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queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar
un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la
injusticia extrema con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y
Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la dramática
conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Caín responde
que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí
desde el suelo! Ahora serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el
empeño de cultivar y mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber
del cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con
Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la justicia ya no
habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la
narración sobre Noé, cuando Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante
incapacidad de vivir a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: « He decidido acabar
con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia » (Gn
6,13). En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una
convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y
de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a
los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber
creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba
íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad la posibilidad de un
nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya esperanza! La tradición bíblica
establece claramente que esta rehabilitación implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos
inscritos en la naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del
Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a Israel que cada
séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23;
20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años
(cf. Lv 25,1-4), durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo
se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente,
pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año de
perdón universal y «de liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los
demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un reconocimiento de
que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y
custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas,
los huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla de tu
campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la viña ni recojas los frutos