Mi mascota Manchita se fue en el Wesak, el mismo día en que se iluminó y falleció Buda. La salvé tantas veces… Era como la Reina Isabel, porque vio partir a tantos…
Cuando vinieron Daniela con su embarazo incipiente y Aye y vieron a Manchita llorar y caerse sin encontrar el balde con el agua, Aye me comentó: “Está ciega”. Tal vez sea mejor llamar al Colo Torresi, su veterinario. Antes de la cuarentena del año pasado el profesional, egresado de la universidad pública, ya me había preguntado si le ponía la inyección de la muerte digna.
– “Mientras ella siga sin padecer, mejor que no”- le había contestado entonces, cuando parecía que ya era su final.
Entonces, decidí darle a tomar agua de mar isotónica: una parte de agua de mar y tres de agua del purificador PSA. A mi botellita también le agrego jugo de medio limón recién exprimido. Al agua de la perraza, no. Le ponía a ojímetro, una buena cantidad de agua marina a su balde.
La última vez que me acompañó al mar fue para el domingo de Pascua del año pasado. Teníamos prohibidísimo ir al mar. Las bajadas estaban cercadas con una cinta de nylon impidiendo llegar a la playa, y la policía y prefectura patrullaban impidiéndolo. Se me había acabado el agua de mar…Solamente Rossana Tomassini, la ex presidenta de nuestra querida Junta Vecinal del Barrio Golfo Azul, ahora concejal, me había traído medio botellón. Estaba con ese aire de agotamiento, cual docente del máximo de clases cuando me la trajo: “Sólo es la mitad porque el mar estaba agitadísimo”.
– ¿Tenés para vos? -le pregunté-.
-No. Tengo que ir urgente al control de la ruta. Y estuve anoche en la vigilia. Ya voy a ir.
Recordé que había sido la vigilia del viernes santo en la iglesia católica.
-Mil gracias-le contesté. Y seguí escribiendo “coronavirus- el mito del eterno retorno” preguntándome dónde estaban los hombres, siempre tan escasos en las tareas comunitarias.
Al mediodía del Domingo de Pascua, le dije a Manchita:
– ¡Vamos compañerita!, ¡a cosechar agua del mar!
Realmente el mar estaba tan enfurecido como en estos días de la marea súper extraordinaria de Wesak. Es la luna rosa del Perigeo…la luna está más cerca de la tierra y por eso se la ve tan inmensa y rosada…
Cuando pasé por la casa de Gladys, su esposo me gritó:
– ¡Lucía la van a meter presa! – cuando me vio ir decididamente al mar con mi perrita, y con el botellón para cosechar mi única medicina en tantos años.
– “¡Llévenme un sánguche de milanesas, por si las moscas!” -le contesté y bajamos la escalera de los acantilados.
Manchita, temblequeando, también se mojó por última vez en las aguas tan bellas y azules de Las Grutas.
Durante todo el año le di agua marina al balde debajo de la pileta de la cocina, pero al tachito de afuera, sólo agua pura, para que ella eligiera.
Con Manchita probamos todas las medicaciones: las alopáticas del Colo y las alternativas, de quiénes tanto la quisieron siempre: ungüento de propóleo, sugerido por Silvia quién les hizo reiki al Churry (mi otro perro) y a ella, cremas con jarilla preparadas por Florcita, y gotas de cannabis medicinal.
Ella participó en todos los Zoompleaños familiares, con sus ladridos estentóreos que tapaban todas las conversaciones, porque ella tenía su horario de ir a dormir, como los chicos, y de madrugar, como durante tantos años, para despertarme a “la hora del lobo”.
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Como explicaba una película de Bergman, es esa hora, más o menos, las cuatro de la matina, cuando más oscura está la noche y es porque va a llegar el alba.
Hasta la salida del sol nos quedábamos ambas en ese rito de escribir siempre la misma historia, como en un ritornello musical, intentando descubrir por qué somos como somos, para ayudar a los nietos de los compañeros desaparecidos en la dictadura, a reclamar por el primero de los derechos humanos: saber quién soy, hijo y nieto de…
Siempre creí que Manchita esperaba volver a ver a quién tanto la quiso de cachorrita, cuando vivía en ese chalé con escalera que está frente al mar, entre la bajada y los acantilados. Antes, cuando ella siempre iba corriendo veloz, al llegar allí subía corriendo los tres o cuatro escalones y se paraba en la puerta, como haría cuando era chiquita. Ahora todo cambió tanto, que ya ni sé cuál era esa casa.
Después estuvo viviendo en el fondo del negocio de Monsa, a la vuelta del iglú. Cuando yo iba a comprar allí, entraba como Pedra por su casa, corriendo cruzaba la puerta de la carnicería. Allí el chabón tenía encerradas a las esclavas blancas. Era cuando Manchita cuidaba a la piba para que no se le acercara. Ella le hablaba despacito y le tocaba la orejita, contándole todo lo que pasaba y le enseñaba cómo cuidarla, que se acostara en la puerta del baño, como hacía en el iglú. En cambio, a mí me ordenaba que sacara ese perro, que usted ya sabe que no pueden entrar animales. Entonces yo sabía que a ese lugar la que no debía ir era yo.
Lo mismo hacía en el kiosco al lado de la farmacia, enfrente del centro médico, cuando iba después de la terapia. “Saque ese perro señora- me ladraba el intratable dueño, con la misma vibración de onda de Walter Romby, un nazi declarado profesor de educación física de Catriel y 25 de Mayo.
– “No es un perro, es una perra”- le contestaba yo. Eran los tiempos en que, si iba a terapia, dejaba a mis dos amigos perrunos afuera: el Churry, que siempre se quedaba piola afuera, esperando. En cambio, Manchita entraba apenas alguien abriera la puerta, y era su manera de decirme “ya es hora de que vayamos a la playa”.
…Y llegaba al mar, corriendo para meterse en el agua, como seguramente lo hacía de chiquita, cuando tenía un dueño que sería un muchacho que se fue a recorrer el mundo. Hoy debe ser un oficial de marina, o tal vez de prefectura, supongo. Cuando se fue le habló haciéndole mimitos en su orejita…ya regresaré y volveremos a ir juntos al mar”.
Se la dejó al Almirante Irisar, que tenía el supermercado a la vuelta. Manchita entonces cuidaba a la hija, que es bailarina, y en la época en que yo escribía horas y horas la chica noviaba con un flaco estudiante, que parecía hijo del churrazo compañero maoísta de la universidad del sur. La piba parecía la del duelo mexicano de You Tube, cuando cantaba “rata de dos patas” la hija del mariachi.mr, en un lugar como “la vaca”, atrás del castillo yabranesco grutense, a dos cuadras de la delegación municipal. Ese lugar fue la inspiración para “Coco”, la película de Disney sobre el Día de los Muertos en México. Lo supe cuando fui a visitar a Marcela y Javi, mis jardineros, encerrados en ese cuchitril minúsculo, sin ventanas, lleno de plantitas y con sus dos inmensos perrazos.
Manchita me despertaba varias veces en la noche, como queriendo decirme algo, y yo no sabía qué. Una vez, meditando en los temas espirituales, me di cuenta de que tenía el mismo ladrido del león, el perrazo del barrio universitario. Debe ser que los espíritus protectores se van, pero regresan para seguir acompañándonos en otro ser.
El otro día estaba escribiendo…¨algo tuvo que ver la muerte de Mario Meoni, el ex ministro de transporte. Yo le sentía la onda del chabón del león. Un karma¨.
A la hora del lobo me despertaba Manchita. Desde que en la tele está el bombardeo de imágenes del fallecimiento de Meoni, Manchita me llamaba a cada rato. El asombroso parecido de vibración de onda con el turrópata dueño del león, con su aire de polirrubro…el artesano tatuador que vivía en el conventillo de la otra cuadra…en la misma habitación que Mario de Aye, un pan de dios… pintado de negro como colombiano y senegalés… el ex gerente del Banco Patagonia…mi ex novio Hugo Holh, con quien tuve un hermoso amor que me iluminó el cuore, en mis tiempos de estudiante de la Universidad del Sur, Daniel Oxalde, el profe de historia, mi colega y amigo añares en Catriel y 25 de Mayo, el secretario de la Legión de María de 25 de Mayo, seguramente un primo de altísimo grado de prefectura, Ricardo Cholino, el empresario minero de la ventonita petrolera en 25 y Gral. Roca y tal vez el padre de mi hija menor y abusador de la mayor durante añares, mientras yo laburaba y el turro se hacía el desocupado…y lo peor es que es la última persona a quién quisiera ver y lamentablemente tengo que ver caer, una tras otra, a sus víctimas hechas mierda…multiplicando sus hij@s, y la guita que les afana a sus parejas de cualquier género, persiguiendo a sus hijos para quitarles absolutamente todo, con el aire de impunidad a la enésima, creyéndose dios padre, dios hijo y además espíritu santo. El mismísimo satanás, el peor de todos, simplemente porque nadie le pone el cascabel al gato. ¿no hay métodos científicos de identificación como la comparación de las huellas dactilares con el software de la universidad chilena? el problem es que, además tiene la onda de la superministra de seguridad, Patricia Bulrich, ex presa política y súper represora.
Y entonces sigue y sigue, haciendo ahora los viles negociados con las vacunas con sus amigotes y decidiendo quién vive y quién no. ¿Acaso no fue extraño el fallecimiento del periodista Mauro Viale, después de recibir la vacuna? Tal vez por ser judío. con un pilón de adláteres que han aprendido qué y cómo seguir la misma política de Figuretti. Por eso me parece genial la vacuna rusa, porque quiénes hemos militado junto a los compañeros del PC, sabemos su capacidad de laburo y estudio. Y por supuesto, esperamos la vacuna cubana, gratuita y con esa onda del Che.
Aunque estamos quiénes decidimos que es mejor no vacunarnos, porque es también nuestro derecho, por el derecho internacional de los pacientes a elegir qué tratamiento elegimos.
Siento que Manchita se está yendo y me quiere decir algo que no comprendo. Le hago unos mimos en su cabezota y me mira jadeante…le abro la puerta por si quiere ir a afuera. pongo la tele. ¿Querrá ver TN? No. ¿A24? tampoco. ¿los dibus de Disney? prendo la compu con la música de Bach, que siempre le gustó. Le pongo leche en su platito, la bebe toda y tambaleante se va para afuera, vuelve, otra vez le pongo leche y otra vez toma toda. Hasta que se pone al lado de la mesa y es como si me dijera que lo que tengo que hacer es sentarme a escribir a esta hora, como lo hice durante tantos años.
Una vez que me senté en la mesa a escribir en la compu, fue a acostarse al lado del calefactor, uno de sus lugares favoritos. No sé si quiere estar afuera, en el aire de la madrugada o adentro, calentita. O simplemente quiere decirme qué tengo que hacer cuando ella no esté, como tantos años, como mi fiel amiga: sentarme a escribir en la compu a la hora del lobo, con la tele puesta para ver qué pasa en el mundo y la música de Bach, para sentir que lo esencial es invisible a los ojos. Esta perraza siempre supo qué tenía que hacer…se necesitan estas ayudas perrunas para recordar que a veces lo imposible puede hacerse realidad.
Tal vez ahora el camino sea seguir con la sanación por el agua del mar, porque Manchita ya desahuciada por su veterinario, muestra que a veces hay que bucear en la sabiduría milenaria de los yoguis.
Porque si algo caracterizaba a Manchita era su ladrido imperativo. Eran los tiempos en que iba al Banco Neuquén. Todos la miraban y se sonreían cuando yo dejaba afuera a mis acompañantes perrunos. Apenas alguien entraba o salía, ella pasaba y se sentaba a dormir al lado mío. Hasta el momento en que venía la ex gerenta, igualita a la mina del FMI, a decirme que por favor sacara la perra, que no podía estar en la institución, como ya lo sabía yo.
– Por supuesto- le contestaba, y le tocaba la orejita a Manchita, porque era sorda o autista, como probaban todos haciendo ruido para ver si se movía, y ella nada, impertérrita. Realmente era sorda como una tapia. Tal vez haya tenido parvo virus- me explicaron una vez- cuando logran salvarse siempre les quedan secuelas.
Por supuesto, apenas se abría la puerta, otra vez entraba para quedarse durmiendo, piola, al lado mío hasta que llegaba la media hora, el tiempo máximo de espera en los bancos. Y entonces ladraba de tal manera que todos me miraban y yo, seguramente me pondría toda la cara roja como cuando era una adolescente tímida. Pero esos ladridos eran para que yo recordara los derechos de las personas con discapacidad. entonces me paraba al lado del señor de seguridad, sacaba mi viejo carné de jubilación por invalidez, que en realidad lo tenía solamente para esas ocasiones y se lo mostraba al señor, solicitándole la atención prioritaria que me correspondía por ley. Y entonces, como no, señora, después de…
Llegó al iglú preñada, un embarazo tras otro. Era cuando la ventana del norte siempre estaba abierta, para que el Churry entrara y saliera solito cuando quisiera hacer pipí o popó. Y todos ya sabían que aquí era así. Las grutas era un lugar tranqui y bello. Todos los chicos hacían lo mismo, entraban y salían libremente.
Y una vez llegó. El nombre se lo puso la nena de Aye, la artista. Después que falleció uno de sus tantos dueños, el chabón que la pisó dos veces en su camioneta porque le gritaba que se corriera y ella no se movió, porque no podía escuchar.
Así era el león, el perrazo del barrio universitario. me seguía hasta el teatro de Bahía Blanca o al aula de la Universidad Nacional del Sur. Y me ubicaba enseguida, hasta el momento en que alguien me explicaba que ese no era lugar para animales, que no lo llevara.
– “Es que yo no lo traigo, me sigue, nomás”.
– “Pues sáquelo, entonces”.
Exactamente igual que Manchita. Por eso yo sé que esa estatua del león rotario de la Avenida Argentina en Neuquén, cerca de la Facultad de Humanidades, es del león del barrio universitario bahiense, porque es igualito. Alguien que lo quiso mucho lo esculpió. Y por eso a mi me gustaba tirarme a su lado a dormir un rato, descansando con ese sueño de la mosca tse-tse, de la tristeza infinita, cuando tenía que hacer algunos de los eternísimos trámites neuquinos. Tanto el Churry como Manchita fueron foto del bolsón de comida perruna. Entonces no me puedo explicar cómo es que, cuando alguien preguntaba por mí, no me podían ubicar.
Para fin de año, otra vez estuvo al borde de la parca. M desperté a la siesta y le vi los ojos vidriosos y las patas delanteras duras. Justo Silvia me había traído kefhir de leche, y después de hacerle unos masajitos, solamente cuando tomó el kefhir, logró levantarse y otra vez ¡avanti versaglieri, que la vittoria e’ nostra!
Por supuesto lo llamé al Colo, que le trajo una medicación carísima, porque como el año pasado, estaba otra vez llena de esos bichitos chiquitos como los pibes de Bangladesh, flaquitos y con la panzota hinchada, como tenía cuando falleció y Valentín, mi vecinito de seis años, me preguntó si estaba embarazada.
Y hoy, cuando la vi caerse otra vez sobre el platito de la comida, desparramando en el suelo todos los trocitos y sin saber dónde estaba la puerta de la cocina para salir a hacer sus necesidades ya iba dejando sus soronguitos como un reguero por cualquier lado, cuando yo no me despertaba rápido para abrirle la puerta. A veces era la de entrada y otra vez la de la atrás. Hasta que yo tomara conciencia que lo que tenía que hacer era sentarme a escribir y entonces, sí se quedaba piola y se dormía. Era la hora del lobo, por supuesto.
Cuando se fueron Aye y Valentín, el nietito de Norma, mi querida amiga, con quién justamente nos conocimos por el Churry cuando su otro nieto, Juan manuel, era chiquito y se cruzaba con comida “para el Pitu”. Porque el Churry era “igualito a su perrito fallecido”. Y así comenzó nuestra amistad. Ellos con sus perros exactamente iguales y sus nietos tan amantes de los animales.
Valentín había traído los deberes para hacer y estaba con su alegría, recordándome a Luanita, mi nieta, casi de su misma edad. Cuando nos quedamos sólo Manchita y yo, ella gruñó con ese tono carrasposo de sus últimos días. Era para avisarme que hoy era Wesak, como si dijera, ahora sí me quiero ir. Entonces le envié el mensaje al Colo que viniera para darle la inyección.
Después me llamó Nélida, mi gran amiga jubilada, la compañera de la tarea de organizar la biblioteca del centro de jubilados grutenses y que siempre me juntaba una tuper con restos de comida para ella. Entonces, al llegar de su casa, Manchita, aunque tuviera el platito lleno de comida perruna, se quedaba dando vueltas hasta que le ponía la rica comida de su amiga.
Nélida me había llamado para decirme que mi amiga habia dicho que pasaría a las 14 horas. Me bañé ignorando quién podría ser. “Era quién estaba en la asamblea de la tierra el otro día y también cuando fuimos a reclamar por la pérdida del tanque de agua”,- me explicó.
Hasta que me llamó Alicia de la Asamblea por la Tierra y el Agua, que el otro día padeció el máximo destrato. Una compañera científica y polentosa fue echada vilmente de la reunión de la junta vecinal con Renzo, el geólogo, luego de participar en una ponencia de la Uba. Una variante más de “a lavar los platos”, tal vez por ser mujer morocha y estar vestida con unas pilchas. Tal vez no eran las que se esperan en el edificio de la delegación municipal de Las Grutas. Yo lo pasé también. La ex directora del hospitalito local, violeta, cuando fui para ver si aún vivía mi amiga artesana de Ushuaia, luego del intento de estrangulamiento de su pareja, de Río Gallegos.
La directora del hospital gritó: ¡A esa india atrasada no me la dejan entrar aquí!
Entonces comprendí que el problema era mis pilchas…lo reviví cuando le pasó a nuestra querida científica grutense
Probablemente porque habíamos estado con Alicia en la hermosa ceremonia de plantar memoria el 24 de marzo. Y ya sabemos lo que son las bombas neutrónicas.
Estábamos en la huerta comunitaria del hogar azul cuando repartieron las semillas pro-huerta del Inta el otro día. Habíamos ido con Norma y Valentín, guiándome por el Google maps, porque ignoraba dónde quedaba. Sólo sabía que estaba cerca del polideportivo. Y como preguntando se llega a Roma, así llegamos anteayer a buscar las semillas de las huerteras grutenses. Entonces les habia dicho que cuando fueran a trabajar en la huerta, me avisaran para dar una mano y de paso aprender esos saberes con quiénes tienen tantos años de práctica en el uso de la pala.
Antes de las 17 horas me despedí y regresé, porque suponía que podían llegar el Colo o Any, mi amiga ambientalista. Hasta alcanzamos a hacer otra tarea escolar con Valentín cuando apareció el Colo.
Y fue tan triste… Manchita se enroscó al lado de la cocina cuando el Colo se acercó para ponerle una inyección calmante. Entonces salió. Mejor, pensé. Porque ella fue siempre amante de la libertad como buena perra callejera.
Con la Hiki dedujimos que tendría unos 17 años. Es decir 120, calculó el Colo, mientras yo le hacía mimitos en la orejita como siempre. y ella tirada en la tierra intentaba levantarse. Yo le hacía mimitos, sin mirar ni a mi amada perraza ni al Colo. Me sentía asesinándola, preguntándome si realmente era lo que ella quería o es que yo estaba tan cansada que fue mi decisión.
Sé que fue rápido y sin sufrimiento, porque la inyección logró su cometido enseguida, en pocos segundos.
Quedó afuera, al solcito tibio que ella tanto amaba, mientras el Colo intentaba usar la tarjeta de débito en su aparatito porque, como es de imaginar, mi internet carísima, otra vez se había cortado.
Cuando se fue crucé la calle pidiendo ayuda para enterrarla. Vinieron Maero y Valentín y entre los tres fuimos sacando tierra para su tumba, bajo el pino de la esquina que había traído del ranchón veinticinqueño, porque ese era el lugar que ella había elegido cuando Manchita estaba buscando dónde quedarse. Yo la seguía por el patio y el jardín recordando ese viejo cuento de la viejita tana que decía:
-Cuando me muera en el mar quiero que me entierren en la montaña. Y si muero en la montaña, quiero que me lleven al mar.
– ¿Por qué nona?
– Per scopare (para joder)
La enterramos y le puse encima la mantita tejida al crochet que era del “Matanga”, como había bautizado Raitrai al almohadón del trono, el sillón hamaca de caña que era igualito al mío del ranchón. Que era de quién se sentara primero, de acuerdo con quién se subiera primero. Entonces vivían aquí mis dos perros y mi gatazo vagabundo, el Trotski. En esos largos años me acompañaron a escribir a la madrugada. Después que se fue el Trotski, llegó Pitágoras, que se ubicó en el almohadón al lado de la mesa, hasta el momento en que se sentaba arriba de las teclas y salía una larga parrafada de letras seguidas. Eso quería decir que era el tiempo de decir stop. También se fue Pitágoras, como el Churry, justo cuando habíamos fundado la asociación protectora de animales.
El día de la revolución cubana llegó Jantita, de bebé y ahora otro gato o gata igualito a Pitágoras, pero totalmente arisc@. Por eso le puse “Le Pitagorité”, en lenguaje inclusivo, porque no sé si es él o ella. Y apareció otro mansito, que, como el Trotski, se sienta encima de la compu, cuando ya estoy escribiendo mil ochocientas veces lo mismo y es tiempo de menos palabras y más acción.
Arriba de su tumba le puse unas de las gomas de autos pintadas por Valentín y Luanita, cuando quedan restos de pintura de sus obras plásticas de arte infantil. Y para limpiar los pinceles estan otras botellas con agua coloreada que uso para cerco de las plantas también.
Después me fui a meditar y llorar por mi gran amiga de tantos años. Yo soy medio durazna, me cuesta mucho llorar como lo hice por Manchita.
Y en eso llegó Any, que venía de un taller de sanación con cristales. Le pasé el libro “la Biblia de los Cristales” que según mi gran amiga, Nancy Vecchio, la directora de la escuela Técnica de Cinco Saltos, es lo mejor que hay sobre ese tema. Le pedí me ayudara a poner unas flores en las gomas de auto pintadas, porque al tener peso encima evitarán que los perros de la calle revuelvan y saquen sus restos. Le pusimos las mismas flores del Churry, unos clavelitos chinos y unas margaritas silvestres.
Luego compartí la triste noticia con quiénes la conocieron y amaron como yo y me quedé meditando en cuántas personas habrán fallecido no por Covid, sino por el salvaje aislamiento total. Quienes amamos a nuestros seres queridos queremos así la despedida, pero deben ser costumbres ancestrales tan diferentes de los asépticos métodos de la medicina actual.
Así me dormí, meditando en Wesak y la luna rosa, tarareando “cuando un amigo se va…
“cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.
(Corrección: Sandra Farías de Briones)