La democracia
Hace unas semanas el compañero y amigo Roberto Follari, planteaba en estas páginas que la democracia está secuestrada. Después de leer su columna me surgió la necesidad de hablar (escribir) también, desde mi verdad relativa, sobre la democracia.
Pero además el 13/10 en Página 12 se publican dos notas que sin aludir al tema en forma específica lo llevan implícito y pintan el contexto en el cual desarrollamos estos textos (tanto Roberto como yo): Mempo Giardinelli (escritor y periodista) y contestando, Alejandro Grimson (antropólogo y asesor presidencial).
Mi intención no es polemizar sino intentar un lugar de observación seguramente complementario. Ese lugar consiste en la pregunta acerca del significado de este modo de organización política, es decir del modo de asignar el poder en el sistema social y la posibilidad de realización de un orden basado en esa asignación.
Cito a modo de inicio a Norberto Bobbio en su libro de 1984 “El futuro de la democracia”: “…desde la derecha: la democracia se ha vuelto un régimen semi-anárquico, que tendrá como consecuencia el paulatino “derrumbe” del Estado. Desde la izquierda: la democracia parlamentaria se está transformando de manera creciente en un régimen autocrático”
Es posible que la cita parezca sacada de contexto al menos -en lo geo temporal- en tanto expresa la reflexión de un europeo hace 36 años. Sin embargo, el debate está vigente y la pandemia ha agudizado y elevado el grado de virulencia del mismo.
A falta de definiciones más estrictas hoy la discusión se enmascara bajo el concepto de “calidad”. Habría entonces “democracias plenas” y “democracias de baja intensidad”, en mi criterio eufemismos que ocultan la imposibilidad del sistema político -a quien atañe la cuestión- de “domar” pacíficamente la disputa por el poder. Esta idea que incorpora la discusión académica de los años ’90 y principios del siglo XXI sobre la “calidad de la democracia”; no es más que otro invento del neoliberalismo.
El concepto de “calidad” introduce en la idea de democracia la posibilidad de grados del ser sin modificar sus condiciones esenciales, -un poco bueno o, un poco malo: NI, que le dicen-.
La modernidad europea concibe la democracia como una forma de limitar el poder político, lo que es coherente con su devenir histórico. Pero en América la democracia no constituyó, exclusivamente, una alternativa al orden monárquico como forma de organización de ese poder político; basta prestar atención al “Constitucionalismo Social” (iniciado en México al final de la revolución -1910/1917-) que incorpora derechos sociales y laborales a lo procedimental de la política republicana y que en Argentina registra como exponente máximo la constitución de 1949 derogada mediante un bando militar.
En consecuencia, se impone dar la discusión por el sentido de este concepto. Es decir que primero debemos aceptar que no todos entendemos lo mismo en la definición del término.
Se plantean -en la academia- innumerables preguntas: ¿qué hace que en modernidades periféricas como América Latina la democracia no sea de calidad o no cuadre con la definición que se hace de ella? ¿Son las instituciones las que no funcionan? ¿Es la débil participación? ¿Los ciudadanos y/o movimientos no pujan desde abajo ni controlan o vigilan a sus autoridades o instituciones? ¿Son los políticos corruptos e irresponsables? ¿O las formas de organización y estructuración en una modernidad periférica imposibilitarían la calidad de la democracia como lo proponen los autores e instituciones que la conceptualizan y la miden de este modo?
Todos estos interrogantes, que nos conducen una y otra vez a través del tiempo a la estéril y ociosa discusión sobre las formas y el contenido, no encuentran resolución dado que tienen un presupuesto implícito: “El poder reside únicamente en el Estado”
Dicho en criollo: expresa nuestra realidad en términos de la Europa del S.XVIII, consecuencia esto de nuestras cabecitas colonizadas.
En nuestra América, desde que institucionalmente dejamos de ser colonia, la democracia no sólo es una cuestión procedimental, sino que a su vez constituye un horizonte de expectativas de derechos; cuestiones que socialmente se dirimen disputando con el principal poder en el sistema capitalista: “el poder económico” -que, por supuesto no lo tiene el almacenero de la esquina, aunque tenga una Hilux-.
Si falta alguno de estos términos -lo procedimental y los derechos- no se puede hablar de democracia -estrictamente hablando- aunque nos conformemos aplicándole la categoría de “calidad” traída forzadamente desde el industrialismo y el marketing. Más bien estamos frente a un acuerdo de conveniencias entre los poderes en pugna que, como tal, siempre es provisorio y temporalmente indefinido.
La búsqueda del famoso consenso derivado del contrato de los anglosajones, allá por la última mitad del 1600 y luego latinizado por Rousseau, lo único que ha logrado por estas tierras es aumentar cada vez más la miseria de nuestros pueblos.
Descartado el consenso por irrealizable no queda más que aceptar la grieta -que no significa pelearse con el vecino o con los familiares macristas-; la grieta socio política real que no tiene significados emotivos o psicológicos -miedo/odio- como popularizan los órganos de difusión del partido macrista (Clarín y La Nación a nivel nacional; y Los Andes y Mdz, en Mendoza; entre otros).
La grieta supone modelos sociales distintos definidos por intereses específicos e impone optar por un lado de ella y en este sentido la democracia -su entendimiento- será consecuencia de esa definición, y este imperio fáctico tiene en la organización política la herramienta de concreción instrumental.
Cuando lo político partidario se muestra ambiguo con relación a esta definición aparece la búsqueda de otras opciones. De hecho, es lo que viene ocurriendo con el surgimiento de los movimientos sociales, con los intentos organizativos en el campo del asociativismo, con los grupos de ayuda comunitaria, con el surgimiento de Unidad Ciudadana en su momento, con la formación de frentes electorales, etc., todas búsquedas de representación por fuera de lo estructurado que no clarifica de qué lado y con qué intereses articula.
Lo político -distinto de la política- hoy nos pone en evidencia descarnadamente que no hay un exclusivo centro del poder; que el poder del Estado no es uno solo: ¿cuál poder, el del Legislativo, el del Judicial, el del Ejecutivo?; que el poder económico atraviesa transversalmente todos los estamentos del Estado; que el poder tecno comunicacional, sublimación del poder económico, ha instituido una nueva democracia, la de las redes sociales, que no define en función de votos, entre otras cuestiones.
En consecuencia, la grieta y lo político constituyen el horizonte de la existencia humana y la democracia no es más que el resultado contingente de esa complejidad.
Columnista invitado
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado -por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.