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caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que asentó la
tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor» (Sal 136,6). Pero también invitan a las demás
criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los
cielos, aguas que estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él lo ordenó y
fueron creados» (Sal 148,3-5). Existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él.
Por eso lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles
contemplando al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios no nos lleva a
escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor. De hecho, toda sana
espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por
su infinito poder. En la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos
dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú
eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada es extraordinario
para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y prodigios» ( Jr 32,17.21). «El
Señor es un Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible
escrutar su inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía»
(Is 40,28b-29).
74. La experiencia de la cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para exhortar al pueblo a
recuperar la esperanza en medio de su situación desdichada. Siglos después, en otro momento
de prueba y persecución, cuando el Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los
fieles volvían a encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios omnipotente,
justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el universo de la nada, puede también
intervenir en este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese
modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del
Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor manera de
poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de
la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de
otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e
intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene