Briones
Tuve la suerte de llamarlo por su nombre de pila desde antes que fuera mi jefe. De haber compartido momentos con él antes de recibir su primer pedido laboral concreto. Esto suma a todas las imágenes, casi siempre transidas entre sonrisas sencillas y, en toda la gama, hasta las inolvidables carcajadas que me suscitaba su forma de ser. Lo conocía porque me había recibido gacetillas de presentaciones de libros de mi Ediciones La Sopaipilla o comunicados de mi partido político o del organismo de derechos humanos del que formaba parte.
Lo conocía y sabía que siempre trabajaba de traje y corbata, por lo menos por la mañana -aunque algún que otro sábado se iba a trabajar a Echeverría 144 de Ciudad, de elegante sport-. Lo que aparecía a simple vista como algo increíble, ya que no se veían en demasía en nuestra ciudad, es que desde el centro de la zona inferior de su esbelta nuca surgía una colita cabellera que, ya con insinuados rasgos encanecidos, portaba orondo. Eso que pendía de su cabeza, funcionaba además como una continuación inesperada de sí mismo.
Te cuento que corría el año 1992. El Rodrigo (como decimos por aquí los mendocinos que no queremos desprendernos del artículo) caminaba casi como precediendo la llegada de su propia colita cabellera. Era raro y divertido de ver. Rompía todos los moldes. ¿Era un innovador o un rebelde o un outsaider…? Y yo estaba junto a él, siendo parte de ese momento de nuestra historia en los medios, perfectamente documentada en esta foto.
Aquí lo vemos (la única persona barbaba) junto a Carlos Marcelo Sicilia, Milka Durand, Hugo “Cacho” Cortéz, Carlos Montalto, Ariel Prado, Daniel Stagni, Amira Manzur y una mujer cuyo nombre desconozco.
En el trabajo todo era veloz, debía ser de alto impacto. Estábamos en Nihuil y mi flamante jefe, a cargo de la Jefatura de Producción, me enseñaba cómo transitar el minuto a minuto de aquella época, que no era tan sencilla como la actual. Es que internet ha aligerado muchas tareas, pero en la que no debe aligerarse nada es en el chequeo de todos y cada uno de los datos que damos a conocer.
Siempre con buena onda, siempre apelando a la inteligencia de su interlocutor y al mismo tiempo siempre listo para las sonrisas cómplices y los momentos inolvidables. Para aquí y para allá íbamos Rodrigo Briones y yo, por toda la radio. O también podíamos recorrer el mundo entero ambos sentados a escritorios llenos de teléfonos fijos, en aquel inenarrable cubículo que aparecía al abrirse la puerta con el cartelito Oficina de Producción, desde donde tratábamos de llevar a los oyentes por los caminos de la información y la noticia, de las historias, de la música… en fin, de la compañía, que es una decidora forma de un solo término para definir a la radio.
Celebro 35 años de trayectoria y tengo mil anécdotas con Rodrigo, pero hoy quiero compartirte una de esas que te aleccionan de por vida desde lo humano y hasta lo laboral. Aquella mañana ibamos a mil haciendo la producción de Mesa de Redacción y ya estaba por comenzar Hora País. Al advertir la presencia de un ratito libre, me paré para salir de la oficina.
- ¿A dónde vas? – inquirió entre despreocupado y asertivo a la vez.
- Me voy a buscar un café – respondí breve, casi enigmático.
- ¿Me traerías uno? – preguntó.
Le dije que sí, que claro. Pero lo más probable es que le haya puesto cara de “una cosa es trabajar en Producción de la Radio Nihuil, la emisora de mayor audiencia del Oeste Argentino y otra es ser mozo, así sea para mi jefe”. Por supuesto, traté que no se me notara tanto el disgusto que mi soberbia de aquellos años jóvenes me indicaba sostuviera.
Pero pocos días después, en otro alto del camino entre selección musical y corrección de textos, o entre el armado de pautas y llamadas a posibles entrevistables, fue él quien se puso de pie y a punto de salir de la oficina/cubículo me dijo:
- Voy a la cocina ¿querés un café?
Me partió la cabeza. En un solo gesto, preciso, de humanos pero al mismo tiempo de laburantes, me enseñó mil cosas acerca de la humildad, del liderazgo de proyectos, de la empatía y, lo más importante de todo, que detrás de sus palabras estaba el corazón de un gran tipo.
Esta anécdota la he contado miles de veces, es enriquecedora y no fue la única en el sentido de ponernos como tributarios de un trabajo en común, sin perder nunca una perspectiva cordial. Hoy, cuando se cumplen 100 años de la Radio Argentina (así, con mayúsculas), elegí este ser humano y esta historia, para que sepas un poco más acerca de qué ocurre con las personas mientras hacemos eso que es entretenimiento y análisis, dato duro y sonrisas. Eso que llamamos radio, eso que “sintonizamos”: compañía.
Marcelo Sapunar
28 de agosto de 2020