Dice Alicia Genovese que “el poema no se preocupa por explicar lo percibido, lo tensa”. Aquello en la poesía de Carlos Levy es la memoria, el tiempo, el tránsito de todo lo que estuvo vivo. No creía en los géneros literarios, sólo en la existencia de buena o mala literatura. Nació en Tunuyán en 1942. La muerte del padre fue el momento en que la poesía se convirtió en algo serio, el duelo judaico y el encierro propiciaron la escritura desde el dolor. La emoción y una estética llena de seres vivos en la poesía de Whitman, Borges, Vallejo, Gelman o Edgar Lee Masters, fueron algunas de sus influencias. Fue librero, pasaba las tardes en su local de la galería Tonsa entre libros difíciles de conseguir, su presencia allí parecía estar repitiendo su poema “Por los olvidados” (“para los que conservan la memoria/ y las ganas de revancha les pesa todavía;/ para ellos/ alguna vez la tierra”). Fue testigo de poetas como Tudela, Nacarato, Draghi Lucero, compartió con ellos como con maestros, esos que lamentaba que faltaran para una juventud cada vez más sola y heroica. Gracias a Tudela publica su primer libro. Luego, fue parte de la mesa nocturna con Julio González, Mercedes Fernández o Alberto Atienza y después también Fernando Lorenzo. Durante la década del ’90 fue parte de la Revista Aleph que dirigió Ana Villalba, estuvo al frente de Ediciones del Canto Rodado y luego integró el grupo La sociedad de los poetas vivos. Alguna vez se definió como un escritor urbano-melancólico que se nutre de memoria y situaciones límite: el dolor, la pena, la alegría. Su obra abarca libros de poesía: Inmensamente ciudadano (1967), La memoria y otras piedades (1984), Café de náufragos (1992), Viejo hotel, La palabra y sus nombres (1998); cuentos: Adiós, Celina, adiós (2006), Muertes a la orden (2017) y una traducción del Martín Fierro al judeo-español. Sus últimas aventuras poéticas fueron Génesis del tiempo y los relojes y Más Destierros en la Zona de Tormentas y Restos del Naufragio, publicados en 2018 por Editorial de Autores. Este último es una reedición de Destierros, antología publicada en el año 2000 y reúne textos editados desde 1967. De esa antología compartimos algunos poemas para recordarlo:
Poemas de un pasajero que espera
IV
Solo
como un marinero ateo en medio de la tormenta,
el loco del bar juega al oficio mudo con sus fantasmas,
y naufraga.
Lo salva una blasfemia heroica
que la muchedumbre no entiende.
V
El que pasa insomne la noche,
deambula fuma y hurga en los roperos
sin prender la luz.
Qué buscará aquel que no duerme en ese laberinto
de sombras,
la llave de una puerta que lo devuelva al sueño,
una piedad en el andar del reloj que lo lleve
prontamente a la mañana,
acaso un ojo para mirar en medio de la urdimbre,
un número, otro número,
una clave para hablar con sus fantasmas?
Ay, qué solo está el insomne,
no tiene más que la memoria, y el laberinto.
Columnista invitado
Sergio Morán
Nació en 1979 en el este de Mendoza, Argentina. Desde 2010 reside en la Capital de esa provincia donde ejerce la docencia en escuelas secundarias. Integró el Taller Más allá de las palabras que coordina Diana Starkman. En 2018 publicó su libro de poemas Calle desconocida (Peces de ciudad). Textos suyos han aparecido en diarios, revistas y antologías, entre ellas Poemas por el agua (Payana Ediciones), producto de la lucha en defensa de la Ley 7722. Desde 2020 dirige la revista digital Futuros eran los de antes, especialmente dedicada a la poesía. Participó de los talleres de historia de la poesía que coordinó Javier Galarza. En 2021 Ediciones en Danza publicó su segundo libro, Ya no acampan gitanos en los baldíos. Su último libro, El amor es un exceso de lenguaje, fue publicado por Peras del Olmo en 2022. Es parte de la Asamblea de Trabajadorxs de la Literatura de Mendoza que lucha por impulsar políticas culturales para les escritores de la provincia.