El Gaucho Martín Fierro
Parte 5
Por si fuera posible hacer el ejercicio mental, estaría bueno imaginarnos dentro del mundo que se describe en esta novela. De hecho somos herederos de hombres y mujeres nacidos en esta tierra, a la vez hijos y nietos de tantos y tantos que construyeron los cimientos de nuestra Nación, que por aquellas décadas aún estaba en pañales.
Recrear el hoy en ese ayer rústico, cuando las actividades debíá hacerlas cada uno, mientras tenía que cuidar sus pocas pilchas y elementos del diario vivir. Me pregunto cuán parecidos somos a aquellas personas que sumaron su granito de arena para la conformación de esa idea de Nación que residirá siempre en la palabra Argentina.
Encontrar puntos en común con quienes compartían el día a día con la presencia de los “naturales”, a los que comenzaban a estigmatizar por iniciativa de la oligarquía y los que siempre trabajaron para desunirnos. La palabra malón es un emergente de esto último e indica cómo eran las relaciones comunitarias por aquella época.
Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la frontera.
¡Aparcero, si usté viera
lo que se llama cantón…!
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.
De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron;
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron
y la cosa se acabó.
En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto,
diciendo: Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte;
más bien dése por dijunto.
A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el coronel las tenía,
según dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.
Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
pero después… no me atrevo
a decir lo que pasaba.
¡Barajo!… si nos trataban
como se trata a malevos.
Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y, aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en Palermo
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.
¡Y qué indios, ni qué servicio,
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja…
¡La pucha, que se trabaja
sin que le larguen ni un rial!
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
ya se le apean como plomo…
¡Quién aguanta aquel infierno!
Y eso es servir al gobierno,
a mí no me gusta el cómo.
Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros,
y los indios, le asiguro,
dentraban cuando querían:
como no los perseguían
siempre andaban sin apuro.
A veces decía al volver
del campo la descubierta
que estuviéramos alerta,
que andaba adentro la indiada;
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión
y cáibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
que íbamos a hacer jabón.
Ahí empezaba el afán,
se entiende, de puro vicio,
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un estrutor ¡qué… bruta!
que nunca sabía su oficio.
Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con ataduras de tiento…
Las de juego no las cuento,
porque no había municiones.
Y chamuscao un sargento
me contó que las tenían,
pero que ellos las vendían
para cazar avestruces;
y ansí andaban noche y día
déle bala a los ñanduces.
Y cuando se iban los indios
con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.
(continuará)
Biografía de José Hernández
Por su hermano, Rafael Hernández
Por eso autoridades como Avellaneda, Estrada y muchos otros, han dicho que ese libro era libro de misión, que condensaba en coplas de cadencia y lenguaje popular, sabiduría profunda y moral exquisita. Entre los numerosos escritores nacionales y extranjeros, que de él se han ocupado, por más de 20 ediciones, tan solo el señor Juan Antonio Argerich ha pretendido singularizarse diciendo que Acasubi y Hernández eran simplemente dos prosistas insoportables.
El crítico ha perdido su tiempo, pues sin embargo del tono olímpico con que fulmina sus fallos literarios, no ha modificado el concepto nacional acerca de estos poetas populares.
Se le escuchó con la misma sonrisa que cuando dijo que los versos de Carlos Guido y Spano, nuestro gran poeta lírico, eran flores de trapo.
El 21 de octubre del corriente año tuvo lugar en el Cementerio de La Recoleta la ceremonia oficial de colocar en su panteón la corona y placa de bronce que como homenaje a su memoria decretó el Senado por iniciativa del doctor Julio Fonrouge, cuya inscripción dice: El Honorable Senado de la provincia de Buenos Aires a José Hernández, autor de Martín Fierro.
Asistió numeroso y escogido público y se pronunciaron elocuentes discursos, pero el del doctor Mariano Orzábal, que hizo el panegírico en nombre y representación del Honorable Senado, fue una pieza magistral en la que nos recordó que era el iniciador de la Escuela y Haras de Santa Catalina y el que había dado el nombre a la ciudad de La Plata.
Prestigió el acto la prensa de todos los matices, asociándose a él, así como el Ateneo, el poeta Guido y Spano y numerosos personajes del país.
La reputación del Martín Fierro se ha extendido por todos los países y centros del habla latina en Europa, en las repúblicas americanas y en Nueva York.
El Correo de Ultramar de París fue el primero que lo reprodujo íntegro en sus columnas, luego en Méjico y siguió en las demás repúblicas.
Hace poco tiempo, el reputado crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo, en su Antología de poetas Hispanoamericanos, le consagra altos elogios y hace propios los del ilustrado poeta Unamuno, ferviente encomiador de Hernández, que entre otras cosas dice: Su canto está impregnado de españolismo; es española su lengua, españoles sus modismos, españolas sus máximas y su sabiduría, española su alma. Martín Fierro, es el canto del luchador español, que después de haber plantado la Cruz en Granada se fue a América a servir de avanzada a la civilización y a abrir el camino del desierto.
No se extinguirá en el corazón del criollo, la imagen de este poeta. Él, supo bien lo que hacía, conocía a fondo el corazón y los sentimientos del paisano, confiaba en su gratitud eterna, y por eso, como un presentimiento, en la última página de su libro dice:
Y guarden estas palabras
que les digo al terminar
en mi obra he de continuar
hasta dárselas concluida
si el ingenio o si la vida
no me llegan a faltar.
Y si la vida me falta,
ténganlo todos por cierto,
que el gaucho, hasta en el desierto
sentirá en tal ocasión
tristeza en el corazón
al saber que yo estoy muerto.
1 Con decir que solo las 2 Estancias de Vela que administraba el señor don Felipe Vela en el Tandil, tenían 64 leguas cuadradas y estaban cubiertas de ganados cimarrones, se comprenderá el hecho de Fierro:
Tendiendo al campo la vista
solo via hacienda y cielo.
(continuará)