(viene de la edición anterior)
Nunca más trabajé de sereno. Ya eran otros los tiempos. Y fue todo tan rápido. Se había ido la Negra Nora Maggi de nuestra casa14 hacía tiempo. Una mañana llegó radiante. Recuerdo la sonrisa y la luz de la mirada. Toda ella brillaba.
-Nos casamos con el Indio. Oscar Camejo, el bocho estudiante de Bioquímica o algo así, era su pareja de siempre. -Quiero llevar unas plantitas.
Arreglaba sus cosas. Se fue a tomar unos mates con los vecinos. Volvió. No sé por qué no recuerdo, claro, lo doloroso. ¿Cómo entraron esos tipos? ¿Por la cocina? ¿Por adelante? ¿Llamaron? ¿Estaban de uniforme o en ropa de civil? Lo único que recuerdo es la cara de la Negra, seria, triste, fuerte, serena, los labios muy apretados.
Estábamos con Esperanza Martínez, la Gallega, le decíamos por su madre española, la compañera santacruceña que tenía a Carola, una nena de unos dos o tres años entonces. La recuerdo con el pelo rojo y el tono cobrizo que le queda a Raitrutru cuando el sol la ilumina y ella juega en el tronco con las piedritas y tortitas de barro.
Carola les pateaba las canillas a uno de los uniformados y le decía: “Cana hijo de puta”, en su media lengua y el tipo no se daba cuenta, la miraba diciéndole “Qué linda nena”. “Cana hijo de puta”, repetía y otra patada. La Flaca y yo nos mirábamos y ella trataba de distraerla a la nena hablándole. Nos llevaron a Esperanza y a mí como testigos de la detención. Fue horrible. Horas interminables de espera porque no sabíamos si íbamos a salir de allí o no. La Negra cada vez más seria. Qué triste y fuerte la sentí.
Cuando volvimos a casa creo que no hablamos nada. Sé que me agarró el sueño de la mosca tsé-tsé. Ese sueño que me invade de pronto, en cualquier lugar, cuando la pena es demasiado grande.
¿Sabríamos entonces que las tres estaríamos presas por los mismos lados? Villa Floresta, Olmos, Devoto.
Recuerdo cuando La Flaca me contó el fin del “Loquito” Darío Rossi, su compañero, hijo de un suboficial, cocinero, creo, de Puerto Belgrano. Sé que la familia vivía en la playa de Pehuencó porque una vez fuimos allí.
-Lo habían dejado tirado, muerto y con dieciséis kilos menos -me contó La Flaca esa vez que la vi en el dentista de Devoto cuando iba a que me sacaran otra muela más. Mientras la vicha chistaba porque no se podía hablar.
Alguna vez, en la bruma de la desmemoria, me pareció verla como Silvia Stella Leiva, la segunda esposa de papá, siempre trabajando en el Ministerio de Economía desde Cavallo en adelante, con todas sus hermanas y cuñados en puestos jerárquicos de la administración pública, por su hermana que era funcionaria de carrera del Senado por la provincia de Santa Cruz.
Cuando formamos la cooperativa Ñacu Mapu, una vez, en un encuentro de cooperativistas, en Buenos Aires, me encontré con Oscar Bermúdez, el compañero de la casa 19, creo, del Barrio Universitario, parecido a Palermo, el jugador de Boca, que me contó declaró en el Juicio a las Juntas por el asesinato de Darío Rossi, el compañero de Esperanza. Lo busqué y encontré, luego, en el NUNCA MÁS.
¿Habrá recordado Darío, el Loquito, cuando lloramos a León? Yo sí lo recordé, cuando esa mañana que recién llegaba de viaje, porque abuela estaba enferma gravísima, una compañera de casa me dice:
-Por la radio dijeron que encontraron el cuerpo baleado no sé si con treinta y seis o con cincuenta y seis balazos.
La radio estaba prendida. El informativo. Nos callamos.
-Fue identificado el cadáver encontrado de Víctor Oliva… -voz en off de la radio.
Era el compañero del MIR chileno, Víctor Oliva, estudiante de Letras, el que nos preguntara cómo llorábamos tanto por un perro. Tenía el aire callado de Felipe Pigna, el historiador, estudioso y muy buen compañero. Se diferenciaba de los otros compañeros chilenos del PC, tan alegres en sus guitarreadas, por su seriedad.
A los pocos días detuvieron a los que lo conocíamos. Los que estábamos en la misma lista del centro de estudiantes de Humanidades. Habíamos quedado en el 3°puesto en las elecciones estudiantiles donde había arrasado la lista del PJ, en ese año 75, donde ya habían caído casi todos nuestros compañeros del PRT-ERP, presos políticos en esos tiempos de Ivanisevich en la Universidad del Sur cuando se cerraron las carreras de Sociología y Filosofía, creo. Economía pasó a ser solo Contador Público como antes. Perseguidos profesores y estudiantes. Asesinatos dentro de la misma universidad. Todo era paranoia entonces.
-July, me duele la espalda.
-¿Por dónde, Negrita?
-Aquí, aquí- y le llevo la mano a la mitad de la espalda.
-Los pulmones. No te olvidés que estuviste enferma de los fuelles. Vos sabés que la tuberculosis es la enfermedad de la tristeza. Es el alma. Tenés enferma el alma. A ver, respirá fuerte.
Respiro hondo.
-Pero respirá por la nariz y largá por la boca. ¿Te duele?
-No.
-Entonces es la postura, a ver, parate así. Si andás con la cabeza vencida. Te falta decir que no. Y mirar altanera con la barbilla levantada. A ver, practicá.
Trato de levantar el mentón con gesto altivo y nada. No me sale. Me río. En la radio pasan música bailable y empiezo a moverme.
-July, me falta decir “qué me importa”. Tengo los hombros duros-
-A ver, bailá y practicá. Son años de estar vencida.
Bailo y de pronto me surge incontenible el momento más humillante de mi vida. Cuando me detienen y me llevan a la comisaría.
-¿Sabés donde vive…?
Hasta el nombre me olvidé. Desde ese momento no recuerdo nombres ni direcciones. Ni los rostros siquiera.
-No sé, no lo recuerdo.
-Vení a ver si te acordás -Imperante el cana. Realmente no recordaba. Pero me dieron
varias vueltas y de pronto reconocí la casa. No dije nada, sin embargo el auto paró.
-¡Bajá!- El cana me agarra del brazo fuerte. Toca el timbre.
-¿Está…? -pregunta el chabón,
La señora, cuando me ve, saluda cordialmente. Yo con la cabeza le hago un gesto de no. Que no diga nada. Ella ingenuamente le sigue diciendo:
-Ahora viene.
Me llevaron, sólo yo sé que no marqué la casa. Sólo yo sé que no pesa en mí. Nunca me creyeron. Y el odio y la humillación me brotan incontenibles al recordar. ¿Qué tendría que haber hecho entonces? Muchas veces, luego, me he dicho: Tendría que haber sido un solo NO. No sé nada y aunque supiera no abriría ni un pedacito la boca.
Tengo los dientes apretados. Como sé que estarán si hay otra vez. Para que ningún hijo de puta con uniforme o sin él me humille y denigre como entonces. Ni con culpa, ni sin culpa. Para que nunca me olvide lo que me prometí una vez en la
U20: QUE NUNCA MÁS HAYA CÁRCELES NI MANICOMIOS.
Me pongo a tararear a Piero:
“Vamos, decime, contame
todo lo que a vos
te está pasando ahora.
Porque sino cuando está
tu alma sola llora.
Hablar mirándose a los ojos,
sacar lo que se puede afuera
para que adentro nazcan cosas nuevas.”
De abuela en estado de coma, en Concordia
Cada vez que veía a Marta Laciar, la Correcaminos, sabía que ella me sentía culpable. Y me daba pena de ella, pobre garrón, sin saber nada de nada. Era radical y de Balbín, además, la mejor amiga de la novia del chileno. Ella tuvo un abogado, Carlos Bertoncello, radical, de Bahía que la iba a visitar. A mí, que estaba en la misma causa, jamás. Cuando salí en libertad, ella, también, porque la vi, de pasada. No me saludó. Seguro el rencor de su caída, aún.
Cuando me llevan a la comisaría de la Federal me preguntan dónde había estado. Les dije que había ido a ver a mi abuela, a Concordia, muy grave. ¿En qué fecha? Era a comienzos de julio.
Papá me había llamado por teléfono, contándome que abuela estaba grave y todos iban a visitarla. Que por la escuela de los chicos mamá no podía viajar y él no quería viajar solo en el auto. Yo estaba cursando “Historiografía Argentina” que había dejado para el final de la carrera porque era un fárrago de autores y citas, una materia plomaza, digamos. Y ya había comenzado las observaciones de “Práctica de la Enseñanza” en la escuela dependiente de la Universidad.
-Pero papá, estoy cursando, no puedo ir, por las asistencias a clase…Cuando mamá me dijo, por teléfono:
-No puede viajar solo tu padre- recordé que había tenido ya unos infartitos, como les decía.
Me mandó el giro y luego de pasada estuve con la familia. Y salimos de viaje. Todo el viaje fue un larguísimo discurso.
…Que las cosas están densas, hija. Te lo digo yo. Que se pondrán peores dicen en el Partido (Justicialista). Mejor te venís aquí, a Bs As, con tu familia que te quiere bien.
-Papá, ya estoy terminando la carrera…Unos meses, nomás, luego puede ser…
…Hija, vos estás en la luna, como siempre. Cuando el Gral. decía “Hay que desensillar hasta que aclare” es porque sabía. Te lo digo, por tu bien. Venite con nosotros, tu familia. Donde comen cinco comen seis, lo decía tu abuela, tan grave ahora.
Papá estaba en los equipos de trabajo de Isabelita, rodeado del fachaje, lo sabía por su pasión por el diario “Mayoría”. Entonces en casa se compraban unos seis diarios que yo leía cuando iba de vacaciones, comparando las noticias. Fin de año, semana santa, el mes de julio y la semana del estudiante. Rodrigo leía “Noticias” y sabía que había estado delante con sus compañeros de la UES, los secundarios apaleados por los fachos con cadenas cuando Perón les dijo “imberbes” y quedaron los adolescentes frente a los palos y cadenazos de los gremialistas de la UOM y la UOCRA que eran los mismos que en Bahía dirimían a balazos sus diferencias, pero se unían contra nosotros en los balazos de ametralladoras contra el Barrio Universitario, pasando raudos en los Falcon verdes, asomando solo las metralletas tirando a mansalva contra los departamentos de los estudiantes que poco a poco se iban yendo.
Luis Horacio estaba en el Seminario Mayor de Devoto y la última vez que lo vi tenía una enfermedad rarísima, fiebre muy alta, flaquísimo y ojeroso, internado en un sanatorio cuidado por monjas. Su pasión por la tarea villera del padre Mujica en la villa de Retiro lo había llevado a cumplir el sueño de abuela, el nieto, su ahijado, sacerdote. Había estado con su ropa de cura cuidando el cadáver de Perón. Venía de la onda cristiana por la Acción Católica, y su mejor amigo era un Abal Medina. Tenía más cercanía con las ideas derechosas de papá que las de Rodrigo. Se le sentía el “Ni yanquis ni marxistas, peronista” de la marcha a Ezeiza donde habíamos ido con papá y tío Horacio, emocionados con esa fiesta popular. Las compañeras del PRT me habían dicho que era toda una maniobra para terminar con el avance de la primavera camporista. Yo aún dudaba si volcarme a la izquierda del Che o a la de Evita. Pero había colectivos gratis y quería sentirme parte de la historia. Fui a casa y como todos iban en sus grupos, yo fui con el Viejo que iba con tío Horacio, a quién yo había ayudado a preparar Historia Argentina y había sacado un diez cuando pasó al Comando en Jefe de Gendarmería unos dos años antes, maso.
Únicamente la novela de Jorge Asís “Los reventados” describe esa marcha. Mientras pasaban unos con el cantito fachoso, otras columnas avanzaban con las consignas montoneras… Era una fiesta popular. Parecían las murgas de Concordia, con los tamboriles y los bombos. Pero los colores eran clarísimos, los ponchos salteños de telar rojo y negro de Güemes y los otros, envueltos en banderas argentinas… Pasaban las columnas cerradas, con sus banderas de cada columna de todos los rincones del país y nos dejaban a los caminantes sueltos como nosotros atrás, con ese paso vivo y feliz.
Llegábamos casi al palco cuando sentimos los balazos. De los árboles caían como moscas los baleados desde el palco. Pero lo peor era oír por los altavoces del palco la misma música y lejos, los bombos y alegres tamboriles murgueros de los que ignoraban la ratonera del palco.
-¡TODOS TIRADOS AL PISO!- ordenó tío Horacio, serio.-Vamos a la casa de Juan Carlos.
El tío, hermano de papá y tío Horacio, vivía cerca de ahí, en el Barrio Esteban Echeverría.
No sé cómo llegamos, corriendo, apoyados a las paredes…
Toda la calle estaba llena de las camionetas de Bienestar Social, de donde asomaban las itakas en rostros patibularios.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.