Continuando con las reflexiones de cosecha propia de la entrega anterior, y antes de seguir analizando la entrevista que le hicieron a Héctor Rosendo Chaves en julio de 2008 para el Archivo Digital de la Memoria, debemos decir que una cosa es leer el NUNCA MAS en democracia (o haber nacido después de 1983), y otra cosa es vivir a diario con el miedo a no llegar a la casa y no ver más a los hijos. O a las pareja o a los padres.
Una cosa es llorar a nuestros muertos y otra cosa es no poder llevarles una flor a la tumba. Es algo que nunca van a entender los que justifican como normales los golpes de Estado, o que califican de “infectadura” a un gobierno elegido en las urnas y que toma medidas sanitarias para cuidar a la población. Los militares muertos por la guerrilla tuvieron todos los honores de sus camaradas de armas y de sus familias. Los militantes desaparecidos no.
“Por algo habrá sido” es una frase que sigue pronunciándose para justificar lo injustificable, reconociendo inconscientemente que ese “por algo” implica una duda de la que mejor no hablar, y eso no es bueno para nadie.
Una cosa es que le cuenten a uno una historia y otra cosa es haberla vivido.
Abundan las personas que cuentan historias que no vivieron, pero lo hacen con la seguridad de quienes sí las vivieron. O que dicen “hay que olvidar”, a sabiendas de que el olvido es barrer bajo la forma, una especie de complicidad. Chaves es de los que no olvidan.
Al enterarnos que Mauricio Macri era atendido por uno de los mejores psicoanalistas de Buenos Aires, nos preguntábamos cómo reaccionaría Sigmund Freud, aquel arqueólogo del alma humana para quien el olvido es justamente lo contrario de lo que debe hacerse. O aquella persona que una vez me aconsejó olvidar a los desaparecidos y debí responderle: “soy profesor de Historia; mi trabajo es hacer que mis alumnos no olviden, sino todo lo contrario”.
Por eso es lamentable ver mucha juventud que no quiere escuchar a los viejos que sufrieron aquellas cosas. Son los “winners” como el personaje de Héctor Alterio en “La Historia Oficial”. Recordemos de esa película el llanto impotente del padre del personaje de Alterio cuando escucha a su hijo decir lo que dice, donde sólo se trata de ganar o perder sin importar el qué y el para qué. Mucho de eso hay en la militancia nac&pop.
Pasa lo mismo en el propio campo popular, que compró la mentira de que “fue una guerra” (a pesar de que el mismísimo General Balza afirmó reiteradamente lo contrario) y entonces los desaparecidos fueron “bajas” o incluso “subversivos abatidos”, o “zurdos infiltrados en el movimiento nacional y popular”. Un negacionismo que reaparece a la hora de ver (o no ver) los crímenes del macrismo: una forma de no entrar en conflicto psicológico con el “padre” represor, dirían los freudianos.
Los mecanismos de negación del pasado, ya se sabe, son formas de autodefensa ante situaciones que, vistas de frente, angustian. El personaje de Roberto Begnini en “La Vida es Bella” recurre a la negación de la realidad para salvar a su hijo, y al final madre e hijo son felices porque ganaron el juego. El juego. Un juego en el que el padre, la ley, terminó muerto.
No es lo mismo un “muerto por la subversión” al que sus deudos pueden llevar una flor a la tumba, que los desaparecidos sin tumba y familiares en la incertidumbre que se termina haciendo un hábito y una angustia perpetuos. No es lo mismo.
Por eso es que lo de Héctor Rosendo Chaves es un acto de valentía.
Al promediar la entrevista que venimos relatando, Chaves dice que llegaba a su casa de traje y corbata, y allí fue detenido el 15 de marzo de 1976, cuando los militares ya tenían el poder en mayor medida que la presidenta Isabel Perón.
“A Campo de los Andes llegamos en la noche del 16 de marzo y allí empieza lo peor”. Allí empezó a ser torturado. Fue interrogado casi todos los días desde el 16 al 24 de marzo
Dice la periodista que los umbrales de dolor son distintos para cada persona y que cada persona resiste con lo que puede. ¿A qué te aferrabas para resistir?, le pregunta. “Me aferraba a la seguridad de que esos tipos no tenían la más puta idea de lo que yo había hecho. Me golpeaban para divertirse y me preguntaban pavadas”, responde Chaves.
Luego, de Mendoza lo llevaron a Buenos Aires y cuando la periodista le pregunta “¿cuándo te legalizaron?” responde de manera confusa, aunque luego va aclarándose con el relato… ”No sé. Pero después me enteré que había salido en los diarios… (lo que demuestra que el aislamiento del mundo era una forma más de tortura, N. del redactor). Hubo conocidos y parientes que se enteraron que yo estaba en Buenos Aires porque lo leyeron en los diarios. Mi hermano se enteró después, en una reunión familiar”.
“Mi hermano, que vive aquí en Buenos Aires y que es bastante cargoso y de mal carácter… iba al Ministerio del Interior, y un milico le dijo “no joda más, su hermano está condenado a seis años, así que espere con paciencia”; y fueron seis años… me largaron el 15 de marzo del ’82. Así que es cierto, me habían dado una pena secreta de seis años”.
“Estuve a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y a los tres años de detenido me hicieron una causa, una causa ridícula, absolutamente ridícula, por violación del artículo 1º de la ley 20840, que condena a quien de cualquier modo atentare contra la democracia, o sea que en realidad sería aplicable sólo para Videla, Massera, Agosti y todos sus descendientes. Pero nunca me pudieron decir de qué modo había atentado yo contra la democracia, ni se tomaron la molestia, ni los militares ni los jueces; es como si yo te imputara a vos de homicidio sin decir a quién mataste”.
En este punto Chaves levanta presión, se enoja, interrumpe a la periodista cuando ésta intenta repreguntar, responde cosas que no le preguntan… ”Por cierto que yo lo negué. Me imputaron en marzo del ’79 y me sobreseyeron provisoriamente en el ’81. En el ’82 me soltaron y nunca le di ni cinco de bola, nunca pedí mi sobreseimiento definitivo. Me lo tuvieron que dictar ellos. Fue una forma educada que tuve de descalificar a la justicia cómplice del régimen militar. Ellos esperaban que yo lo pidiera y no lo pedí. El sobreseimiento definitivo creo que está, pero nunca lo vi ni me interesa”.
Acerca del personaje “Caballo Loco” Vázquez, cuyo nombre de guerra era Víctor, y al que Chaves ya había nombrado antes como el causante de su caída en desgracia, aparece nuevamente en el relato: “Vázquez cae en la Columna Sur, no sé en qué lugar específico, si en La Plata, no sé. Él era el responsable de la Regional Cuyo. Mi vinculación con él era estrecha por todo lo que tenía que ver con el Partido Auténtico… eso lo manejaba directamente con él. Yo no sé cómo se llama (en presente), pero él si sabía quién era yo. Cuando cae Vázquez, cambia mi vida. Cuando cayó él yo fui a parar al calabozo. Y ahí empecé a cobrar duro. Inventaron que había un atentado en marcha contra el director de la cárcel y entonces me llamaron para hacerme una pericia para ver quién le había mandado la amenaza al director; una cosa burda; para otro puede ser convincente, pero para un abogado no. Entonces agarré la hoja y escribí mi nombre con letras muy grandes, y antes de terminar uno me agarró de los pelos, otro me pegó una patada y me sacaron a patadas del lugar; esa declaración, la que sólo dice “Héctor Chaves”, apareció en el proceso que me hicieron tres años después, y ahí expliqué esto mismo que estoy diciendo. Esa fue la única prueba de mi imputación. Y la de varios; no fui yo solo. La única acusación era la de haber atentado contra la democracia”.
Pero en este relato ya no menciona al tal Vázquez, por lo que la entrevistadora insiste; “¿Y Vázquez?”, ante lo cual Chaves se encoje de hombros y dice “se lo tragó la tierra”. Ella insiste “¿está desaparecido?” y entonce Chaves enfatiza “¡No!… Mejor dicho… no sé. Las sospechas son que pasó a formar parte directamente del aparato represivo”.
“¿Por qué esas sospechas?” repregunta la joven entrevistadora. Y Héctor responde “No tengo datos precisos, pero son comentarios recibidos de otros compañeros. Tampoco me ha interesado. Sólo sé que era médico”.
No queda más remedio que cambiar de tema y entonces ella pregunta “¿en qué cárceles estuviste?”.
“En primer lugar en la cárcel penitenciaria de Mendoza hasta septiembre de 1976. De ahí me trajeron a la unidad 9 de La Plata. Me volvieron a llevar a Mendoza y me hicieron un consejo de guerra. Luego anularon el consejo de guerra y me hicieron el proceso y después que me hicieron el proceso me trajeron de vuelta a La Plata. De La Plata me trajeron al penal de Caseros; inauguré Caseros. Allí, en el piso 13, fui delegado del piso cuando vino la CIDH”.
Como decíamos al principio, los presos políticos son seres humanos y en la cárcel tienen una vida cotidiana que se parece más a la muerte que a la vida. Nosotros sabemos de las cosas concretas que le pasaron allí adentro: el haber perdido la confianza de su familia, por ejemplo, El haber perdido a esa familia al salir en libertad. O las torturas que dejaron secuelas, como su actual disminución auditiva. No estamos autorizados a dar detalles, de manera que nos atendremos a ver, en el capítulo siguiente qué quiere decir Chaves sobre la vida cotidiana en las mazmorras del régimen militar…
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, docente jubilado y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua. Agrupación Luis Barahona, Biblioteca de la Memoria Jaime De Nevares, Malargüe.