Viaje. Mensajes de medios hegemónicos. Contaminación mental a combatir (un texto políticamente incorrecto)
Escribo estas líneas en Turín, Italia, ciudad a la que me trajo una cuestión familiar que no viene al caso ventilar.
Siempre he escuchado de los verdaderos afortunados en los viajes, es decir los que los hacen por mero placer y con mucha frecuencia, que pocas cosas “abren más la cabeza” que los periplos por tierras lejanas.
En este caso, estoy casi convencido de que debería darles parcialmente la razón.
La mezcla entre lo familiar y el turismo pudo darse y nos manejamos, fundamentalmente, por trenes en cercanías.
Mi vicio por la observación de los detalles me llevó a juntar datos que, encadenados, hoy habré de relacionar con los medios hegemónicos -especialmente los de nuestro país- y sus técnicas de captación de voluntades para manejarlas a piacere ya que de Italia hablamos.
Antes que nada, aclararé que no suscribo las teorías de muchos compañeros de militancia que sostienen que atribuir gran importancia a la labor de esas fuentes de ideología es subestimar al gran público. Yo me quedé, en esto, en los ’70 y aquella lectura de Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado, de Althusser, entre otros textos que trataban la cuestión de la influencia de los medios en la opinión de la gente.
Pero vuelvo a mi viaje y sus tramos en trenes de cercanías.
Las terminales ferroviarias son, generalmente, inmensas. Hablo de Turín, Milán y ciudades de ese porte.
Todo, absolutamente todo lo que tenga que ver con ingreso y egreso de informaciones ferroviarias, se transmite por altavoz y el modulador es el mismo, cualquiera sea el lugar donde te encuentres. Es decir, siempre se escucha la letanía del mismo señor avisando horarios, número de tren y andén donde debes acceder al que hayas contratado.
Alguien dirá: ¿y cuál es la novedad o la originalidad?
Pues, aquí va: Atenzione, alontanarse de la línea gialla…
Cada vez que un tren se está aproximando a un andén, el señor de la voz monocorde repite que los pasajeros deben alejarse de la línea amarilla. Esa línea amarilla está, por supuesto, pintada en cada andén y tiene no menos de veinte centímetros de ancho. Imposible no verla.
Pero las autoridades ferroviarias y el Estado italiano no se conforman con que se vea ostensiblemente. Le repiten una y otra vez a cada pasajero que se encuentra en la estación que, con una formación en movimiento, debe colocarse lejos de esa bendita línea amarilla.
Y no tengo dudas que eternamente lo repetirán. Por supuesto hacen muy bien. Porque todos los días en esas estaciones entra gente que lo hace por primera vez y que debe ser instruida al respecto.
No puedo descartar que haya muchísima gente tal vez harta de escuchar siempre la misma campana y en lapsos de un minuto o menos muchas veces.
Y otros tantos que tal vez consideren que es una exageración que eso se siga repitiendo.
Porque, claramente, en todas las sociedades, hay miles y miles de personas que no pueden ver más allá de sus narices (si queremos traducir un adagio inglés) o más allá de su ombligo, si queremos usar latinazgos.
En muchas discusiones políticas me encontré con compañeros que minimizan la labor destructora de los medios masivos de comunicación denominados hegemónicos. Sin ánimo de agredir a nadie, pienso que para liberarse de la culpa de considerar que tener ideología (con perdón de la palabra, señores derechosos) puede significar colocarse en un escalón diferente al mal llamado desideologizado -cuando dice que no es de izquierda ni de derecha seguro que es antiperonista-, prefieren no aceptar que en todos los bares se vea nada más que Todo Negativo y que el dueño, si compra diario en papel, lo hace con un ejemplar lleno de sangre en su tinta, por el despojo de Papel Prensa.
Tampoco quieren creer que muchísima gente que nos rodea sólo lee Infoembajada creyendo que es periodismo independiente o mira LNPlus sin haberse enterado que el último presidente continuador de la dictadura de 1976 al ’83 es el dueño y se hizo de esas acciones para tratar de volver a terminar su nefasto trabajo a como dé lugar.
En este contexto nos enfrentamos entonces con la presencia de compañeros que hablan abiertamente en contra de la actividad sindical, de la ayuda social -que sólo es resorte estatal- sin que parezca que entienden este concepto tan elemental.
Otros compañeros han sido permeables al mensaje de que los cortes de calles y avenidas molestan al que quiere ir a laburar, sin entender que hoy en Argentina tener laburo es un privilegio tan grande como tener un título universitario.
Y si ese trabajo, además, está pagado decentemente, pues vale más que el estudio terciario.
Pero para mucha gente que uno jamás hubiera creído que haría planteos de ese tenor, la protesta social debería hacerse a un costado de la calle o en lugares dedicados al efecto. Parecen no entender en qué consiste participar de una movilización, pero mucha de esa gente iba con nosotros codo a codo en el cordón de seguridad desde la facultad de Derecho a la sede de la Universidad, para reivindicar el planteo que fuere. Estuvimos en el mismo lugar a la misma hora en que Villar y Margaride nos tiraron las motos y los caballos encima frente a lo que es hoy Lavalle 1220 -juzgados y cámara civil- y ahora hay que escucharlos decir que no hay que interrumpir al que quiere trabajar. Lamentable por donde se lo mire.
Pero basta de ejemplos. Todo esto es producto del abandono del estudio, del abandono de la teoría política. Y, por cierto, fundamentalmente, de la costumbre de leer zócalos de tv o titulares engañosos de pasquines llamados diarios independientes.
Es absolutamente increíble escuchar en reuniones políticas o sindicales frases elaboradas a partir de mensajes recibidos de programas televisivos o radiales protagonizados por lo más acérrimamente derechista del periodismo vernáculo.
Es más increíble, pero al mismo tiempo demostrativo del poder de los medios, subir a cientos taxis que sólo tienen sintonizada las radios del grupo genocida como si los tacheros -mi padre, afiliado al peronismo con carnet de cuero fue uno de ellos, formaran parte de una casta privilegiada.
Y quede claro que hago estas menciones sin poner marcas o denominaciones, porque me dará mucho gusto enterarme de que no necesitarán googlear mis frases para enterarse de qué o de quienes hablo.
Para concluir: el mensaje repetido hasta el cansancio en las estaciones terminales[1] ferroviarias de Italia se mete debajo de la piel. Lo que se lee en todas las publicaciones basura que proliferan en nuestro país, o se escucha también hasta el hartazgo en bares y restaurantes o en los programas nefastos que las familias consumen mientras cenan o toman el café post comida. Y no quiero olvidarme del bombardeo mentiroso y aberrante a la hora del desayuno.
En resumen: esos medios han aprendido que la política instrumentada por Goebbels del repite, repite, que algo queda es el mejor y más eficaz método para taladrar acerca del supuesto fin de las ideologías (bregan por supuesto por el fin de las ideologías que signifiquen beneficio para las mayorías desprotegidas, claro) y nos van a seguir repitiendo Attenzione, alontanarse de la línea de la solidarietá… para quedarse encerrado en su cuevita cuidando lo que su meritocracia le consiguió.
Venía convencido hace tiempo de que los triunfos de grupos nefastos de delincuentes en elecciones no eran sólo producto de los errores propios de nuestro sector político. Obviamente que los hemos cometido y muchos. Pero nunca analizamos tratar de equiparar la divulgación de logros con la insistencia que pone la oposición y sus medios adictos para repetir horas, días, semanas y meses su mensaje de odio, de división, de menosprecio por el semejante.
El ejemplo más grave y aterrador es la resucitación permanente de la figura de un personaje lamentable como Nisman, al que echan mano en todo momento. Y, para peor, todavía hay propios que dudan de su suicidio. Como también han llegado a dudar del atentado a la Vicepresidenta y de la indudable financiación de ese grupejo por parte de un sector del poder económico y político.
Todas estas reflexiones nacieron a partir de escuchar y escuchar, una y otra vez… alontanarse de la línea gialla…
Me considero muy afortunado: ese mensaje me ha quedado grabado. Nunca estaré por delante de esa línea en un andén italiano.
Pero, por más que se esfuercen los sostenedores de genocidas, siempre estaré de este lado de la línea indicada por el bien: la línea del pueblo con justicia social, independencia económica y soberanía política.
Turín, octubre de 2022
Columnista invitado
Héctor Jorge Rodriguez
Abogado Penalista. Docente universitario. Ex Director de la Comisión Bicameral de Monitoreo e Implementación del Código Procesal Penal Federal.
Nota
[1] Aquí es necesario hacer mención a que una querida compañera me dijo que le hace ruido que un mensaje para preservar vidas sea tomado, en su fatigante pero necesaria repetición, como paralelo de las insistencias goebbelianas. Le di la razón pero me pareció que el mensaje al que apunto, con toda humildad, queda muy claro.


