“Ser o parecer, ese es el problema” diría Don William hoy
En la columna de hoy voy a compartir con ustedes, un texto dramático escrito hace más de diez años y que tuve el honor que me lo publicara la editorial El Escriba (Bs. As) en 2009 en un libro denominado “El teatro en la denuncia”; y en 2014 en un libro al que se lo tituló “Los derechos humanos en una dramaturgia comprometida”.
El texto teatral fue estrenado en la sala Cajamarca bajo la dirección de Romina Montes de Oca y hoy, sumergido en los acontecimientos últimos de la manipulación que ejercen los monopolios de la comunicación, donde promueven manifestaciones contra el pueblo, acciones fogoneadas desde importantes sectores del poder político y económico, en el medio de una pandemia que en Argentina ya se ha cobrado 6 mil vidas, todas de los sectores populares, me parece pertinente que reflexionemos acerca de la lucha entre los relatos y la ciencia, que en estos días están sacándose chispas.
Con ustedes…
Cirujas
En el país de los ciegos, el tuerto es rey
Personajes:
- POETA: hombre de unos 60 años aproximadamente, con vestimenta de linyera y botella de vino en la mano, quien recientemente cae en la cuenta regresiva de su paso por esta vida que solo le ha dejado dolor y angustia, pero por sobre todas las cosas: la decepción de enterarse que en su aparente e ingenua alma se halla un cruel mentiroso capaz de jugar con los sentimientos de quien más ama.
- PSICÓLOGO: hombre de unos 50 años aproximadamente, con vestimenta de linyera, una corbata de ceda fina y una cruz que le cuelga del cuello, quien ha entregado su espíritu en cuerpo presente a las creencias místicas del más allá, para salvar su presente proyectándose a un futuro dentro del paraíso prometido.
Convención escénica: un baldío abandonado y sumamente lleno de residuos (periódicos, botellas vacías, bolsas llenas de desechos de comida, escombros, muebles rotos, tachos grandes y pequeños que contienen gran cantidad de residuos que los vecinos han arrojado, caca de perros, gatos y palomas, etc.)
Única escena:
A proscenio se encuentra el PSICÓLOGO que está arrodillado comiendo en forma animal, partes de un pollo que los vecinos decidieron no comer.
A foro está el POETA borracho y recostado sobre unas bolsas de basura, su espalda se halla apoyada sobre unos tachos.
POETA: (Mientras el PSICÓLOGO come) Sangre que tiñe el río… sangre de un corazón traidor… (El PSICÓLOGO no lo escucha) La culpa es implacable … y quién no la haya experimentado nunca, no sabrá jamás consolar al equivocado humano que esconde ese sentimiento anudado en la garganta (El PSICÓLOGO empieza a escucharlo). Los errores se pueden ignorar, perdonar, superar, pero jamás se podrá volver el tiempo atrás para borrar ese error y continuar viviendo sin sentirse observado, juzgado y culpable. (Con bronca) ¡Estoy harto de toda esta basura!
PSICÓLOGO: (Profundamente ofendido por lo que acaba de escuchar) ¿Qué tiene contra la basura?
POETA: Nada, ¿por qué?
PSICÓLOGO: Creí haberle sentido decir que está harto de toda esta basura.
POETA: Sí, eso exactamente fue lo que dije.
PSICÓLOGO: (En tono reflexivo y al mismo tiempo advirtiéndole) No creo que nos debamos quejar.
POETA: (Defendiéndose) Yo no me quejo… (Abatido por un sentimiento de profundo dolor). Solo elevo al cielo una plegaria.
PSICÓLOGO: (Tomándose la cruz del pecho) Ah, usted es católico.
POETA: No.
PSICÓLOGO: ¿Judío?
POETA: Tampoco.
PSICÓLOGO: ¿Musulmán?
POETA: Menos… (Explicándole). Soy culpable y los culpables no pertenecemos a ningún tipo de secta.
PSICÓLOGO: (Irritado por la explicación) Mi creencia no es ningún tipo de secta.
POETA: (Observando las manos del PSICÓLOGO que sostienen una pata de pollo mordisqueada, levantándose) ¿Pollo?
PSICÓLOGO: (Justificando su creencia) Tenemos más de dos mil años de historia.
POETA: (No le saca la mirada de encima al pollo) Se ve crocante.
PSICÓLOGO: Además nuestras casas son símbolos de amor y perdón.
POETA: (Babeando por el pollo) ¡Qué pinta que tiene ese animal!
PSICÓLOGO: Si quiere puedo invitarlo a una de nuestras reuniones.
POETA: Espero que pueda perdonar mis malos modales, es que hace tres días que tengo en el estómago sólo un pan duro que encontré en uno de estos tachos.
PSICÓLOGO: Allí podrá encontrar la paz que necesita.
POETA: (Por el pollo) Se ve muy rico.
PSICÓLOGO: (Enérgico y positivo) ¡Su vida cambiará!
POETA: (Mirándolo a los ojos) ¿Usted cree que será posible cambiar mi vida?
PSICÓLOGO: (Entusiasmado) Claro que sí… si no lo cree míreme a mí.
POETA: (Confundido) No entiendo.
PSICÓLOGO: Años recorriendo basurales y basurales… sin poder encontrar mi lugar… hasta que un día, debajo de un montículo de excremento de perro, encontré esto (Tomándose con la mano derecha la cruz que le cuelga del cuello) y me dio la fabulosa idea lumínica de visitar la iglesia de enfrente. Desde ese día solo busco comida aquí y el postre lo compro con las monedas que me dan los que salen de misa… ¿Se da cuenta?
POETA: ¿De qué?
PSICÓLOGO: Ahora no recorro más los basurales en busca del producto alimenticio, porque ya encontré mi lugar.
POETA: (Tratando de contestar algo) Sin embargo mi lugar… No, yo no tengo lugar.
PSICÓLOGO: (Consolándolo) Todos tenemos un lugar en un sitio u otro.
POETA: ¿Usted cree?
PSICÓLOGO: No le digo que soy excesivamente creyente.
POETA: ¿Y qué es lo que cree?
PSICÓLOGO: ¿Creer?… como creer, creo en muchas cosas y en realidad no creo en nada, es decir, creo en lo que creo y no creo en lo que no creo.
POETA: (Entendiendo) ¡Ah! ya me lo decía su mirada.
PSICÓLOGO: ¿Usted es homeópata?
POETA: ¡No! le digo que soy culpable… cul-pa-ble.
PSICÓLOGO: ¿Y qué tal eso?
POETA: Tranquilo.
PSICÓLOGO: Sin embargo se ve un poco angustiado.
POETA: Veo que usted es muy observador.
PSICÓLOGO: (Orgulloso de él mismo) Sí. Desde que voy a la iglesia estoy un poco más intuitivo… ¿Y me decía…?
POETA: ¿Qué le decía?
PSICÓLOGO: Lo de su angustia.
POETA: (Poniendo límites) No, eso lo decía usted. Yo sólo decía que hace tres días que no como.
PSICÓLOGO: (Comprendiendo la situación) Ah, ya entiendo, el no comer le produce angustia… me lo debí imaginar.
POETA: (Perdiendo la paciencia) Por favor sea claro, no solo tengo que sobreponerme a este terrible dolor, sino también debo hacer un inmenso esfuerzo para entender su creencia.
PSICÓLOGO: (Logrando descubrir la personalidad del POETA) Es curioso.
POETA: (Enfurecido) No soy curioso… ¡Soy culpable!… (Tranquilizándose) Perdóneme que le haga una pregunta.
PSICÓLOGO: Si lo perdono.
POETA: ¿Usted es pelotudo?
PSICÓLOGO: No, ¿por qué?
POETA: Por nada, sólo quería saber.
POETA: Y dígame… ¿qué hace?
PSICÓLOGO: ¿Ahora?
POETA: Sí ahora.
PSICÓLOGO: Mato el tiempo.
POETA: No sabía de su nueva profesión.
PSICÓLOGO: ¿Qué nueva profesión???
POETA: La de malhechor.
PSICÓLOGO: Disculpe… pero debo pedirle que no me interrumpa, solo deseo terminar lo que empecé…
POETA: Por favor… conmigo no… llévese lo que quiera, pero no me haga nada.
PSICÓLOGO: ¿He?
POETA: Que no acabe conmigo… si quiere me mudo de basural… le dejo todo a usted… pero no me liquide.
PSICÓLOGO: Usted está un poco tocado…
POETA: No me mate.
PSICÓLOGO: Pero hombre ¿quién lo quiere matar??
POETA: Usted dijo que mata al tiempo, hasta ahí hágalo si quiere, pero a mí no por favor, todavía tengo mucho por hacer…
PSICÓLOGO: Mire, le voy a ser claro, necesito terminar de rezar…
POETA: ¿Está rezando???
PSICÓLOGO: Sí. Pero ya cállese.
POETA: Pensé que estaba matando el tiempo.
PSICÓLOGO: Claro, como no sabía que hacer, como estoy aburrido, me puse a hurgar entre esos montículos de caca de paloma, y encontré una revista con muchísimas fotos en colores… ¿entiende?
POETA: Mire, la verdad que hago un grandísimo esfuerzo, pero usted insiste con su ciencia.
PSICÓLOGO: ¿Qué ciencia?
POETA: Esa, la que lo hace hablar como…
PSICÓLOGO: …como psicólogo.
POETA: ¡Claro! Esa misma.
PSICÓLOGO: Bueno… voy a intentar bajar el nivel para que podamos comunicarnos.
POETA: Desde ya le estoy agradecido.
PSICÓLOGO: Bueno… le decía que como estaba aburrido, metí mis narices en la mierda, y encontré fotos de chicas practicando… como decirlo…
POETA: Sexo.
PSICÓLOGO: ¡Sí!!! Eso mismo.
POETA: ¿Y qué tiene de malo?
PSICÓLOGO: Es que lo practicaban entre ellas… De todos modos sus cuerpos eran…
POETA: Exóticos.
PSICÓLOGO: Muy exóticos. Y…
POETA: Comenzó a pensar…
PSICÓLOGO: No podía parar de pensar…
POETA: Fantaseaba bastante… y eso le produjo modificación en su cuerpo… digamos que se tensionó.
PSICÓLOGO: Claro que me tensioné.
POETA: Comenzó a aparecer el remordimiento y creyó que rezando diez aves maría y cuatro padres nuestros calmaba su conciencia.
PSICÓLOGO: ¡Usted es muy sabio!
POETA: ¿Y? ¿Lo logró?
PSICÓLOGO: Claro… no hay mejor manera de apagar el fuego interno de los pecados que rezar… Usted debería intentarlo…
POETA: Tal vez algún día.
PSICÓLOGO: Que le parece hoy…
POETA: Hoy no.
PSICÓLOGO: Ahora es de día.
POETA: Creo que se está sobrepasando con su propuesta.
PSICÓLOGO: Dele, no sea caprichoso.
POETA: No soy caprichoso.
PSICÓLOGO: Bueno, está bien… entonces no sea blasfemo.
POETA: ¿Qué es blasfemo?
PSICÓLOGO: Rebelde, eso es… no sea rebelde.
POETA: Claro que soy rebelde…
PSICÓLOGO: Entonces merecería caer muerto ahora mismo e irse directamente al infierno.
POETA: Soy rebelde, y usted es…
PSICÓLOGO: ¡No! Yo soy solo creyente…
POETA: Por eso, usted es creyente. (Silencio)
PSICÓLOGO: (Cambiando repentinamente de tema) ¿Usted hace mucho que se dedica a esto?
POETA: ¿A qué?
PSICÓLOGO: A angustiarse… a comer poco… a no creer… no sé… a esto.
POETA: (Con muestras de sufrimiento) No, desde que la culpa me ultrajó.
PSICÓLOGO: (Desconcertado) ¿Fue ultrajado?
POETA: (Terriblemente acongojado) Y ahora no duermo… no como… sólo pienso que por culpa mía hay personas que sufren.
PSICÓLOGO: (En tono de recordatorio) Pues la culpa no le pertenece.
POETA: (Furioso) ¡No le permito! Esta culpa es mía y nadie me la va a quitar.
PSICÓLOGO: Es que la culpa nos pertenece a nosotros.
POETA: Vuelvo a no entender.
PSICÓLOGO: A los creyentes… a los que que trascendemos… No a las pobres lacras subterráneas que visitan los basurales para sentirse identificados con la pobreza y la miseria.
POETA: (Admirado) ¡Qué bien que se expresa! Usted debe haber estudiado… (Melancólico) Sin embargo yo….
PSICÓLOGO: ¿A qué se dedica?
POETA: A mentir… a sufrir.
PSICÓLOGO: Parece usted poeta.
POETA: Lo soy. ¿Y usted?
PSICÓLOGO: Creyente.
POETA: No creo que solo sea creyente… se ve un hombre muy culto, con mucha sapiencia… un intelectual.
PSICÓLOGO: Está bien, además de ser creyente soy psicólogo.
POETA: ¡Qué extraño!
PSICÓLOGO: ¿Y qué es lo que le parece extraño?
POETA: Un psicólogo que cree.
PSICÓLOGO: Pero a mí también hay cosas que me desconciertan.
POETA: ¿Y se podría saber qué?
PSICÓLOGO: Un poeta que miente. Siempre creí que los artistas estaban obligados, por una misteriosa fuerza interior irremediable, a decir la verdad.
POETA: (Pensativo) La verdad… la verdad es tan relativa… (Con firmeza) ¡La verdad no existe!
PSICÓLOGO: (Alegre) Por fin coincidimos en algo.
POETA: ¿En qué?
PSICÓLOGO: En la existencia de la parcialidad y la abolición de lo absoluto… Usted debe haber leído mucho sobre las teorías de la física cuántica.
POETA: (Irritado) No me ofenda, yo jamás leo… No me gusta perder el tiempo en cosas tan poco productivas.
PSICÓLOGO: (Confundido) ¿Cómo que no lee, usted es poeta?
POETA: Justamente, es como si un cirujano se operara a si mismo.
PSICÓLOGO: Ahora creo que el confundido soy yo.
POETA: Debe ser por culpa de una mujer que murió en manos de un aprendiz de cirujano.
PSICÓLOGO: (Angustiado) ¿Cómo adivinó?
POETA: Porque en su mirada se ve escondido el sentimiento de un gran amor que ya no está.
PSICÓLOGO: (Entendiendo) ¡Cierto que usted es homeópata!
POETA: (Con seguridad) Claro que sí. Nada se me escapa.
PSICÓLOGO: (Con tristeza) Sin embargo a mí se me escapó.
POETA: (Reflexivo) Es que cuando la muerte golpea la puerta de uno no queda otra que dejarla pasar, es inútil rehusarse… (Con mucho dolor reprimido) ¡La muy conchuda siempre se sale con la suya!
PSICÓLOGO: (Confundido y decepcionado) ¿Conchuda? ¿Usted hablando de esa manera?, pues veo que me ha estado engañando todo este tiempo.
POETA: Me pareció haberle dicho que me dedico a mentir.
PSICÓLOGO: (Ignorando lo que pasó) Pero… ¿qué me decía sobre la muerte?
POETA: (Sorprendido) ¿Yo hablando de la muerte?
PSICÓLOGO: Sí, me decía que era una conchuda.
POETA: Nunca podría hablar de la muerte, porque hablar sobre ella sería menospreciar la vida.
PSICÓLOGO: ¿Y qué tiene que ver eso con mi gran amor escondido en la mirada y muerto en manos de un aprendiz de cirujano?
POETA: No sé.
PSICÓLOGO: Usted dijo que es homeópata.
POETA: ¡Cómo voy a decir semejante barbaridad! Si soy solo un culpable más.
PSICÓLOGO: ¿Y… poeta?
POETA: Claro que sí.
PSICÓLOGO: (Cayendo en un terrible dolor por el recuerdo de su amada que ya no está) Y a pesar de todo la extraño mucho, hay veces que al despertar veo su figura revolviendo uno de estos tachos que constituyen gran parte de nuestra historia.
POETA: Con respecto a la historia hay tantas mentiras…
PSICÓLOGO: (Hablando de su gran amor) Buscando alguna porción de comida rápida para satisfacer la necesidad interna de deglutir.
POETA: La historia que más se acerca a nosotros es la que más se aleja de la oficial.
PSICÓLOGO: (Profundamente angustiado) Y yo he dejado de existir desde que ella se fue.
POETA: (Sorprendido) ¿Cómo que se fue?
PSICÓLOGO: Si, no se da cuenta de que no está acá.
POETA: ¿No era que se había muerto?
PSICÓLOGO: Podría ser… Nunca la volví ver.
POETA: Pues lamento decirle que a mí parecer ella murió.
PSICÓLOGO: (Desconsolado) ¿Cómo que murió?
POETA: Sí, murió en la sala de operaciones de un importante hospital.
PSICÓLOGO: ¿Y de qué la operaban?
POETA: (Confundido) ¿A quién?
PSICÓLOGO: (Llorando) Al amor de mi vida.
POETA: Veo que no me ha entendido (Reprimiendo el dolor y la angustia) La que murió ha sido mi madre.
PSICÓLOGO: (Sigue creyendo que es su novia la que ha muerto) Yo le dije… ¡No comas de esas bolsas!
POETA: (Hablando de su madre) Y la muy hija de puta me dejó con ese cabrón.
PSICÓLOGO: Es comida basura… ¡No lo hagas!
POETA: Culpa de ellos mi vida se arruinó.
PSICÓLOGO: Pero jamás me obedecía.
POETA: (Hablando del mismo tema que el PSICÓLOGO) Era de esperarse.
PSICÓLOGO: La muerte jamás se espera. Siempre la queremos lo más lejos posible.
POETA: (Enfurecido) ¡Usted también me mintió!
PSICÓLOGO: ¿Cuándo?
POETA: Cuando dijo lo de su creencia.
PSICÓLOGO: ¿Por qué?
POETA: Porque los creyentes esperan ansiosos la muerte para encontrarse con…
PSICÓLOGO: ¡Yo nunca miento!
POETA: (Tranquilizándose) Ya me parecía.
PSICÓLOGO: ¿Qué es lo que le parecía?
POETA: Lo de su soledad.
PSICÓLOGO: ¿Qué soledad?
POETA: No hace falta que la oculte.
PSICÓLOGO: Es verdad… (Afirmando) Estoy solo.
POETA: Acá es donde volvemos a coincidir.
PSICÓLOGO: ¿Cómo?
POETA: Yo también estoy solo.
PSICÓLOGO: (Absolutamente optimista) ¿Y? ¡Disfrútela!
POETA: ¿Cómo se hace para disfrutar del silencio?
PSICÓLOGO: Escuchándolo.
POETA: Claro, me lo debí imaginar.
PSICÓLOGO: Solo hay que animarse a vivir el proceso.
POETA: (Sorprendido) ¿Militar?
PSICÓLOGO: Me cansé de los estados de sitio… los toques de queda… la represión… los desaparecidos… los que se escapan y los que no pueden escaparse… el autoritarismo… la corrupción… la manipulación… y la angustia.
POETA: ¿Militar?
PSICÓLOGO: Esta vez no.
POETA: Entonces…
PSICÓLOGO: Democrático.
POETA: (Ofendido) No le permito que hable así de la democracia.
PSICÓLOGO: ¿Cómo hablo?
POETA: Rechazándola.
PSICÓLOGO: Yo solo rechazo el puré de papa… (Justificándose) Es que me hincha.
POETA: Sin embargo a mí me encanta el puré de papa.
PSICÓLOGO: ¿Qué curioso?
POETA: ¿Y qué es lo que le parece curioso?
PSICÓLOGO: Que usted hable de nuestro pontífice.
POETA: El también murió.
PSICÓLOGO: (Profundamente angustiado) ¿Cómo que murió?
POETA: Todos tarde o temprano dejamos de respirar.
PSICÓLOGO: (Con mucho dolor) No merecía morir.
POETA: Los temblores… las inundaciones… las enfermedades. El final es irremediable.
PSICÓLOGO: (Tomándose con la mano derecha la cruz que le cuelga del cuello) ¿Estoy enfermo?
POETA: (Angustiado) Sí.
PSICÓLOGO: ¿Qué tengo?
POETA: No sé. El doctor dijo que nos fuéramos preparando.
PSICÓLOGO: ¿Para qué?
POETA: Se va a morir.
PSICÓLOGO: (Comenzando a sufrir un ataque de asma) No me voy a morir.
POETA: El puré de papa es muy sabroso.
PSICÓLOGO: (Perdiendo las fuerzas) Pero a mí me hincha.
POETA: Quizás sea el metabolismo. (El PSICÓLOGO muere) O tal vez yo no sea poeta. (Mirando al psicólogo) Y la mujer que tu amas no exista… o quizás mi madre no se haya muerto y mi padre no sea un cabrón. (Se arrima al PSICÓLOGO) ¿Qué hice? (Angustiado) Justo ahora que la culpa empezaba a desaparecer. (Furioso) ¡Maldita herramienta!… reniego del día que aprendí a usarte… ¡No deberías existir!…(Reflexivo) No, mejor que existas porque eres el único capaz de decir algo…(Con mucho dolor) Arte… arte… cuándo vas a dejar de doler… ese sentimiento que no guardas es el culpable de tu eterna proscripción… Te utilizan… te desean… te matan… Pero aunque nos metan a todos en un Falcon verde o nos exilien de nuestro pensar…¡Sobreviviremos! Si de resistir se trata… ¡Bastardos los hijos de puta que nos vendieron espejitos de colores!… Basuras escondidas en templos y alcantarillas gubernamentales. (Se arrodilla al lado del PSICÓLOGO y lo abraza) Querido amigo si supieras la enorme cantidad de sensaciones que me inundan…
FIN
Alberto Muñoz
Docente-escritor
Secretario General Adjunto (SUTE)
Coordinador Provincial Agrupación verde “4 de abril”