Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Había conocido Toronto desde el aire, me sorprendió. Fue cuando llegamos hace veinte años en un avión de una empresa norteamericana. En ese vuelo sobre la provincia de Ontario, me llamó la atención la blanca monotonía de la nieve que lo cubría todo. También la simetría de las casas tipo chalé de techo a dos aguas. Las chimeneas humeantes, salpicadas una cada tanto. Luego las casas empezaban a estar mas juntas, cada tanto se veían espacios como de fábricas, imaginaba desde el aire. Ahí nomás llegamos al aeropuerto Pearson de Toronto.
Reconocí el paisaje cuando volvía de Honduras.
Lo que nunca había hecho era salir más allá del Barrio Portugués excepto alguna visita al centro de la ciudad, donde está la estación central de trenes y justo enfrente el hotel donde se alojan los visitantes ilustres. Cuando ha visitado Toronto, la reina Isabel se ha hospedado en el Fairmont Royal York, donde existe hasta un trono de baño privado que se saca del deposito y se instalaba sólo para sus ocasionales estadías.
Había perforado el limite norte de nuestro espacio vital cuando empecé a ir al lugar donde haríamos la radio. Mi nuevo trabajo.
A la semana de haber empezado exigí se contrate al técnico de sonido quien sería el operador de estudios, el púa master, como alguna vez supe se le llamaba a quien ponía los discos en la viejas radios. Era necesario que vistiéramos la radio con sonidos característicos. Teníamos que encontrarlos, yo venía de otro mundo, el técnico me aportaría su experiencia local. Así fue como empezamos a marcar presencia en el ámbito de la redacción del diario que saldría en poco tiempo más.
Una mañana le dije al técnico: “Prepará una lista de lo que necesitamos, esta tarde nos vamos a comprar lo que nos haga falta”. Contento, sorprendido y con letra despareja, preparó una lista de lo mínimo necesario. Y hacia allá fuimos. Esa tarde conocí por primera vez Ontario al ras del suelo.
Un viaje que se me hacía eterno, en un auto cómodo con toda la luz del sol filtrando por las ventanillas. Íbamos por unas calles internas, paralelas a la autopista, bordeamos el primer centro de compras de Toronto.
Yorkdale Mall era el paseo de los habitantes de las cercanías de la ciudad, quienes venían a pasar el día a la novedad que los acercaba al mundo de la moda de las grandes marcas. También hubo desde el principio las típicas tiendas de compras por departamento, de esas con pisos y secciones para cada oferta de consumo.
Íba siendo conducido por las calles y por el conocimiento gracias a la pericia de un surasiático, experto en radios, con quien me habría de cruzar varias veces después y en diferentes ámbitos de comunicación. Relacionado con el italiano en algunos emprendimientos, había aceptado llevarme a comprar los equipos de radio a negocios de gente de su círculo de confianza.
Cuando me lo presentaron, supe que sería difícil que nos entendiéramos. Él había aprendido ingles desde su infancia, pero su acento confundía mi entendimiento. Seguramente el debió pensar lo mismo.
Como le dije que no conocía nada de la ciudad, me fue contando lo que sabía en el trayecto. Para mi era la novedad.
Aquel viaje duró dos horas. Normalmente se puede hacer en cuarenta minutos, quizás una hora. Pero nos llevó el doble de tiempo recorrer todo aquello que había visto desde el aire. Barrios de casas iguales, como “las casitas del barrio alto, con rejas y ante jardín, hay rosadas, verdecitas, blanquitas y celestitas todas hechas con Resipol” (marca comercial de un adhesivo de contacto), como cantaba Víctor Jara. Y cada tanto, un descanso de esas casas todas iguales. Aparecían galpones con construcciones cuadradas, las aquí llamadas unidades. Donde es posible encontrar negocios de toda naturaleza incluidos aquellos que venden equipos de radio.
Las urbanizaciones típicas de Ontario, Incluida la ciudad de Toronto, son rectángulos por cuyos lados van avenidas de circulación rápida. En Toronto, esos rectángulos están orientados en el sentido norte-sur. Claro que nada es perfecto, pero la idea es que lo que sucede dentro del rectángulo sea la vida familiar, las casas entonces están en calles que dan vueltas y vueltas. Hasta que, en un punto, se llega a alguno de los bordes exteriores y allí es fácil orientarse.
En las esquinas de esos rectángulos hay centros comerciales, del tipo “mall abierto”, pero pequeños, con una tienda que ofrece múltiples artículos, una especie de “maxi kiosco” aquí conocidos como “variety” o “convenience store”. Es posible encontrar un negocio de limpieza de ropa en seco; una panadería donde se puede tomar un “café espresso” en unas pocas mesas que suele haber allí. Una farmacia tal vez. En general, compras de ultimo momento, ya que todo se adquiere en los grandes supermercados.
Cada tanto, como decía, se ve dentro de esos rectángulos en vez de casas, grandes unidades comerciales. Vistas desde el avión, uno imagina actividad fabril incesante, por los inmensos camiones que entran y salen… bueno, no.
Desde que se firmó el acuerdo de libre comercio conocido como NAFTA (North America Free Trade Agreement) el tratado de los “Tres Amigos” entre Canadá, México y los Estados Unidos, las unidades son receptoras de productos importados, se les pone una etiqueta y se empaquetan para que tenga un componente canadiense: “Envasado en Canadá”. Eso es todo. Los productos vienen de todas partes del mundo, de donde sea posible pagar por ellos centavos de dólar. Que siempre será más que pesos locales de cada país productor, se entiende. Libre mercado.
Fue una buena experiencia dar vueltas por esa geografía que rodea a la ciudad de Toronto, es conocimiento de cerca, casi caminando. Así fue como conocí Mendoza a principios de la década del ochenta, después de la Guerra por Malvinas. Animándome a caminar mas allá de la Plaza San Martin.
También así conocí Buenos Aires a principios de la década del setenta, cuando trabajando en un estudio jurídico y contable fui capaz de reconocer la esquina en la que tenia que bajar del apretujón del transporte público de pasajeros con sólo mirar el color de las baldosas de las veredas.
A Toronto la recorrí exhaustivamente cuando hacía el reparto de un periódico semanal. Era un recorrido intenso por calles angostas y repletas de trafico. A veces usaba la autopista “King’s Highway 40”, comúnmente conocida como Highway 401 y también conocida por su nombre oficial como Macdonald-Cartier Freeway o como la llamamos casi todos Four-Oh-One, cuya traducción seria Cuatro O Uno.
Esta es una autopista de acceso que es parte de la serie de autopistas 400 de toda la provincia de Ontario. Tiene un total de más de 800 kilómetros. Y va desde Windsor, en el limite oeste con Estados Unidos hasta la frontera de Ontario con Quebec en el este. La parte de la autopista 401 que pasa por Toronto es la ruta más transitada de América del Norte y una de las más anchas. Cuando cruza Toronto lo hace paralelo al lago Ontario más o menos a 10 km de distancia. Por allí circulan los bienes y servicios que dan vida a la región Sur de Ontario.
También es una de las mas mortíferas. Circular a mas de 100 kilómetros por hora a una distancia mínima del otro vehiculo, es quedar expuesto al error propio o la impericia ajena; o ambas.
El día después de mi cumpleaños en agosto de 2014, un grupo de bomberos logró cortar el techo del auto para extraerme de adentro de un manojo de hierros retorcidos, pero esa historia la contaré cuando mis manos dejen de temblar al recordar el episodio.
Cuando fuimos en nuestro paseo de compras en esa tarde de abril, hace veinte años, si hubiéramos tomado la Autopista 401 hubiera perdido el sabor del descubrimiento de los alrededores de la ciudad en la que hoy vivo. Pero habríamos llegado más rápido y despiertos al atiborrado local de productos electrónicos.
Un sabio hombre de radio, del mismo sur de Asia de nuestro ilustre chofer, nos ofrecía lo mejor, lo más caro también.
Por suerte que fui con el técnico recién incorporado, él puso freno a mi deslumbramiento. Yo venía de hacer radio durante los últimos veinte años. Había participado desde cero en el equipamiento de radios AM y FM, sin embargo, la tecnología había dado un salto, no en años, pero si en capacidad de compra. La oferta de equipos aquí es directamente proporcional a la demanda.
Recuerdo cuando un técnico de la Radio Nihuil de Mendoza viajó a Miami por primera vez. Cuando regresó cargaba una cantidad de novedades impensadas en Mendoza. Me dijo en esa oportunidad que sólo trajo lo que su billetera le permitió, pero lo que había allí era como para llevarlo todo. Así estaba yo en aquel local, quería llevarme de todo. La lista que el técnico preparó quedó sobrepasada, porque allí incluso nos dimos cuenta de que había más elementos que necesitábamos tener, por ejemplo, para hacer transmisiones desde exteriores.
Volvimos a Toronto cuando ya el sol empezaba a caer, y nos pegaba de frente durante el tránsito por la autopista. Imposible no dormirse. Pedí permiso para sentarme atrás, creo que a nadie le molestó mi ronquido de elefante. Al menos nadie lo dijo.
La radio empezaba a tener forma, faltaba aun seleccionar las voces. Mas de cincuenta personas habían respondido al aviso clasificado buscando voces que hablaran español. Aun tenía que sortear ciertas resistencias a la incorporación de más periodistas al multimedio. Había quienes querían hacer gráfica y radio y duplicar el salario. Había quienes proponían lo mismo, pero pagando uno solo, a la usanza de los nuevos tiempos. El estudio de la radio estaba casi listo, mientras el diario iba a salir a la calle en su primera edición, después de varios números cero de consumo interno.
Participamos de la fiesta de lanzamiento aperchados en un pequeño salón. Mucha gente para el espacio, poca para la importancia del momento. Hubo discursos varios, escuchamos las palabras del editor, quien en el rol de Maestro de Ceremonias aprovechó para hacer chistes, como en la entrega de los Óscar. En un momento me invitó, como director de la radio, a decir unas palabras. Mientras caminaba al estrado sentí las flechas, algunas envenenadas, de las miradas clavadas en mi espalda. En el camino pensaba en el valor de los gestos y de los símbolos y cuando tomé el micrófono, improvisé agradecimientos y buenos augurios. Empezábamos a dejar una marca en la historia de la comunidad latino hispana en esta Ciudad.
Toronto 9 de abril 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.