El tiempo en el arte. El tratamiento del tiempo en el teatro. La máquina del tiempo teatral. Tiempo y espacio. Movimiento y tiempo.
¿Existe el tiempo en el arte? ¿Se puede decir que obras como los frescos de Miguel Angel en La Capilla Sixtina tienen tiempo? ¿La Gioconda sufre el paso del tiempo? ¿Cuánto tiempo tenemos que observar una obra de arte?
El arte escapa al tiempo convencional, al tiempo de los relojes y al tiempo impuesto por la sociedad.
Pero su victoria sobre el tiempo tiene algunas características muy vinculadas al ser humano.
En primer lugar, las obras de arte sobreviven porque sobrevive la sociedad humana, y la voluntad de los hombres de hacerlas permanecer. Si desaparece una obra de arte y desaparecen todos los hombres que la conocieron, entonces habrá desaparecido la eternidad de esa obra.
En segundo y no menos importante lugar, las obras de arte permanecen en la mente de las personas, las transforman y las ayudan a evolucionar. Y ese tiempo tiene como única medición el de la vida humana.
Porque el arte no tiene tiempo, y abre el espíritu del hombre a otras dimensiones, que están libres de las ataduras de las convenciones, de los prejuicios, del momento y la moda, del consumismo y la masificación.
Para volver al ejemplo de la Capilla Sixtina, actualmente podemos apreciarla con los colores con que la vio el mismo Miguel Angel cuando la pintó con sus discípulos, hace quinientos años. Al menos eso nos han asegurado los restauradores.
Cuando estaban realizando esta revolucionaria restauración de los frescos de Miguel Angel, hace algunos años, tuve ocasión de conversar con el último pintor futurista italiano que aún vivía en Fiésole, cerca de Florencia. Se trataba de Primo Conti, cuyas obras figuran entre las más importantes de la vanguardia europea y mundial.
En esos días todos comentábamos la restauración de la Capilla Sixtina, ya que decían que habían logrado devolver a los frescos el brillo y la luminosidad de los colores tal cual los había realizado Miguel Angel.
Pregunté al anciano pintor qué opinaba de esta tan famosa restauración, y me respondió lleno de indignación: “el tiempo tiene su color”.
Las palabras de Primo Conti cambiaron mi perspectiva acerca de la observación de una obra de arte. Después de todo, ¿quién podía certificar que los colores que podemos ver hoy en día en la Capilla Sixtina efectivamente sean los originales de Miguel Angel? Y después de todo, ¿por qué razón una persona del siglo XXI debería ver una obra de arte del 1500 como si acabara de hacerse?
Tal vez sería como ver siempre a nuestra abuela con la misma apariencia que tenía el día en que se casó.
Sin duda habría algo de monstruoso en eso.
Pero vayamos a una manifestación artística en la cual podemos recrear constantemente el tiempo y más que eso, manipularlo: el teatro.
Se trata de un arte en el cual el tiempo cae en una trampa: sobre el escenario, el espacio sagrado en el cual trabajan los artistas, se produce un fenómeno que implica a los espectadores, atrapa sus mentes y sus espíritus y los lleva a otra dimensión, una dimensión extratemporal que excede los límites del cuerpo y del recinto mismo del teatro, y que sólo se cierra cuando concluye la obra y el aplauso libera a actores y espectadores.
En el teatro se crea otro tiempo diferente al tiempo de los relojes.
Es un tiempo artístico conseguido con el trabajo corporal de los artistas.
Este trabajo, que yo denominaría “la máquina del tiempo”, consiste en reproducir en el propio cuerpo algunas leyes astrofísicas que permitan convertirlo en un pequeño universo, en el cual se pueden establecer otras leyes temporales que, como consecuencia, también modifican el espacio.
Si el espectador mira su reloj al sentarse en la butaca de la platea, lo vuelve a mirar cuando el espectáculo ha terminado y se sorprende de que sólo hayan pasado cuarenta y cinco minutos, cuando en su mente y su espíritu él ha viajado durante horas, o días, o meses, o años, entonces la máquina del tiempo puesta en funcionamiento sobre el escenario, ha funcionado.
Si un espectador mira el reloj antes de que termine un espectáculo teatral, ha habido un cortocircuito, o la máquina del tiempo nunca funcionó en ese escenario.
La construcción de la máquina del tiempo teatral se realiza en un espacio y se basa en los principios del movimiento, igualmente como en el universo el movimiento es el que determina el espacio y produce el tiempo.
Al maquinizar el cuerpo y someterlo a leyes fijas que se parten de la repetición sin solución de continuidad de uno o más movimientos, trabajando en un espacio determinado que en este caso es el escenario, el actor empieza a emanar una energía cuyas ondas modifican el tiempo y transforman el mismo espacio sobre el que está trabajando, y se expanden sobre el público, penetran sus mentes y transportan sus espíritus.
El teatro es el único fenómeno artístico que provoca un efecto individual que tiene lugar de manera colectiva, es irrepetible y está determinado en un espacio-tiempo solamente en las tres dimensiones conocidas.
Porque su efecto trasciende estas dimensiones y permite al espectador ingresar a otra dimensión, donde no rigen las leyes que nos determinan en el mundo en que nos movemos cotidianamente.
El efecto teatral, sin embargo, dura para los relojes el tiempo de la representación, y en la mente y el espíritu del espectador, un tiempo subjetivo que depende de sus capacidades, de sus herramientas intelectuales y de su predisposición a bajar defensas y dejarse penetrar por el arte.
Frente a una obra de arte inmóvil, en cambio, por ejemplo un cuadro o una escultura, el tiempo también pierde consistencia, pero este fenómeno depende aún más de la predisposición del espectador.
La máquina del tiempo que se desprende de un cuadro, por ejemplo, se pone en funcionamiento en el instante en que el espectador empieza a contemplarla con espíritu abierto y mente predispuesta. Como la lechuza de la diosa palas Atenea, las pupilas dilatadas por el asombro son el primer e indispensable paso del aprendizaje.
Hay un efecto provocado por la contemplación de la obra de arte que se llama “síndrome de Stendhal”, por el nombre del escritor romántico francés.
Este efecto ilustra el estado anímico y por lo tanto mental que puede experimentar una persona cuando la contemplación de la obra de arte lo impresiona de manera tal que lo extrae del tiempo cotidiano y del pensamiento discursivo, y lo introduce de lleno en una condición nueva, sensible, en la que desaparecen los prejuicios y el espíritu induce a la mente a saborear sensaciones desconocidas.
Podríamos decir que esta “síndrome de Stendhal” es un escape concreto del espacio-tiempo, el cruce del confín de los eventos que invalida los relojes y detiene el proceso lineal del tiempo cotidiano.
Pero como todas las experiencias que permiten al hombre un atisbo de libertad, este escape del tiempo a través del arte requiere sensibilidad, predisposición y apertura mental.
Y para reflexionar sobre estas ideas, nos vamos a despedir con una frase: “el arte es el único producto del hombre que logra derrotar al tiempo”.
Columnista invitado
Daniel Fermani
Profesor de Enseñanza Media y Superior en Letras y Licenciado en Lengua y Literatura Españolas, diplomado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza. Ha llevado adelante una profunda investigación en el campo del arte, trabajando el concepto del tiempo, la experimentación con la escritura en teatro, novela y poesía. Ha indagado en las raíces de la Posmodernidad en busca de nuevas técnicas actorales y dancísticas y sus consecuencias en la dramaturgia y en el trabajo teatral. Publicó cuatro novelas, dos de ellas en España y Argentina; cuatro libros de poesía; y tres volúmenes de obras teatrales. Desde 1999 dirige la compañía de Teatro Experimental Los Toritos, fundada en Italia y que prosigue sus actividades tanto en su sede de Roma como en Mendoza, y con la cual lleva a delante su trabajo sobre técnicas de teatro experimental. Ha ganado dos veces el Gran Premio Literario Vendimia de Dramaturgia; el Premio Escenario por su trabajo en las Letras; la distinción del Instituto Sanmartiniano por su trabajo a favor de la cultura, y una de sus obras de teatro fue declarada de interés parlamentario nacional al cumplirse los 30 años del golpe de Estado de 1976. Fue destacado por el Honorable Senado de la Nación por su aporte a las letras y la cultura argentinas. Ha sido Jurado nacional para el Instituto Nacional del Teatro (INT).


