Convencido como estoy que el sistema político –no sólo en nuestro país- hace rato que no da cuenta de la realidad, que en términos cuasi cuánticos ya no puede mensurarse en tiempo y espacio, sino en velocidad de transformación, llego a la obvia conclusión que no es posible encontrar las respuestas buscadas sin un cambio de lógica en la manera de hilvanar los pensamientos.
Por ello me llamó la atención un artículo de política internacional que leí hace unos días. Allí se mencionaba que a diferencia de Rusia en dónde el ajedrez es materia prácticamente obligatoria para toda la población, los chinos tienen como materia obligatoria en la formación militar el Go.
Ambos –Ajedrez y Go- son juegos de estrategia y, según mi criterio, pintan acabadamente las diferencias en la dinámica de la construcción de las decisiones entre Occidente y Oriente; cuestión que para los que pretendemos “hacer política” debería llamarnos la atención si coincidimos con lo que postulo en el primer párrafo del texto.
Los invito a seguir leyendo pensando en nuestras prácticas políticas habituales.
El Go es un juego milenario originario de China y expandido luego profesionalmente en todo el mundo. Es conocido también como igo (japonés), wéiqí (chino) y baduk (coreano). En todos los casos, el significado es “rodear”, ya que el juego consiste en encerrar al oponente y las áreas vacías con el objetivo de abarcar un territorio mayor.
Como verán no se trata de “matar” a ningún rey -cuestión que hemos heredado de la Europa que nos colonizó- sino de ocupar territorio neutralizando al oponente ¿enemigo?
Otra cuestión interesante para marcar diferencias consiste en que el ajedrez supone el conocimiento de las reglas de movimiento de las piezas de 6 tipos distintos, es decir que las reglas están en cabeza de individuos con roles específicos, en un tablero de 64 posiciones posibles, mientras que en el Go -en una grosera simplificación a los fines del objetivo de este texto- todas las piezas son iguales, tiene pocas reglas, las obvias de los turnos para mover o no mover y dos principios de los que derivan algunas pocas reglas más: está prohibido el “suicidio” y la “inmovilidad” (cuando se reitera el movimiento para atrás y para adelante de una pieza, sin modificar la situación) y el tablero tiene 361 posiciones posibles, lo que incrementa las posibilidades en forma exponencial más allá que en el ajedrez.
La lógica del juego se fundamenta en “los grados de libertad” que cada pieza genera en su posicionamiento para el control del territorio.
Se me aparecen diferencias sustanciales en las consecuencias para la construcción política.
El poder, por ejemplo, no tiene, en el Go, investidura, no es algo que se posee por obra de alguna entidad imaginaria sobre alguna individualidad, sino que es concretamente fruto del territorio. Es decir, no es una cosa que se tiene sino algo concedido o atribuido por las circunstancias o -si se me permite la traspolación- por los habitantes del territorio.
No hay en el Go ejércitos -léase fuerzas opuestas- dispuestos en formaciones siempre predecibles, la disputa comienza en puntos estratégicos por su posición -digo: geográficamente ubicados- del tablero, no hay centralidad, sino ubicuidad.
El nivel de complejidad -si entendemos que ésta es la posibilidad de interconexión posible entre distintas posiciones- implica flexibilidad atendiendo a los grados de libertad.
En síntesis, el juego grafica una forma distinta de observar/imaginar la realidad del territorio atendiendo a que ella no es el mapa que podemos haber dibujado con anterioridad.
Los orientales incluyen también aquí aspectos místicos que tienen que ver con lo que por acá denominaríamos una mirada historicista.
Se acostumbra mencionar las enseñanzas de Sun Tzu desde la racionalidad de la Europa moderna en la que estamos formados, pero no intentamos cambiar la lógica con la que construimos las conclusiones. A tal punto estamos lejos de “entender” que el mismo Hegel sostenía que los orientales no podían filosofar porque no tienen en su lenguaje el verbo ser. No atendía al hecho que en vez del verbo ser, el verbo shì 是 en chino indica que el sujeto pertenece a la situación descrita por el objeto, de forma similar al verbo ser, es decir, el “estar siendo”, pequeño detalle que incluye el tiempo cuestión que ni Kant tuvo en sus elucubraciones.
Por supuesto que la idea no es que ahora tengamos que jugar Go y pensar como los chinos, sino que es indispensable un ejercicio de deconstrucción (con perdón de Derrida) que nos permita modificar las lógicas gobernadas exclusivamente por la razón instrumental que hasta ahora pareciera que siempre nos generan más fracasos que éxitos, al menos en la construcción política.
Columnista invitado
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado -por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.