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        54. Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la
        política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales
        sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés

        económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver
        afectados sus proyectos. En esta línea, el Documento de Aparecida reclama que «en las

        intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos
        que arrasan irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre la economía y la tecnología
        termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos. Así sólo podrían
        esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos

        por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
        organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia provocada por

        ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.


        55. Poco a poco algunos países pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles
        más eficientes y una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en

        las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no
        parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo

        ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los
        mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien
        observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento
        que a veces parece suicida.



        56. Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial,
        donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo

        contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la
        degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Muchos dirán
        que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita

        la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que
        sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado,
        convertidos en regla absoluta»[33].



        57. Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario
        favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra siempre

        produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las poblaciones, y los riesgos
        se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas. Porque, «a
        pesar de que determinados acuerdos internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y

        biológica, de hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas armas
        ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere de la política una mayor
        atención para prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder

        conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no
        suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado
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