El Gaucho Martín Fierro
Parte 2
De otro tiempo pero que habita nuestro ADN, como quien se pasea por el parque del pueblo, a lomo de los recuerdos… ¿y también de los sueños? ¿Existió esta persona, la que encarna en forma de personaje, con esa vida tal al borde siempre? Así era el vivir del gauchaje, esa suerte de “clase social” que buscaba su lugar en el mundo.
Por ello sus andanzas también son un juego para decodificar sociológicamente y, cruzadas con las variantes de la historia, advertir cómo suma a nuestra indentidad tanta vida vivida al borde de la muerte. Cuando las leyes se estaban escribiendo, cada hombre de a caballo debía defenderse de los otros gauchos midiendo territorio.
Pre democrático, el Martín Fierro vivía en un mundo tan inestable como de difícil tránsito. Pero ya sabemos que la vida ocurre a pesar de las adversidades de todo tiempo y lugar. Alguien entonces tuvo el ardiente deseo de hacer de la descripción de esa realidad ninguneada, lo que luego se convertiría en una obra de tanto éxito.
Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remuento el vuelo.
Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama,
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas.
Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato
que nunca peleo ni mato
sino por necesidá
y que a tanta alversidá
sólo me arrojó el mal trato.
Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.
II
Ninguno me hable de penas,
porque yo penando vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho más alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones;
¡la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer…
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
Entonces… cuando el lucero
brillaba en el cielo santo
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho… que era un encanto.
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
empezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Este se ata las espuelas
se sale el otro cantando,
uno busca un pellón blando
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
El que era pión domador
enderezaba al corral
ande estaba el animal
bufidos que se las pela
y más malo que su agüela
se hacía astillas el bagual.
Y allí el gaucho inteligente
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dio.
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciéndose gambetas.
¡Ah tiempos!… ¡Si era un orgullo
ver jinetiar un paisano!
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no había uno que no parase
con el cabresto en la mano.
(continuará)
Biografía de José Hernández
Por su hermano, Rafael Hernández
Hallose en la acción de San Gregorio con don Prudencio Rosas, que trajo la gente del Sud en 1853, y también en la del Tala; fue teniente en el Regimiento del coronel rengo Sotelo, y en 1858, a causa de un duelo en el campamento, y habiéndose hecho Reformista, con Calvo, emigró a Entre Ríos y fue empleado en el comercio y oficial 2.° en Contaduría Nacional en Paraná.
Aprendió por referencias casi, el arte de la Taquigrafía, y sin maestro, en siete meses de ensayo, estuvo apto para ocupar el cargo en el Honorable Senado de la Confederación, que desempeñó varios años, bastando su solo lápiz para tomar y traducir las sesiones allí, donde había oradores de fuste, como Zavalía, Campillo, Severo González, Calvo, Ángel Elía, General Guido, Zuviría, etc.; y además en las sesiones solemnes de la Cámara de Diputados y en la convención de Nogoyá.
Ejercitando sus excelentes dotes de observación, se hizo estudiante de derecho constitucional al tomar los importantes debates de aquellos ilustrados patriotas, que tenían a su cargo la gran tarea de constituir la República bajo la forma federal en que hoy se halla.
Veinte años después, esas observaciones ampliadas con sus lecturas, fueron el caudal de conocimientos en materia de derecho constitucional que manifestó en el periodismo y en la Legislatura de Buenos Aires, en varios períodos de representación.
A mi lápiz de taquígrafo, solía decir, debo mis estudios constitucionales. Lo cierto es que sus maestros no fueron simples teorizadores, sino constituyentes de verdad.
En la campaña de Cepeda perteneció al batallón Palma (N.º 1.º de línea), en clase de ayudante, y se distinguió en la batalla por su valor y resistencia infatigable en las tareas de todo el día y la noche del 23 de octubre.
Durante la presidencia interina del general Juan E. Pedernera fue su secretario privado y esto formó un vínculo de cariño entre ambos que solo se turbó con la muerte; después de Pavón y «Cañada de Gómez», donde se halló, ascendió a Sargento mayor efectivo del Ejército Nacional, título que no reclamó jamás de los gobiernos posteriores que combatió. Poseía abundantes apuntes para la biografía del benemérito guerrero puntano y había escrito la del General Ángel Vicente Peñaloza, bajo el título Vida del Chacho, que se reimprimió en Buenos Aires en 1875 con motivo de un discurso sensacional del doctor Rawson en el Congreso recordando con elogio al patriarca de la Rioja, que fue asesinado por jefes nacionales en Olta el 2 de noviembre de 1863, con aprobación y aplauso oficial de Sarmiento, que era gobernador de San Juan. Esto conmovió bastante a la juventud ingenua que se había educado bajo la influencia de una historia ficticia elaborada por la pasión intransigente de los partidos, que desfigura los hombres, falsea los hechos y desnaturaliza las cosas.
Fue Fiscal y luego Ministro de Hacienda en Corrientes; hizo la campaña con el Gobernador derrocado por fuerzas nacionales don Evaristo López; participó en todas las campañas mantenidas por la resistencia armada de Entre Ríos, con el general López Jordán hasta Ñaembé, de donde a causa de la derrota final, emigró por tierra al Brasil.
Esgrimiendo siempre la espada y la pluma, guerrero, revolucionario, periodista, orador popular y muy prestigioso en el pueblo, trabajó mucho y no disfrutó nada. Redactó muchos periódicos, El Argentino en Entre Ríos; como corresponsal político de la Reforma Pacífica; y en varios del Rosario. Redactó con Soto La Patria en Montevideo y fundó en Buenos Aires, el Río de la Plata, cuya propaganda era: autonomía de las localidades, municipalidades electivas, abolición del contingente de frontera, elegibilidad popular de jueces de paz, comandantes militares y consejos escolares.
De formas atléticas, poseía una fuerza colosal comparable a Ratetto, el hércules de nuestros circos, y una bondad de alma comparable a su fuerza. Decidor chispeante, oportuno, rápido y original, se conservan entre sus amigos interesantes anécdotas; pero jamás hiriente en sus chistes epigramáticos. La nota bulliciosa vibraba siempre a su alrededor, no por cuentos que refiriese, sino por sus ocurrencias felices y siempre criollas.
Perteneció constante al partido federal, hoy nacionalista: fue Diputado y Senador; afrontó las cuestiones más trascendentales, prestigiando con su palabra como Diputado, en imperecedero debate, la cesión de Buenos Aires para capital de la República; presidió la comisión popular en la gran fiesta de la piedra fundamental de La Plata, como presidió también la sección de las provincias en la Exposición Continental y la Cruz Roja en la revolución de Tejedor.
Cuando se dispuso reformar la constitución en 1869, formose una coalición de los directores de diarios influyentes para llevar a las bancas de la Convención los hombres más preparados del país. El partido político restos de unitarismo, que había dominado 25 años, empezaba a dividirse en dos bandos. La figura de Alsina acentuaba sus perfiles federalistas y trazaba su propio rumbo.
(continuará)


