“ÑUKE MAPU” es lo único que he publicado en tantos años de escritura… Está en una obra colectiva “Juego de palabras”, de Escritores de 25 Mayo, La Pampa, del mes de octubre de 2004, área de Cultura de la Municipalidad de 25 de Mayo y la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de La Pampa.
Fue editado cuando ya estaba viviendo en Las Grutas, luego de 17 años de residencia allí. Lo escribí cuando era docente del Área Expresiva, Orientación Plástica, del Instituto de Formación Docente de Catriel, Río Negro, y lo presenté a un concurso municipal de Catriel donde recibí mención de honor, en 1992.
Creo que ahora, en que “la problemática mapuche” está en todos los medios por el incendio del Club Andino sin que los bomberos hayan podido hacer nada, lo cual es extrañísimo. Aunque no es de extrañar cuando sabemos que el Banco Patagonia, que recibe todos los aportes de los trabajadores rionegrinos, es de capital brasileño, razón por la cuál nunca hay guita para las viviendas sociales de los sin tierra y sin techo, mientras akí, cerquita nomás, en Sierra Grande, Lewis tiene miles de hectáreas frente al mar, con aeropuerto incluído, seguramente pagando a valores ínfimos tierras tan valiosas como las del Lago Escondido.
La Ñuke Mapu
Ustedes no aman esta tierra, la Ñuke Mapu, como le decíamos nosotros. Claro, si son recién llegados…
¿Que hace mucho que vino? me dice usted. Sí, me río, pero ¿sabe por qué?. Porque esta Catriel, la del petróleo, es tan reciente… Usted, como tantos, vino con “la fiebre del oro negro” como le decían entonces. Y la tierra se llenó de guanacos, como les dicen a los extractores de petróleo, agujeros arrasando todas las plantas con sus mákinas. Y los llaman guanacos, el animal más libre de la Patagonia…
Sí, yo comprendo que fue la riqueza, que Catriel tuvo el asfalto, los negocios y todos tuvieron trabajo. No como ahora que lo regalaron al extranjero, dejando a tantos en la calle. Y la gente se va yendo buscando el sustento…
Pero me gustaba más antes. Si hubiera visto las casas de adobe tan alisadas que parecían de cemento y los techos de ramada con jarilla y barro… Ni una gota caía adentro cuando llovía. Además era medio raro que lloviese entonces. Creo que ustedes, con los dikes y tantos cambios trajeron la lluvia que tenemos ahora.
Y me dice que esto era el desierto. Pero desierto kiere decir sin nada de lo que ustedes llaman yuyos, como kién dice basura. Todo sirve. Mi madre y mi abuela teñían con raíz de alpataco y pata ‘e loro. ¿Ve esta faja? Hace como cuarenta años que la hilaron con el huso bailando la hebra finita y firme.
Nosotros conocíamos y amábamos todas las plantas de la Ñuke Mapu. Devorábamos golosos el fruto del molle, que ahora va pasando del verde brillante al morado dulce del verano. Y cómo nos gustaba mascar las chauchas del alpatacal, dulcísimas, y deslizar las semillas entre los dientes, aplastándolas luego, como para sacar todo el jugo.
No. Antes todo era diferente. Había más tiempo, más calma. Uno miraba mucho . Allá, en la barda, cuando el sol se ponía y el cielo estallaba en un dorado anaranjado, sabíamos que al día siguiente, por más que el cielo estuviese lleno de nubes, al mediodía se limpiaba.
Así éramos nosotros.
Me pregunta cómo estamos con la espalda bien derecha. Es nuestra dignidad, nuestra certeza de ser hijos de la Ñuke Mapu.
Ustedes dicen que compraron tantas hectáreas de tierra.¿Cómo van a comprarla? Si la tierra es de todos. No se vende. Somos parte de ella. Como los árboles y el río.
¿Que cuándo comenzó Catriel…? Y… fue hace mucho. A nosotros nos fueron corriendo ustedes, los huincas. Entonces surgió ella, la Reina Bibiana. Nosotros la elegimos. Sabíamos que no nos defraudaría. Ella se fue a Buenos aires a pedirle al general Roca la tierra. Para todos nosotros, el valle verde, al lado del río.
Usted dice bien, las que habrá pasado… Sí, seguro que fueron largas las esperas. Como ahora. Fíjese usted cuando un paisano va al hospital. Horas esperando en silencio. Que venga después. Que primero hay que sacar turno. Que para hoy se acabaron. Que venga mañana, temprano, para los turnos a la madrugada.
Y usted debe saber lo que es venir de los puestos a dedo. Si cuando llegamos ya es tarde… Me gustaba como era antes. La comadre curaba con un tecito… Y hasta de palabra le kitaba los gusanos a los animales. La machi sabía. La Ñuke Mapu le enseñaba y las abuelas lo transmitían a las madres y éstas a sus hijos, buscando para la alergia entre todos esa florcita amarilla que sólo aparece cuando está por llover…
¿Que si sé la lengua? Por supuesto. Y me gustaría que no se pierda. Como se fueron perdiendo todas las tradiciones. Hasta el apellido perdimos. La lengua la hablamos entre nosotros. ¿O usted se olvida, huinca, que antes el mejor indio era el indio muerto? ¿Si todavía hay muchas maestras que llaman a nuestros niños “desorejados” por decir ignorantes?. Como cuando pagaban por cada oreja de indio.
Que somos borrachos, dicen. Si ustedes nos cambiaban las pieles de animales por una botella de alcohol.
Nosotros no éramos así. Ustedes nos hicieron. Para kitarnos todo.
Que somos sucios… ¿Nosotros? Si nos bañábamos en el río hasta en pleno invierno con el agua escarchada.
Nos kitaron todo.
Cuando la Reina Bibiana se fue a Buenos Aires a pedir la tierra al lado del río, le dijeron que bueno, que a lo mejor, que después.
Los ancianos decían que no confiaran en Roca, que era milico. Que kerían engañarnos. Que lo que no podrían sacarnos con los fusiles, lo harían con los papeles.
Y la machi Bibiana insistió. Que era nuestro. Que no pedía nada más que lo que nos correspondía.
Y en el otro viaje, el General le dio los papeles.
Usted no sabe la fiesta de nuestro pueblo… Ngenechen nos escuchó, decíamos. Cantábamos. Bailábamos.
Cuando vimos los papeles, ¿sabe qué tierra era?. Allá, en la planicie. La tierra, pura piedra y salitre.
¿Conoce usted Medanitos? ¿Sabe por qué se llama así? Porque es un páramo de arena, con los médanos que el viento arrastra de akí para allá.
¿Y el valle? ¿Y la hermosa tierra fértil al lado del río? Para ustedes, como siempre.
Yo no los comprendo. ¿Para qué tanto daño?
Nosotros domesticamos los animales sólo dándoles de comer. Para que solitos se dejaran montar.
Y galopábamos libre. Toda la extensión era para el caballo. Iba donde kería, libre.
Un día comenzaron los alambres. Que akí no, que es de… Que allá no, que lo compró akel.
Que compró, dijeron. Habrá comprado el alambre. Si hasta la ciudad se repartieron las tierras para los hijos y amigos del general, el coronel o el doctor de la política.
Y nos fueron kitando todo. Hasta nos cambiaron la tierra por una bolsa de harina, yerba, tabaco y unas botellas.
Pero nosotros sabemos que ahora toda América se va uniendo por abajo, como las raíces de nuestros yuyos que se abrazan bajo la tierra. Toda indoamérica es una. Nuestros hermanos hablan muchas lenguas, pero somos uno. La Ñuke Mapu es una.
No pedimos nada más que lo que es nuestro. Ahora que privatizaron el petróleo, que nos lo devuelvan.
Que si falta colonizar tanta tierra en Peñas Blancas y Valle Verde, que nos la entreguen.
“El kultrún ya nos llama por el desierto…” canta El Bardino, el poeta paisano de La Pampa.
Ustedes nos pusieron las fronteras. Ustedes armaron la geografía huinca. El río Colorado que antes nos unía, ahora nos divide en dos provincias diferentes. Separaron también en países a pueblos hermanos, Chile y Argentina, unidos en la misma lengua.
Negrita Cortés lo dijo en el Parlamento Mapuche de Catriel en 1992: “Basta de guerras. Estamos cansados de tanta guerra. Queremos lo nuestro, pero en paz”.
Usted me ve ahora, ciego, internado en este asilo de ancianos. No crea que sufro mucho. Me cuentan que pasan tantas cosas en Catriel… Sé que hay muchos adelantos. Hasta el club con tanto lujo. Allí no se acuerdan de los que estamos amontonados, olvidados por los que tienen el poder del dinero.
Pero yo miro para adentro. Sé que Ngenechén escucha.
Una vez me dijeron que si me llevaban a la ciudad me operarían las cataratas y recobraría la vista. No les creo. Dijeron tantas cosas…
¿Acaso usted no cree que allá se pone el sol dorado iluminando el cielo con los rosados liláceos? Y en el este comienza a subir, redonda, inmensa, la luna llena. Y las estrellas poco a poco van apareciendo en el cielo, las más inmensas y hermosas de la Ñuke Mapu.
Sí, Ngenechén escuchará. Galoparé libre, como antes. La Ñuke Mapu será finalmente nuestra.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.