El baúl de los textos desaparecidos de la Feria del Libro porteña
Primera parte
La resurrección de Jesús es un ejemplo de resiliencia. No retornó amargo y resentido sino con mayor energía en su mensaje luminoso. En lo pequeño, cotidiano, es la canción de la cigarra de María Elena Walsh:
“Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí.
Sin embargo estoy aquí,
resucitando”.
Recuerdo cuando leí, sin parar, “La noche, el alba, el día” de Elie Wiesel. Lo agregué, entonces, a “Caleidoscopio”, una de mis novelas, como página 0. Por esa imagen del sobreviviente del genocidio nazi intentando, vanamente, que los demás tomaran conciencia del horror, que por favor reaccionaran, que bajaran de su nube de pedos.
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Éramos tres mujeres en el taller de Construcción Natural en adobe. Una compañera cristiana parecida a quién trabajaba con el tío Horacio Briones Marrero, el hermano de papá que fuera 2° Comandante de Gendarmería en la dictadura en Córdoba y que supuse que podría ser el mencionado en el ”Nunca más” sólo con el nombre.
Con su “criada” siempre fuimos amigas, recuerdo hablar horas con ella, traída de Río Turbio, Santa Cruz, para darle educación. Volví a verla cuando trabajaba en el Aeropuerto de Ezeiza. Se había casado, feliz. Recuerdo hablar horas con ella.
Alguna vez vi al esposo, un rubio buen mozo. Me alejé cuando pude contarle la terrible amenaza del tío un mes antes de la detención:
-Sobrina, ustedes dicen 5×1… Te aseguro que de ustedes, cinco por uno, diez por uno, cien por uno, mil por uno… De ustedes no va a quedar ninguno-.
-No puede haber sido tu tío- lo defendió una vez-. Su hija se puso para su cumpleaños una pollera roja y él, llorando, le pidió se la sacara porque le recordaba a una subversiva.
¿Le habré dicho que eso me afirmaba en la certeza que ya suponía: cuando me detuvieron tenía justamente una minifalda roja?.
Una vez lo soñé. Inflexible. Ya jubilado, el 2° Comandante de Gendarmería, en el sueño tenía un aire mix del humorista chaqueño cuenta cuentos y algo de Raúl Castro, el hermano de Fidel, el cubano.
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Era le época en que yo únicamente lloraba desconsoladamente en todos lados, haciendo papelones, imaginando a papá vivo. Hasta que se me secaron los ojos y el alma.
Como esa vez… Al ver en la Revista Veintitrés la foto de Otto Vargas, el anciano dirigente del P.C.R. el Partido Comunista Revolucionario. Estaba igualito a papá, fallecido años antes. Los lentes, colgando del hilito, la remera de pura lana cashmir, hasta la mirada era la del Viejo.
¿Podría haber sido el anciano venerable capaz de haber apoyado a Isabelita y López Rega? ¿A los fachos, luego grupos de tarea? ¿A Menem cuando vendió, mejor dicho regaló el país? ¿Y ahora sería K? Indignadísima de solo imaginarlo…
Comencé a sentirme loca como Casandra. Es que también me había espantado verlo como Von Wernich en el juicio donde el acusador parecía mi hermano. Recordaba que papá me había dicho que el cura torturador era de Concordia, justamente de la capillita de San Cayetano donde habíamos tomado la Primera Comunión, con ese hermano que se parecía al acusador.
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Estuve detenida unos meses en Villa Floresta, Bahía Blanca, desde el 22 de agosto de 1975 hasta que ya en la dictadura nos trasladaron a Olmos a todas las presas políticas de la provincia Buenos Aires. A Devoto, luego, donde nos llevaron a las presas legales, las “mostrables”, mientras reclamaban las Madres por sus hijos desaparecidos.
En el ’78, luego del Mundial de Fútbol me trasladaron a la Unidad 20 del Servicio Penitenciario Federal, dentro del Borda, el Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres. Imposible me ubicaran. Había desaparecido. A mis padres, luego de las largas horas de cola, en “la amansadora”, al sol en verano y al frío o lluvia, solo les dijeron que en Devoto no estaba, simplemente. Nadie supo decirles absolutamente nada más que “Aquí no está”. Papá le había escrito, inclusive, esa inútil carta a Monseñor Zaspe. Únicamente les permitieron localizarme cuando fue papá a verlo al Cholo, que en ese noviembre del ’78 era jefe de Gendarmería y a quien conociera de Concordia cuando había sido novio de Lucía del Carmen, su hermana y mi madrina. Me habían llevado para “tratamiento” a la Unidad 20. Lo supieron tres meses después.
Era la época de mi fe renacida en la ominosa cárcel-manicomio. En apenas tres meses, el tratamiento con drogas psi me borró absolutamente todo recuerdo del pasado, inclusive los añares de estudios de Profesorado y Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional del Sur con promedio orillando el 9 (nueve); para dejarme hecha esa piltrafa. Me hacía pis encima. Tembleque todo el cuerpo, rodillas, manos, cual enferma de Parkinson.
-Su hija será un vegetal hasta su muerte. Que Dios les dé la Santa Resignación- le habían dicho a mis padres los jefes psiquiatras de la U.20, que alguna vez supuse serían del Hospital Naval, por ese frío gélido que a veces he sentido en el mar, como si llegaran las ondas de la ESMA. Médicos uniforme blanco, impecable, qué tal, querida, a la señora, un beso a los nenes.
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Era cuando lloraba aquí, mañana, tarde y noche escribiendo esas locas novelas que se perdieron en el ciber-espacio cada vez que se rompía la compu. Ya ni las corregía. Harta de revisar mil veces las inútiles copias de “Caleidoscopio” que enviara, infructuosamente, para concursos de Planeta, Clarín y el Fondo Nacional de las Artes. Corregía, entonces, cada copia, pagada dignamente a ex alumnos de la escuela secundaria pampeana. Regalé copias a cuanta Biblioteca Popular pude, junto a las otras, “Antón Pirulero”, mi karma, la inútil lucha por las drogas en la escuela y “Rompecabezas”, la última que escribí cuando era profesora regular adjunta de Plástica del Área Expresiva en el Instituto de Formación Docente de Catriel, Río Negro.
Fue cuando un colega de Lengua y Literatura, multipremiado poeta y periodista me hiciera comprender que “El arte es arte o mierda”, cuando leyó ese discurso con la cita de Galeano sobre Cándido Portinari, el muralista brasileño que imaginé entonces que había pintado selvas radiantes, colores furiosos y hermosos animales entre flora exótica. Fue cuando blanquearon los murales de la Casa de Cultura de Catriel que pintamos al terminar el Taller de Mural con los futuros docentes. En el mío, únicamente había escrito la frase de Bruno Bettelheim, “El arte, no para que todos sean artistas sino para que ninguno sea esclavo”. Fue lo único que puse en mi parte del mural grupal, todo blanqueado luego.
Bruno Bettelheim que había escrito “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, fue un sobreviviente del genocidio nazi a judíos descripto en el excelente libro rojo “6 millones”. Donde explican que también persiguieron a gitanos, a quienes los suizos les quitaron sus hijos, previamente, para “educarlos” o tal vez para cobayos de los estudios científicos de algún Piaget, como hoy vemos en TV, comparando chimpancés y niñitos rubios ABC. También fue un genocidio a discapacitados, anarquistas, socialistas, comunistas que rechazaron el infame pacto Stalin-Hitler, como los héroes que resistieran el 19 de abril en la sublevación del ghetto de Varsovia.
También persiguieron los nazis a cristianos, algunos católicos y a los porfiados Testigos de Jehová. A intelectuales y científicos disidentes. Artistas de vanguardia, desde surrealistas a cubistas, cuyas obras “salvaran” jerarcas educados robándoselas a sus autores y familiares que desaparecieran en el humo negro de los campos de concentración. Razón por la cual una sana persecuta hace que duerma con las ventanas abiertas por temor a extrañas pérdidas de gas. Lo comprendí cuando leí “Sobre Arte y Cultura, Conversaciones con Enrique Pichon-Rivière” de Vicente Zitto Lema.
-Lo siniestro- explica -es ese temor difuso que tenemos los paranoicos-.
El objetivo final, comprendí luego, es el plan de exterminio de todo apasionado por la literatura. Añares de estudios de Gramática, Lingüística y Estilística Comparada, quedándose miopes por intentar descifrar galimatías inconexos de secundaria. Si no me aprueba, vieja loca… O locas ex docentes que, como yo, reclaman, doloridas, que blanquearan esos murales del ex pabellón YPF al lado del Magisterio de Catriel. Me quitaron hasta el color y las ganas de pintar. Otra vez sentí esa goma “2 Banderas” borrando toda historia.
Por eso, tal vez, desaparecieron mis papeles de docente rionegrina… ¿Se habrán ido con las toneladas de documentación en papel donadas al Hospital Garraham cuando estuvo al frente del Ansés el Intendente de Tigre? ¿Habrán sido papel picado para una máscara de los paya-médicos que intentan darles una sonrisa a los niñitos enfermos? ¿O habrán volado como las pajarillas de origami del cuento “Las mil grullas” que leíamos el día de la bomba de Hiroshima? Ahora tal vez lo recuerden los niños japoneses con ese reactor nuclear que puso al mundo en alerta. Menos en Argentina, obvio, donde ni siquiera se cuestiona la seguridad de Atucha, como hacen Japón y Alemania… Imaginemos los negociados en materiales de construcción, las fugas radioactivas, etc. Así se fugaron mis papeles. Se informatizó todo… Quizás un simple “Recortar. Pegar. Enter”. Y un currículum íntegro vuela a otro.
Entonces la paciencia, ciencia de la paz, a veces también se va, vuela, desaparece. Como mis papeles de ese tiempo de docente rionegrina. ¿Se los habrá llevado el terrible viento sureño o algún tsunami? Como imaginé cuando inclusive me lo dijo el representante del Nivel Terciario y Superior a quien le entregué las copias de telegramas laborales y los rechazados recursos de amparo y…
Tal vez por el parecido del compañero gremial al que en mi espantosa miopía, sentía un aire similar al colega profesor de Literatura. Me aterrorizó. ¿Sabría acaso que en Filosofía en una clase mensual de seis horas el equipo docente viajero tendrá que explicar Descartes, Kant y Nietzsche a despavoridos alumnos y luego:
-Ahí les dejamos mil fotocopias y docente tutor mal pago-.
Alumnos que egresan, recién, del secundario o quizá pasaron tantos años de su entrega de diplomas que lo olvidaron ya. Ilusos futuros docentes de mirada luminosa e ingenua que ignoran su futuro en el campo de batalla de exaltadas tribus urbanas que dirimen disidencias en la guerra TODOS CONTRA TODOS. Sillas, patadas, cúter, biromes vacías que luego de aspirar algo en rito grupal sobre la arrugada hoja del Trabajo Práctico, usarán cual cerbatana, las agujas “descartables” compartidas en el baño contra compañeros y docentes, con esas cosillas raras en el coco que se comercian libremente en el mercado juvenil de la cárcel que es la escuela enrejada. Lo describí en “Laberinto” cuya copia duerme el sueño de los justos en algún anaquel de la Biblioteca de las Grutas. Pero mucho mejor lo expresa el cuento “Orden, silencio e higiene” de Lucía Fortunato de Cóccola, cuarto premio del Concurso Nacional Docente 1990 de CTERA, editado por la colección de “Cuentos del pajarito remendado” de las Ediciones Colihue, 2010.
Tal vez fuese nada más que esa vacilación pequeño-burguesa que definían lucidamente en el análisis de “Madre Coraje” de Bertold Brecht por Canal @ en la siesta de ese Sábado Santo cuando por radio únicamente había Fútbol para Todos.
Es tan importante la Construcción Natural en adobe… Pero también quisiera la belleza luminosa del jardín de niños del Bolsón, en adobe tan absolutamente impecable.
Debe ser que por esa larga caminata por el camino viejo llegué cansada y vi las cosas diferentes. Como si se hubiera ido la magia del enamoramiento…
Es por la luna llena, me dije luego. Saca a la luz lo mejor y lo peor, agudiza las contradicciones… Regresaba de la conferencia que no fue, imaginando qué dirían los pobres que vivían en esos ranchos del camino viejo… Fue cuando me invadió, imparable, el sueño de la tristeza infinita al mirar el bello chalet de dos pisos y un pilón de habitaciones, como en la peli de dibujitos. Y al ver el bello octógono de adobe con la ventana de arco sobre la luneta de auto, imaginé qué dirían mis hijas:
-“Má, ¿cómo vivís así? ¿Y cuánto sale esto? Cuando podamos le pasamos una máquina a toda esta mugre y…”-.
No verían la luz iluminando cual prisma las botellas que juntamos y dudamos cómo poner.
Cuando la magia se va es así.
Por eso es tan importante aprender, discutiendo, si en el ex Centro Minero no podría construirse un Barrio Universitario para profesores, estudiantes y no docentes. Construir ellos mismos la vivienda donde vivirán. Los que quieran.
Únicamente lo entendí cuando vi los dibujitos del canal español. Un personaje era igualito al vendedor de pan casero y tortas fritas de la playa. Imagen de la subocupación juvenil. Jóvenes que han padecido desde antes de nacer vaya a saber cuánta violencia familiar, social, barrial, escolar, etc., etc. Que se llevó mi compu con el cuento de “ahora vengo”. Y como en el tema musical, olvidé aquello de “cuando digo ahora vengo, no vengo más”. Quedé entonces escribiendo con lápiz y papel en la Galaxia Gutenberg, al decir de Humberto Ecco en “Apocalípticos e integrados”.
¿Iré a la Misa de Domingo de Ramos, o no? me preguntaba.
¿Y si allí estuviese alguno como el que se hizo totalmente el otario del abuso de años a mi hija? O es que yo no me hice cargo, como me dijo ella. Hice y hago absolutamente todo lo que pude y puedo. ¿Es suficiente, ahora, ante lo irreversible y absolutamente irreparable del daño por esa infancia perdida?
Recurrí a todas las Instituciones, menos a la Policía, porque creo que la Justicia debe ser preventiva y no punitiva. Y así anda con la impunidad más absoluta, fiel reflejo de la Argentina.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.
(Corrección: Andrea Esther Argañaraz; tipeo: “La China” Andrea Galdámez)


