(viene de la entrega anterior)
Hoy Fort Detrick es el centro de investigación y producción de armas biológicas antipersonales y contra los cultivos, para infestar objetivos seleccionados, mediante tanques de aspersión aérea, latas de aerosol, granadas, cohetes y bombas de racimo.
Posterior a la construcción de cuatro laboratorios biológicos del Pentágono en Georgia, ex república de la URRS, se detectó un brote de neumonía atípica en el país.
A respecto, la revista estadounidense Veterans Today (06-10-2013), publicó que el Pentágono invirtió 300 millones de dólares en un programa secreto de guerra biológica, en el Central Reference Laboratory, de Tiflis, Georgia, donde los militares yanquis controlan las vacunas para animales, reemplazando a los veterinarios.
En Georgia también opera el “Walter Reed US Army Medical Research Institute”, y en Kazajistán, otra ex república soviética, funcionan dos laboratorios biológicos del Pentágono.
Gerald Colby y Charlotte Dennet, describieron en su libro, “They Will Be Done. The Conquest of the Amazon: Nelson Rockefeller and Evangelism in the Age of Oil” (1996), de los experimentos yanquis de armas biológicas en Latinoamérica, empleando científicos y religiosos estadounidenses al servicio de Instituto Lingüístico de Verano (ISL), creado por la Fundación Rockefeller.
En los años 1960-1970 la CIA asesinó a miembros de tribus nativas de la Amazonía, mediante la propagación de diferentes virus para apoderarse de sus tierras ricas en yacimientos de petróleo.
Las técnicas aplicadas en Brasil y Perú fue el envenenamiento del agua, la comida y regalarle a los nativos ropas, sábanas y frazadas, infectadas con el virus de la viruela.
Con ese crimen las corporaciones de Rockefeller obtuvieron el acceso al oro, petróleo, diamantes y metales raros, porque los indígenas se negaban a abandonar sus ricas tierras; el método empleado fue el “uso de la fuerza”, según escribió uno de los misioneros estadounidenses, conocido como “el padre Smith”.
Sobran elementos para señalar a los verdaderos responsables del Coronavirus y sus muertos, y como aseguró José Martí: “Callar un crimen, es cometer otro”.
Estados Unidos y las armas biológicas, hay que investigar por ese camino…
Las Grutas, Río Negro,
marzo de 2020.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.