Page 31 - Laudato
P. 31

31

        paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura
        cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos
        monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del

        cielo, que no siembran ni cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta»
        (Mt 6,26).



        97. El Señor podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él
        mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de
        cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía a contemplar la hermosura

        sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos a reconocer en las cosas un mensaje divino:
        «Levantad los ojos y mirad los campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El reino
        de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es más

        pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace un
        árbol» (Mt 13,31-32).



        98. Jesús vivía en armonía plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este,
        que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No aparecía como un asceta separado del
        mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino

        el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba
        lejos de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin
        embargo, esos dualismos malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos

        pensadores cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús trabajaba con
        sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su
        habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa

        tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el
        carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para
        nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión

        con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la
        redención de la humanidad»[79].



        99. Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el
        misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él
        y para él » (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora

        de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que
        esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos
        creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar

        a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la
        realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.


        100. El Nuevo Testamento no sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y

        amable con todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la
   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35   36