(viene de la entrega anterior)
A VOS POETA
A vos, poeta
De los ojos inmensos
Donde lloran los mares
Y cantan todos los sueños
De la América en llamas.
A vos todo
A los otros, nada.
A los otros
Les borro despacito
Despacito
Lo que mi alma
Mis manos
Mis dedos
Mi sangre
Pintaron con dolor.
A vos puedo contártelo.
Soñé un mural
Un mural compartido
Una gran pared amarillenta
Transformada en luz
Una pared de todos
Cada uno su pinceleta
La pared
El mural
De todos.
Y quedé sin nadie.
Poco a poco se fueron yendo.
Primero, los niños
Que pintaban cantando y riendo.
Los niños de la luz y la alegría.
Después se fue ella,
La transgresora,
La que pintó la única hoja
Subiendo en el techo,
La única artista
También, fue.
A vos, la poesía y la música
Latiendo en el sueño
De la América libre.
Vos podés sentir
El dolor el dolor del pueblo
Y lo cantás
Yo lo siento y lo lloro
(Solamente a vos mis lágrimas)
A vos la energía
Que construye
Y alimenta.
A vos te lo cuento
¿Comenzó en el mural?
¿O en la cárcel-manicomio de esta cárcel?
Y rasguña las piedras
Y rasguña las piedras
Y las almas son piedras
No sienten el amor
Ni el dolor.
El miedo, la paranoia,
El miedo,
La paranoia vence, fuerte.
Los otros no te sintieron, Artaud
Van Gogh, el asesinado
Por esta porquería
Que ahora te compra
A millones tus dolores.
Te compran los que te matan
Despacito
A cuchilladas de sonrisas
A dentelladas ardientes
De cuentos verdes
Ensuciando el amor.
A los otros el miedo
La omnipotencia paranoia
Que endurece los ojos
Adelgaza, finos, los labios
Mientras el miedo
Mata a ironía
La ilusión
La vida
El sueño
El arte.
Todo es dolor
Hoy me duele
De los pies
Hasta el alma
Decía Silvia, la poeta presa
De tu edad
La de los zapatos
Gastados y rotos.
Me miro los pies
Mis zapatos con agujeros
Son los mismos agujeros
De mi alma destrozada.
Solo quería morirme
No ver las risitas
No oír las miradas
No sentir tanta nada.
Quería morir
De una vez para siempre
Nunca más
Al vacío
La nada
Nunca nada.
Y tu luz
Para vos
No regalo el mural
Que le saquen la piel
De a pedazos,
Descascaran
Despegan
Le escriben
Lo ensucian
Las miradas.
Para vos y por vos
Les retiro el color
Y el dolor
Y les doy mi pared
Toda blanca
Para el cruel
Que me arranca
Del corazón
Lo que quiero
¿Cultivo la rosa blanca?
Mierda, les doy la pared blanca.
Sueño con serpientes
Con serpiente de mar
Con cierto mar
Y de serpientes
Sueño yo.
Sueño con todos nosotros
Paranoicos
Mirando con los ojos vacios
Interpretando el discurso
No el sentir
Que una primera lectura
Y que un otra
El discurso y la lectura
¿Y el dolor?
El dolor que atenaza y destruye
Mis entrañas endurecidas
Una piedra
Mineral eterno
Roca fría
(Oh, tu ironía)
Paranoicos, paranoicos
Paranoicos.
A vosotros mi pared blanca
Los que coméis las perlas
Y las margaritas.
A la poesía, la música
La danza, el color
Mi todo,
A los otros,
Mi pared blanca.
Cuando regresé, también aquí brotó el arte.
Comenzamos con los espejos. Espejos, no taracea, sino collage con ramas, con tamarisco, eucaliptus, pata e’ loro.
Hice un único espejo, grandote, inmenso, con un árbol (siempre mis arboles).
Seguro que se lo vas a regalar cuando venga a despedirse, me decía el Ju. No regalo mas, me regalo integra. Doy mi todo ¿Y?
Este es para aquí.
Y esa noche no hubo despedida ¿O sí? Sentí, despacito, abrir la del flaco. O estuviste vos o estuvo el.
(Como ese día en que aúllan todos los perros, lloran porque moría la amistad. Vencía la muerte.
La paranoia, el miedo, es la muerte).
Después vino el viento. ¿O el viento estaba? Aumento, creció el vendaval que tiro más ramas, cayendo las hojas, las ramas, cayó mí espejo. En trizas, pedacitos rotos. De todos los espejos colgados el único que se rompió, despedazado también como mi alma.
Vino el vendaval que azoto mi árbol. Cayeron las ramas.
Fue alquimia del alma, cayó todo lo débil, se rompió todo lo que no estaba armado con las raíces penetrando el suelo.
Y volvió el renacer del amor.
Regresaron tus besos, despacito.
Y en la ducha acariciarnos, locos, vos atrás me apoyabas y con los dedos me enjabonabas los pechos y yo me moría de amor y deseo y tu ternura infinita me deshacía y limpiaba por dentro.
Fue un juego, y el amor que lava todas las heridas y que cura y fortalece.
Un día más
Un día más
Un día de gracia
Para amar. Víctor Heredia.
Un día más de amor inmenso, loco
Un día de sol y día de amor.
-Negra, nos contás solo el dolor. ¿Y el amor?
-¿Y que querés que te cuente? De aquella época en que salí y me enamore de mi doctorcito flaco y rubio con una barbita tierna y sus ojos grandes, que me enamoré y el no. Yo le regalaba tarjetas y cartitas que te amo, y un día le hice un muñeco, un juguete como hacia adentro. Un ratón con la cola larga con un pompón y unas orejas inmensas, los ojos grandotes como los suyos y un gran TE AMO también en lana, cada letra bordada con ese amor loco e imposible. El se enterneció, los ojos con lágrimas cuando le entregue, lo tocaba, lo acariciaba con sus manos grandes, con los dedos largos y finos. Le miraba sus manos y me imaginaba sus caricias.
-El amor se siente. Es libre dijo.
Y lo entendí.
Me prometí encontrar el amor. No podía ser que había salido de la cárcel. Un solo día hice el amor. Un día loco en el auto cantando “La internacional”. El era del P.C., me llamo Rodolfo, me dijo. A lo mejor ni era el nombre. Compartimos amor y sueños.
Y entonces lo sentí. Quede embarazada.
Una sola vez hice el amor y el embarazo y mi locura y las ganas de tener el bebe y que no podía.
El silencio de todos. La hostilidad.
-Esta loca, hija mía.
Y cuando entendí que realmente no podía, que ya era demasiado. Sin trabajo, sin amigos, sin nadie más que mi solitaria locura e incomprensión, aborté.
Pero estaba mi doctorcito.
-Aquí en el hospital te pueden poner el DIU, el espiral. Es lógico y necesario que hagas el amor -me decía- Pero es necesario decidir cuándo un hijo.
En el hospital me pusieron el DIU.
Y después fue volver a trabajar.
Un día decidí que en el hospital, en las largas horas de espera iba a probar con las pulseritas de macramé,
Los dedos me bailaban, las piernas eran un solo temblequeo, chocaban nerviosas las rodillas. No podía hacer nada. Leer era imposible.
Buscaba el diario. Mama leía Clarín, esa pasión compartida antaño, y ni siquiera una palabra cruzada, ni siquiera la claringrilla.
Todo el diario era una cosa borrosa, que temblaba como mi cuerpo entero que solo era pensamiento y recuerdos… Y la pena de mi mundo destruido. El de las minifaldas y el barrio universitario. Hasta la cárcel era un sueño, las compañeras y compartir penas y alegrías. Buenos Aires ruido y cemento y su nada de cielo. Edificios altos y sucios.
No pude tener a mi bebe. Estaba loca y sin trabajo.
Voy a trabajar.
Busqué los hilos. Hilos de coser como en la cárcel. Hacer las hileritas, agrupadas, tratar sólo de que se quedaran quietas en ese terremoto imparable de mi cuerpo, mis piernas, mis manos, mis dedos encabritados como mi mente, que saltaba como el mecanismo de un reloj con los tornillos sueltos.
La nada de diálogo.
Nadie sigue el diálogo del loco.
Nadie sigue el discurso del loco. No se meten a dialogar. El diálogo es entre dos. Uno que habla y el otro que sigue el discurso. El discurso.
El del loco es un monólogo porque el otro no se mete. Pone distancia.
-Está loca… Mirá lo que dice-.
La locura es incomprensión del diálogo a solas. Un terrible monólogo.
-Yo tenía un amigo. Muy loco. Se daba con todo. Pero tan lúcido. El sabía cada secta a que respondía. Que estaba especializada en alcohólicos. Que aquella en drogadictos. Y un día zas, se hace cristiano. De una de esas sectas. Vos sabes lo que es decirme:
“Este es el ácido de la vida. Jesús. Probalo. Con el volás a donde querás”. Ahora sí, está loco. Lo prefería antes, su locura lúcida y hermosa-.
-¿Ves que vos no lo entendés? Andá a decirle a un cristiano que ahora está loco. Es que vos no le seguís el diálogo-.
-Pero es que ahora no puedo hablar con él. ¿De qué?-.
-¿Te conté cómo me hice cristiana yo que era totalmente atea?
Todo comenzó en la cárcel manicomio. No sé cómo es que un día me encuentro en un lugar muy blanco, una habitación impecable, limpísima, piso de mosaico oscuro. Ahora recuerdo. Solo el brillo, lo limpio.
Devoto es una cárcel tan sucia. La limpiábamos con tanto esmero. Era nuestra fajina y nuestro honor. Debía estar limpia porque uno debe limpiar lo que ensucia.
Por eso no quiero contratar a nadie para la limpieza.
-Nosotras no queremos sirvientes-.
Ennoblece que uno limpie lo que ensucia.
Miro la casa y sé que cuando nosotros nos vayamos lavando por dentro, limpiaremos así por fuera.
En el pueblo nos para el peluquero, un hombre bueno, con cara de bueno. Siempre amable y atento.
-Le decía a su esposo (aun antes del casorio siempre decía así cuando yo decía, mi, mi, mi, mi compañero) que todo lo que tiene el auto, la casa en Las Grutas, son bendiciones de Dios. Porque Dios da a manos llenas. Dios es amor y el amor es abundancia, es gracia.
Lo miro y me detengo en su pelo con una raya al medio bien prolija, el pelo negrísimo. Seguro que tintura, pienso malpensada. Y ese pelo brillante tipo brillantina que cuando yo era chica le compraban a los varones, una especie de fijador en un envase azul brillante.
-Gracias a Dios por todo lo que has dado-.
Y su sonrisa brillante como su pelo.
Recuerdo que enviudó hace apenas unos meses. Y su bondad y alegría me golpean. Yo sentí que el dinero del juicio estaba maldito, que cuando me pagaron tantos millones como nunca vi juntos, me echaron la maldición gitana. Porque les debe haber dado tanta bronca que además de estar vivos les hiciéramos un juicio y además cobráramos tanta guita. Yo sentí el odio de la maldición. Por eso lo repartí y gasté rápido.
Y me dice que es una bendición de Dios…
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.
(Obras de Pablo Picasso)