Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Hace 20 años atrás, cuando hacía muy pocos días que estábamos en Toronto, fuimos a caminar por la orilla del lago Ontario. En enero el viento sopla desde el lago, frío y decidido. Superando el rechazo a lo extremo me sorprendió ver muy cerca la otra orilla, lo que después supe era el aeropuerto. Pequeño pero cercano es un lujo el llegar de alguna otra ciudad, bajar del avión y a poco de caminar estar en pleno centro de la ciudad.
El costo para la comunidad es alto, por la contaminación sonora del ruido de los aviones a hélice, por la cantidad de combustible quemado que flota en el aire y porque, además, se ha robado un sector de lo que se denomina Las islas de Toronto. Originalmente una península unida por una estrecha franja de tierra que, en 1858 una fuerte tormenta destruyó y nunca fue rehecha. Desde entonces quedó oficialmente como isla. Tecnicismos aparte se trata de una formación natural como producto de los ríos que desembocan en el lago. Los pueblos originarios de la zona usaban este espacio para rituales sagrados. Pero, merced a diversos tratados fue cedida a los colonizadores por chauchas y palitos. En realidad, fueron “bienes que incluyen 2000 pedernales de rifle, 24 hervidores de latón, 120 espejos, 24 sombreros con cordones y 96 galones de ron valorados en cerca de dos mil libras esterlinas”.
La comunidad Mississauga, el pueblo originario que usaba esas tierras, no estaba conforme con la historia oficial e inició un proceso de reclamo en 1986. Las islas no eran parte de aquel tratado cobrado en espejos y sombreros, lo recibido era inadecuado. En 2010, se llegó a un acuerdo que resultó en un pago en efectivo de $ 145 millones a los Mississaugas por parte del Gobierno de Canadá. A cambio este pueblo renunció a reclamar su derecho a las islas.
Canadá es el segundo país más grande del mundo detrás de Rusia con casi la mitad de su territorio. Pero la propiedad de estas tierras está siendo discutida año a año por quienes son descendientes de los pueblos originarios. El acuerdo por la propiedad de las Islas de Toronto es un ejemplo claro de los tiempos modernos, en que esta revisión de títulos deviene en reconocimiento de derechos. Muchos emprendimientos económicos de explotación de minerales, por ejemplo, no se pueden realizar a menos que haya un acuerdo con sus reales dueños.
En las islas no hay más que “miniturismo” como el Toronto Island Park y el mencionado aeropuerto Billy Bishop. No podían faltar varios clubes de yates, el parque de atracciones Centreville. Y varias playas, una de ellas donde el uso de ropas es opcional. Lo que se podría decir es una playa nudista, aunque no lo es “stricto sensu”.
En los últimos días del verano de hace 20 años fuimos a visitar la isla tomando un ferry que sale muy cerca del distrito financiero de la ciudad, donde está la estación terminal de trenes y el enorme edificio del periódico “Toronto Star”.
Habíamos conseguido un mapa de la isla así que decidimos tomar una de las tres opciones de ferry, la que nos dejaba más al este de la isla para recorrerla toda a pie. No había mucha gente en esa línea esperando la llegada del inmenso bote, la mayoría con bicicletas y después supimos porqué. El trecho que debíamos caminar era largo y encima nosotros llegamos a la zona residencial. Con sorpresa descubrimos que hay gente que vive de forma permanente allí, que no todo es turismo, diversión y playas para tostar y mostrar el cuerpo.
Vivir en la isla y tener del otro lado de la calle el inmenso lago Ontario, es posible. El ambiente es tentador. No hay autos allí, solo algunos vehículos de mantenimiento. Es un sueño muy difícil de concretar. De acuerdo con la ley aprobada en 1993, que rige los destinos de este paradisiaco entorno, hay que estar en la lista de espera de personas interesadas en comprar cualquiera de esas propiedades en la isla. Son 260 y la tierra debajo de estas casas nunca se puede adquirir, solo se puede pagar un canon de alquiler por su uso a la provincia, la legislación garantiza que el contrato de arrendamiento existente no vencerá hasta 2092.
Además, al no estar afectadas por el mercado de compra y venta, estas casas generalmente se venden por mucho menos que otras similares en la ciudad. En los últimos cinco años, se han vendido por tan solo $ 80,000. Lo máximo que alguien pagó fue $ 854,000 por una de las pocas propiedades tipo grandiosa mansión. Para muchos buscadores de casas, es el mayor premio imaginable: una vivienda unifamiliar en una isla pintoresca a minutos del centro de la ciudad en uno de los mercados inmobiliarios más populares del mundo.
En los últimos 20 años solo 66 hogares han sido transferidos a los nuevos dueños. Con todo el proceso burocrático es casi imposible instalarse allí. Me quedé con las ganas de vivir en la comunidad urbana sin automóviles más grande de América del Norte.
Seguimos nuestra caminata por la isla, en un camino que acompaña la orilla opuesta a la ciudad, que da vueltas por entre la frondosa vegetación del verano torrontés. Descubrimos que se construyó una tribuna frente a una entrada del lago donde se corren regatas regularmente. Además de las instalaciones de un club de verano destinado a quienes están en edad escolar. Les ofrecen pasar el día en la isla haciendo actividades recreativas. Tomamos nota para sumar a nuestro hijo para el próximo año.
Mientras caminaba por la zona me vinieron imágenes, fijas en la memoria, del Lago del Parque en Mendoza, quizás por el tema de las regatas, que nunca vi correr en aquel lago. Pero más fuerte el recuerdo de un balneario en las cercanías de Tunuyán, más allá de Villa Seca en que era posible alquilar unos botes a pedal y dar vueltas por las aguas de en un pequeño embalse del río. Los altos álamos que rodeaban en aquellos años el lugar daban una sombra que invitaba al descanso.
Volviendo a Canadá, en el centro de la isla, a donde llega otra de las lineas de ferry, hay un despliegue de jardines cubiertos de flores y caminos que invitan al vuelo de la imaginación. Seguramente a principio del siglo pasado haya sido un paseo ideal para los días soleados.
Seguimos nuestra caminata en una zona donde los arboles son mas frondosos, la vegetación mas agreste, un espacio cuidado, que mitiga el calor del verano. Entre los árboles un camino de arena invita a la playa, donde un cartel advierte de la posibilidad de toparse con personas sin ninguna ropa. Famosa en la ciudad, la playa fue desde la década de los ’50 un punto de reunión de la comunidad LGBTQ de Toronto y donde se celebró el primer Festival del Orgullo Gay en 1971. Desde 2002 es oficialmente una playa donde el uso de ropa es opcional, por lo que quienes hacen culto del nudismo están pidiendo que sea sólo para su uso, pues hay mucha gente vestida.
Un poco mas allá de esta playa hay vastas zonas para hacer picnic con algunas comodidades, como baños, bancos y alguna parrilla para quienes disfrutan del asado.
Muchas bicicletas yendo y viniendo y al final del camino, el tercer ferry. Un cerco de alambre impide el paso al aeropuerto al que solo se accede desde la ciudad, por un túnel que pasa debajo del lago o en algunos pocos casos por el uso de botes taxi.
Regresamos a la ciudad cuando la brisa de la tarde daba alivio al sofocante calor del verano. El fresco anticipaba que estaba cerca el fin de las vacaciones, el inicio de las actividades a pleno en todos los ámbitos de la vida activa del país. Esto incluía el inicio del año en la escuela, que se da después de la celebración del Día del Trabajo que en Norteamérica no es un día fijo y nunca el Primero de Mayo, sino que es el primer lunes de septiembre; pero eso es otra historia.
Toronto 27 de agosto 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.