Coronavirus, el mito del eterno retorno
Primera parte
Luego de unos pocos años de primavera cultural grutense, cuando la directora de Cultura era Marcela Dodero y Mariela Andújar estaba al frente de la Casa de la Cultura, rodeada de todos los trabajadores de las artes y de los perros callejeros que dormían tranki a su lado, llegaron otra vez los vientos gélidos anunciando que todo es el mito del eterno retorno.
En plena temporada turística, frente a la plaza de los artesanos, la policía reprimió salvajemente a Ciro, clown y profesor de los talleres de circo. Los golpes aparentemente le habían fisurado una costilla, pero al ir al doc, resulta que esa costilla estaba rota.
La indignación comenzó a brotarme en llamaradas… sentía un dolor de cabeza pertinaz, con dolor en los ojos de tantas horas de intentar corregir otra vez mi primer libro, CALEIDOSCOPIO, escrito en 1990, es decir hace 30 años.
Cada vez que parece que ya está listo pasa algo. Esta vez mi compu se rayó. Quedó trabada con un cartelito que decía que estaba recuperando no sé qué. Tuve que enviarla al arreglo, que me costó $3000 y le cambiaron todo. La reformatearon y ahora ni sikiera puedo jugar al spider, porque está en inglés y todo cambiado, mucho menos, ubicar mis escritos o abrir el face.
Entonces decidí pedirle a Daniela, una de mis colaboradoras, que me prestara su netbook. Es una de esas net que solía repartir el Ministerio de Educación, pero que los alumnos no pueden usar porque ya no cuentan con los profesores de auxilio técnico y al faltarles la actualización, quedan inutilizables. Por eso ahora las venden en el mercado negro. Entonces ignoro cómo harán los alumnos para recibir los cursos de educación por internet con esto de la pandemia.
Un atroz dolor en la cabeza y detrás de los ojos, me hizo levantar tres veces en una sola noche.
Lo primero que hice fue pedirle a mi amiga Nelly que se fijara si estaba ojeada, porque así me sentía a veces cuando vivía en el campo.
-Sí, amiga, estás un poco ojeada-, fue su diagnóstico.
Luego me curó el ojeo, lo supe porque me dormí de un tirón.
Pero el dolor de cabeza seguía. Entonces recordé el infalible método de abuela para la insolación: con una toalla doblada en cuatro partes sobre la cabeza, me puse un vaso con agua dado vuelta y el agua comenzó a hervir.
Ignoro cuándo supe que así se determinan y se curan también la fiebre y la presión alta. Un rato con el agua hirviendo con las burbujitas, logran que se vaya curando y llegue por fin, el sueño sanador. Pero cuando en la misma noche me desperté tres veces, con ese dolor que me partía la cabeza y el agua seguía hirviendo, me dije que tal vez fuese la pandemia de coronavirus.
-Mi responsabilidad social es entonces ir al hospital como dicen por los medios-, pensé.
Entonces, a las 6 de la mañana, una hora accesible digamos, llamé al 911.
-Me parece que tengo fiebre y me duele la cabeza y muuucho atrás de los ojos-.
-¿Se tomó la fiebre con un termómetro?-.
-No tengo termómetro. Uso el método de mi abuela para curar la insolación, y que sirve para la fiebre y la presión alta también: una toalla doblada en cuatro partes y un vaso con agua dado vuelta. Como me ha hervido el agua durante toda la noche, supongo que puede ser síntoma del coronavirus-.
-Tiene que llamar al 107, hospital-.
Llamé. Eran las 6,18 h y repetí mi temor de tener la posible pandemia y mi método para curar una posible fiebre preguntando qué tenía que hacer.
-Este número es para emergencias. Tiene que venir al hospital a las 7,30 h y sacar turno para consultorio externo-.
-¿Puede ser en la salita frente a La Anónima?- le pregunté. No kería imaginarme estar otra vez en ese espacio atestado esperando horas, pasándonos los gérmenes de uno a otro paciente…
-Sí, señora. Usted puede elegir-.
Recordaba con paranoia, que el primer muerto por corona virus en Argentina fue un preso político, secuestrado, torturado y después exiliado en Francia junto a su pareja. Ahora, jubilados ambos, habían regresado a Buenos Aires.
Últimamente, él había ido a visitar a su hija que vive en Francia. Al regreso, tenía síntomas de gripe y fue dos veces a la guardia del Argerich, pero no le dieron bola.
Lo que pasó en el Argerich fue terrible.
Lo cuenta Luis Contreras, su amigo y compañero de militancia. Guillermo Gómez, la primera víctima fatal quien había asistido dos veces a la guardia del Argerich con los primeros síntomas.
-Yo vivo en El Jaguel, Monte Grande. Me llamó la señora de Guillermo porque hacía 4 días que estaba con fiebre y no comía. Me fui a su casa en San Telmo. Quería que los ayudara con la internación.
Llamamos al 107, describimos su estado y resaltamos que recién venía de Francia. Dijeron que venían. Bajé a esperar pero no vinieron. Llamamos de vuelta. Y nada. Me dijeron que las ambulancias estaban en desinfección. A la tercera ocasión que llamamos me dijeron que el servicio estaba restringido.
-¿Cómo va a estar restringido un servicio de emergencia?- se queja Luis.
Los amigos habían estado juntos en la Juventud Peronista y el Movimiento Villero Peronista con el Padre Mujica.
Guillermo y su compañera Nora, trabajaron toda su vida en Francia. Allí se habían jubilado. Por eso acá no tenían obra social. Habían regresado hace unos años.
Como la ambulancia nunca llegó, Luis decidió cargar a su amigo bajando por escalera y llevarlo al Argerich en taxi.
…Cuando llegamos vimos que había tres ambulancias del SAME paradas allí.
Nelly, la pareja de Guillermo, fue a la guardia a presentarse mientras él cuidaba a su amigo. –Yo me quedé con él cuidándolo. No nos dieron ni una silla. El hombre de seguridad me ofreció la suya para que acomode a Guillermo. LLEGAMOS A LAS 12,30 H Y RECIÉN LO ATENDIERON A LAS 18 H. Cuando ubicamos a una doctora y le explicamos el cuadro, nos dijo NO PUEDE SER y se lo llevó para internación, siempre en la guardia. Allí le pusieron una mascarilla. Hasta ese momento nunca estuvo aislado. Tampoco las dos veces anteriores que había asistido a la guardia la semana previa.
-Yo me volví a mi casa- sigue Contreras. -Al día siguiente lo fui a visitar pero estaba en un sector restringido y no pude pasar-.
Su compañera pasó la noche en la sala de espera. El viernes lo pasaron al 2°piso y lo pudieron ver. En el Argerich hasta el momento no sabían que el paciente tenía coronavirus. El positivo se conoció post mortem.
(continuará)
Las Grutas, Río Negro,
marzo de 2020.
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.


