Hoy: el problema AUGUSTO
La sombra de aquel que permanece inadvertido sobre el fondo del salón, en un mudo grito que nadie escucha, desvanece al otro. Y todo lo convierte en espejo. Así, el infante marginal, ausente de la hoja alegre en donde la mayoría escribe su algarabía, queda condenado a perpetua introspección, a observarse a sí mismo, a mirarse por dentro, a aprisionarse en su mundo interior, y a desafiarse a punta de espada con él, y con nadie más que con él.
De esto quiero hablar hoy, quiero hablar de Augusto. Del niño de 10 años al que todos miraban con una risita y una pena. Casi que podía escucharse del mundo adulto, pobre Augusto. Pero hay que ser un poco valiente para reconocer que el niño la pasa mal y hacer algo, sabiéndose uno responsable, al menos un poco. Por eso lo único que existía era esa risita de consuelo.
10 años de edad tenía Augusto en 1990. Vaya, qué cambio de década. A pocos meses del pacto de Olivos de Alfonsín y Menem, y luego, la convertibilidad (un peso igual a un dólar), el cohete que llegaría a la estratósfera, las vedettes de revistas en las alcobas de jueces y ministros, el Riachuelo, el crimen de Cabezas, la reelección de Menem, la frivolidad de la tele, la imitación al programa de Tinelli y a sus cámaras cómplices, la burla al gordo, al flaco, al orejudo, al cabezón, al homosexual, al que es de river y al que es de boca, dos dígitos de desocupación, las privatizaciones, las relaciones “carnales” con Estados Unidos, la guerra del Golfo, la desmalvinización, la quiebra del banco Mendoza, la vendimia federal… qué se yo… neoliberalismo y más neoliberalismo… el discurso del único mundo posible con la caída del muro de Berlín, las AFJP y la lucha de los jubilados encabezada por Norma Plá, los escraches a los genocidas y “olé, olé, olé, olé, olá, como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”, y mucho más.
Entonces Augusto sentado observando por las ventanas de cortinas verdes que se abrían y cerraban en un imperceptible parpadeo de pupilas tristes, cómo ese mundo de los ´90, que es su mundo, le ofrecía un sinfín de posibilidades.
¿Cómo puede Augusto no darse cuenta que solo debía levantarse de la silla última de la fila tercera que lo atrapaba durante cuatro horas y media para escuchar historias que para nada le interesaban, y así integrarse, al igual que sus compañeritos al ecosistema de los “vivos”?
Efectivamente no pudo. Entonces lloraba, lloraba por dentro, las lágrimas se hundían temerosamente en la absorción de su mirada que siempre era hacia sí.
Retumbaban en los oídos de Augusto canciones que solo bailaba en soledad. Los Fabulosos Cadillacs y su canción Matador, o Los Auténticos Decadentes y la misoginia a full con Vení Raquel o Entregá el Marrón. Mismos oídos que eran mojados por los rollitos de papel salivados y arrojados por tubos vacíos de algunas lapiceras.
¿Cuántos recreos que hacen doler la pansa? ¿Cuánto aguanta una pansa sin salir al recreo?
Nadie veía, nadie escuchaba, pero muchas voces finitas de 10 años, le gritaban, ¿qué más van a gritar? ¿Cuánta indiferencia puede existir y gritarse?
Igual era mejor la indiferencia al empujón, a la trompada, a la escupida… sí, definitivamente era mejor.
Entonces como un déja vu me brota en una pronunciación complicada y culposa, pobre Augusto.
Los ’90, un tiempo propicio para este tipo de prácticas que sometían a Augusto al cruel encierro dentro de sí mismo.
A ver, maestras y maestros, ¿qué es Augusto que no podemos advertir su sufrimiento? ¿Qué rol juega el aprendizaje en la vida del infante que no puede aprender a multiplicar y mucho menos a conjugar verbos, si ni siquiera sabe decir: BASTA?
Me sirve pensar para éste problema la definición de Sujeto de P. Riviére: “Entiendo al hombre como configurándose, en una relación dialéctica, mutuamente modificante con el mundo, relación que tiene su motor en la necesidad.
Entonces, ¿cuál era la necesidad de Augusto que se frustraba en el incómodo silencio del mundo adulto y en el peligroso (para él) andar del mundo infantil?
Para resolver este interrogante pienso en la relación sujeto-mundo (relación dialéctica y mutuamente modificante) que explica Ana Quiroga: “…el sujeto no es lo dado, es construcción y se hace, se configura en un hacer… La acción, la praxis, la actividad es fundante de la subjetividad. Esa praxis, es decir ese movimiento del sujeto sobre el mundo, ese movimiento hacia los objetos y hacia los otros, no es casual, está motivada, fundada en la interioridad del sujeto. Tiene una causa interna a la que llamamos necesidad” (Matrices de aprendizaje).
Y así aparece un problema que tenemos que resolver: el problema Augusto.
“Existe un niño de 10 años que se encuentra aislado, quieto, silenciado y silencioso, casi mimetizado con la pintura beige de la pared del fondo, sentado y concentrado en un típico juego de soldaditos que corporiza en sus lápices de colores a los que su madre pacientemente le puso su nombre para que no se perdieran, acción materna que siempre fracasaba. Ese niño de nombre Augusto, parecía estar y se sabía que no estaba. De vez en cuando, se escuchaban entre las cartucheras de otros niños las risas burlonas que lo entristecían”.
Entonces resolvamos:
- ¿Cuánto kilo de sufrimiento padece el niño?
- ¿Cuántas unidades de lágrimas caen sobre la base de la lengua de Augusto?
- ¿Cuántas decenas de miradas de aprobación necesita el infante para sonreír?
- ¿Cuántas centenas de amigos busca?
- ¿Qué parte de la planificación docente promueve los abrazos?
Alberto Muñoz
Docente-escritor
Secretario General Adjunto (SUTE)
Coordinador Provincial Agrupación verde “4 de abril”