“Las Cenizas del Volcán” es un relato para ayudar a encontrar la identidad a los hijos y nietos robados en la dictadura, contado desde la historia novelada de mi familia, buceando en los ancestros y la propia identidad, sabiendo que somos como somos por las constelaciones familiares que nos precedieron.
Las Grutas, 2012
Las cenizas del volcán
Novena entrega
Todo comenzó con la misteriosa muerte de Fontanarrosa que más bien parecía censura de voces divergentes, supuse al oír los programas con Alejandro Apo los fines de semana sin televisión ni pasa-cassettes, con mi música amada, muda, en sus cajitas. Tampoco tenía ganas de apagar todo y solo escuchar el silencio que me llevaba a revivir tantas voces siempre del pasado, lejano.
¿Únicamente fútbol? ¿Será posible que haya millones de personas mirando unos chabones corriendo atrás de una pelotita? Como el tema que canta la murga uruguaya “Agarrate Catalina”. Tantos años de mujer intelectual y feminista me habían llevado a desconocer cómo venía la mano, parafraseando el libro de la historia del rock and roll del pope Miguel Grimberg y esos viejos tiempos de la Multiversidad de MUTANTIA porteña donde en vez de universidad, una sola visión, el tema era la multiplicidad de visiones.
Era cuando hacía añares dormía allí, en alguna carpeta, ese artículo de Gramsci que pensaba, antes, explicaría todos los por qué.
Aunque únicamente ese viejo dicho del Indio Oscar Camejo del Barrio Universitario tenía la pista: “Estamos como estamos porque somos como somos”. Lo seguía diciendo cuando nos encontramos en las Olimpíadas de Humanidades del Comahue. Porque el viento patagónico sopla y nos aleja o reencuentra…
Tal vez nos encontremos con Germán, el ex esposo de mi prima “Pelusa”, la hija de Hebe León Barreto (la única Hebe que conocí hasta la Madre de Plaza de Mayo) que fue preso político en Córdoba. Germán era de Unquillo, como el tenista Nalbandián, el pueblo vecino a Villa Allende, donde tía Hebe fue directora de escuela y se había casado con quién fuera obrero de las fábricas automotrices en la época del Cordobazo, pese a la oposición de su familia. Mi prima nunca había sabido la militancia de su esposo. Padeció la represión cuando lo buscaban. Lo supe por las compañeras cordobesas que me contaron la heroica fuga de las presas políticas de la Cárcel del Buen Pastor, totalmente silenciada… ¿Por ser mujeres, compañeras militantes, en una historia tan machista?
Ignoraba que el secreto estaba en el Fútbol para Todos. Fue algún programa de Alejandro Apo, misteriosamente desaparecido de las radios, lo que llevó a preguntarme si acaso era posible hubiera escrito en “La Hortensia, puro humor cordobés” Fontanarrosa, un rosarino, del Bar el Cairo. ¿Habría sido posible, acaso, en los ’70, un infiltrado en la revista que era orgullo de identidad cordobesa? Absolutamente imposible, diría, recordando los tiempos de la identidad firme.
Como la señora del dr Reich, el respetado médico del pueblo, al contarle que había estado con otra compañera, tucumana como ella, quiso verla.
-Mi padre y mi hermano fueron desaparecidos en la dictadura. Papá era un suboficial peronista incluso luego del ‘55 y mi hermano, seminarista-. Me mostró las fotos. El hermano tenía ese aire luminoso de los militantes cristianos de entonces. -Tal vez alguien sepa algo-.
Le pregunté a Anita Romero, la compañerita presa cuando era menor de edad, como Silvita Nivroe, la otra adolescente tucumana que también estuvo en la cárcel de Devoto luego de ese infame traslado de las compañeras norteñas y tan pocas de Tucumán, con Inés, la Hormiga, la artista de ese sensible dibujo que me regalara en una tarjeta de cumpleaños y que pude salvar de las requisas rompe todo, mandándosela a mamá y le pusieron ese horrible censurado, tapa de “Caleidoscopio”, donde había dibujado a Silvita y sus bellos ojos con esa mirada de frío horror adolescente y el mensaje libertario con la letra redondeada, prolija, de la Hormiga.
Recuerdo la larga charla en la casa del doctor Reich. Esos comentarios casuales…
-Yo era del barrio tal…
-Mi hermano estaba allí, en la otra cuadra, en el barrio…
Cuando la nación parecía tan nuestra… Los tucumanos, con apenas unas palabras enseguida sabrían si eran o no del palo.
Así, supongo, deben haber sido los cordobeses de Hortensia. Si aparecía por la redacción…
-Un amigo, che-.
-¿De dónde? ¿De Rosario? Decile que venga mañana o pasado. Mejor aún. Que ya lo llamaremos. Que no estoy-.
Eran esos tiempos feroces en que se jugaba qué ciudad era la capital del interior, Córdoba o Rosario, frente a Buenos Aires del puerto, infame, vendepatria, siempre mirando al exterior. Con la guita de todos nosotros… Así, qué piolas.
Únicamente quedan resabios de esos rencores en la pulseada entre Macri y Krist. Ustedes y nosotros. Unitarios y federales. Nosotros tenemos el petróleo. Y les llevamos a ustedes, a precio subsidiado, lo que nuestra Patagonia tiene que pagar a valor dólar.
Ese verso lo oí hace 40 años, le contaba al señor de la Editorial de la Universidad del Comahue. Cuando fuimos con Hernán Silva, el profesor de “Historia Argentina” de la UNS, a visitar El Chocón, antes que lo cubrieran las aguas “para ver esa magnífica obra de ingeniería que haría de toda la Patagonia unos valles fértiles como estos, los del Alto Valle”, enseñaba, al pasar por Roca, Cipolletti. “Y ésta será la Universidad del Comahue, una hija nuestra, casi, de la Universidad del Sur. De ella egresarán los futuros ingenieros y técnicos que permitirán que toda la Patagonia salga del histórico atraso y todos tengan luz y gas y no tengan que emigrar a las ciudades a vivir en esas villas miseria como en Buenos Aires”.
Mirando los cartelitos de los 40 años de la Universidad del Comahue, le comenté al chabón cuyas canas lo mostraban contemporáneo de las mías.
-¿Lo recuerda?-.
-Sí, entonces hablábamos de que permitiría irrigar todo el valle- reconoció.
Me callé los recuerdos. Al profe del viaje, Hernán Silva, le decíamos “Pepe Botella”, como al hermano de Napoleón, medio petizo y retacón.
Tenía el aire tímido de Cobos, el vicepresidente. Supongo que habrá viajado con nosotros Rosarito, la ayudante de “Historia de España” que él miraba embobado siempre. En esa época estábamos todos en un curso o seminario de un cuatrimestre casi, para una beca a España. “Historia, Literatura y Arte de España” con los mejores profesores. Hice casi todo el curso, hasta que alguno me apioló que estaba todo preparado para que lo ganaran los profes, por antecedentes.
Eran los tiempos en que el profe de “Historia Contemporánea” era Bruno Pasarelli, tan parecido al que habría sido rector de la Universidad el otro año, el ingeniero Silva. Era un profesor terriblemente exigente cuando nos enseñaba marxismo. No pude creer cuando, añares después, en una revista “El caudillo”, tal vez del año ’80, de papá, siempre tan nazionalista, encontré un artículo totalmente facho del profe Pasarelli.
“Cambia… Todo cambia, que yo cambie no es extraño”, cantaba la Negra Mercedes Sosa.
Como a mí que me vino la fe en la cárcel-manicomio, la Unidad 20 del Servicio Penitenciario Federal, dentro del Hospital Borda, de hombres, para que jamás me ubicaran mis padres en ese pabellón de mujeres presas donde habían ido otras “subversivas” antes, me contaron.
-Hace unos meses vino una, totalmente destruida- me contó una. -Después la trasladaron-.
¿A dónde? ¿Quién era? ¿De dónde venía? Otra, solamente me dijo, rezando su rosario que llevaba al cuello como un collar:
-Akí solo sale quién no habla-.
Fue cuando una vez, al ver esos guisos con una extraña carne rojiza supuse dónde habrían ido a parar los desaparecidos y recordando alguna novela del canibalismo de las guerras me hice vegetariana al salir en libertad.
Era cuando usaban cualquier método para hacer desaparecer. Pero hoy, gracias a las Abuelas de Plaza de Mayo, se sabe que las huellas genéticas están dejando sus pistas en tantos lados, comenta un viejo rastreador a Trotsky, el perrazo asesinado vilmente que ayuda a la abuela Mariani a seguir el rastro de su nieta Clara Anahí… Están en los pelos, los dientes que les quitaran dejándolos a todos rapados, desdentados para ponerles unos nuevos, estéticos, dicen… Pero también en las uñas, asegura en el Día del Animal, nuestro tierno perrazo que mataron por su nombre, nomás. Porque si era perrita iba a ser Rosa Luxemburgo, la revolucionaria que se atrevió a discutir hasta con Lenin y Stalin sus órdenes verticalistas. Y se fue con su compañero del Movimiento Espartaco… Jamás pude leer nada de ella. Conocí sus ideas por María Inés de La Fuente de Carabajal, que fuera la directora de la escuela 110 del pueblo, la Escuela Grande, le decíamos, la esposa del dueño de la imprenta frente al hospital tan parecido a Gonzalez Oro, el periodista deportivo de la tele y que perdiera el terrenito que tenía por las deudas del Banco para la imprenta donde editaba su periódico local donde estaban explícitos los negocios de las petroleras que simplemente expoliaban llevándose limpitas las ganancias. Entonces María Inés, con su salario docente bancó las carreras de sus hijas, una con el doctorado en el mal de Chagas y la otra ya psicóloga buscando laburo rentado porque solo aparecen voluntariados, me contaba.
Nunca tuve la posibilidad de leer a Rosa Luxemburgo. Eran totalmente ignoradas sus críticas a la burocracia del partido que ella anticipó, cuando luego de su asesinato se instaló la dictadura stalinista finalizando esa primavera revolucionaria rusa cuando hasta Trotsky, por sus tesis de la importancia del arte para la revolución permanente fue asesinado en México. Tal vez por amoríos con Frida Khalo y celos del pintor o por el verticalismo soviético que Stalin gobernaba con mano de acero.
Estos temas me agudizan la persecuta… Me preparo un café (malta, en realidad) con leche, preguntándome por su calidad. Porqué no se hizo el yogur con la leche hervida y al dejarla a la infalible temperatura de poner el dedo meñique izquierdo y que no queme, agregarle cucharadas de yogur. No se hizo el yogur…
¿Para cuándo tendremos las vaquitas lecheras, para ver si son vacas locas de feet lot o fábricas de leche, rayadísimas como los pollos presos en jaulitas infames? Está clarísimo en el libro “Malcomidos” de la periodista argentina.
Mastico unas nueces. Para la persecuta nada mejor que los frutos secos, tres nueces al día equivalen a un bife, dicen los naturistas. Lo recordé desde que miré el excelente programa de autismo de la Fundación SUN-RISE, donde una semana con comida totalmente natural, los chicos mejoran. O porque son tratados con amor y respeto, supongo, también. Un especialista explica que las cesáreas suelen una de las causas del autismo…
Se multiplican las dudas… ¿Por qué las semillas de chía, sésamo, lino que dejé en remojo, ninguna brota…? ¿No serán modificadas genéticamente? Así descubrí la soja transgénica. Era imposible le salieran los riquísimos brotes para ensalada… ¿Por qué? Las dejaba en remojo, con un poquito de agua y lo único que lograba era que se pudrieran. Así descubrí qué semillas son transgénicas ¿TRANSGÉNICAS…? Todo lo es, ya… Hasta el aceite de girasol y maíz… Únicamente el aceite de oliva si se mira su producción, que sea de aceitunas prensadas…
Delante mío, medito, paranoica, con las aceitunas que tendré si algún día planto un olivo, el símbolo de la paz, de Palas Atenea, la diosa griega de la justicia, las artesanías y la democracia en paz.
¿Y si acaso las pastillas anticonceptivas ocasionaran los trastornos de malformaciones porque se cuadruplicó su número?
Se ignoran los métodos anticonceptivos de los pueblos originarios, como lavarse con la propia orina luego de hacer el amor, como me contara la abuela Amandina Ortega, la portera de la escuelita rural, criada entre los mapuches. Un método muy eficaz, como lo probé yo misma, durante añares, luego de la pérdida de ese embarazo ectópico.
-Claro, por ser tan ácida, no sobreviven los espermatozoides- comentábamos, porque era muy sabia y siempre compartíamos las revistas “Vida Sana”, de su iglesia.
Y el tema de esas vacunas obligatorias, hasta para niñas de 11 años… No hay como el forro, pienso.
¿Podría haber algún negociado de obras sociales como la bancaria con medicamentos para sida, cáncer y hemofilia…?
Recordando la talidomida de los sesenta, ¿quién controla los laboratorios criollos o extranjeros si akí hay hasta aspirinas truchas? ¿Y las drogas psi de pastillas de diseño que se pasan los pibes para volarse las neuronas y tal vez algunos genes de…? No habrá algún Mengele diseñando a sus hijos, todos con esa rara enfermedad que antes era casi inexistente y cada vez más… Fabriquemos algunos más para probar la vacuna, primero, porque la rentabilidad es del total de los niños menores de… Multiplicamos por… Y el tratamiento, después… Además le sumamos las del mercado negro… Parece un negocio interesante.
Alguna vez supuse que tal vez me habrían dado esas raras pastillitas de todos los colores, en ese coctel de medicamentos. Porque en solamente tres meses internada en la unidad carcelaria del Hospital Borda me borraron absolutamente toda la memoria, que trabajosamente he podido recuperar, en parte.
¿Me habrán dado alguna para que apareciera esa fe, tan absolutamente profunda, tan loca, diría hoy? Pero añares sin tomar medicación alguna y la fe sigue, tambaleante, a veces, trémula, vacilante, temerosa. Pero sí, de totalmente atea, me volví cristiana allí.
Por eso en libertad intenté estudiar el porqué de mi fe, luego del largo proceso de ir intentando recuperarme del absoluto estado de piltrafa humana en que me había dejado el prolijo “tratamiento” de borrón de miles de neuronas con drogas psi que describo en “Caleidoscopio” y que me ayudó, después, a superar el “Síndrome de Bournout”, stress a la enésima, de los últimos años docente.
Seguí el mismo camino, trabajoso, de una combinación de nutrición, trabajo corporal y juegos lógicos para ejercitar el bocho. A los siete años recuperé la lectura, pero nunca más esa pasión que tuve antes. Pero cuando me encontré con el contador de La Segunda, sucursal Las Grutas, que tuvo necrosis cerebral por un incendio y que en apenas un año recuperó lo cognitivo en el tratamiento en el Instituto Flening, cubierto por su obra social, sumé más información. Sólo me invadió la indignación del abandono estatal y fundamentalmente del gremio docente. Porque recurrí a todas las instancias posibles para tener la atención interdisciplinaria que nos corresponde, de la Ley Nacional de Salud Mental. Porque a las víctimas del terrorismo de Estado y ex soldados de Malvinas, es el Estado kién debe garantizarnos la rehabilitación, como a todas las víctimas… Sobrevivientes y familiares de Embajada de Israel y AMIA, Río Tercero, Cromagnon, inundaciones, etc., etc.
Fui alumna del Seminario Menor del Instituto de Cultura Superior, Rodríguez Peña casi avenida Santa Fe, en esa Buenos Aires de los años ’81 y ‘82. De esos tiempos recuerdo la calidez de la Hermana Clarita hasta que la Guerra de Malvinas y eso de que “Dios es criollo” me llevaran, otra vez, a “La Noche Obscura de la Fe” como decía San Juan de la Cruz, el místico español que se salvara de la Inquisición como Santa Teresa de Ávila, que fundara la orden de las Carmelitas Descalzas. Era, entonces, la única oportunidad que tenían las mujeres de elegir su camino en esa España del Siglo de Oro. Y el destino de las mujeres era lo que muestra clarísimo la peli “Yo, la peor de todas” de Sor Juana Inés de la Cruz, intelectual perseguida por ser diferente, tal vez.
En la cárcel de Devoto le había pedido a papá me llevara el 2° tomo de “La edad de la fe” de Will Durant, porque tenía un buraco de esos mil años de historia medieval… Y nada mejor que estudiar esos temas lejanos para no enloquecerme por el hacinamiento de cuatro presas en la celda para una sola persona y un ventanuco alto donde siempre faltaba aire. Y saber que lo nuestro era un privilegio porque en los campos de concentración la situación era mil veces peor.
Recordaba al profesor de “Historia Medieval” de la Universidad del Sur, Vilanova Rodríguez, un viejito español que también nos daba “Historia de España”, con su voz monocorde, en unas clases realmente aburridísimas. La única manera que había encontrado para poder recordar los mil años de la historia medieval, era ir a la hermosa Biblioteca Rivadavia de Bahía Blanca y buscar las novelas del tema que tenía que estudiar. Y con esas apasionantes historias chusmetas de amores y masacres por la religión, podía recordar esas historias.
Hasta el día en que fui a verlo al viejo profe a su casa, tal vez para un trabajo de investigación para la beca a España. Nunca olvidaré esa visita. Una habitación absolutamente llena de libros, apilados sobre y bajo la mesa y las sillas, apoyados en equilibrio inestable en las paredes porque los anaqueles de su biblioteca estaban completamente atiborrados de libros…
-Estoy terminando “La historia de los gallegos en América”. Aquí terminé “La historia de los gallegos en la Argentina”-. Y me enseñó un mamotreto de unas 700 páginas de letra chiquitita que yo tuve en mis manos.
Me acerqué a mirar los libros de la biblioteca, porque jamás vi una semejante.
-¿Quiere leer alguno?- me preguntó.
-Sí, profe- debo haberle dicho.
-Elíjalo- me dijo.
-¿Yo? No, mejor usted, que los conoce-. Miró los estantes. Y sacó uno, encuadernación en rústica, le sopló el polvo que cubría todos los libros y me lo dio.
-Lo leo y se lo traigo, profesor-.
-No, por favor- me dijo, con los ojos nublados. -Tengo tantos que no me alcanzarían los años para volver a leerlos. Qué mejor que estar en una biblioteca donde será, seguro, más leído.
Durante años la anécdota me quedó grabada. Hace poco tiempo recordé el nombre del profesor, Vilanova Rodriguez. Tal vez cuando la peli alemana “Good bye, Lenin” de Wolfang Becker.
Quizás por haber logrado que fuese un artista quién enmarcara esa pintura que le compré a Pablo Becker y el tapiz a Luisa Gómez, que fueron como abuelos de la Gubyta, cuando cobré el juicio al Estado por ex presa política.
Se los había prometido en la época en que parecía absolutamente imposible exigir la indemnización. Mi abogado, el doctor Elbio Blanco, de la APDH, ya juez, me parece, seguía ese juicio que parecía eterno e imposible.
Es lo que les digo a los pibes sin recuperar su identidad. Si nosotras logramos cobrar 3×1, por cada día de presas políticas, obviamente ustedes tienen que exigir 5×1, por cada día sin saber quiénes son sus padres. Y en juicios al Estado. Que los va a rechazar, entonces tienen que apelar y volver a presentar los papelitos. Con la Defensoría Oficial, gratarola, asesorando cada paso. Porque ya sabemos la persecución a los abogados piolas desde “La noche de las Corbatas” de la dictadura. Y la multiplicación de los buitres abogados privados. Pero sigan ante la Corte Interamericana de Justicia. Si no va, sigan ante la Corte Internacional de Justicia. Como hice yo, mientras estaban quiénes me decían si yo acaso creía que la justicia es justa. Era Palas Atenea la que me guiaba, sentía, entonces, totalmente pirada.
Cuando cobre la indemnización por los años de presa política les compraré una obra de cada uno, les decía a los abuelos Pablo y Luisa, cuando compartíamos los talleres de la Multiversidad de Miguel Grimberg y embarazada bailaba con la biodanzante de la Gubyta en mi panzota. Comencé a estudiar Plástica con el abuelo Pablo donde terminé por ser la única alumna. Seguimos, luego, en su departamento de la calle Terrero, cerca de la Plaza España con esas riquísimas comidas naturistas de Luisa y las plantitas de esa casa del arte, donde las pinturas estaban apiladas una tras otra y Luisa luchaba para que sus tapices mixtos de telar, macramé y vitrofusión entrasen en la categoría de arte. Me regaló esa Maternidad en cerámica cuando nació la Gubyta y luego una que era una lámpara que estaba arreglada por rotura y que nunca pude reparar aún.
Por eso les mandé un giro de correo o transferencia bancaria, en lo que sabía era muy buen precio y les pedí ellos eligieran la obra, una pintura y el tapiz, que hace años está en la puerta del iglú.
Los recordé cuando le hizo ese marco artesanal un artista con el mismo trabajo que le hizo a su cajón peruano, tallándole unos dibujos únicos y preciosistas.
Luisa siempre decía: una cosa es la artesanía, única, donde hay arte y otra la baratija de multiplicación de chucherías en serie de origen chino con mano de obra esclava.
La pintura de Pablo tiene una onda muy densa, sentí siempre. Hay algo obscuro en esas imágenes, como si la dictadura asomara por allí. Ni siquiera el taller de Biodanza, la más bella y sanadora de las terapias corporales, que compartimos con la Multiversidad en la isla del Tigre, puede borrar lo que solo asoma en esa pintura. Tal vez sean los recuerdos de cuando Luisa me contara que habían cuidado en su casa a perseguidos políticos de la dictadura uruguaya, porque ella lo era.
Y yo imaginaba a los chabones de la peli “La batalla de Argel” siguiendo con lupa a cada gilún como los pibes que se olvidan QUE TODOS ESTAMOS EN LIBERTAD RIGUROSAMENTE VIGILADA. Simplemente pescando, usándonos a algunos de carnada…
Cuando vi la peli “Good by, Lenin” recordé, esa noche, al autor del libro que me regalara el viejo profe de Historia Medieval y de España. Pero el titulo, aún no. Era de Sorel. Un alegato por la paz, antes de la primera guerra, diría. Explicando que las guerras sólo son para que se llenen de guita los mercaderes de armas. Que el proletariado pone el cuerpo, siempre carne de cañón.
¿Qué habrá sido de la vida de ese profe, sobreviviente de la guerra civil española? ¿Dónde fueron a parar sus libros? ¿Se habrán salvado de la quemazón de la dictadura? Tal vez haya quedado algún ejemplar de su “Historia de los gallegos en la Argentina” en la Biblioteca de Humanidades de la UNS, Bahía Blanca. ¿En la Biblioteca Rivadavia? ¿En el Centro Gallego de Buenos Aires? ¿En la Universidad de Salamanca, tal vez?
Parece tan nimia esa preocupación por el libro de un anciano profesor cuando han desaparecido personas, bebés, historias. Pero cuando leí “El hombre en la búsqueda de sentido” de Viktor Frankl, el médico judío sobreviviente del genocidio nazi y su pedido de salvar únicamente, su libro, el fruto del trabajo de toda su vida, recordé a mi viejo profesor.
Imaginaba que, a lo mejor, se habría muerto poco después, tal vez, de pena. Vaya a saber si, como le hicieran en Chile a Neruda, el poeta de la Isla Negra, los milicos entraron pateando la puerta, supongo, destruyendo todo, tirando abajo y rompiendo los tesoros afectivos, recuerdos de…
A lo mejor, logró irse antes. Como el poeta Antonio Machado con su mamá, viejita, subiendo los Pirineos, con sus valijas llenas de libros y sus manuscritos. Trabajosamente subiendo las montañas, nevadas, para llegar a la libertad de la Francia. Su madre muere en el camino, lo vi en un viejo programa de canal @. Pero al llegar al pueblito francés, ya estaban los nazis. Tal vez le hayan decomisado sus últimos poemas. No lo sé.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta%