Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Cuando terminaba junio, cerca de la llegada del verano, se despedía de la radio la que había sido conductora del programa. Ese, que pomposamente habíamos bautizado “Correo Radio del Sol”. Hace veinte años atrás el movimiento “me too” y la visibilización del avasallamiento de los derechos de la mujer, era algo inusual. Tampoco era corriente la denuncia de este tipo de actos cotidianos. Esos que son como golpes de boxeador. Un continuo golpear en los bíceps del adversario, quien termina por bajar la guardia, es allí cuando se aprovecha para dar el nocaut. Mucho tiempo después supe porqué se fue. Me lo contó gracias a la relación de confianza que supimos forjar en el tiempo. Como los años que llevamos en este país. Entonces supe porqué la conductora que hacia dupla en el estudio, se cansó. Se fue ya que no tenia porqué aguantar el acoso permanente, desleal y misógino del co-conductor “macho”. El era un hombre criado en un ambiente estricto. Lo hizo porque arrastraba una conducta desde su país que no supo ni pudo revertir. A fin de cuentas para ella hacer el esfuerzo de participar de dos horas de radio, no valía el esfuerzo de viajar, ni el salario compensaba el soportar estas microagresiones.
¿Podría haber hecho algo distinto que dejarla ir? Poco vale especular, pero no era la primera vez que este tipo de conductas me había rondado, afectando a integrantes del grupo de trabajo. Cuando estaba en Radio Nihuil, hubo un momento en que un compañero de trabajo fue víctima de abusos emocionales continuos por parte de muchos. Años después, reflexionando sobre estos sucesos del pasado, que todavía duelen, nos preguntábamos si hubiera sido posible hacer algo distinto, si en ese punto yo no lo percibía. En ese instante sentí algo que he venido sabiendo intelectualmente, sobre los privilegios inherentes a un color de piel, una clase social, un determinado género y una orientación sexual. La interseccionalidad de estos privilegios que se poseen nos enceguece de los padecimientos de quien está un escalón más abajo en la consideración de la sociedad que nos toca vivir, en cada momento histórico.
No se ve. Es una ceguera tremenda. Una vez siendo el productor de un programa de TV en un prestigioso canal de cable, armamos un programa con foco en el intendente de la ciudad. El conductor del programa invitó a una joven periodista, cuya solidez y agudeza compensaba su estilo de periodista conciliador. Las preguntas iban y venían las respuestas, hasta que en un punto la periodista hizo una aguda pregunta. El intendente, en vez de responder se escapó alabando la valentía que tuvo ella para hacer esa pregunta y remató diciendo que era imposible responder con la magnífica minifalda con que siempre aparecía en las conferencias de prensa en la municipalidad. Y no respondió. Nadie en el estudio dijo una sola palabra. Quedó como una salida elegante.
Ningún responsable se acercó a la danmificada para pedir disculpas por la agresión recibida. ¿Percibía el periodista estrella ese acto como agresión? Las autoridades del canal además de priorizar los negocios, endebles en ese punto ¿vieron que se estaba cometiendo un abuso contra alguien de su personal? ¿La oficina de recursos humanos tomó acciones para proveer apoyo y consejería por la agresión? Inmersos como estamos en los privilegios no somos capaces siquiera de hacernos estas simples preguntas.
La partida de una de las más brillantes periodistas con quien me ha tocado trabajar me puso de frente a un problema. Cómo llenar el vacío que dejaba su partida. Revisamos en la lista de todos quienes se habían presentado a la convocatoria al comenzar con la radio. No había quien pudiera llenar nuestras expectativas. Aquella tarde cuando volví de la oficina del editor, ya no caminando al calor del verano, sino manejando nuestro autito blanco, debí enfrentarme con uno de los monstruos que mantenía guardado en el baúl. Cuando le pedí la reunión para actualizar los cambios inesperados en la conducción del programa de radio, el editor me dijo venga esta tarde y hablamos. Ya en la reunión, fue tan natural como lo dijo, que no pude decirle que no. “Usted esta formado en la radio, ha venido trabajando en este ámbito por mas de quince años, usted es quien debe ocupar el puesto libre frente al micrófono. De paso nos ahorramos un salario”, culminó.
Mi experiencia al frente del micrófono había sido solo casual, siendo productor de radio alguna vez me tocó reemplazar al conductor del programa o intervenir en alguna discusión aportando una idea o una voz disonante. Lo hice en Buenos Aires, en 1976 rozando con mis comentarios las charreteras de los militares en el gobierno. Años después en Radio Nihuil varias veces, creo que los jueves, cuando los habituales conductores salían a tomar un café en el centro.
Recuerdo una vez que, con la excusa de no querer entrevistar a un famoso músico me dejaron solo frente a Alejandro Lerner. Luego tuve oportunidad de compartir con Lerner esta anécdota. Él recordaba la radio, si, pero no a mí. Aquella fue mi primera entrevista a un famoso.
Y cuando tuve el rol pleno, no me fue bien. Siempre con ribetes tragicómicos, cada una dejando una enseñanza distinta.
La primera fue en Radio de Cuyo. Me dieron la responsabilidad de hacer un programa dedicado a la actividad agropecuaria. Sábados de 6 a 8 am: “Los frutos de la tierra”. Guardo muy buenos recuerdos de aquel programa, enseñanzas para toda la vida. Compañeros, temas, entrevistas. Lo triste fue la salida. De un día para otro me sacaron del aire. El director no tuvo el valor de decirme la verdad. Las críticas que me había venido haciendo, me han servido para siempre. Era consciente de mis posibilidades y de mis limitaciones. Pero el puñal bajo el poncho, no lo había visto aún.
Un domingo viajé a San Juan, a pasear. A la hora del almuerzo elegí una parrilla en un boulevard muy ancho, creo que camino a la montaña. Me senté a una mesa y pedí una parrillada completa, pues el aroma me sedujo desde que entré.
En la mesa contigua, detrás de mi, había un señor que llamaba la atención por la fuerza de su voz, tenía una amplia caja de resonancia gracias a sus anchas espaldas y generoso abdomen. La conversación que mantenía con otros dos, que no podía ver, era más jugosa que la carne que me sirvieron. Hablaban de como se mudarían a Mendoza, que habían obtenido la promesa del director de “La LV10” de tener todo el sábado a la mañana, para hacer cobertura de ciclismo y la previa del fútbol del domingo. Una mañana netamente deportiva.
Pagué aquel indigesto asado y cuando salía, entraba el breve director de la radio por una puerta lateral, seguramente para sellar el acuerdo del comienzo del deporte y el fin de Los frutos de la tierra.
La segunda vez en Cuyo, fue en Radio Nihuil. Cuando todos los productores de la radio, los de la mañana y los de la tarde, junto a la periodista que hacía el móvil, y alguien más que se me despinta por el tiempo, decidimos hacer un programa, casi de trasnoche el día sábado.
Nueva Generación Ley 1414 denominamos al programa que reunía elementos disímiles, reflexión, información relevante pero muchas veces oculta y un grado de irreverencia que animaba a los oyentes que sentían, muchas veces estar al borde del precipicio, sin saber muy bien donde iríamos a caer, todos.
En el que luego supimos seria el ultimo programa, uno de los panelistas, generalmente éramos cuatro sentados a una mesa, anunció que comentaría algo de la Madre Teresa. Muy suelto de cuerpo le pregunté si era con rima o sin rima. Luego de un instante de sorpresa y silencio, me respondió que sin rima y leyó el artículo prometido.
El lunes desapareció el programa. Nunca mas volvió al aire. Específicamente a mi me suspendieron 15 días por la ofensa cometida. Como hay suficiente jurisprudencia sobre el castigo basado en una interpretación y con todos esos textos legales bajo el brazo, fui a ver al responsable de recursos humanos de la administración de la radio. El sujeto, cara de piedra, me hizo firmar la notificación y me anticipó que la suspensión se haría efectiva en el corto plazo. Firmé, pero con la reserva legal del caso. Antes de salir de su oficinita le dejé los antecedentes legales que traía. Al tiempo me anunció que nunca había llegado la queja formal y por escrito de una amplia y quejosa audiencia. La historia oficial era que, desde la noche misma del programa, habían comenzado las amenazas telefónicas. Amenazaban comenzar en las puerta del cielo, haciendo tronar el escarmiento y llegar hasta el confín del infierno, donde yo quedaría sepultado para siempre.
Interesante resaltar que aquellos que supusieron otra rima, en realidad no hacían más que proyectar su propia suciedad mental. Hay muchas variantes, en mi caso mesa y milanesa me parecían las más normales rimas con Teresa. Nunca pasó por mi cabeza alguna ciudad de la India.
El resultado fue que quedamos sin programa de radio. Para mí era la segunda vez que mi relación con el micrófono terminaba de manera conflictiva. No fue la última, pero de esa historia hablaré más adelante.
Hace 20 años, tomé aire, me metí dentro del estudio, dejé atrás miedos e inseguridades y comencé a establecer un diálogo con la comunidad que perdura de radio en radio, de estilo en estilo, siempre siendo el mismo. Un oyente se me acercó un día y me dijo que me había venido siguiendo desde que escuchó por primera vez mi voz en la radio. Me dijo que le encanta escucharme, que no sabe qué es lo que digo, porque no me comprende, pero es feliz oyéndome. Espero que este ejemplo no sea reflejo de la mayoría.
La comunicación es el punto esencial de los humanos. Es vital y gracias a nuestra capacidad de hacerlo, el homo sapiens ha llegado al lugar en que está hoy. Y ninguno de los otros homínidos esta rondando a nuestro alrededor.
Por ahí leí que hay nueve posibilidades de no entendernos. Porque detrás de las palabras hay intenciones, hay deseos, existe una agenda. Pero esto sucede también en la cabeza de quien lee o escucha esas palabras, de quien ve en la pantalla o en los trazos de los oleos de Vincent van Gogh. Hay muchas posibilidades de interpretación, por más ajustado que sea el discurso.
Sobre la base de ese tembladeral es que se asientan los discursos exclusivistas. Ellos brindan seguridad: “las cosas son así, y no son asá”. Es fácil adherir, brinda seguridad. O se es blanco o negro, hombre o mujer, vegetariano o carnívoro, de Boca o de River. Ojalá la física cuántica sea más fácil de entender, pues esto nos explicaría que la realidad es un continuo y que lo único permanente es el cambio.
Lo otro, es decir lo diferente, lo que rompe el molde. Lo que implica la imposibilidad de supremacías de cualquier tipo, porque siempre habrá disidencia, diferente lectura; eso requiere mucho tiempo, paciencia y sobre todo, como leí por ahí: no te lo tomes de forma personal “no es contra ti”. Entonces como decía la canción que nos hace lagrimear. Let it be, déjalo ser.
Toronto es una ciudad que alberga a casi 200 idiomas diversos. Cada idioma es portador de una cultura. Desde hace 20 años que vengo viendo que la tarea requiere mucho esfuerzo, que todos somos responsables de encontrar las coincidencias para, sobre esa base, construir espacios de convivencia.
La tarea no es sencilla, me recuerda una escena de “Atrapados sin salida”, donde el protagonista, interpretado por Jack Nicholson, intenta arrancar una fuente de agua para romper la ventana y así alcanzar la libertad. Otro de los internos le advierte:
- “No seas estúpido. No se puede hacer eso.” Y él le contesta:
- “Yo sí puedo, todo es posible.”
Entonces intenta hacerlo con todas sus fuerzas, hasta el punto de que las venas de su cuello parecen reventar por el esfuerzo. Después de unos minutos se da cuenta de que nunca va a poder mover ese pesado mamotreto que provee agua.
- “Ves, te dije que no podrías hacerlo,” le dice el otro interno.
- “Pero al menos lo intenté, de acuerdo, al menos lo intenté”, le responde.
Toronto 25 de junio 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.