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        93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una
        herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en
        una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente,

        todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos
        fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada

        al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro»
        del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»[71]. La
        tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y
        subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con

        mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para
        que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72]. Son

        palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de
        desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales,
        económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda

        claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero
        enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca
        social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto

        afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios
        favorezcan sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte
        de la humanidad[76].



        94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él
        mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt

        5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay:
        «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
        establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este
        derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa

        que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
        créditos, seguros y comercialización»[77].



        95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de
        todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos,
        cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de

        Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por
        ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y

        a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir»[78].


        VII. La mirada de Jesús


        96. Jesús asume la fe bíblica en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre

        (cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación
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