¿Qué celebran desde el gobierno, si no les fue bien en la elección? Es lo que repiten por tv, obviamente resentidos por la capacidad de movilización que el peronismo tuvo y tiene. Si alguien cree que una elección perdida acabará con el peso de la organización popular en la Argentina, es que desconoce la historia del país. Podrá haber mejores o peores momentos electorales, pero la memoria popular en la Argentina es de las más fuertes a nivel planetario, y no va a borrarse de un plumazo. No en vano somos país ejemplo mundial en materia de derechos humanos, de modo que en la ONU se nos ha otorgado la respectiva Secretaría.
Pero además, la presencia popular muestra una adhesión al peronismo y a sus máximas figuras actuales –Alberto Fernández y Cristina F. de Kirchner- que está más allá de la difícil situación actual. Porque es claro: quienes apoyan al gobierno, en su mayoría no quieren al Fondo Monetario y desearían no tener que pactar con él. Pero también, saben que el FMI cayó a este gobierno como desastrosa herencia de los tiempos de Macri. Y que si el gobierno tiene que lidiar con él, no es por gusto ni por capricho: fue el kirchnerismo el que le pagó en su momento, para que dejara de monitorear a la Argentina y tuviera que irse del país.
Es decir, que la negociación con el Fondo se hace por necesidad, no por gusto ni por afición. Y sus resultados jamás pueden ser gloriosos. Eso es lo que subrayan algunos políticos marginales y algunos comentaristas televisivos, llamando a no pagar. Se olvidan de decir que el gobierno de Cambiemos nos dejó en una disyuntiva sin salidas: no pagar es desastroso, y pagar será problemático. No hay tercera opción. Los partidarios del “no pago” hablan largamente de que el FMI busca el ajuste del gasto estatal, como si hubiera quien no lo sepa. Ahora bien, “olvidan” contar qué puede pasar si no pagamos. Por ahora, no se trata de “seguir charlando”, como dicen alegremente algunos, sino de pagar enormes cantidades para el año 2022: ya que si no hay acuerdo con el Fondo, está vigente lo firmado por Macri en su momento. Por ello, no hay la chance de llevar la negociación hasta la eternidad, mientras se va a la Corte de La Haya, o se hace un recaudo parecido: o se cierra un nuevo acuerdo, o se sigue con los plazos de pago pautados con Macri, o se entra en default, con la consiguiente saga de sanciones internacionales y restricciones al comercio y a las operaciones financieras.
La gente salió a la calle, cantó, bailó, apoyó, festejó. ¿Es que no tienen conciencia de que el momento es difícil? Muchos no saben detalles sobre deuda y otros problemas, pero saben que los precios no bajan, saben que los salarios no han subido lo suficiente. Saben, también, que para ellos es éste su propio gobierno, el que los representa: y que si con él las cosas no están bien, con uno más afín al privatismo, a los ricos y a las políticas de EE.UU., podríamos estar mucho peor.
De modo que no se trata de alegría por inconciencia, sino de memoria histórica e identidad popular: muchos de los pobres de la Argentina saben de qué lado juegan, saben quiénes los ayudan y quiénes los perjudican. Y saben que su gobierno está lejos de ser perfecto, pero está lejos también de traer lo que traen los gobiernos con fibra oligárquica, vestidos en sus pomposas referencias –casi siempre falsas- al valor de las instituciones y la República. Ahora sí se respetan las instituciones: no hay opositores presos con preventivas, ni se conoce vestigio alguno de espionaje ilegal como el que abundó entre 2015 y 2019.
Las máximas figuras del peronismo bailaron en Plaza de Mayo un sutil ballet discursivo. Cristina hizo notar sus aprensiones, Alberto respondió que no se pactará contra los intereses del pueblo. La enorme energía que la vicepresidenta desplegó, más la respuesta reiterada por el presidente, son la promesa de que el Frente de Todos podrá soportar el remezón de la negociación con el FMI sin fracturas internas. Mensaje importante, mientras la oposición se divide por cargos en Diputados y Senadores.
¿Qué celebran en la Plaza? Celebran su identidad de apoyo a la democracia, su tradición de pueblo en la calle, sus ganas de que el país pueda prosperar a pesar de todo. ¿Se podrá? El camino es difícil. Pero nadie aseguró, decía aquel laureado poeta, que todas iban a ser rosas.
Columnista invitado
Roberto Follari
Doctor y Licenciado en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis. Profesor titular jubilado de Epistemología de las Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Cuyo, Facultad Ciencias Políticas y Sociales). Ha sido asesor de UNICEF y de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha recibido la distinción Juana Azurduy del Senado de la Nación (año 2017) y el Doctorado Honoris Causa del CELEI (Chile, año 2020). Ha sido director de la Maestría en Docencia Universitaria de la Universidad de la Patagonia y de la Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Cuyo; y es miembro del Comité Académico de diversos posgrados. Ha sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoría de las universidades argentinas, además de otras de Ecuador, Chile, Uruguay, Venezuela, México y España. Autor de 15 libros publicados en diversos países, y de unos 150 artículos en revistas especializadas en Filosofía, Educación y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemán, el inglés, el italiano, el idioma gallego y el portugués. Uno de sus principales libros se denomina “Teorías Débiles”, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). En la misma editorial ha publicado posteriormente “La selva académica (los silenciados laberintos de los intelectuales en la universidad)” y “La alternativa neopopulista (el reto latinoamericano al republicanismo liberal)”.