“Cuando fui contactada para la revisión de “Aguas fuertes Marinas” sentí, desde la primera lectura, que iba a ser todo un desafío. Y aunque está claro que el título de esta obra parafrasea y dialoga con “Aguafuertes porteñas” de Arlt porque lleva en su esencia ese mismo fuego, esa misma sed de justicia, la tarea del visado se tornó para mí, más bien, quijotesca. No era capaz de tener una mirada neutral sobre el texto que me permitiera realizar en paz las correcciones. A cada página tenía que parar, algún nudo en la garganta o un extraño sentimiento de indignación, me hacían abandonar la lectura: me sentía como un auténtico Quijote de La Mancha luchando contra molinos de viento y que a su vez estaba leyendo sobre otros Quijotes embarcados en tareas igual de fútiles”.
Agua fuertes Marinas
Segunda parte
Observación etnográfica no participante
Es el final del juego. Allí se define si los jugadores saltan victoriosos las vallas de la carrera de obstáculos. Como caballos en un hipódromo, si la universidad es AAA. O simplemente una cuadrera cualunque, si apenas es B o C, un apéndice de alguna sede perdida en ciudad provinciana.
Todas las propuestas pedagógicas de acreditación como proceso, rebotan como pelota de pimpón ante el tribunal inquisitorio de la mesa de examen.
Se mantiene, incólume, la misma estructura de las primeras universidades, allá por el siglo XII o XIII de la Europa medieval.
Cuando llegan los profesores, una rápida ojeada a los grupos de alumnos confirma lo que ya saben:
Están, sentados, tranqui, comentándose las dudas de ese tema secundario, los alumnos del 9 o 10. Tienen a su lado, prolijamente arrolladas con cintita de bebé y un moñito, las cartulinas con colores y flechitas exactas.
Pasean nerviosos, como padres en sala de espera, durante el parto de la jermu, algunos que repiten, como loros, la fotocopia arrugada en la mano temblorosa. Sus afiches están doblados, tajeados en los bordes, con agregados de última hora, en otra tinta, esas palabritas que olvidaron poner antes. Son los del 5, 6 o 7. Depende, todo depende.
En una mesita toman mate quienes tienen la absoluta tranquilidad del ignorante. Los que se tiran a zafar.
-Si me toman la Unidad Uno, seguro apruebo. Preparé un tema que incluye una rápida ojeada al programa, a vuelo rápido y alto. Espero que a las brujas no se les ocurra hacer alguna pregunta sobre ese tema difícil…Decime vos, ¿a quién se le ocurre que tenemos que aprender esto? ¿Para qué? Si los pibes de la secundaria solo quieren…-.
Pálidas y ojerosas, lívidas, están las madres, sostén de familia, docentes sin título. Ocho escuelas, ocho planificaciones, ocho reuniones de personal obligatorio casi a la misma hora; 450 evaluaciones escritas para corregir por bimestre. Un pilón de trabajos prácticos se acumulan en la mesa del comedor. Los nenes solo ven a su progenitora atrás de papeles.
Más solos que hijos de docente, comentan con sus compañeros. De niños se enferman justo el día del examen. Desaparecen de la casa si son adolescentes, en desesperado llamado de atención, SOS, EXISTO, SOY. Y la dire sabe que si aprueba desplaza a su favorita por el puntaje. Entonces le encarga la preparación del acto escolar tres días antes del examen final.
Cuando llegan los profesores saludan amablemente a todos. Y esa rápida ojeada confirma lo que saben ya. Podrían hacer un cuadro de doble entrada con cuatro rubros: Excelente, Maso, Zafarellis y los absolutamente imposibles de aprobar porque no entran en el target docente: prolijo, educado y responsable.
Los profesores, cual psiquiatras de evaluación de personal, como policías de interrogatorio criminal, tienen sus roles también…
El bueno: ayuda con su pregunta para orientar a ese alumno cuya mirada asustada confirma que estudió poco.
El exigente: mira rápidamente su reloj para ver si ha cumplido con ese primer requisito de priorizar contenidos con capacidad de síntesis.
El tercero: se pregunta qué hago yo aquí… Siempre igual… Hace añares que se viene discutiendo en los ámbitos académicos la diferencia de evaluación y acreditación formal, numérica. Con este salario miserable… Aún no hay cronograma de pago. Me quedan catorce horas de trabajo. A lo mejor hay un tiempito para almorzar algo rápido, antes de la maratón de seis horas resumiendo teorías complejas, que deberían estudiarse con dedicación en un mes. Esto es apenas una selección del Reader’s Digest del saber académico. Y todo por un salario miserable.
A las 09,30 hs en punto, comienzan tomando lista. Un@ de los docentes se acomoda las gafas, otr@ cuello y puños, cual birrete y toga de juez inglés. No están la tarima medieval ni el puntero para el golpecito en los dedos. Pero la mirada del presidente de mesa a su colega ya define la calificación del alumnado, solo por su apariencia. Como eficiente kapo de camping que ante músico o artesano es un NONES. Una sonrisa de aprobación define el sobresaliente nueve que equivale al diez, que tendrá solamente en cuarto año, obvio.
El/la alumno/a, impecable, su perfumada remera, prolijamente planchada, demuestra que fue colgada la noche anterior junto a la carpeta de apuntes, cada fotocopia en su folio, clasificada y subrayada con regla; al final un resumen y además la red conceptual con las flechas exactas y precisas.
No cabe, absolutamente, duda alguna que la calificación numérica será antagónica de aquel/lla otr@ alumn@ que llegó 17 minutos tarde, con su pelo sin peinar, su carpeta en un pilón confuso de hojas sueltas mezcladas con fotos y poemas ilustrados. Y esa mezcla imposible de colores en su ropa…
Un gesto inaudible, levantando las cejas apenas, preanuncia las preguntas de ese tema totalmente cuaternario que está en letra casi indescifrable en la fotocopia, en esa nota a pie de página de las pésimas fotocopias que valen oro, porque ya se sabe que el verdadero negocio es vender otra cosilla. Esa preguntita disminuirá, obviamente, la nota del examen, desanimando, sutilmente, la vocación docente de ese/a alumno/a, con imposible mirada luminosa y alegre creatividad.
Esta mesa examinadora no se permite a sí misma la descalificación grosera de aquella otra cátedra que inquiere, solo para hundir al alumno, ese contenido del año anterior, reprobándolo.
Pero antes de terminar el examen, hará esa preguntita sutil, sobre ese temita, así, con diminutivo, subestimando casi la inquisitoria policial, que determina el target, el currículum nulo, lo que no figura en el programa ni mucho menos en la institución.
Hay estudiantes que prestigian nuestra universidad, y hay otros, que de ninguna manera podemos permitir que… Como en el Martín Pescador:
“Pasarán, pasarán…
Pero el último quedará”.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.