(viene de la entrega anterior)
El 14 de febrero de 2002, el día de los enamorados, falleció papá. Había estado internado en el 2° o 3°piso del Hospital Ramos Mejía: un pabellón carcelario… inmenso, larguísimo, a un lado estaban los hombres, al otro, las mujeres y en una T, los infecto-contagiosos con barbijo, flakísimos, enfermos de sida supuse.
Nos encontrábamos afuera l@s fumadores cuando entraban las señoras de limpieza, con unos trapos rotosos e hilachientos tipo Devoto, pasando el trapo solamente con agua.
Hace unos diez años, mi hermana estuvo internada en el Hospital Pirovano, en la sala de traumatología. Había tenido un terrible accidente automovilístico.
Recuerdo que fue justo cuando Makri asumía como gobernador de la city, con ese asombroso parecido a su esposo de entonces. Él era el bicicletero de Thames casi Gurruchaga, mientras ella trabajaba en su librería y mercería.
Yo misma vi la atención de excelencia de los profesionales que la atendieron cuando estaba con tantos huesos rotos. Además de autorizarla a ponerse la tintura de aloe vera que yo llevé de akí, de Las Grutas, su kinesióloga que estaba estudiando en Cuba, le enseñaba a mover cada músculo con un método tipo Pilates. Pero esta kinesióloga, una joven profesional capísima, después de una semana con esos turnos infames de los profesionales cubriendo las guardias de otros, se cayó del bondi, exhausta.
Es que los médicos tienen esos horarios absolutamente imposibles de soportar: de consultorio externo-guardia y otra vez consultorio externo. Vaya a saber por qué no se modifican para impedir que los trabajadores de la salud, terminen como trapos de piso.
Durante las noches nosotros, los familiares, habíamos conseguido turnarnos para acompañar a mi hermana en su internación. Es que había solamente una enfermera para atender a tantas pacientes inmovilizadas y con esos dolores agudos.
Pero había quienes estaban en una situación más jodida que la nuestra. Recuerdo a la hermana de una paciente que era empleada doméstica. Ella me contaba que tenía que pagar una acompañante, cuyos aranceles por noche eran casi lo que ella cobraba en un mes de trabajo.
Cuando sobrevino la epidemia de la gripe A, el personal de los hospitales trabajó mañana, tarde y noche atendiendo a los afectados.
En esa época los médicos que venían desde el extranjero a ofrecerse para trabajar por los niños desnutridos del norte, eran rechazados por el turraje que maneja el sistema de salud porque les faltaba la homologación del título. Se trataba de egresados argentinos que tuvieron que exiliarse, algunos durante la dictadura y otros por la crisis económica, pero que ahora querían regresar para ayudar.
Y mientras aquí se daban el lujo de rechazar a los médicos, en el interior, en Tafí del Valle, no había personal para atender nacimientos y entonces las parturientas eran llevadas en ambulancia a la ciudad. Con toda la guita que se recauda de una villa turística, esto era un despropósito.
Pero tampoco hay pediatras para partos en 25 de mayo, La Pampa, aún con las regalías petroleras. Entonces la gente que necesita atención médica, generalmente va a Catriel, a la clínica privada que pusieron los petroleros, implicando el vaciamiento de la salud pública, ya que sólo recibe atención quien tiene obra social, porque nuestros aportes a la obra social, van a las clínicas privadas…
El tema de la distribución desproporcionada de los recursos humanos y económicos en favor de unos y en detrimento de otros, salió a la luz en la revisación de una beba recién nacida sana.
En la sala de neonatología, aún con lo gélidos que suelen ser allí los inviernos, no había calefacción, entonces le pusieron una estufita eléctrica demasiado cerca. La beba se movió y se kemó la piernita. Aunque lograron salvársela en Neuquén, perdió un pie.
-¿Por qué no hay recursos suficientes para atender nacimientos en Veinticinco, SIENDO LA LOCALIDAD QUE APORTA LAS REGALIAS PETROLERAS A LA PROVINCIA? pregunté el año pasado, cuando viajé al pueblo por el cumpleaños del colegio secundario en el que fui docente. Hice esa pregunta porque había funcionarios provinciales entre los invitados.
-El tema es que hay que poner un anestesista cuyo salario es carísimo, fue la respuesta…
El año pasado fui al Hospital Clínicas de Buenos Aires, al cual no conocía. Se lo pregunté al taxista. Qué fue lo que le preguntaste. En el camino le pregunté al taxista si lo conocía, ya que yo, nunca lo había visto.
-Mire, es inconfundible-. Me señaló un edificio alto con una grela acumulada desde los tiempos de Evita.
-Parece que después no tuvo una mano de pintura.
En el inmenso salón de entrada del hospital de la UBA, de unos agujeros en el techo de harboard, asomaban unas lamparitas con cables colgando. No había ningún tipo de control por parte de los egresados de la carrera de Seguridad e Higiene en esa misma universidad.
-Por akí bailarán ratones y cucarachas, supuse, con mi clásica persecuta, mientras esperaba que me atendieran en Salud Mental.
Había ido a averiguar por un estudio que realizaban científicos del Conicet en el Hospital Clínica. Mi gran amiga había leído acerca de esto y en una de tantas charlas, me lo comentó: a través de un sólo cabello de una persona, podían determinar su nivel de estrés. Lo consideré fundamental para mi sanación.
Recuerdo que me atendieron tres doctores muy jóvenes. Uno de ellos tenía un inconfundible aire PRO, emanaba un entusiasmo a toda prueba. Otro, tenía un aire PJ-K, cuando yo le contaba de mi stress por haber sido presa política, se nublaba su semblante.
-Debe ser HIJ@ de desaparecidos-, supuse. Cuando les contaba acerca del terrible estado de abandono en que se encontraba el hospital escuela de la UBA y que parecía estar hecho para formar mártires de guardapolvo blanco, el otro doc el que tenía aire de ser hijo de exiliados, se sonrió.
De pronto llegó otro médico y le sugirió al pibe PRO que fuéramos a otro lugar… Lejos de orejas atentas chusmetas, supuse. Era otro de esos pabellones de una cama al lado de otra, separadas por una especie de sábana como cortina.
Les dije que había ido porque una compañera sabía que en el Hospital Clínica, unos científicos del Conicet estudiaban el stress de una persona a través del análisis de uno de sus cabellos. El doc se sonrió.
-Nosotros somos el equipo de Salud Mental-.
-¿Para tantos millones de porteños? ¿No será poco?-.
-Es lo que hay-.
La planta funcional de la salud pública depende de cada provincia… Y DE LO QUE NACIÓN LES PASE DE ACUERDO A LA COLORATURA POLÍTICA DE KIÉN GOBIERNA.
Tal vez ocurra como con en el gas y la electricidad: cuando Menem pasó el regalito de salud y educación a las provincias, onda, “tomen, esto es suyo, que cada cual se haga cargo” pero sin habilitar la guita que cada jurisdicción necesitaba.
Entonces cada provincia hace lo que puede y se le canta. Porque funcionan como feudos. Y lo mismo hace el gobierno provincial con los intendentes. Si son del palo, hay guita. Si no, naranja, ajo y agua, a joderse y aguantárselas.
Obviamente esto se podría solucionar utilizando la mano de obra ociosa de las FFAA, para arreglar el estado misere nobis de los hospitales y escuelas.
Hay ingenieros, técnicos, soldados, que evidentemente en esta nueva pandemia de covid-19, podrían construir y gestionar los hospitales de campaña para los contagiados. Y también arreglar los ya existentes con suma eficiencia. Inclusive valdría convocar a los ex soldados de Malvinas, quienes siempre cooperan en tareas solidarias, así como también se podría ordenar la presencia de tantos exonerados de las distintas policías. Esos que parece que se dedican a las mismas tropelías, para que se entienda, son el mismo estereotipo que los alumnos expulsados del colegio. Entonces, ya sabemos en qué termina eso: Barras bravas, saqueadores, etc.
(continuará)
Las Grutas, Río Negro,
marzo de 2020.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.