Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Cuando hace veinte años volví de mis vacaciones comprobé que hay reglas que se cumplen en todos los hemisferios. No es como el sentido del giro del agua de los inodoros al producir la descarga. Aquí en Canadá va en contra del sentido de las agujas del reloj, mientras al sur de la línea del ecuador, lo hace siguiendo el ritmo de las horas.
Tostado por el sol que impacta en la maza de roca precámbrica donde se asienta Ontario y otras provincias, con la mente limpia de tanta naturaleza, con necesidad de un poco de asfalto, smog y el calor sofocante de la ciudad, llegue a trabajar a la radio. Me recibió el gerente del diario para invitarme a tomar un café. Me sorprendió de sobrepique como el gol de Di María en la reciente final contra Brasil.
-¿Sabés que tenemos un nuevo director comercial?- me dijo.
Mientras yo me dedicaba a explorar la naturaleza en todo su esplendor en los parques provinciales, se había tomado la decisión de contratar a un sujeto que, con sus artes mágicas vendría a poblar las páginas del periódico de avisos publicitarios. “Y también los de la radio” dijo el gerente mientras sorbía un trago mas de su café saturado de leche y azúcar.
-El tipo dice que vos sos un fenómeno, que si vos estás en la radio está muy tranquilo porque sos un profesional. Que él ha trabajado con vos y te conoce muy bien. Eso fue lo que nos dijo en la reunión que armaron en la oficina central el día en que nos lo presentaron- agregó.
-¿Cómo me dijiste que se llama?- pregunté.
Me repitió el nombre, pero en mi fichero de personas con las que trabajé no lo pude encontrar. Me quedé masticando las palabras que aun no estaban ordenadas como para salir en fila de entre mis dientes, y me fui a preparar el programa del día.
Venían a mi memoria los primeros tiempos de mi llegada a Mendoza. Había entrado llevando debajo de mi brazo un contrato de provisión exclusiva de madera para hacer pulpa de papel. Era una oportunidad de negocios muy buena. Pero no tenia ni el conocimiento de la zona ni con quien hacer el trabajo. Por esas cosas de las redes de contacto que otros habían construido pude establecer contacto con un contador. Fue él quien me proveyó la infraestructura de máquinas, vehículos y maquinarias para comenzar la tala de árboles. Imaginábamos juntos una caravana de camiones cargados con madera verde, con esa parte del árbol que no sirve para hacer tablas. Todos viajando por las rutas argentinas con destino a la fábrica de papel. Nos faltaba encontrar los bosques.
Fue en ese punto en que el contador me impuso contratar a una persona de su confianza, quien conocía al dedillo todo el Valle de Uco. Así se estableció en aquel, mi primer emprendimiento en Mendoza de principio de los ’80, la “Quinta Columna”.
Estas palabras tienen su origen en una situación de confrontación bélica. Cuando un sector de la población mantiene ciertas lealtades hacia el bando enemigo, por motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Este conjunto de personas desleales a la comunidad en la que viven termina colaborando con el enemigo.
Fue en la guerra civil española, cuando los golpistas marchaban sobre Madrid y uno de sus generales dijo en la radio que tenía una columna que marchaba desde Toledo, otra que venía de Extremadura, otra por la Sierra y la que venía de Castilla La Mancha. Pero que había una quinta columna, conformada por los simpatizantes del golpe de Estado, que dentro de Madrid trabajaban para quebrar el orden democrático. Lo que no sabían es que España tardaría cuarenta años en salir del pozo.
De ahí ha quedado esto de la quinta columna como el enemigo que destruye desde adentro. A veces me ha gustado pensar que este personaje era como el octavo pasajero de la nave espacial de la teniente Ripley.
En nuestra nueva editorial latino hispana de Toronto, la rutina en ámbito de trabajo se vio alterada. Todos hablaban del nuevo director; había muchas expectativas, aunque también resquemores. A nadie le caía bien eso de sumar a un recién llegado, que no conocía los tiempos ni los modos del trabajo que se venía haciendo. Desde mi lugar en la radio sentía que tendría que someter al juicio de este sujeto el andamiaje que habíamos construido para tener ese espacio que se afianzaba en el aire de Toronto.
Marché con mis tribulaciones a conversar con el italiano que me había contratado. Mi argumento era simple: siendo yo el responsable de llevar los asuntos de la guerra, ¿cémo era que debía aceptar que los generales a cargo de la batalla fueran designados por el rey?
Mi razonamiento le hizo reír, me dijo que era dramático, que debí haber elegido la carrera teatral. Salimos juntos de su oficina y me llevó en su auto a tomar un café a una panificadora. En el frente del inmenso galpón donde imaginaba se hacia pan, un coqueto rincón albergaba unas pocas mesas. Servían para degustar un café y probar alguna de las masas que nos tentaban desde un escaparate. Elegimos cannoli y nos sentamos a una de las mesas. Allí, ajenos al mundo, me contó algunas cosas de su comienzo en la radio y luego de su trabajo en la televisión para las comunidades de inmigrantes.
Tuve la sensación de que entendió mis recelos y concluyó que la independencia de la radio estaba asegurada. Me pidió que le confirme cuáles espacios en la programación eran susceptibles de ser ofrecidos a potenciales avisadores. Y me aseguró que siempre tendría la potestad de decidir sobre los contenidos de la radio.
Mi estrategia había funcionado otra vez. Esta fue la segunda oportunidad en que utilizaba el argumento de la guerra, el general y la batalla.
La primera había sido en Mendoza, cuando tuve que discutir con mi socio -el contador- que era necesario encontrar una persona distinta para hallar los bosques de donde sacar los rollizos. Recuerdo que esa vez también fue con un café de por medio, pero sin cannolis. Al dejar fuera la quinta columna logramos poner en pie una estructura que funcionó mientras la emergencia por la provisión de madera subsistió. Esta actividad dio pie a una solida relación que me puso de vuelta en la radio, pero esa es otra historia.
En esta ocasión trataba de mantener mi lugar en la emisora, había logrado un voto de confianza, pero aun faltaba ver como terminaba la guerra. Había otros frentes que no conocía. Otros desgastes que iban socavando aquello que estábamos viviendo día a día.
Volví de las vacaciones y me encontré con una sorpresa que ocupó muchas horas de mis días de trabajo. No puedo asegurar que fuera la causa del desbarrancar del primer intento de una radio en español en Toronto. Cuando llegaba el invierno nos despedíamos de la audiencia. Para ese momento, el vendedor de humo ya se había bajado del barco, quizás presintiendo el naufragio. El primer humo que había logrado vender fue él mismo. Escondido en su supuesta capacidad, amparado en las tradiciones familiares y de clan muy presentes en la comunidad italiana.
La mañana que lo conocí entraba al edificio y coincidimos en la escalera. Supe quien era porque levantaba la voz al hablar como queriendo llamar la atención. Conocía esos modos. Hablé pocas cosas, casi banales, pero le dí a entender que era parte del equipo de comunicadores que hacían ese nuevo medio. Cuando entramos la señora de la recepción me saludó como todos los días llamándome por mi nombre.
Entonces cambió su rostro y dijo: “¿Eh? vos no sos Rodrigo Briones, yo a el lo conozco de verdad”, dio media vuelta perdiéndose entre los escritorios de la redacción del diario, ignorando una parte de la realidad que el no conocía. Toda una declaración de principios de su actitud frente al mundo.
Desde ese día ando buscando mi verdadera identidad. Ponele.
Toronto 30 de julio 2021.
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.