Recordamos el 2 de abril la guerra de Malvinas, que fue encarada por el Estado Mayor Conjunto de las tres Fuerzas Armadas (FFAA), las mismas que habían perpretado la represión a los jóvenes y enviaron a otros jóvenes a la guerra contra Inglaterra con una metodología totalmente inapropiada como lo demostró el Informe Rattembach. Y que fue con soldados conscriptos, es decir civiles, la mayoría norteños, porque los sureños estuvieron acuartelados en los cuarteles de Junín de los Andes y otros más, por una posible guerra con Chile. La mayoría de los que fallecieron en Malvinas fueron soldados correntinos.
¿Por qué soy como soy? La corriente psi de las Constelaciones Familiares explica la importancia del árbol genealógico para comprender esta pregunta angustiante que desvela a l@s rar@s y marginales de la familia. L@s étic@s y autocrític@s que tuvieran esa semillita de la duda metódica cartesiana, con la empatía de los yin, quienes tendrán, quizás, algunos, esa atracción fatal por los opuestos y antagónicos yang. O un rechazo imposible de explicar, una antipatía visceral, generada justamente por el desconocimiento de esa otra rama de la familia, los que eligieran esas carreras de la impotencia absoluta, las humanísticas del llanto eterno de Magdalenas frente al mar: Profesorados varios, Psicología, Asistente Social o Antropología… Para hacerse mierda, simplemente. Porque la guita la tienen los otros, los de corazón de piedra, esos que hablan de negocios y rentabilidades, de la cosa pública. Algun@s con aire de Reina del Nilo, imitando a la Su Giménez, con el aire impasible de Aníbal Fernández ante reclamos de sufridos pasajeros de trenes, bondis y subtes, que vaya a saber por qué, tiene algo del aire del otro primo, Raúl Horacio Costa. Él habría formado parte de la alta oficialidad del ejército con una participación obscura -top secret- en la represión. Ese era el comentario que había surgido cuando no se presentó en el velorio de mamá… Ciertas ausencias causaban extrañeza, por decir lo menos.
Faltó Raúl Horacio, el hijo mayor de mi tío y padrino, Maximiliano Costa, el hermano de mamá, quien había sido jefe del Batallón 601 de Bahía Blanca en los años ’60, hasta que fuera destinado al Estado Mayor Conjunto. Una vez que estuvo en ese puesto, viajó a EEUU y Panamá.
Cuando mostraba las fotos de su viaje y del desfile fúnebre del asesinato de Kenedy, su familia y él vivían ya en Buenos Aires, en su mansión del barrio de Olivos, a metros de la Residencia Presidencial y del Colegio Word, donde estudiaban los primos. Cuando mi padrino mostraba las diapositivas de ese viaje yo ignoraba totalmente que era allí donde los futuros dictadores del Plan Cóndor, eran entrenados en represión antisubversiva y en torturas varias por kiénes dirigieron la represión en Argelia y Vietnam.
El tío habría fallecido en el Hospital Militar por una peritonitis mal diagnosticada, en la época de los azules y colorados.
Hubiera sido igualito al gral Balza, imaginé, cuando vi por tele su imagen, en la bruma de mi desmemoria. Intenté recordar síiacaso esa imagen era de la época en que escuché, por primera vez a Frank Sinatra en su casa.
…Y él estaría ahí… con su pronunciación en un inglés perfecto, con esa onda del generalato pro-yanki del que fuera ingeniero jefe del Batallón de Comunicaciones e Inteligencia en Bahía Blanca.
Tenía sin embargo, ese aire ético de la familia Costa, la de mi abuelo Horacio, el Juez de Paz de Concordia Entre Ríos, socialista. Fue él quien decidió que mi madre se bautizara cuando pudiera elegir si hacerlo o no, es por eso que ella tomó su primer sacramento en la época en que iba a la escuela. A mamá le pareció que en estos términos, su bautismo había sido un espantoso papelón, ya que sus compañeras estaban tomando la comunión.
Por eso nosotros, los hijos de mamá, fuimos bautizados de bebés y tomamos la comunión a la edad de todos. -Después ustedes elegirán, nos decía ella, mientras nos preparaba para las cien preguntas del catecismo razonándolas. “No pecar ni en pensamiento, palabra ni obra”.
-NO MATAR ES NO MATAR, le había dicho a mi hermano Rodrigo de niño, cuando alguien le regalara un revólver de juguete con cebitas o algo así.
-LAS ARMAS NO SON PARA JUGAR.
Se lo sacó y guardó entre sus cosas y allí estaba cuando vimos su ropero luego de su fallecimiento. Mamá era absolutamente pacifista por amor a su padre, socialista de alma, aunque él diría “espíritu” o algo así, porque era agnóstico.
Yo la soñé a mamá guiando a los pibes a donar sus armas para una bella estatua del Che. Médico, humanista y además guerrillero. Esa estatua, en Rosario, lo soñé, estaba hecha con las donaciones llorosas de los que habían tenido tantas víctimas entre los suyos, que misteriosamente iban buscando las armas dentro de las mochilas de escolares, de los pibes que ya sabemos que…
En una villa, en cambio, habían hecho una de esas esculturas a Santa Evita, totalmente realista, una fotocopia de cuando tenía esa mirada límpida, enamoradísima del General, de la época en que llevaba adelante la Fundación Evita, en donde ella misma se encargaba de solucionar los problemas del pobrerío.
En la villa donde hicieron su hermosa escultura, habían juntado la guita con rifas de empanadas para compartir entre las madres del paco. Antes de fundir las armas para hacer la escultura, les habían puesto no sé qué cosa para dejarlas absolutamente inutilizadas, no vaya a ser que haya algunos que la pasen al mercado negro.
-Akí, delante de mí- indicaba un viejo peronista de los que en los ’70 cantaba:
Qué lindo que va a ser
el Hospital de Niños
en el Sheraton Hotel.
Viejo sobreviviente de persecuciones y cárceles clandestinas, indica:
-Akí, pibe. Ninguno de estos chabones las va usar para matar a pibes en gatillo fácil.
Los cristianos levantaban la estatua de Jesús allí, al lado de la placita que recuperaron para los pibes del barrio.
Otros, los verdes, aire ecologistas estudiantes de arte, hicieron una escultura totalmente rara donde parecía entreverse la paloma de Picasso con su lágrima roja en medio de algo que parecía un Quijote estilizado, atrás de unos molinos de viento hechos de chatarra, donde habían puesto las donaciones hasta de cutters y láser.
Esta iniciativa fue impulsada desde dos talleres, uno de energías alternativas y otro de murga y circo, ambos auspiciados por El Cirque du Soleil, que también apadrinó el taller del canal Encuentro, en el programa “Alegría y dignidad”, donde enseñaban las materias para avanzar en la secundaria olvidada, con esa onda piola que solamente tienen algunos que la padecieron.
Mi tío y padrino, Maximiliano Costa, sería como el general Balza, lo sentí al oírlo, ya en democracia. Pero la duda insidiosa, comenzó cuando le preguntaron dónde había estado en la dictadura… -Agregado Cultural en Perú, había dicho hace años. ¿Podría ignorar el “Operativo Cóndor”? Donde se pasaban los presos políticos, salvajemente torturados por especialistas de los países unidos en la misma represión. Tomala vos, dámela a mí.
Como la pelota futbolera. O alguien puede dudar que en el fútbol es como en la guerra. -Todo se define allí, comprendo al mirar ese infartante final del partido entre Olimpo y Boca, con los penales, que son la preparación para el pelotón de fusilamiento.
El blanco absoluto, impecable, de los jugadores de Olimpo, parecía de uniformes de gala de la Marina de guerra, intentando blanquear el infame “Garage Olimpo” vs. el azul y oro de la mitad más uno y esos negociados de Puerto Madero, tan cerca de la ciudad boquense.
Todo comenzó a salir a la luz entre las bocanadas de humo del volcán Puyehue que llenaron de cenizas toda la Patagonia.
Por qué, se preguntaban los vecinos, tosiendo mientras veían sus ovejitas tapadas por ese polvillo gris, que ni dejaba respirar siquiera. Algunos suponían que la causa había sido la desaparición del Arroyo Los Berros de esa comunidad mapuche rionegrina. Resulta que habían entubado el arroyo para llevar sus aguas a Sierra Grande. A la mina de los chinos para el basurero nuclear, decían unos. Para negocios inmobiliarios, aseguraban otros. Y únicamente la indignación del volcán, hizo comenzar a buscar los por qué.
Las abuelas en cambio, lo atribuyeron a los desalmados militares que se apropiaron de esos pibes dejados en banda, solos, sin su derecho a la identidad y a la contención familiar.
Mamá, Graciela María Costa Rivero de Briones, era hija del abuelo Horacio Costa, socialista, que había sido Juez de Paz de Concordia, Entre Ríos, como ya lo expliqué antes.
Conocí a una de las tías de mamà, Dora Costa, quien había sido una de las primeras mujeres diputadas socialistas, ignoro si de su provincia, Entre Ríos, o de Nación. Alguna vez quise conocer su historia ya que no debe haber sido nada fácil ser mujer en un ámbito tan machista.
De la familia de su madre, Isabel Rivero, era la tía abuela Helena Rivero, dentista y doctora en Mineralogía. Una de las primeras mujeres egresadas de la universidad pública cum laude, estoy segura. Siempre de impecable trajecito sastre. -Profesora inflexible, contaba papá, quien fuera alumno suyo. Dice uno de mis hermanos, que fue la primera en tener y manejar su auto en Concordia, creo que era un Ford A.
Recuerdo cuando ponía sus piedras al sol…
-No, sobrina, no son piedras, son minerales- me corrigió precisa, mostrándomelas, bellísimas, con esos colores y tamaños que únicamente vi en el Centro Minero de Ricardo Cholino en 25 de Mayo, La Pampa.
Esa vez me invitó a mirarlas, explicándome cuál era ágata o cuarzo, ópalo o esmeralda. Subí la escalerita de su altillo donde ella hacía esas artesanías bellísimas en bronce, como la bandeja repujada con imágenes de mitología hindú. O el mini colador en cestería de bronce, ese que mi hermana Tehia, vio multiplicado en alguna vieja feria, llevando los mensajes de esa científica de comienzos del siglo XX. Seguramente fue la tía Helena quien le habría hecho a la bisabuela, su madre, esos bellísimos aros de orfebre con filigranas de plata y piedras preciosas engarzadas, y esos largos collares de dos vueltas que usaba la bisabuela, hechos con auténticas perlas de ostras marinas.
-Son diferentes a las perlas cultivadas-, me explicó la tía Helena: -Si ves un collar de perlas todas iguales, son cultivadas, porque en la naturaleza, son todas diferentes.
Cuando me acerqué a mirar su biblioteca, me prestó “Las minas del Rey Salomón” de Ridder Haggar, creo. Recuerdo que lo leí apasionadamente y luego le pedía a mamá que me acompañara otra vez a lo de la tía para poder leer la continuación de esa saga de lugares misteriosos del mundo.
Por Paka-paka dieron una vez una explicación genial de la clasificación por especie y género de los peces. Así somos nosotros, supuse. Pero tenemos que sumarle lo otro, la cultura, la educación, el medio que nos va moldeando sobre esa base genética, temperamental, donde los opuestos se atraen como el imán.
Porque antagónica era la familia de papá. Siempre han existido clanes contrarios… Y se encontraron en el velorio de mamá, como dos corrientes que se conocen y no se unen…
-Es la rama de los Neanderthales, susurran los primos de la rama de los Cromagnon, los artistas, que fallecieran en el infame incendio de aquel boliche cuando sólo iban a oír un buen rock and roll.
Rivales antagónicos a la familia de los federales, nazionalistas a la enésima y mazorqueros, morochazos que desprecian a los porteños, impecables con aire PRO…
-Que vengan al barro para conocer por qué el pueblo le pone velas a Santa Evita.
El velorio de mamá fue multitudinario y humilde, porque así lo hubiera querido ella, con un servicio fúnebre simple. Multitudinario, por la larguísima caravana de autos que lo seguía. Faltaron sólo algunos…
No estuvieron los tíos y primos de la rama del tío Juan Carlos Briones, el hermano de papá, quien sería coronel o general, quizás, a cargo de la Intendencia en la época de la Guerra de Malvinas, en Bahía Blanca. Responsable de la ropa de los soldaditos, absolutamente inadecuada para el sur patagónico helado, donde los borceguíes militares sólo eran para congelarles los pies, siempre húmedos, a los soldaditos formoseños o riojanos enviados a Malvinas, mientras a los sureños, los tenían acuartelados en Bariloche y Junín de los Andes por la posible guerra con Chile.
Y de los chocolatines que jamás llegaran a sus manos. Decían las malas lenguas que el tío Juan Carlos Briones, ya general retirado, tal vez, tenía tres kioscos en la ciudad de Bahía Blanca, mientras corrían los chistes de si vaya a saber, dentro de alguna golosina habría una cartita para los combatientes. Esos combatientes que no llegaron a las islas, pero en plena adolescencia, padecieron a quienes tenían práctica en represión a jóvenes en la dictadura.
Aún no consiguen la reparación histórica, su derecho a una pensión, tal vez menor, obvio, que la de los que estuvieron en el frente de combate. Los ex soldados de Malvinas de la provincia de Buenos Aires cobran su pensión, igual que nosotros, los ex presos políticos. Esta pensión, representa el doble del salario mínimo vital y móvil y de la jubilación mínima. Sin embargo, los ex combatientes reclaman aún su derecho a la vivienda y becas para ellos y sus hijos.
Porque en las cenizas del volcán, se escucha la voz de los suicidados, locos ex soldados conscriptos civiles, que se cansaron de reclamar sus derechos y decir que en la larga lista de ex soldados que sí la cobran, habría tres veces más inscriptos que los que participaron en la guerra.
Únicamente vi al tío Juan Carlos Briones en el ’79, a meses de mi libertad, cuando regresaban de un viaje a Miami, con su hija menor, una rubiecita que únicamente con el tiempo y la distancia me pregunto de quién sería. ¿Hija de alguna desaparecida, tal vez? ¿Rubiecita? ¿De esa familia de morochazos -a mucha honra, bien criollos- quién lo duda? Todos con la inconfundible voz de trueno y mirada de relámpago, la marca del orillo, diría abuela. ¿Sería ella o él, buscado por las Abuelas y con ropita rosa para que jamás la encontraran? Tal vez hoy sea Lalo o Lola y jamás dude de su origen con su “mamá”, la tía Etelia, jubilada como directora de escuela. Vivieron añares en el Barrio Esteban Echeverría, cerca del aeropuerto. Su hijo mayor, Juan Carlos Briones junior, sería de la SIDE, contaban y el menor, Claudio, tendría un sex shop.
Cuando vi el emocionante milagro de la educación en la peli “Querido maestro”, que muestra la tarea del profe de música en un colegio tan yanqui, con todos los instrumentos, imaginé a mi primo Claudio como ese alumno, el gordito, que únicamente quería hacer deportes.
Aunque cuando vi la peli “Garage Olimpo”, las imágenes del saqueo y pillaje desvalijando todo, me llevaron a las imágenes de la educación de los niños y jóvenes espartanos, dejados en banda para que aprendan a ser los duros e inflexibles de Matar o Morir.
“No pregunto cuántos son, sino que vengan saliendo”.
…“-¿De dónde vienes, manito?
– Del cementerio.
-Regresa, pues. Bang- bang de “Boogie, el aceitoso” de Fontanarrosa, cuyos libros jamás pude encontrar en librería alguna. Desaparecieron, parece, en la quemazón de las toneladas de libros de la hoguera de la dictadura, junto a tantos otros.
Algo me dice que yo los conocí antes. Tal vez fueron compañeros de esa terrible escuela del Barrio General Belgrano, ex Ciudad Evita, de hermosos chalecitos que habrían sido expropiados luego del ’55 por la Revolución Libertadora y repartidos a suboficiales.
En aquel entonces, la escuela del Barrio General Belgrano, donde cursé mi tercer año, a los 15 años, parecía un depósito de muchachones terribles que sólo hacían tropelías en un galpón con techo de lata.
Fue absolutamente espantoso para mí, que venía de Tucumán de una escuela religiosa, el Colegio del Huerto. Era la época en que ansiaba ser monja misionera, cuando se organizaban las colectas para los pobres niñitos de China que no tenían absolutamente nada para comer, solamente gusanos. Cuando años más tarde estudié Historia, me pregunté qué verso me habían hecho, ya que era absolutamente imposible que hubieran podido entrar nuestras colectas solidarias a China, en aquel entonces en plena revolución maoísta. Descubrir esta farsa me llevó a un ateísmo visceral.
Lo reviví espantada, cuando en la iglesia evangélica de Las Grutas, frente al Polideportivo, una niñita, la hijita de la artesana brasileña, llevó su muñequita para los niñitos del terremoto en Haití. Y yo me preguntaba, silenciosamente con un nudo en la garganta, qué sería de su fe luminosa cuando supiera que nada, absolutamente nada de la ayuda solidaria del mundo llegaba realmente a Haití.
Supe que todo era una farsa cuando les pregunté por las donaciones a los pibes de San Juan, Caucete, ciudad destruida por el terremoto del año ’77. En aquellos años mi tío, el capitán de navío Jorge Perez Ruedi, tuvo un alto cargo en el banco de la provincia de San Juan. Vivió allí junto a mi tía Gladys León Barreto y a sus cuatro hijos. ¿Un marino, en una zona sin mar alguno? Sólo con el tiempo, supe que en esa misma época en que se hizo la donación, se construyó el Observatorio Astronómico de El Leoncito.
Y vaya a saber si algún pesito de la ayuda humanitaria mundial para la reconstrucción de Caucete, habrá ido para la preparación del Mundial ’78. Porque estaba al frente el Almirante Lacoste (como la marca de las remeras) justamente, para la remodelación del Estadio de River, ubicado a metros nomás de la ESMA.
El singular logo de la marca de ropa -‘un lagarto’- me traía a la mente al homónimo grupo de tareas de la Prefectura en la dictadura. Recordaba las compañeras presas políticas de Zárate y Campana, entre las cuales, estaban las paraguayas, cuidando a esa compañerita que recién había cumplido allí en la cárcel de Olmos, en el ’76, sus 15 años. Con ellas intenté aprender el guaraní. Era importante para mí por mi abuela paterna, cuya madre, Mama Thai, era hija de un cacique guaraní de Monte Caseros, Corrientes.
El bisabuelo debe haber sido de la terrible policía provincial correntina o del ejército. Lo supongo por las veces en que soñé a mi abuela, cuando a lonjazos con hebillas de cinturón, la engendró y de allí, seguramente, salieron mis tíos, jefes de jefes de milicos, de comandantes del Ejército y de la Gendarmería, partícipes, sólo por su cargo nomás, en lo más siniestro de la represión de la dictadura. Aunque nunca vi jamás mencionado a ninguno en los juicios de la verdad. Ni los tíos y primos maternos ni paternos. Silencio absoluto. En boca cerrada no entran moscas, diría mi hermano, otro que también… Vaya a saber…
-Hay cosas que nunca te dije ni jamás, tampoco, te diré, hermana, para que no me escraches en tus delirios… Pero a “la familia”, le parece que vos mencionás a algunos… Con ese tono medio siniestro de Abdul El Kottur (El Turco al vesre, obvio) u otro nombre similar…
De las clases de Guaraní, no pasé del “Lucerito alba” porque ese año ’76, la cárcel de presas políticas de Olmos era la imagen del horror, el hacinamiento, las cuchetas y los colchones que no entraban ya en el pabellón.
Peor aún, fue cuando no llegaron más. Desaparecieron las presas legales y sólo llegaban, en silencio casi, los susurros del espanto de los campos de concentración.
¿Dónde fueron los niñitos, los hijos de las compañeras mamás que les cantaban “Niño, mi niño”, de Daniel Viglietti?
“cada niño, un poco,
todos tomarán,
de la misma leche
y del mismo pan”.
Alguna vez supuse que los expulsados y repitentes compañeros de 4°E del Colegio Nacional de Bahía Blanca -esos que no llegaron a 5° año, ni a recibirse en el año ’68- como integrantes de los grupos de los “fachos” luego grupos de tarea bahienses… Nada peor que ser dejado de lado por una escuela onda The Wall. Obviamente, luego perseguirían a los docentes y estudiantes de la Universidad como en esos siniestros años.
Tal vez en la época del mundial se haya dado también, la repartija de las tierras que hoy forman Puerto Madero. Esta zona pertenecía a la Marina y a la Prefectura, según mostraban esas placas de bronce que vaya a saber cómo se salvaran de la rapiña de los negocios inmobiliarios de no sé cuántos miles de dólares por metro cuadrado.
¿Y no hay viviendas para indemnizar a las víctimas, a los que aún no han logrado el primero de los DDHH, que es el derecho a la identidad, el derecho a poder decir yo soy hijo de… y nieto de…?
¿Por qué soy como soy? Ese secreto oculto vaya saber si en el misterio de los genes, en el medio familiar, en la ausencia del Estado o será nomás que Dios juega a los dados, pese a que Einstein diga lo contrario.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.