En la penúltima entrega abordamos la relación entre el pensamiento popular y el de izquierda, como asimismo los conceptos de existencia auténtica o inauténtica en el pensamiento de Kusch, como asimismo empezamos a abordar la problemática de la subjetividad colonizada en la sociedad actual. En este último capítulo nos imaginamos una subjetividasd emancipada desde el americano. Esto decimos en el final de nuestro capítulo en La aventura del conocimiento:
Emancipación y subjetividad, pero americanista
Las subjetividades colonizadas, entonces, deben emanciparse. Hasta aquí, un enunciado fácil de repetir pero no tan fácil de pensar en profundizar y menos aún actuar. A nuestro entender, en nuestra América, es necesario repasar el pensamiento de Rodolfo Kusch, su entendimiento de lo americano, su Antropología Filosófica Americana, como él mismo la denominó.
Kusch se apoya en el “dasein” de Heidegger y por lo tanto cree que el pensamiento tiene la “gravidez del suelo”. Magrassi decía algo parecido al justificar el uso del vocablo “sudamericano” en lugar de “latinoamericano”. El Materialismo Histórico o el Psicoanálisis, entonces, pueden ayudar, pero siempre y cuando partan de la propia experiencia histórica de América, no de Europa. Los modelos trasplantados no sirven. “Pinta tu aldea y serás universal”, decía Tolstoi, pero hay cierta intelligentzia que se siente universal por el sólo hecho de haber leído a Tolstoi.
Se trata de aportar soluciones que sean verdaderamente “nuevas”, o “antiguas pero renovadas”, sin condicionamientos de filosofías trasplantadas. Se diría que debería empezar a tenerse en cuenta lo olvidado, lo relegado a un segundo plano: el mito, por ejemplo, ya no como sinónimo de mentira, sino como estructura mental común a toda la especie, como lo habían percibido Herman Hesse, Karl Jung, Mircea Eliade y otros.
En una dialéctica sudamericanista, el hombre europeo no es sujeto de conocimiento ni el americano es objeto. Ambos son sujetos. La “negación” del pensamiento popular respecto de la cultura dominante es, en realidad, una afirmación silenciosa en la propia cultura. Silenciosa porque pertenece al mundo de “lo prohibido”, como la lengua mapuche que De Nevares reivindicó en la práctica.
Negar, entonces, sería, para el caso actual que abordamos, resistir al bombardeo de deshistorización y odio del sistema. No hay “ser y nada”, sino simplemente “estar”; porque ese ser es ser consumista y objeto en un mundo donde lo humano es un engranaje más de una máquina incontrolable, y “estar” es estar en un mundo que ya existe. No importa “ser alguien” porque poseemos bienes materiales, alcanza con “estar” y comulgar con esa realidad.
Lo más importante de Kusch a su manera y Magrassi a la suya, es que no caen en el segregacionismo de cierto indigenismo, ese que estudia al otro en tanto otro, sino descubrir en nosotros mismos nuestra condición de personas que estamos en el mundo; estudio al otro, pero el otro también me está estudiando a mí. “Todos somos indios” decía Magrassi.
Ese hombre interior oculto no está en un perdido valle cordillerano, sino también en la “gran ciudad”, en las actitudes cotidianas. Hay una arqueología mental que Kusch hace para descubrir que América está encubierta, pero dentro de nosotros mismos. En la cultura “mestiza” Kusch ve que el caos y el orden se complementan, no se oponen, como en la tradición taoísta, como en las religiones asiáticas, americanas y africanas. La racionalidad, como lo muestra Hesse en su fábula, excluye; pero el “pensar en americano” de Kusch es incluyente. No hay doxa versus episteme, sino sólo doxa, y en eso somos todos iguales.
Desde una perspectiva kuscheano-magrassiana (imaginamos, nos hacemos cargo), el mito-de y el culto-a la Difunta Correa es una forma americana, del pensamiento popular americano, de poner en primer plano la vida y el agua, y es muy posible que ello esté presente en las actuales luchas populares contra la megaminería y el fracking. Lucha que tiene un sentido para la izquierda clasista y uno muy distinto, sagrado, para los pueblos originarios. Una lucha en la que, no es un dato menor, los pueblos originarios han roto su silencio secular sin que ningún “activista” los convenciera de ello. Hay allí una subjetividad emergente, emancipatoria, no colonizada, ni desde derecha, ni desde izquierda.
Cosa de negros
Kusch puso el cuerpo a sus propias ideas, y en sus últimos años decidió irse a vivir a Maimará. Su americanismo, en tanto cercano a lo inentendible, casi esotérico, le permitió pasar desapercibido cuando organizó congresos en las últimas dos dictaduras, y enseñar en universidades argentinas y bolivianas. “La seducción de la barbarie”; “Indios, porteños y dioses”; “De la mala vida porteña”; “Charlas para vivir en América”, “América profunda”, “El pensamiento indígena y popular en América”, “Una lógica de la negación para comprender a América: La negación en el pensamiento popular”, “Geocultura del hombre americano”, “Esbozo de una antropología filosófica americana”, son algunos de los títulos que dejó este “lenguaraz” de un pensamiento oprimido. Magrassi se lamentó de que casi nadie haya recogido el guante para proseguir con semejante tarea, la de construir una identidad raigal y emancipatoria a la vez.
Kusch propone un ”pensar seminal” que no necesita causas… se alimenta en una visión orgánica. Por eso su antropología filosófica es sólo un “esbozo”. El resto debe (debemos) escribirlo el mismo pueblo americano, mestizo, aborigen, indio, originario, o como se quiera (nos queramos) llamar.
El “mero estar” del hombre americano, incluso el de las “grandes ciudades”, no se preocupa por la propiedad de las cosas, porque no se es propietario, sino parte-de. “No somos dueños de la tierra, ni queremos serlo; somos HIJOS de la tierra” nos dicen, desde su ancestralidad, los “indígenas”. Y eso supone que la tierra, lo femenino, ocupa un lugar central, que el machismo racional y occidental no entiende. No por nada el personaje de la fábula de Hesse es un varón sin hembra.
El Jefe Seattle fue claro, ya en el siglo XIX. Las culturas americanas no mataron al padre pero tampoco renegaron de lo femenino como hizo la tradición judeo-cristiana. El mero “estar” por oposición al “ser alguien” es una des-enajenación. El antropocentrismo no desaparece en el mundo espiritual americano, sino que nunca existió. Le damos sentido a lo que nos rodea, pero de ninguna manera lo “recreamos”. “Vemos” al mundo, no lo “concebimos”. No hay normas racionales en este mundo de la Madre, la Pacha Mama, la Mapu, la difunta Correa, pero sí hay una gravidez del suelo. Dice Kusch que “en América está en juego la relación interhumana vista por dentro, al margen del mundo de las cosas determinables, en vez de la digitación de soluciones sociales que apuntan a una comunidad externa, que siempre tiende a tener los caracteres de lo contractual; se da una comunidad interna que se ubica al margen de la conciencia, como un a priori que parte de la inconciencia social y que hace realmente a la coherencia del grupo”.
La negación popular de la cultura occidental superyoica, impuesta, es una afirmación en el “ello” ancestral. El pensamiento americano “pegado al suelo” lleva a afirmar que “la misma imperfección del filosofar hace a la filosofía americana, en tanto nuestra verdad siempre deforma lo que se pretende instituir formalmente”. No se trata de cambiar la filosofía, sino de valorar lo esencial, el de vivir en una “racionalidad” propia. La cultura popular no es un simple entretenimiento, sino un sistema de símbolos que dan sentido a la vida. ¿No es ésta una subjetividad soterrada, colonizada y que debe emanciparse?
Para el espeleólogo francés Michel Siffre, los mayas habían experimentado con la “atemporalidad de las cavernas” (v. Hors du Temps). Para Heidegger, “el tiempo es el advenir presentante que va siendo sido”, y Kusch parte de Heidegger para llegar a su antropología filosófica americana; Jorge Alemán cita mucho al primer Heidegger (no el que adhirió al nazismo) para estructurar un psicoanalisis emancipante y “religante” con una subjetividad soterrada, pero no nos dice nada de en qué consiste esa subjetividad; quizás podamos encontrarla en nuestro “ser indios”… vergonzantes. Alemán recuerda, respecto de lo “religante”, que Jacques Lacan, su modelo, ordenó ser enterrado con el rito católico, y reivindica, de alguna manera al catolicismo jesuita, Bergoglio incluido.
La educación misma adquiere, en el pensamiento americanista de Kusch, no ser la simple transmisión de una cultura-objeto, no ser mero aprendizaje, sino un acto re-fundante del propio horizonte mítico. Es un des-aprendizaje de los contenidos colonizadores y una recuperación de los contenidos originarios. La experiencia de “denevarismo” bien puede institucionalizarse y nacionalizarse, y allí vuelve el reclamo magrassiano de que la intelectualidad se haga cargo de esa construcción.
En la economía quechua, recuerda Kusch, la actividad del hombre no estaba signada por el “deber”: el trabajo no era forzado, sino que estaba atravesado por las emociones, el juego, las formas de convivencia social. El trueque es un ritual antes que cumple con la necesidad pero en cuanto ésta abarca toda la economía pero también la metafísica; el pan es sagrado, como en el cristianismo.
Por eso es que en la economía ancestral americana los bienes, las mercancías, no se entienden. No se entiende el concepto de “propiedad”. La economía “científica” es ajena al hombre, o peor, el hombre pasa a ser una cosa más dentro de ella. Por eso la Conquista de América no fue sólo la destrucción de sociedades políticas y económicas, sino la destrucción misma de un mundo espiritual, de un mundo dador de sentido, como lo fue la Conquista del Desierto en 1879, o la actual “segunda conquista” de la mano de la megaminería y el fracking: se está desestructurando, gracias a la hegemonía neoliberal, un mundo en su sentido material y espiritual.
Para la economía “científica” lo sagrado es inútil. Para el pensamiento americano no lo es. Porque al no haber antropocentrismo no puede haber utilitarismo ni cosificación; las personas son personas, la Naturaleza es una deidad, ninguno es un mero “recurso”. Luego, el capitalismo no tiene sentido, por ser autodestructivo.
De allí la resistencia silenciosa a las distintas formas de explotación: “estos negros de mierda no quieren laburar”, se dice, viendo un grupo de albañiles trabajando mientras dos de ellos hacen el “asadito”. Ese encuentro del “asadito” es más dador de sentido que la obra que están construyendo. Pero la mentalidad “occidental” sólo ve “vagos” donde en realidad hay una cultura que se resiste a la “disciplina” capitalista. Así era en tiempos de Magrassi y de Kusch; hoy ese ritual desapareció, pero aparecieron otros para reemplazarlo. Hay que buscarlos, detectarlos y ponerles nombre, como “tango” al folklore ciudadano reivindicado por Magrassi.
Hay, entonces, una “ética sin códigos” que se opone a la mera “moral” superyoica occidental y falsamente cristiana.
En este esquema, el “estar siendo con los otros” americano choca con la lógica del “mercado”, pues allí lo humano es una cosa más: “Poder realimentar la transitoriedad de lo fundante, ganar la inseguridad para lograr la plenitud de lo humano es nuestra misión en América, que afortunadamente no logra recuperar la seriedad que le exige el imperio, porque comprende la transitoriedad de la trampa del ser y con ello el fin del imperio mismo”. Esa subjetividad no puede ser colonizada, no pudo serlo en 500 años, hará una revolución o seguirá silenciosa, pero siempre estará, como el Inconsciente colectivo de Charly García.
Por ello es que debemos distinguir entre los pueblos originarios que se fueron organizando en los últimos años para una nueva resistencia a la invasión de los huincas, de aquellos que, proviniendo de ese mundo, adoptaron como propia la praxis política occidental, y así es que no levantaron su voz contra la megaminería antes de 2015 y lo hacen ahora. O son indiferentes a la cárcel injusta de Milagro Sala Eso es señal de que se han subordinado a la lógica política imperial bipartidista.
Lo humano en América es un “operar incesante”; pero operar, en principio, hacia la propia interioridad del sujeto americano. Se descubre América desde el estar americano, no de las experiencias de otros pueblos. La vida tiene sentido en tanto “juego”, o mejor “juego sagrado”. Vivir no es “ganarse” la vida, es algo más. La vida ya está, sólo hay que vivirla. La negación de Kusch hacia ese “ganarse la vida” supone una desconfianza hacia la ciencia como solución a los problemas humanos: ”hay una cierta ceguera en nuestra mente colonizada que no nos deja ver qué ocurre con América, para la que nos falta la fe”. Al negar las circunstancias, queda el hombre.
A modo de conclusión (siempre incompleta)
Desandar el camino de la colonización de la subjetividad en la vida política y social de los argentinos supone saber a priori si hay o no hay subjetividad que antes no estuvo colonizada. El psicoanálisis lacaniano plantea muy bien el problema, pero no da una respuesta, porque quizás no la haya en el campo de un futuro incierto; quizás haya que buscar esa subjetividad en nuestras raíces americanas, más allá de nuestro color de piel, ese detalle menor. Así como Karl Jung definió al I Ching como un método particular de explorar el subconsciente, podríamos decir que el pensamiento de hombres como Kusch y Magrassi (o Scalabrini Ortiz, cuando apela al “espíritu de la tierra”, o Marechal en su “Autopsia de Creso”) es también un método de exploración del inconsciente colectivo americano, que es algo más que el desván de los malos recuerdos del pasado. El silencio no es sinónimo de inexistencia. Hay que aprender a descubrirnos como la América que somos. Lo ancestral sigue siendo, sigue estando, o como mejor nos guste, pero no en determinados espacios físicos, sino en espacios simbólicos, espirituales, intangibles, dentro de cada alma americana colonizada.
El “descubrimiento” de América es, antes que nada, un descubrimiento interior en busca de una subjetividad emancipatoria autóctona. Irracional, si se quiere, peronista si se quiere, originaria o india, pero no en tanto moda cultural; el “lenguaje inclusivo” de reciente invención, no es más que la distorsión de una causa por la reivindicación de “lo femenino”, un entrenamiento que distrae de lo principal.
La opinión, a nuestro entender, es tan vulnerable a la colonización de la subjetividad como la ciencia. Ambos pensamientos fueron atravesados por la propaganda subliminal del sistema, que se está aplicando a escalas nunca vistas, por lo menos no en tiempos en que Günther Kusch y Guillermo Magrassi vivían.
La juridicidad en un contexto en que algunas comunidades originarias se han ido al otro extremo y no reconocen al Estado argentino, es difícil de imaginar si desde “la ley” no se reconoce como genocidio lo ocurrido desde la Organización Nacional de hace 150 años, o quizás mucho más atrás aún. Y allí hay otro guante que Kusch y Magrassi tiraron al suelo y nadie recogió aún. A partir de allí, de darle forma jurídica al concepto de “no-propiedad” de la tierra, es que podríamos realizar el cambio.
Nuestra juridicidad occidental y falsamente cristiana es limitada, en tanto heredera del Derecho Romano y parte de la superestructura cultural de las sociedades basadas en la dominación de unos hombres sobre otros, y las Leyes Nacionales 26.160 y posteriores complementarias, si bien tiene buenas intenciones, se quedan a mitad de camino en tanto plantea una situación de “emergencia” permanente y no cuestiona la legalidad de los actuales latifundios, sino sólo su legitimidad, y a medias. Las leyes complementarias posteriores, bien dice el informe XUMEK 2017, no hacen más que prorrogar lo emergencial, pero no va al problema de fondo, que es que lo indígena no es emergente, sino que es un mundo que debe ser física, cultural, espiritual y judicialmente des-colonizado.
El kirchnerismo dejó sin hacer muchas cosas: no reideologizó suficiente la política y no supo contrarrestar el poder de los medios, o no pudo. Pero consiguió crear un núcleo duro de resistencia silenciosa, y todo planteo de retorno debe incluir una reforma constitucional que incluya, entre los derechos y garantías, la plasmación del … ¿derecho consuetudinario de la América Antigua?… de la misma manera que Kusch hizo con la filosofía y la espiritualidad.
No alcanza con el empoderamiento político de los pueblos originarios, ni el reconocimiento moral y espiritual, hay que ir también por el reconocimiento jurídico. Así, los crímenes de la llamada “conquista del Desierto”, por ejemplo, deberían recibir el mismo tratamiento que los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura. Ya no se puede sancionar a los responsables, pero sí se los puede eliminar del panteón de los héroes nacionales, e indemnizar materialmente a los descendientes de las víctimas y limitar el poder de los latifundistas que se beneficiaron con la “Conquista del Desierto”. Más concretamente: los antiguos territorios indígenas ya no pueden seguir siendo propiedad de capitales privados y mucho menos extranjeros.
De eso se trata el pensamiento de Kusch, que Magrassi continúa en otro plano: los pueblos originarios no son como los animalitos del zoológico, “objetos” de estudio. También son “sujetos”, y los objetos bien podríamos ser nosotros. La naturaleza… son meros “recursos” naturales como las personas somos ¿recursos humanos? ¿Recursos para qué? El capitalismo la tiene clara, pero los que estamos en la vereda de enfrente tenemos claro que ese otro mundo donde naturaleza y humanidad no son objetos ni recursos, son la verdadera humanidad que debe ser empoderada. Hubo dos grandes que nos marcaron el camino de ese nuevo humanismo.
Quizás lo ideal sea un Estado plurinacional, pero estamos muy lejos de eso. Kusch trabajó mucho en Perú y Bolivia; Magrassi reclamaba pluralidad y plurinacionalidad.
Pero de lo que no estamos lejos es de reemplazar la democracia representativa por una participativa, donde los pueblos originarios tengan derecho a designar representantes en un pie de igualdad con los partidos políticos, ante una Asamblea Nacional unicameral que reemplace al congreso y que asegure la participación popular en el establecimiento de políticas públicas. La democracia verdadera debe reemplazar a la partidocracia.
El límite a esta propuesta de consagrar involuntariamente el derecho consuetudinario como fundamentalismo teocrático, que siempre acecha, lo cual es un desafío importante. Pero vale la pena correr el riesgo.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, jubilado docente y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua, Malargüe.