El joven Bertolt Brecht, desde muy temprano en su vida, sabía lo que quería.
Quería, por ejemplo, aprender el arte que a Karl Valentin se le daba a manos llenas. Ese payaso metafísico del que tanto aprendería: su «Hombrecito» era un personaje que al joven Brecht le despertaba ganas de crear. Por esa época, Bertolt recorría todos los bares de Munich con su guitarra y sus canciones. Y a partir de allí, comenzó a relacionarse con el grupo de Valentin. Hay fotografías en que aparece sentado junto a Liesl Karlstadt, compañero actor del gran cómico.
En esos años Bertolt también comienza a escribir: «Yo, Bertolt Brecht, vengo de la Selva Negra…».
Las ciudades de asfalto, el humo de los puros en los bares, las canciones y el teatro, su enorme dramaturgia, comienzan a formar a una de las personalidades más importantes del siglo XX.
También los años oscuros en donde se gestaba una de las mayores catástrofes del siglo pasado, el nazismo, hacen de Bertolt uno de los intelectuales con formación política más sólidos de la época. Perseguido por Hitler, perseguido más tarde por el macartismo en Estados Unidos, sabe perfectamente lo que quiere. Y lo lanzará al mundo, a lo largo de los años, en forma de textos dramáticos que se inscribirán en la historia de la literatura como uno de los momentos más destacados del siglo.
Crece tanto que se mide con Aristóteles y su poética.
Crece tanto que se mide con Shakespeare y sus dramas y comedias.
Crece tanto que elabora una teoría estética y hoy muchos de sus conceptos rigen las propuestas de vanguardia.
Yo me quedo con ese Bertolt Brecht joven. Llevaba su guitarra a cuestas, cantando y riendo junto a Kar Valentin. Entendiendo que está en el momento justo y en el lugar apropiado para desarrollar su maravillosa creatividad.
Columnista invitado
Juan Carlos Carta
Escritor, poeta, dramaturgo. Director del Círculo de Tiza Teatro. Es docente de la Universidad Nacional de San Juan.


