(viene de la edición anterior)
Eclipse de sol
Es la hora del eclipse anular de sol. Guadalupe está súper informadísima por radio Neuquén.
Ayer vino la vecinita, que pasó a sexto grado en la escuela del pueblo viejo. Traía queso de chivo, riquísimo, que enviaba la mamá. Nos vino súper al pelo. Como diría papá: “Dios proveerá. Si a las aves del cielo no les preocupa qué comerán y a las flores del campo qué se pondrán, ¿por qué preocuparse? Preocuparse es ocuparse antes que llegue el momento. A su tiempo habrá que ocuparse. Hay que tener fe”.
-Hombres de poca fe- dice Julio mirándome. Como si dijera “mujer de poca fe”.
No teníamos más azúcar pero se me prendió la lamparita. Puse el agua hirviendo con el saquito de té dentro de la azucarera, donde quedaba un poco de azúcar pegada. Así desayunaron las nenas.
Raitri después quiso arroz que había sobrado de anoche. Guada, sólo rebanadas de queso. Al mediodía preparé cebolla rehogada en agua, con sal, orégano y rodajitas de queso, todo cocido en el hogar y se lo puse a lo que quedaba de arroz cocido y unos huevos pasados por agua de las gallinitas. Riquísimo y super-nutritivo.
-Chacarera, chacarera. La de la granja ecológica, pero ¿quién le da de comer a las gallinas? ¿Quién les pone agua? Como la parra. Es el primer año que tiene uvas. Eran cuatro racimos pero las hormigas dejaron sólo uno. No hubo caso, por más veneno, miel rodeando el árbol, igual dejaron sólo uno.
Estamos comiendo las uvitas apenas maduras.
Dulcísimas, rosadas, un néctar.
-Pero ¿quién le echa agua a la parra? Al primero que coma uva le corto los dedos-.
Es terrible la violencia de palabra que tiene a veces. Me jode por las nenas. Guadalupe ya es dura con la hermana. Yo también. Todos somos duros ya.
-Que la parra no servía. Que estaba seca. Que hace tiempo las hormigas se comieron todo y la secaron. Cuando empecé a regarla todo el año, en invierno y verano me decían que estaba loco, que era un laburo al dope. Sí, aquí te dan ánimo… El año pasado aparecieron las primeras hojitas. ¿Te acordás cómo me puse a llorar? Era mi fe, eran más lágrimas las que regaron. Pero ni un solo racimo. Que “está amachada”. Que “si no da fruto hay que sacar la vid”. Que eso decía la Biblia, había asegurado María en la época en que venían con el marido, que ese sí era un buen tipo”. Empecé a preguntar y me dijeron que había que hacer un injerto. “¿Usted va a hacer un injerto?”, me había dicho un vecino mientras miraba la operación, con cinta adhesiva y todo. Si hasta vos me dijiste qué sabía yo de la época justa y la luna para el injerto. Que se me va a secar la parra. O que las hormigas se van a comer todo. Al primero que coma uvas le corto los dedos. O me como todas las uvas aunque estén verdes.
…Pero cuando le conté que habíamos comido una uvita cada una, se le iluminó la cara con una sonrisa.
-¿Viste que son de miel?-.
El cielo está oscuro, como cuando está anocheciendo. O cuando va a haber una tempestad de tierra. Cuando vino la vecinita, la nena de los Gramajo, le pregunté si sabía que hoy había eclipse.
-No. ¿Y eso que es?-.
Le expliqué.
-¿Van todos a trabajar al campo, hoy?-.
-Sí, por supuesto-.
-Decile a tu mamá que por lo menos a los más chicos no los deje salir de casa a la tarde-.
-Sí, ahorita le voy a decir-.
A la hora que está el eclipse de sol imagino a tantos chicos trabajando y mirándolo. Dicen que puede dar ceguera.
El-arte-todo-lo-cura
Se rompió la polea del lavarropas.
-No te hagás problema- Julio me consuela. -En unos días lo arreglamos-.
-¿Para qué querés lavarropas? -me dijo una vez una maestra. -Yo lavo todo a mano-.
Sé que es así. He visto lavar la ropa a las pampeanas, a puro puño, la ropa blanquísima, impecable. Aunque casi todas las maestras tienen empleada doméstica, sé que saben lavar. Y amasar el pan. Vienen de distintos lugares, de pueblos chicos, la mayoría. Pero con facha y apellidos inmigrantes. Me imagino la familia laburante de sol a sol y las mujeres muy amas de casa. Hay algunas bien criollas, morochas, mujeres fuertes, de trabajo.
Recuerdo cuando vino la directora de la escuela a casa y me dijo:
-¿No han plantado nada?-.
Debe haber una psicología de los tiempos verbales. Recuerdo la monografía sobre el tema que hice en Gramática, una de las primeras materias de la Universidad del Sur. Por supuesto que no recuerdo nada más que trabajé sobre el tema. Cuál será la razón para ese “han plantado” en vez del categórico “¿no plantaron nada?”. Yo también hablo y escribo así ahora. Entonces le respondí:
-No tenemos agua dulce. Todo lo que plantamos se secó. El agua de la bomba es salada y con arsénico (porque ya la mandamos a analizar).
-Entonces ¿qué hacen? ¿Vegetan?-.
Yo la miré y empecé a balbucear:
-Pero si hacemos artesanías, pintamos…-.
Me miró con esa “cara de asco”, como diría Julio. De no entender, pienso yo. Era la época en que estábamos arreglando la casa, que estaba a la miseria. Julio trabajó tanto, tanto, revocando. Yo lo ayudé a pintar. En esa época ya habíamos ido a dos exposiciones de artistas plásticos rionegrinos, en Catriel y Viedma, en ese año 1986.
-Seguro pensó qué hacíamos nosotros en el campo-dijo después Julio. -Yo también me pregunto lo mismo-.
Julio a veces siente una fiebre interna por pintar.
-¿Sabés qué le hice una vez a mi hermana cuando vivíamos juntos? Resulta que tenía unos muebles de roble, hermosos, antiguos. Un día me pareció que estaban demasiado anticuados. No estaban en casa ni mi hermana ni mi cuñado. Se los pinté de rojo. Rojo… ¿cómo te diría? Rojo sangre. Todo, los sillones, el ropero. No sabés cuando llegaron…
-Pero te veo a vos cuando pintás con el aceite quemado de auto. Sos un peligro, July-.
En esos días consiguió dos latas de 20 litros con aceite quemado. Una tarde pintó las paredes externas de la casa, que estaban hermosas, blanquísimas con la cal; hasta la altura de medio metro, todo negro.
– July, no pintés…- fui a decirle. Pero ya era tarde. Todo negro, pringoso, pegajoso, las puertas, ventanas, hasta el alambre mosquitero. Lo peor fue que se salpicó la hermosa cortina de la habitación, que había quedado preciosa con esa flor de crochet para tapar el agujero de la manta quemada que había mandado Cacho porque no usaba más.
– Vos, porque no mirás lo positivo, -me dice medio ofendido. -Este aceite va a ser la protección en el invierno, para que no pase la humedad. ¿No ves que ahora la casa está seca? Así va a ser bien calentita cuando empiece el invierno.
Una siesta estaba yo escribiendo y me dice:
-Tengo tantas ganas de pintar… Me parece que voy a preparar cal para darle la otra mano al comedor diario-.
-¿No te gustaría más pintar una tela?-.
-Es que no tenemos pintura. Faltan blanco y azul.
Además, no hay tela.
-No te preocupes. Yo tengo una-.
Fui al placard, saqué una camisola con varias costuras de remiendo. Y en un momento corté un rectángulo, sacando la mejor parte. Seguí escribiendo en la habitación. Al rato, Guadalupe me pide:
-Mamá, yo quiero una tela-.
-¿Para?-.
-Porque quiero pintar-.
Le di un pedacito-.
-Ahora quiero pintura-.
-Sabés que eso no. Que las está usando tu padre. -Buscá fibras, crayones, lapicitos, lo que quieras, pero las pinturas, no-.
Se para Guby en la ventana y dibuja un árbol esquemático hermoso.
-¿Qué es?-.
-El tamarisco seco, ¿qué va a ser?-.
Buscó sus crayones y las fibras y lo pintó. Un árbol al centro, a la derecha una casita, del árbol colgaba una hamaca.
-Yo también quiero pintar mamá -dice Raitrai-.
Cuando terminé de escribir fui a verlo a Julio. Estaba terminando un cuadro hermosísimo. Un árbol encendido en oro y furia. Una casa a la derecha. La misma composición de Guada.
-Es una tempestad- le digo extasiada.
El cielo negro con pinceladas de rojo. Bellísimo. El horizonte encendido como una tormenta de viento aquí. Adelante, el árbol con las ramas inclinadas por la furia del cielo. Y una luz, como los reflejos de la luna en un cielo tormentoso cuyas nubes la tapan, pero esa inmensa luna pampeana siempre logra brillar.
-July, ¿cómo lo lograste? Si no tenías ni siquiera los colores básicos-.
Julio, con los pelos parados, está exultante.
-No fui yo. El Loco vino. Él mi guiaba el pincel. Si te digo que lo pinté yo, te miento. No sabía qué hacer, para dónde encarar. Sólo pintaba y pintaba. Él lo hizo. ¡Gracias, Loco!. Pensé que me habías abandonado, que no estabas, pero viniste, Loco, como cuando pinté el Sanca-.
El Sanca es el San Cayetano que está en nuestra habitación. Cuando nació Raitrai lo pintó. Es la cara de Julio inmensamente feliz hamacando a la beba.
-Es el Sanca con el Bepi -le decía a un maestro amigo.
-¿Quién?-.
-El Bepi, aquí -le mostraba Julio.
-El Niño Dios -le expliqué.
-Ah-.
De poetas y de locos todos tenemos un poco
Es de mañana. Me despierto, siempre más temprano que los demás y voy ordenando ideas y/o papeles. Traigo el mate a la cama. Cuando se despierta July, le paso uno.
-¿Sabés a quién escuché ayer en la radio? A Pedro Romaniú. Me suena, debe haber estado por la universidad en mi época. Decía que el secreto era volver a las fuentes, a la naturaleza. Detenerse a mirar el color de las flores, a ver qué hacen las hormigas, qué sabiduría tienen porque antes de invierno a las hormigas más viejitas las cortan en pedacitos y guardan todo como alimento, por si falta pasto-.
-Aquí, lo que sobran son hormigas, -reflexiona Julio. -¿Por qué, cuando cebás mate, siempre está frío?.
-Además contaba que el problema del agujero de ozono fue producto de la explosión de la bomba termonuclear de EE.UU. en el año ’58, si no me equivoco, porque para las fechas soy un desastre, justamente en el polo sur. Y que después hicieron estallar unas trescientas cincuenta más, EE.UU., Francia, China. Hasta que la humanidad no comprenda que está en manos de unos esquizofrénicos que sólo buscan la destrucción de todos, esto no va a cambiar. Que el problema no es el agujero de la capa de ozono. El problema es ya toda la capa de ozono. Que es rota cada vez que la cruza un jet supersónico, cuando va un cohete al espacio o se hace explotar una bomba. Mencionó las cifras de cuánto destruía un taxi espacial. Que la Academia de Ciencias de EE.UU. había lanzado ya un alerta mundial porque se seguía envenenando el aire, la tierra-.
-Yo creo que vos tenés mucha verborragia de palabras. Que enjuiciás todo, al pueblo, a la gente. Enjuiciate vos misma-.
Los nuestros parecen diálogos de sordos, cada uno sigue su propio hilo de pensamiento.
-¿Escuchaste lo que te conté sobre la entrevista de la radio?
-Sí ¿Querés que lo repita?- hace una síntesis. -Pero todo es como eso que estás escribiendo, un círculo que siempre gira sobre lo mismo. Me parece que ya perdió calidad, que tiene bajo nivel, ya no es una novela, es un diario. Esa es mi sensación como lector-.
-“Escuchor”, en todo caso-.
-Sí, porque la verdad es que ni me gasto en leer eso. Ayer venía en el colectivo con las copias pasadas a máquina. Y se veía de un lado el cielo negro con unas rayas rojísimas, con parte de gris plomo. Era la tormenta que ya se venía para acá. Del otro lado, el cielo era limpísimo, mucha paz, luz y unas nubes blancas, serenas. Y yo me decía: ¡qué voy a leer este mamotreto!.
Va a darle de comer a las gallinas y me llama:
-¡Te buscan!-.
-¿A mí? Nunca viene nadie-.
-Sí, apurate que están en un auto-.
Aunque hace horas que madrugué para escribir tranqui, no estoy presentable. Me pongo el deshabillé largo que era de mi mamá y salgo descalza y despeinada (lo cual me raya).
-Tome, de la Municipalidad me lo dieron para usted. La señora que fue maestra junto conmigo, con peinado de peluquería, collares y aros, me mira-.
-Buenas, qué tal, -le digo sin saber cómo arreglarme.
Entro a casa abriendo el sobre oficial de la municipalidad. Había enviado el cuento “Los parias del desierto” para una edición de los autores del lugar.
“En el caso concreto de su obra en prosa -le leo a Julio- debo manifestarle que como la publicación incluye solamente el género de poesía, no tiene cabida. Al mismo tiempo, y por razones de honestidad, atendiendo al contenido de dicho trabajo quiero manifestarle que no comparto los conceptos vertidos en el mismo sobre la gente y el pueblo, al cual con todo respeto considero el mío a pesar de no haber nacido en él. Sin otro particular saludo a usted muy atentamente.”
Cuando se hizo una reunión de escritores de la localidad, invitados los mismos por la radio, me encontré que a todos les habían avisado personalmente. A mí, nada, obvio, aún yendo a la misma escuela.
Llevé varios poemas de Julio, porque mis cosas pasadas ya estaban en la Dirección de Cultura local y en la APE, la Asociación Provincial de Escritores.
La Directora de Cultura es Moira, una mina muy piola, joven, muy recta y honesta, muy querida por los adolescentes, creativa y disciplinada. No sé por qué siempre termino chocando con ella, a quien respeto mucho. No así al marido, diputado ya, que tiene aire de patotero, de esos que en la universidad cuando alguien leía una proclama de otra lista, estaba con el bombo saltando y gritando hasta que terminara el escrito:
No somos putos,
no somos faloperos,
somos soldados de Perón
y Montoneros
“Ni secretarios ni excluyentes,
Montoneros solamente.”
Ahora el tipo es gerente de la Cooperativa. Me imagino la onda que tendrá con los obreros. Cada vez que lo veo pienso si será cierto o sólo un chusmerío, que la cooperativa no le pagó ni un peso de indemnización a la familia del obrero que murió arreglando la luz. Lo que se comenta es que pasó todos los bienes de la cooperativa local, a nombre de otro para no garpar el accidente de trabajo.
Bueno, en esa reunión de escritores estaba ella, con buena onda, sus padres, dos escritores excelentes. El padre está considerado el vate de la poesía pampeana, el Neruda local. La madre escribió un poema de amor tan bello a su esposo que me emociona escucharlo. El dorima, siempre que me ve, mira algún lugar ubicado atrás o arriba mío. Jamás de frente. La reunión fue un ejemplo de pluralismo. Había un autor a quien el gobernador había prometido editar sus poemas. El escritor propuso incluir a todos los autores locales. La mina me mira y explica:
-Además, se realizó una selección para una edición colectiva con todos los escritores de las distintas localidades pampeanas. Va a haber poemas de papá, míos, de Sandra.
Julio, que no quiso ir a la reunión, me dijo después:
-Así que para esa edición ni nos avisaron. Estos sí que son democráticos. Ahora queda para el resto otro libro consuelo. Te ruego que a mí no me metás en esto. Yo no quiero saber nada de este pueblo. A mí dejame tranquilo allá o acá, en casa. Si puedo ni siquiera entrar a ese lugar, mejor-.
A la semana siguiente hubo otra reunión. Yo escribía y escribía pasando en limpio los poemas de Julio. La mina ni me miraba. ¿Qué le pasará? me preguntaba. Pero ya estoy acostumbrada a ese aire de bronca que nunca acierto de dónde viene. Al final de la reunión me dice:
-Yo creo, Lucía, que se tiene que resolver entre los escritores locales si ustedes pueden figurar o no en una edición colectiva porque con lo que vos leíste la otra vez, yo no sé con qué podés salirte ahora-.
Salgo y le comento a Julio, que me esperaba en el auto.
-Ya te dije que yo no tengo ningún interés. Sos vos la que querés venir a este lugar. Retirame por favor todo lo que tengan mío-.
Entro nuevamente.
-Dice Julio que él retira lo suyo. Yo no, que se resuelva por votación. Pero a mí no me interesa la censura previa. Que se permita el disenso.
Justamente en una democracia se tiene que dar el pluralismo, el respeto por los que opinan diferente.
Ya salió publicado el primer libro, donde están todos los escritores más selectos locales. Hoy me llega la carta rechazando lo que envié para el segundo. En síntesis, lo de siempre. No existimos.
-¿Qué te dije yo? Si por una u otra razón no iban a publicar nada nuestro. No sé por qué te gastás y a la larga nos enfermás a todos.
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.