(viene de la edición anterior)
LA VIBRA
Ya nos habíamos acostado todos y me vengo al comedor diario a apagar la luz. De pronto, en la oscuridad, veo en el suelo algo que brilla: una víbora, plateada y finísima pero larga. Mientras me fui a poner unos zapatos (solemos andar descalzos dentro y fuera de la casa) quedó Nico, el gato.
-Ahora nos salvamos- pensé. Nico la mata. Llegué a la habitación, enciendo la luz para ver qué podía ponerme en los pies.
-Huy, apagá la luz- me reclama Julio medio dormido y se tapa la cabeza con las sábanas.
-¡Es que hay una víbora!
-¡Matala! ¿Qué querés que te diga?
En el botinero lo primero que encontré fue un zapato de Julio y un mocasín mío. Me los puse rapidísimo. Las nenas enseguida vinieron a ver de qué se trataba.
¡Quédense lejos que voy a matarla!
¡Prendé la luz, mamá!- Es Guadalupe la que dirige toda la orquesta.
No me animaba a prender la luz porque no veía dónde estaba la víbora y no sabía si estaría cerca de la perilla de la luz. Hasta que lo veo a Nico jugando con la víbora con una pata. Nicolodo, tan cazador de insectos… El, que se come libélulas, grillos, polillas; aquí tan piola.
A la tardecita había pasado el trapo de piso y en el color oscuro del cemento alisado con color negro, se veía una línea brillante que ondulaba. Cuando Nico la llevó a un costado, pude ir a prender la luz. Después a buscar el escobillón. Raitri se asoma por la cocina, justo donde estaba la víbora.
-¡Váyanse para allá!
-Mamá, ¿es venenosa? ¿Pica?- Guadalupe excitadísima dispara mil preguntas. Con el borde del escobillón la golpeo. Uno, dos, tres golpes secos. Se muere, apenas mueve la cola. Entonces, sí, Nico viene rápido.
-¡Vengan a verla, nenas!-les digo.
-Parece un cordón, mamá.- Huy, huy, estoy asustadísima. Corriendo va Guby a la cama y salta muchas veces. Más que asustada está excitada. Raitri no dice nada. No sé si sabe qué es una víbora. Sigue en su mundo. Las acuesto, les doy un beso, y ya acostada en nuestra cama las escucho:
-¿Viste Raitri cómo se movía para arriba?-Guada en la cama es una culebra ondulante.
-Si, Guby, la vibra, la vibra-.
EL VIAJE A LA LUNA
El sofocante calor del verano trae del monte todos los bichos que uno jamás se imagina que existieran.
-Esto sería un paraíso para un entomólogo- le comento a Julio al día siguiente.
-¿Y eso qué es? -me dice tomando un mate.-¿El que se toma todo el vino? Ah, no, ése es el enólogo…
-Entomólogo es el que estudia a los insectos-y me río junto a él.
Como en las fotos de la India, los chicos al sol están rodeados de una nube de mosquitos; chiquititas y jorobetas, las “paquitas” rodean los ojos, la nariz, la boca, y bailan formando una aureola en la cabeza. Cuando el calor aprieta y uno no sabe dónde estar para poder respirar (adentro es un horno y afuera están los bichos) es el momento en que aparecen los jejenes, diminutos, casi invisibles, pero cómo pican…
-¿Estás loco o acaso te picó un jején?- decía mi hermano, el que vive en Corrientes. Entonces no sabía lo que eran los jejenes. Ahora sí.
-¡No te olvides de los tábanos!- apunta Guadalupe que escucha todo. No, no olvido a esas moscas gigantes que dejan una roncha roja grandota.
Cuando comienza a refrescar, a la tardecita, reinan los mosquitos. También hay grillos, chicharras, abejas silvestres, avispas.
-July, ¿te acordás cuando poníamos cada bicho que encontrábamos en un frasco para preguntarle a Doña Dora si era una vinchuca?-.
-Cómo se reía la javie cuando nos explicaba… “Pero m’hija, que va a ser una vinchuca esa libélula…”-
-¿Te acordás mamá que yo te llamé un día para que vinieras a ver ese bicho que parecía el signo de Escorpio, que estaba en nuestra habitación…? Yo lo descubrí al alacrán.
-Así es, Guby, así es.
Hay arañas de todo tipo, grandes, medianas, diminutas, tarántulas, arañas pollito, la viuda negra, super venenosa, de un negro negrísimo brillante con un puntito rojo en el panza. “No señorita, en el poto”, me dice un alumno nacido y criado en el monte, con sus términos chilenos.
Pero pesar de los bichos, la tardecita de verano, cuando se va un poco ese calor pesado que no deja respirar, es ideal para salir al patio a tomar unos mates mientras en una lata humea nauseabunda, la bosta prendida para alejar a los bichos. La que no se aleja, ni por el humo, es la víbora. Aquí hay tantas. Pero para eso están los gatos que recorren esperando que caiga en el suelo un poco de pan para comer las migajas.
-Parece que tengo un ratón dentro de la casa- dice Doña Dora.
-¿No quiere llevarse adentro a la Gatus? Mire que come ratones -le ofrezco.
-Pero si me llevo este animal adentro, me come más que los ratones.
Aquí los perros y los gatos siempre quedan con hambre, me suele decir el dueño de la empresa que nivela los terrenos.
-¿Sabe que el perro de un vecino comía lechuga?
-Usted porque no vio los del Pueblo Viejo comiendo yerba asada, maíz de las gallinas y hasta la caca de los pañales de la beba.
Igual que las gallinas, los perros y gatos son bichos omnívoros. Los animales siempre quedan con hambre. Como uno, como los chicos que siempre comerían más.
Guadalupe me dice: -¿Viste mamá que los chicos siempre toman leche a la mañana?
-Sí, Guby, cuando hay.
-Y cuando no hay, van a comprar. Y otros toman mate cocido, nomás. ¿No?.
Si sabrá ella de mate cocido preparado con la yerba usada del mate pasada por un colador.
Cuando estamos afuera, a la tardecita, qué lindo es compartir unos matecitos, despacio; porque aquí, ¿qué apuro hay?
Doña Dora y Don Gil, su pensionista de hace más de diez años, saben cual un reloj a qué hora va a aparecer la luna por el horizonte.
-Todos los días sale cinco minutos más tarde -explica Don Gil mirando su reloj. Todas las tardes están sentados en los banquitos bajos, hechos de madera de cajón, y miran con mucha atención, seriamente, cada salida de la luna.
-Hoy va a asomar detrás del tamarisco – pronostica Doña Dora.
Así es. Una luz dorada ilumina el horizonte. Va asomando inmensa y anaranjada. Es algo incomparable. En ningún otro lugar tiene la luna ese tamaño y ese brillo.
-Parece un queso la luna- comenta Guadalupe.
-Las ganas de comer queso que tendrá esa niña -dice ‘ña Dora.
-Ahí va asomando-.
-‘Ña Dora, hoy tiene que aparecer detrás de esos álamos.
-Pero todavía faltan dos minutos.
Son unos astrónomos estos habitantes del “ranchón” (al decir de Guadalupe). Raitri, en la tierra, saborea cuanta piedrita hay en el suelo. La boca grandota llena de tierra y una sonrisa de niña feliz, gateando rapidísimo por el suelo. Cada vez que ve a la gata negra, la Negrasa, dormida, se acerca pura risa a morderle la cola…Ella la mira con sus ojos entrecerrados de gata sensualota; deja que Raitri le tire la cola y se le suba arriba cual caballito.
-Lucía, mírele la boca a esta niña -dice ‘ña Dora.
-Pero si come tierra es porque debe necesitar minerales, -acota Julio. -Déjenla que ella es feliz así.
La luna ya es una bola de fuego que sube por la raya del horizonte. Mientras al oeste, aún se ven las luces rosado-violáceas del atardecer.
-Dicen que fueron los hombres a la luna – comenta Don Gil.
-Yo lo vi por la televisión.
Doña Dora le alcanza un mate.
-Pero dicen que anduvieron por la luna, que caminaron por la luna. ¡Qué va a ser cierto!
-Don Gil, yo los vi por la televisión. Usaban cada ropa…
-Yo también los vi por la televisión- insiste él, don Gil, -Pero inventan cada cosa. Mire que van a caminar por la luna…
La luna inmensa, redonda, ya va cambiando el anaranjado fuego por un brillo dorado. Luego
será plata. Miro la luna pampeana que ilumina fantasmal todo el monte. ¿Será cierto que anduvieron caminándole por encima? Si inventan cada cosa…
EL ARCANO 22 “EL LOCO”
Recuerdo haber leído una vez que la locura no es más que pasar el umbral soportable. Que cada uno tiene internamente un límite. A los locos nos ha enloquecido únicamente el dolor. Chesterton lo dijo muy bien:
“Loco es aquél que ha perdido todo, menos la razón”
Siempre le había tenido miedo a la locura. Dicen que queda internamente todo grabado. Por aquello de que el inconsciente no tiene pasado ni futuro. A lo mejor estaba todo escrito. Por eso en mi carta natal los planetas pesados en la casa XII, mal aspectados, indican, Saturno, el destierro, encierro y Neptuno, la locura, según algunas pésimas interpretaciones. Otras, en cambio, enseñan a canalizar esas energías, en trabajos sociales y artísticos.
Cuando era adolescente y leía, sólo leía, todos los días iba a la biblioteca popular, sacaba un libro por día y devoraba todo lo legible. Entonces encontré la sección “Ciencias Ocultas” en la Biblioteca Rivadavia de Bahía Blanca y me apasionó la astrología. Pero no entendí los cálculos matemáticos. Traté de hacerlos pero no pude.
“No es el tiempo” decía papá, -“Cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro”. Y evidentemente, él, que sabía tanto de matemáticas, estaba en otra, no tenía ganas de enseñarme, entonces. Porque luego de haber ido a ver astrólogos pagos y seguir las interpretaciones de internet, algunos errores muestran la manipulación psi en estos temas. Siempre regresé a los calculitos propios, por si las moscas, pero cuando desde la dictadura se ha mentido tanto la identidad de los niños robados, nada mejor que estudiar tarot o las líneas de la mano de la Quirología, que no se equivocan ni cambian, como ya lo sabían las gitanas…Una mirada, nomás, ¿salud, dinero o amor?
¿Hubiera cambiado mi vida si entonces hubiera sabido lo que implicaban esos planetas en la Casa XII, la del karma, la del trabajo a realizar? Si lo hubiera sabido, entonces, ¿podría, tal vez, haber cambiado la historia?
Por eso, en estas noches cuando se está por hacer un eclipse en Acuario, el signo de los astrólogos, entreabro una ventana a ese arcano, al Loco, que es el cero, el inicio, pero también el 22, el del final y nuevo comienzo.
El año ’78 fue el año del Mundial de fútbol. Nosotros lo esperábamos pensando que el pueblo haría conocer al mundo nuestra situación, de todos los desaparecidos, los presos, los torturados. Cuando sentimos la caravana y el grito de AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA, algo se me rompió internamente. Después fue muy duro. Comenzaron los interminables calabozos y sanciones. Primero fue una sanción colectiva de mucho tiempo. ¿Dos meses? Hace ya tanto que solo recuerdo cuando en nuestra celda, el zoológico (así la llamábamos, porque todas nos habíamos puesto un nombre de animal) comenzamos a pelearnos entre nosotras.
Ely, era Elefante, la cineasta surrealista de Alto Verde, el pueblo santafesino, me parece. Empezó a contarnos sobre su compañero que se había vuelto loco y cómo ella lo había dejado. Por la nena, decía. Me resultaba terrible pensar que en los momentos en que más amor necesitaba lo había dejado solo. Entonces, ¿comprendería que yo me iba enloqueciendo?
La Pluta, estudiante de Psicopedagogía de la zona de Berisso o Ensenada, no soportaba saber que a su padre que estaba a cargo de su nena y su bebé, lo habían sacado un día de la fila de visita y lo habían hecho desaparecer.
La única cuerda era Inés, estudiante de Bellas Artes en la universidad tucumana, hija de un escritor famosísimo, con su pareja preso también. Era la Hormiguita, por su paciencia y constancia pese a todo el dolor de saber que su hija había venido a visitarla desde la otra punta del país y no la dejaron entrar. Pero ella, dulce artista, que dibujaba bellísimo, tal vez en el arte encontraba su fortaleza.
A mí me decían León, por Clarence, el león dormido de Daktari y mis bajones con ganas de dormir, solamente, al recordar a mamá. La habían operado de cáncer. Sólo eso sabía. Pero no cómo estaba después de la operación, porque estábamos de sanción en sanción, sin visitas ni cartas.
¿Cómo hacíamos para subsistir en esa celda para uno donde estábamos cuatro, hacinadas, con la letrina allí mismo? Estamos adentro de un baño, sentía.
Por eso amo esta casa tan inmensa, con tantos rincones, con horizonte por todos lados y luz. Esa luz del desierto pampeano donde toda la naturaleza nos muestra que estamos libres. El sol, el aire, hasta el viento que sopla y sopla. Porque en una celda nunca se puede sentir el viento. Nunca se ve el cielo y sólo se atisba la luz del sol. Todo es metal y luz eléctrica.
Creo que comenzó el dolor fuerte una noche. La Pluta había estado muy callada, ensimismada, ni escribía ni cantaba. De ella recuerdo sólo su alegría. No sé qué ha borrado todo. Tal vez la medicación psiquiátrica sistemáticamente diseñada por científicos para hacerlo, que están en las drogas que corren libremente no solo en el mercado juvenil. Se me borraron los rostros, los nombres. Si la encuentro no la reconocería. Pero internamente está su alegría y su amor por los niños, por su padre y el pueblo.
Leí una vez que los locos perdemos el contacto visual (para no ver algo que nos ha dolido demasiado de bebés, tal vez el rechazo de la madre según los terapeutas reichianos). Miramos por dentro, nomás.
Lo esencial es invisible a los ojos.
Sólo se ve bien con los ojos del corazón.
Antoine de Saint Exúpery
Esa noche en mi palmera, la cucheta de arriba, sentí que la Pluta fumaba. Como en un relámpago sentí qué le estaba pasando. Como si se hubiera conectado su mente con la mía. Bajé y le dije:
-¡No te vayas! ¡No te vayas!- y me puse a llorar desconsolada.
-Me voy pero siempre seguiré con ustedes. Se despertaron Elefante y la Hormiguita sin entender nada. Silencio.
-Mañana hablamos, León, mañana. Hay que hacer silencio sino vienen las Vichas. Subí a mi palmera y lloré mucho. Lloraba abrazada a mi almohada para no hacer ruido. A la mañana la Pluta me entregó su cuento:
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.