duela, tenemos que aceptar que tanto las dictaduras cívico-militares-eclesiásticas como los gobiernos de Menem y de Macri tuvieron el consenso de la mayoría.
Los jubilados jamás en toda la historia ganaron mejor que durante el kirchnerismo: toda mujer mayor de 60 años y hombre mayor de 65 podía jubilarse, mientras los chicos menores de 18 años tenían cobertura social. Sin embargo, según los encuestadores, fueron los viejos los que más votaron a Macri, que obviamente los destrozó, en un remake del síndrome Estocolmo.
Podríamos darle mil vueltas a nuestra forma de ser, a los errores y los aciertos que hemos cometido. Lo que aquí me interesa destacar es que, dentro de ese juego inacabable de contradicciones, según mi punto de vista hoy tenemos en el gobierno tres visiones de la Argentina.
La Argentina del discurso
El discurso del Presidente es generalmente correcto desde el punto de vista ideológico. La disertación en los foros internacionales es extraordinaria, y la defensa de Lula y de Evo Morales emociona. Cuando habla de erradicar los sótanos de la democracia, la defensa de los derechos humanos, el mensaje de que hay que empezar por los que menos tienen y el reciente gesto con Milagro Sala, no queda otra que enorgullecerse.
La Argentina de la economía
Todo cambia cuando el que habla es el ministro de Economía Martín Guzmán, ya que deja traslucir que el único plan consiste en negociar hasta el cansancio con los dueños del poder económico. Así es que el programa de la Argentina es el que se acordó con el FMI y aunque diga que no va a haber ajuste todos vemos que no es así. Promete que los salarios le van a ganar a la inflación pero ello no ocurre. Nos cuenta que la economía creció en el 2021 el 10,4% pero admite que esa mejora no llegó a los sectores populares porque hay problemas en la distribución del ingreso. Ni hablar de cuando empieza a explicar las cuestiones financieras que solo entienden algunos privilegiados. Nos enseña cómo acumular reservas pero fue necesario que Cristina lo expusiera públicamente para que aparecieran las medidas para cuidarlas, ¿Era necesario llegar a eso? ¿O se dio cuenta de que quedaba muy expuesto de seguir cuidando las espaldas a los importadores especulativos?
La Argentina de los sectores populares
Pero lo más preocupante es que, en los hechos, hay un 40% de argentinos que no existen. Las políticas sociales son un caos, sin coordinación, sin imaginación y sin sensibilidad, sin el más mínimo atisbo de construir una estrategia social. Todo está mezclado, el gobierno se ha enfrascado en una discusión banal sobre la eliminación de los planes sociales que lastima la inteligencia. La discusión no es si se eliminan los planes sino la metodología de acceso a esos planes.
El clientelismo es el cáncer de la política social, lo practique quien lo practique. Lo único que se logra con prácticas clientelistas es denigrar al beneficiario, tenerlo como rehén y estigmatizar a los pobres. Es además el argumento perfecto para los sectores dominantes a la hora de reclamar el ajuste. Se da una increíble paradoja: los planes sociales se crearon a instancias del Banco Mundial para apaciguar las reacciones ante las privatizaciones ocurridas en los ‘90. De esta forma, podían echar gente de las empresas delegando el gasto al Estado. Lo mismo ocurrió durante el gobierno de Macri, cuando crecieron en forma exponencial, mientras la pandemia y los vivos que se hicieron dueños de la distribución de estas ayudas hicieron el resto.
No está mal crear programas de inclusión social, ya vimos la efectividad de muchos de ellos, en particular el Plan de Inclusión jubilatoria implementado por Néstor Kirchner y la Asignación Universal por Hijo que puso en marcha Cristina. Ninguno de estos programas mereció reproche y no se conocen hechos de corrupción vinculados a ellos, aunque tuvieron un efecto social impresionante. Ese es el camino que fácilmente podría implementarse con la conducción del gobierno y sin ningún tipo de intermediario. Con esa metodología y una estrategia correcta es más sencillo implementar el Ingreso Básico Universal.
Tengo la impresión de que el gobierno ha tomado la decisión de administrar la pobreza, olvidando que su máxima obligación es transformar la realidad. Hace falta que el que vive una situación de angustia sienta que el gobierno está a su lado, en el discurso y también en los hechos y las decisiones concretas. El gobierno abdica de la idea de transformar la realidad para quedar bien con los sectores de poder económico, los medios dominantes, los organismos internacionales, economistas adláteres del neoliberalismo que defienden a la más rancia representación de la oligarquía nacional, quienes suelen trabajar para que otros se queden con el esfuerzo del hombre y la mujer del común y han tirado su moral a los chanchos. Si el gobierno quiere transformar la realidad tiene que enfrentarlos con todo el poder de que dispone, y entonces sí movilizar a los sectores populares, que sin duda saldrán a respaldar la transformación.
Argentinos somos todos
Todos los que habitamos el suelo argentino somos compatriotas por imperio del preámbulo de la Constitución, que expresa: “Para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Esa es la patria, no falta ni sobra nadie, por ello tenemos que resolver los problemas entre todos. Por eso elegimos el sistema democrático para manejarnos al interior de la patria, dentro del cual impulsamos que la elección de quien nos gobierna sea mediante sufragio universal, donde cada habitante habilitado vota y su voto vale lo mismo que cualquier otro. Quien quiera gobernar debe expresar con claridad lo que va a hacer, cuál es su ideología, cuáles son los intereses que defenderá, cuáles son sus prioridades y, sobre todo, tiene la obligación de cumplir con todas las promesas. En nuestro país vivimos tiempos de zozobra, y eso ha dividido a los actores políticos en dos grandes sectores según los intereses que se protegen y a los que se va a defender. A esto cierto periodismo bautizó como “la grieta”: unos que defienden los intereses del capital, enmarcados en la derecha de Juntos por el Cambio y ahora los auto-percibidos “libertarios”, y el gobierno que dice defender los intereses populares.
Siempre aposté a quien creía que defendía los intereses populares, por ello no dudé en apoyar al Frente de Todos. Pero creo que el gobierno se queda a mitad de camino: dice defender los intereses de los que menos tienen pero abdica de las políticas sociales, dice defender los intereses populares pero acepta mansamente los ajustes económicos que impone el FMI. Sueño con una Argentina donde la política sea la herramienta de transformación social en la que ningún gobernante se amedrente porque Clarín le dedicó una tapa, donde realmente se proteja a los más necesitados, donde la equidad y la justicia social sean la forma de convivencia y comunicación social.
Lo peor que nos puede pasar es engañarnos a nosotros mismos. Tenemos que tener el temple de mirar la realidad y transformarla. Como escribió Antonio Machado: “La verdad es lo que es, aunque se piense al revés”.
Elcohetealaluna.com
3 de julio de 2022
Columnista invitado
Miguel Fernández Pastor
Doctor en Derecho, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Especialista en temas previsionales. Computista Científico, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Gerente de Normatización de Prestaciones y Servicios, Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). Coordinador de la Subregión III, Cono Sur de la Conferencia Iberoamericana de la Seguridad Social (CISS).