La neurociencia postula que la corteza prefrontal es la última parte que se desarrolla en el cerebro humano. Esto acontece aproximadamente alrededor de los 21 años, o sea en la teórica salida de la adolescencia, aunque sabemos que por diversos motivos este período evolutivo puede extenderse, al menos en algunas de sus características, a veces, indefinidamente.
¿Qué nos aporta la corteza prefrontal? Fundamentalmente los frenos inhibitorios que nos permiten socializar con nuestros semejantes. Los filtros que impiden que digamos lo primero que se nos viene a la mente y logremos saludar aun a quienes no nos simpatizan y evitar conflictos inconducentes que no tienen que ver con la defensa real de nuestros intereses, nos permiten reconocer los límites éticos necesarios a nuestra convivencia comunitaria, permitiéndonos el aprendizaje de la empatía, posiblemente la primera condición para el desarrollo de la solidaridad.
Todos conocemos la ostensible torpeza que suelen tener los adolescentes con sus bromas, en donde demuestran ser incapaces de ponerse en el lugar del otro al que pueden lastimar sin conciencia plena de ello. Esto es porque aun no han desarrollado la empatía, si a esto sumamos la agresividad natural que dan los altos niveles hormonales de su etapa biológica, tendremos como resultante su elevada propensión al conflicto que frecuentemente se transforma en pelea.
La adolescencia es la etapa de aprender el “cómo”. El adolescente está invadido de deseos que sus niveles hormonales le facilitan, pero no siempre conoce el cómo satisfacer esos deseos. Esta es la etapa de la vida en la que aprenderá a generar proyectos para satisfacer los deseos más complejos. La madurez se habrá logrado cuando el sujeto aprenda a modular el deseo para encaminarse eficientemente hacia sus objetivos. Cuando esto no se logra aparece la frustración que puede llegar a tener consecuencias extremadamente graves como la depresión que inclusive puede llegar al suicidio. No es casual que las edades en que acontecen la mayor cantidad de suicidios sean la adolescencia y la tercera edad.
También es frecuente escuchar de los adolescentes que se sienten plenamente dueños de sus ‘éxitos’ y culpan a otros o al mundo mismo de sus fracasos, en todo caso, las causas de sus fracasos y las consecuentes frustraciones son referidas como externas a ellos.
Hace muchos años un psicólogo estadounidense, Rollo May, al que se considera iniciador de la psicología existencial, publicó un texto titulado: Fuentes de la violencia. Para Rollo May la causa de la violencia es la impotencia, o sea que cuando no se puede cumplir un deseo, esa frustración puede generar una reacción violenta para forzar la consecución de ese deseo.
Puestos a pensar en esto, son posibles múltiples reflexiones, entre ellas que la vida, como consecuencia de la interacción entre los seres humanos y entre los seres humanos y la naturaleza, transita entre el estímulo y la respuesta; habiendo múltiples estímulos posibles y por ende múltiples respuestas. Focalicemos entonces en la violencia, que en principio parece ser una respuesta, aunque en muchas situaciones puede configurar una cadena de reacciones.
Pero antes de hacer esto, debemos prestar atención a los contextos sociales interactivos en que nos desarrollamos, ya que no vivimos dentro de un laboratorio neuropsicológico.
Vivimos en un mundo altamente bombardeado por un discurso meritocrático. El paraíso de los emprendedores exitosos, de los millonarios creadores en un garaje de Microsoft, Facebook, Apple o Amazon, la gran zanahoria. El tema es que los aspirantes a ese progreso meritocrático son muchos y los lugares encumbrados pocos, lo que tendrá como resultado un gran número de personas, jóvenes y no jóvenes, frustrados y resentidos porque no son parte del banquete prometido, impotentes. Es aquí donde debemos volver al tema de la violencia, que puede ser real o declamada. El tema será a partir de aquí contra quién o quiénes se ejercerá esa violencia, que puede ser discursiva o física.
El caso es que tenemos individuos con deseo insatisfecho, la negación del deseo, la frustración del deseo, impotentes; y como respuesta a esta frustración, a esa impotencia, una violencia incontrolable que pugna por salir. Es entonces cuando este sujeto contrariado, impotente y violento se encuentra inconscientemente frente a algunas opciones que tendrán que ver, frecuentemente, con su nivel socio económico y cultural. Si este nivel es bajo, el delito puede ser un camino elegido. Expresará la disconformidad con un sistema social y político al que culpará de sus fracasos, no le importará dañar a sus semejantes; pero hay también otras posibilidades…
Si el nivel socioeconómico es medio, es más difícil la opción por el delito, aunque no totalmente descartada, pero la mentalidad aspiracional de la clase media se combina aquí con la impotencia y la necesidad de violencia para la cual hay que buscar un destinatario, un culpable a quien achacarle la responsabilidad de sus penurias, alguien a quien odiar. La condición aspiracional hace que no busque responsables hacia arriba sino hacia lo que considera el abajo desde lo material o desde lo moral, según sus conceptos de moralidad, y aquí hay que recordar que en toda sociedad es la clase dominante la que establece el cánon moral. Los destinatarios del odio serán entonces los pobres, considerados vagos y parásitos del Estado; los extranjeros, en esta condición no solo estarán los extranjeros pobres, en algunos casos habrá espacio para los judíos o los musulmanes, también considerados por algunos fascistas, extranjeros a los que temen por su poder intelectual, cultural y económico, y por regla, lo que se teme se odia; los distintos, sea por cuestiones de género o de pauta cultural, LGTB…, bohemios, etc.
Al poder económico este grupo de personas siempre le ha resultado conveniente para ser utilizado como mano de obra violenta paraestatal a fin de eliminar la oposición política incontrolable. En general son dirigidos, aparentemente, por individuos de sectores medios, que frecuentemente reclutan también a personajes lúmpenes de sectores socioeconómicos bajos que hoy trabajan de fascistas y mañana de ladrones según les vaya en su cotidiano andar. Digo dirigidos aparentemente porque en realidad son dirigidos por representantes de las clases dominantes, los líderes declarados son simplemente correa de transmisión; como ejemplo podemos mencionar a los paramilitares colombianos y por lo que se va sabiendo en la causa del intento de magnicidio de la vicepresidenta argentina este caso se encuadraría en una tipología similar.
En definitiva: si se suma gente frustrada e impotente a la que se le da un enemigo, supuesto responsable de sus desgracias para atacar, y se les promete un futuro de gloria después de haber excluido a ese enemigo que sus amos ocultos les crearon; se habrá conseguido un fascista estúpido y funcional a los intereses del poder real, el poder económico.
Hay en la historia algunas experiencias en las que el fascismo se salió del control de las clases dominantes como la Alemania de Hitler, pero tenemos claro que las grandes empresas alemanas ganaron ingentes sumas de dinero con los nazis; todo lo que se enajenó a los judíos ricos sirvió para pagar la industria de guerra y ese dinero obviamente pasó a las arcas de esas grandes empresas y, oh casualidad, estas siguieron ganando dinero después de la guerra.
El fascismo no es ni siquiera una ideología, es el resentimiento de sectores de las clases medias y bajas utilizado como un arma por las clases dominantes en contra de los pueblos a los que dominan, simple tropa ilegal.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.