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87. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón
experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se
expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios,
es lugar de su presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una
relación con él[65]. El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros el desarrollo de las
«virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe una
distancia infinita, que las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro modo,
tampoco haríamos un bien a las criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar,
y terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas,
Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el
mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos
una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos
rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos
lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación»[67].