Si entrecerramos los ojos y miramos para atrás, esta película ya la vimos, en escenarios aparentemente diferentes, pero con resultados porcentuales parecidos.
Pensemos en la nevada de 1963, cuando Illia asumió con el veintipoco por ciento de los votos y bastó que Neustadt y los suyos, desde la revista Panorama y otras lo tildaran de tortuga, para ocultar lo bueno que podía hacer y que afectaba los intereses del imperio para que mandaran al más estúpido de sus mercenarios a dar un golpe para derrocar un gobierno que nadie defendió.
Pensemos en marzo del ’76, cuando en el golpe dado por una conjunción empresarial que representaba los intereses del imperio, su tropa mercenaria y los sectores más conservadores de la iglesia, instalaron la más sangrienta de las dictaduras de nuestra historia. Si bien había una vanguardia que combatía por un proyecto de país solidario, esta vanguardia demostró ser demasiado vanguardia y haber perdido la inserción que en algún momento tuvo en las masas populares durante el enfrentamiento con la dictadura anterior. Lo concreto es que si bien nos encontramos con un país ocupado por un ejército que recordaba la ocupación de Francia por parte de los nazis, hubo un espacio para que Martínez de Hoz se ufanara de “la mayoría silenciosa” y permearan frases como el “algo habrán hecho” y “los argentinos somos derechos y humanos” o “achicar el estado es agrandar la nación”. Fue necesaria la aparición y parición de las Madres de Plaza de Mayo para que una sociedad que prefería no creer en la violación de los DDHH y en los campos de concentración y prefería mirar para otro lado, dijera al final de la dictadura e inclusive recién con los juicios del ’85: ‘Ah, entonces era cierto’.
Después de 18 años de democracia vino el 2001, el primer “que se vayan todos». Fue el costo de los personalismos, el nepotismo, la corrupción, el ejercicio de una democracia de élites con vínculos con el poder real, el económico, que dejaba afuera al resto de la población no vinculada a esas estructuras. Dentro de la misma élite surgió un grupo que logró pilotear el para que nada cambie, el gatopardismo vernáculo encarnado en Duhalde, que al no poder perpetuarse después de los asesinatos de Kosteki y Santillán fue a elecciones sin la posibilidad de articular un candidato ganador, tan grave era la crisis de representación del sistema político. Surgió entonces un ‘tapado’ que sorprendió a propios y extraños. Una vez más el veintipoco por ciento de los votos; pero Kirchner, convocando a la política, haciendo peronismo de cuño original, intentando volver a la comunidad organizada y a la administración eficiente de recursos propios, utilizando los comodities para reactivar la industria destruida por administraciones anteriores, logró una masividad de apoyo popular que se reflejaría en votos recién en las elecciones posteriores, llegando al 54,11 % en la reelección de Cristina.
Entonces ¿qué falló? En todo enfrentamiento los recursos y la intensidad que involucrará a los contendientes será proporcional al potencial de cada uno. Así, ante la potencia de un país desendeudado y en marcha, que logró remontar la crisis mundial del capitalismo en 2008, los esfuerzos de los enemigos de siempre, y en un contexto geopolítico de retroceso del mundo unipolar planteado por EE. UU., se redoblaron en América Latina que había vivido una primavera de gobiernos nacionales y populares. Esto incluyó fundamentalmente el manejo monopólico de medios de comunicación desde donde se atacó a través de la estupidización todo pensamiento solidario de manera indirecta, que no es otra cosa el ensalzamiento de las salidas individuales, y se propaló cotidianamente una lectura mentirosa de la realidad según la mirada de las clases dominantes, nada extraño por otra parte, no es raro que el perro ladre ni que el pez nade.
Es hora de ver lo propio. Lamentablemente no todos fueron aciertos. Es verdad que cuando Néstor asume no tenía desarrollo territorial y tuvo que cenar con dios y almorzar con el diablo para poder desarrollar su plan político, también es cierto que en el desarrollo propio no se consideró a gente que venía de vieja militancia y se privilegió a jóvenes sin formación política que frecuentemente cuando pasaban a ser funcionarios dejaban de ser militantes, algunos de ellos y otros han sido los funcionarios que no funcionan. Cuando consciente o inconscientemente copiamos los modos del adversario o enemigo al que queremos combatir, a veces somos víctimas de nuestro propio discurso.
El nepotismo, el personalismo, la tolerancia a la corrupción de propios (equivalente a una traición a los principios que sostenemos), la sensación social de no sentirse participantes del ejercicio democrático comienza a debilitar nuestra credibilidad. Esto permite que prospere el discurso antipolítico, que es esencialmente político, y surja el “que se vayan todos”. Los que militan en política son vistos exclusivamente como políticos, pareciera que no tienen otra historia ni otros medios de vida, a diferencia de los empresarios que critican a la política desde sus sillones y gerencias. Desde el discurso que construyen los dueños del poder económico el político es un parásito de la sociedad.
Tampoco nos ha ayudado que históricos dirigentes del sindicalismo, los traidores, como titulaba el documental de Raymundo Gleyzer, se hayan enriquecido y aburguesado a costa de sus compañeros vaciando de contenido ético la práctica sindical.
Hasta ahora hemos debatido fundamentalmente hacia adentro, no digo que hayamos abandonado la práctica de la militancia territorial, pero parece ser poco significativa. Es obvio que en la militancia a través de las redes sociales la derecha nos lleva varios cuerpos de ventaja. Parece ser también que de nuestro lado, una vez más, Cristina, sin pensar que carezca de errores, acertó en su análisis anticipatorio de que la elección se definiría en tres tercios, y por ahora solo nos pertenece un tercio. Ella vio el crecimiento de Milei, a partir de la capitalización del descontento social, de la crisis de representación y de la pérdida de la esperanza en las propuestas políticas previas, por ahora, afortunadamente, no en las estructuras políticas que tanta sangre costó conseguir. Me refiero a la democracia. Se entiende que no la ganamos en combate activo sino más bien pasivo, nuestras madres fueron Gandhi, solo a partir de ellas llenamos las calles.
Entonces me repito el ¿Y ahora qué? O encontramos el aliento necesario para pelear cada voto en el cara a cara con nuestro vecino, con nuestro compañero de trabajo, para evitar la debacle, que termine de madurar el huevo de la serpiente que está pronto a romperse, o nos gana el desaliento y contemplamos la caída, nuestra caída, desde la ventana.
Columnista invitado
Daniel Pina
Militante. Ex-preso político. Médico especialista en Terapia Intensiva. Jefe de Terapia Intensiva del Hospital Milstein. Psicoterapeuta dedicado al tratamiento de Trastornos post- traumáticos.


