Todo lo que pueda escribir aquí queda eclipsado por el profundo dolor que sabemos atravesó a estos argentinos y argentinas. A ellos, por pensar distinto a lo que recomienda el sistema (y por hacer una militancia en sintonía con esos postulados), el poder real mandó eliminarlos sin reconocerles los derechos de que debe gozar cualquier habitante de nuestro país. De allí también la bronca. Ante estos hechos de profunda ilegalidad surgieron las políticas de derechos humanos.
Siempre agradecidos de la valentía que tuvieron Raúl Alfonsín, primero (a pesar incluso de lo que luego hizo para recular) y de Néstor y Cristina, después, los juicios a los genocidas siguen adelante. Lo hacen contra viento y marea, sostenidos por los militantes, las madres, las abuelas, los hijos… los familiares de quienes lucharon por un país mejor. Lo he dicho cientos de veces y lo repetiré: si cometieron delitos debían ser juzgados como cualquier otro hermano.
Memoria, verdad y justicia es una suerte de mantra que no debemos dejar de practicar a fuer de perdernos todos en los confines del oscurantismo que a lo largo de años asoló nuestro país. Sostener esta bandera deja a los perpetradores del terrorismo de Estado a la defensiva en medio de la Democracia. Ellos, que se paseaban en las sombras y apuntando las armas que compraban con los recursos de nuestro pueblo, apuntadas justamente hace los propios ciudadanos.
“Un gendarme retirado reveló qué hicieron los genocidas con el cuerpo de Lucila Révora
“La mamá de Wado de Pedro y la crueldad de la patota del Olimpo
“La Justicia ya había confirmado que Lucila Révora y su pareja Carlos Fassano fueron asesinados en 1978 en un operativo de la dictadura conocido como la Masacre de la calle Belén. Ahora, el testimonio del gendarme retirado Omar Torres permitió saber que el cadáver de Révora fue incinerado en el centro clandestino el Olimpo. El ministro del Interior conoció en las últimas horas la información.
“El primer juicio de lesa humanidad que se llevó a cabo por los crímenes del circuito represivo que integraron los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo sirvió, entre otras tantas cosas, para sumar un grado más de verdad a la historia de Eduardo “Wado” de Pedro. En diciembre de 2010, y tras el análisis de testimonios de varios sobrevivientes de la última dictadura cívico militar, el Tribunal Oral Federal 2 confirmó que la mamá del ministro del Interior, Lucila Révora, fue asesinada en 1978 en el inmenso operativo que rodeó la casa en la que vivía con él y con su pareja, Carlos Fassano, el papá del bebé que estaba a punto de parir. Ahora, el quinto juicio que se lleva a cabo por esos hechos produjo otro dato más que podría ayudar a responder a esa gran incógnita que acompaña a cada familiar de desaparecidos: ¿dónde están? Un gendarme retirado declaró que el cuerpo de Lucila fue incinerado en el centro clandestino, dentro de un tanque de aceite.
““A Lucila Révora la quemaron en el Olimpo, en un tacho de 200 litros. Le pusieron una cubierta, gasoil y la quemaron ahí adentro. Estaba embarazada de seis o siete meses”, dijo Omar Eduardo Torres ante el TOF 2. Sobre Fassano, dijo que la patota se lo llevó a la Escuela de Oficiales de Gendarmería de Ciudad Evita, donde lo incineraron también. Wado De Pedro, que tras aquel operativo asesino fue apropiado durante algunos meses antes de que su familia lo rescatara, se enteró este martes de los datos que el gendarme, con su testimonio, sumó a su historia. El ministro aún analiza las revelaciones y prefiere no hacer declaraciones por el momento, según se informó a Página/12.
“El testigo
“No es la primera vez que Torres declara sobre las violaciones a los derechos humanos que conoció durante la última dictadura. De hecho, se acercó a la Conadep en 1984, dos años después de pedir su retiro, y fue testigo en el Juicio a las Juntas.
“En la década de los 70 y hasta 1982, Torres integró el Destacamento Móvil 1 de Gendarmería, por entonces asentado en Campo de Mayo. Sus superiores lo enviaron a cumplir tareas “en la lucha contra la subversión” en Tucumán, entre 1976 y 1977; a custodiar los estadios de River y Vélez Sarfield en el marco del Mundial 78; y al Olimpo apenas fue inaugurado como centro clandestino de detención. Tanto en el Juicio a las Juntas como en declaraciones posteriores, Torres mencionó a represores del Ejército, fuerzas policiales y Gendarmería, algunos con nombre y apellido, otros con sobrenombres. En algunas ocasiones, su testimonio fue territorio de discusión por la posibilidad de que pasara a ser investigado por su participación en los crímenes que denunció.
“Nunca hasta ahora había aportado información sobre el destino de los restos de Révora, la mamá del ministro De Pedro. La revelación fue transmitida en vivo por los medios comunitarios La Retaguardia y FM Radio Presente, que difunden los juicios por crímenes del terrorismo de Estado.
“La patota
“El más reciente testimonio de Torres fue el pasado 17 de mayo y duró más de dos horas. Lo solicitaron la Fiscalía, las querellas y algunas defensas. Consultado por la fiscalía, a cargo de Alejandro Alagia y Berenice Timpanaro, contó que tras el Mundial 78 fueron sus superiores en el Destacamento Móvil 1 de Gendarmería quienes les ordenaron a él y a unos 60 gendarmes una nueva misión en “un galpón de Lacarra y Ramón Falcón, en Floresta”. Entre los superiores mencionó a Hugo Medina, uno de los acusados en el juicio, quien entonces era segundo jefe del Destacamento.
“En el Olimpo, los gendarmes como él, dijo, hacían guardias internas, custodiando a los detenidos clandestinos, y externas. La fiscal Timpanaro le consultó si conocía a Miguel Lugo, uno de los gendarmes retirados acusados. Torres asintió y sumó a Sergio Nazario, otro excompañero de fuerza que integra el banquillo de los acusados. A ellos y al tercer gendarme procesado en el juicio, Miguel Pepe, los ubicó dentro del Olimpo, haciendo guardias, y fuera, participando de operativos en el marco de su vínculo con el Batallón de Inteligencia 601. A Nazario, por ejemplo, lo ubicó en el que la mamá de De Pedro y su pareja fueron asesinados y el ministro, apropiado.
“El operativo en el que fuerzas represivas del Ejército, la Gendarmería y la Policía Federal atacaron a Lucila Révora y a Carlos Fassano se conoce como “Masacre de la calle Belén”. El 11 de octubre de 1978, en la tarde, efectivos rodearon la casa en la que ambos vivían con el hijo que Lucila había tenido con Enrique De Pedro, militante de la Juventud Universitaria Peronista, trabajador judicial, integrante de Montoneros y secuestrado a mediados de 1977. Wado o “Pichi”, como le decía su mamá, tenía casi dos años.
“Cuando notó que la casa estaba rodeada, Lucila, embarazada de 8 meses y medio, llevó a Wado hasta el baño, lo metió en la bañadera y se quedó con él. Ahí resultó herida con las balas que, de no haber estado ella, habrían impactado en su hijito. Un vecino declaró que la casa había quedado como si “hubiera tenido varicela” por la cantidad de marcas de bala impresas en la fachada.
“La patota buscaba dentro de la vivienda un botín de 150 mil dólares. Uno de los represores, el policía Federico Covino, alias “Siri”, murió al explotar una granada que provino de la propia patota. Otros represores –Juan Carlos Avena y Enrique Del Pino– resultaron heridos. De allí se llevaron una “valija de cuero llena de billetes de 100 dólares”, contó Torres en su testimonio; y los cuerpos sin vida de la pareja de militantes montoneros fueron trasladados al Olimpo. A Wado lo dejaron con un vecino, pero por la noche lo fueron a buscar. Estuvo apropiado hasta principios de 1979, cuando su familia materna logró contactarlo.
“El juez Jorge Gorini le preguntó si supo qué pasó después del operativo. Torres contó que Nazario organizó la desaparición de los restos: a Fassano en un “asado” en Ciudad Evita y a Révora en el centro clandestino. Mencionó también que, de ese episodio en el que introdujeron su cuerpo en un tanque para deshacerse de él, participó el “Comisario Rosa”, en relación a Roberto Rosa, ya condenado en tramos previos de la causa ABO. Cuando el juez le consultó cómo supo de todo esto, Torres insistió en que fue porque estaba de guardia: “Todos los que estuvimos de guardia esa noche lo vimos”.
“Una pieza más en la verdad
“En el primer debate que se llevó a cabo sobre los crímenes de Circuito ABO, varios testimonios hablaron de este operativo y sus consecuencias. Sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en un predio perteneciente a la División Automotores de la Policía Federal, en Floresta, testimoniaron haber visto los cuerpos de Révora y de Fassano en el piso de la enfermería del lugar, cubiertos con una sábana.
“Algunes notaron que era ella por la panza. Otres, como Isabel Cerruti, le vio “la cara a Lucila”. Mario Villani habló de incineramientos en tambores. “Que a uno de los dos lo quemaron en los tachos de aceite”, recogió de su testimonio el TOF 2 en los fundamentos de la sentencia de 2010, cuando condenó a los genocidas Juan Carlos Avena y Enrique Del Pino, Carlos Alberto Roque Tepedino y Mario Alberto Gómez Arenas, por los homicidios de la pareja. Tepedino y Arenas, además, fueron hallados responsables de la sustracción de Wado.
“Entonces, el sendero que abrió Villani no se continuó investigando: el destino de sus restos. Durante un tiempo pesó el dato que habría aportado un capitán de fragata retirado, Carlos de Bento, quien mencionó que a Lucila la habían asesinado en un vuelo de la muerte, pero esto fue años antes de que quedara confirmado que ella y Fassano murieron durante el operativo.
“Pagina12.com.ar
“Ailín Bullentini
“31 de mayo de 2023”.
De las redes sociales
“Conmovedora carta escrita por la madre de Wado de Pedro, Lucila, a su hermana Silvia
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“Muchos años después, “Pichu” (Wado de Pedro), pudo leer una carta que ella le escribió a su hermana Silvia. Después del asesinato del padre de Wado. Silvia le ofrecía a Lucila una salida hacia el exterior. Vale la pena leer la carta entera, porque es la carta de la madre de Wado pero también expresa, como un testimonio vivo en cada palabra, una complejidad emocional profundamente personal y política. Lucila Révora le contestó a su hermana Silvia, en junio de 1977:
“La carta
““A Quique lo mataron, como ustedes ya se enteraron. Para mí es tremendo, no lo puedo soportar, era el hombre más hermoso que existe, como pareja era dulce, cariñoso, alegre y triste. Habíamos comenzado a formar una familia en serio, cosa que nos era difícil, pues siempre es más fácil ser una pareja de compañeros con un hijo que ser una familia montonera, y en eso andábamos, éramos muy queridos por la gente del barrio donde vivíamos. Con el Pichu era hermosísimo, lo cuidaba, lo bañaba, le daba de comer y jugaba todo el tiempo con él. El Pichu lo oía llegar y ya se empezaba a reír. Y como compañero y jefe era justo, humano, flexible, muy reflexivo y con una capacidad muy grande para amar al pueblo, a los compañeros de trabajo, a los vecinos, a todos los que conocía y no conocía. Creo que no se puede expresar aquí lo que era, ustedes lo conocieron, pero creo que en este último año, superó muchísimas cosas, y se convirtió en un ejemplo de marido, padre, compañero y jefe.
“Mi objetivo es que el Pichu viva en un sistema socialista, sin alienación, yo estoy aquí por él y por todos los demás Pichus de la tierra, no creas que es inconciencia o inmadurez, en estos momentos no es joda, y cada uno de nosotros vive pensando en todo, la muerte, el costo, si vale la pena o no, si después será mejor.
“Yo quiero vivir, y espero vivir muchos años, sobre todo por el Pichu, para darle todo el amor que siento por él, y enseñarle cómo era su padre, y cuánto lo quería. Si no estuviera él, no sé si me importaría tanto vivir, seguro que no, porque con Quique se fue toda mi vida, sólo vivo del recuerdo hermoso de dos años de amor, y sólo pienso que está enterrado, que no ve, no ama, no odia, no piensa, que ya no es. Sólo vive en mí, en los compañeros y en la gente que lo quería. Pero él, toda esa fuerza que era su vida está muerta. Tengo muchísimos deseos de poder creer en Dios, para por lo menos consolarme y pensar que ahora es espíritu, pero no creo, y la realidad es más tremenda que cualquier ilusión.
“Lo peor no es el que se queda, sino el que se va, ‘al que lo van’, que hasta el 21 de abril a las 17.30 era vida, y a partir de ahí no es.
“El Pichu al principio se puso mal, lloraba y estaba triste, un poco porque me veía a mí, y otro poco porque lo extrañaba, oía un silbido y miraba ansioso para ver si era el viejo, y cuando reconocía otra cosa se ponía mal.
“Ya le han salido dos dientes y dice papá todo el día, es hermoso y buenísimo, es igual a Quique. Vive comiendo y durmiendo, el 11 cumplió 7 meses y pesa 10 kilos.
“Me dijo Lidia que les mandó una foto. Espero poder criarlo yo, y bien, como queríamos con Quique, sólo que ahora me parece todo más difícil al tener que hacerlo sola.
“Silvia, yo no me voy, porque le debo mucho a nuestros muertos. Quique, Mingo, Jaimito, Carlitos Agosti, y miles de compañeros caídos, cada minuto mío es de ellos, y de los que vendrán, y de los que hoy pasan hambre”.
“Lucila”.


