Según estimaciones científicas, 10.000 años a.C. la población mundial era de 2 millones de personas; 6.000 años a.C. ya éramos 11 millones y 3.000 años a.C. se estima que alcanzamos los 40 millones. Al comienzo de la Era Cristiana la población estimada era de 250 millones de habitantes, que en 1650 se duplicó, para alcanzar 500 millones, pero para la siguiente duplicación tardó solo 150 años, ya que en 1800 llegamos por primera vez a los 1.000 millones.
La otra duplicación ocurrió en 1927 cuando llegamos a ser 2.000 millones; en 1974 pasamos a 4.000 millones; en el 2000 llegamos a 6.000 millones y la población mundial alcanzó los 8000 millones a mediados de noviembre de 2022. Este crecimiento poblacional fue posible gracias a la gran transformación agrícola, con nuevas especies híbridas de mayor productividad de los granos, que ocuparon ecosistemas naturales, especialmente los bosques tropicales, generando una importante pérdida de biodiversidad.
También se debió a la disponibilidad de petróleo y gas, en forma de fertilizantes, pesticidas, sistemas de riego, maquinarias y en el transporte. Esta creciente población mundial, además de alimentos obtenidos con la quema de inmensas cantidades de combustibles fósiles, también requiere cada vez más minerales y, al haber agotado los países centrales sus propios yacimientos, han salido a rapiñarlos al resto del planeta.
Los países débiles, como la Argentina, estamos en la mira de los dueños del negocio, porque con las presiones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, aquí se dictaron leyes muy permisivas para las empresas mineras que en estos días, apoyadas por el lobby de sus representantes locales, presionan para extraer hasta el último gramo de nuestros minerales y llevarlos en bruto a los países donde los refinan y luego se los re-compramos, en una ecuación en la que siempre perdemos.
Fundamentales en esta ecuación son algunos integrantes de nuestra sociedad, que como ha ocurrido a lo largo de toda nuestra historia, no vacilan en ponerse el traje de nuestros dominadores y pensando en su lucro personal, no les importa ni el destino del país, ni el grado de contaminación que producen, ni la sangría de recursos que significa para todo el pueblo argentino la extracción de minerales con los métodos de la megaminería actual.
Hoy asistimos al vergonzoso comportamiento de algunos dirigentes, esforzándose por aprobar el proyecto Cerro Amarillo, para que la empresa canadiense Meryllion Resources avance con la exploración en Malargüe, buscando sacar de allí el cobre y el oro en bruto para enviarlos al exterior y que después desde allá, nos vendan los productos terminados.
Esta etapa de exploración no puede realizarse desde el punto de vista de la legislación actual, porque no cumple la ley nacional 26.639, de Protección de Glaciares y del ambiente periglacial; ni con la Ley 25.675 de Participación Ciudadana; ni el Acuerdo de Escazú ratificado en nuestro País con la Ley 27.566; sin dar participación a terceros potencialmente afectados por el proyecto, como las Municipalidades de San Rafael y General Alvear y tampoco al Comité Interjurisdiccional del Río Colorado, organismo con competencia en la cuenca del río Grande, principal afluente del Colorado.
Si a esto le sumamos la contaminación que producirán los químicos utilizados para separar el cobre y el oro de la roca y además le sumamos los millones de litros de agua que inutilizarán para siempre, nos preguntamos: ¿nos convienen estos negocios? ¿O solo salen beneficiados los que reciben “algo” a cambio de su apoyo?.
Entrando a cualquier buscador, como el Google y escribiendo: “CERRO AMARILLO”, encontrarán más de 3 millones de páginas para entender porqué decimos lo que decimos.
Columnista invitado
Alberto Lucero
Ingeniero Electricista, Universidad Tecnológica Nacional, Facultad Regional Mendoza. Titular de “LENIX Publicidad”. Titular de “INFO POINT SYSTEM”. Co-fundador de las A.M.P.A.P. (Asambleas Mendocinas por el Agua Pura), en Tunuyán.


