(viene de la edición anterior)
Manifiesto del pueblo viejo
Me motiva la presente vuestra frase: “Si no te sentís integrada a la comunidad de nuestro pueblo no podés ir al Encuentro de Escritores más que a título personal, no en nombre de nuestra localidad.”
Y tenéis razón. Yo no estoy integrada a la comunidad de vuestro pueblo porque esa no es mi comunidad. Vivo desde hace tres años en el Pueblo Viejo, zona carenciada y olvidada por ‘los que tienen la sartén por el mango y el mango también’ como canta María Elena Walsh.
Estoy cansada de escuchar vuestros prejuicios: “los que viven en el Pueblo Viejo son todos vagos, ladrones, sucios, ignorantes…” Pero en los últimos robos de la localidad los culpables han sido de vuestro pueblo, no del mío.
¿Y el prejuicio de vago? ¿Vago el que trabaja en el horno? Toda la familia de la mañana a la noche (y en la quema también en la noche), en barro y agua, invierno y verano, helada o calor sofocante. ¿Vago el que cría chivos llevándolos al río a pastorear a la madrugada, regresando al caer la tarde, cruzando por cualquier lugar, “porque nací aquí y esta tierra es mía”?
¿Sucios? Si aquí no hay colectivo y los que vienen del pueblo traen su vehículo, pero el que vive aquí, camina y camina.
Si para tomar mate hay que prender fuego, humo y hollín y antes hachar la leña. Para lavarse, primero buscar el agua, sacarla del canal (donde toman hombres y animales) y acarrearla hasta el rancho en latas.
Vosotros sois la civilización y nosotros la barbarie. Igual que en la época de Sarmiento. Os llenáis la boca hablando de pueblo, pero a este pueblo concreto no le dais su medio de movilidad (es tan poco un colectivo…)
No le solucionáis el problema de vivienda. ¿Ignoráis que a toda una familia, hace un mes y medio el vendaval de lluvia y viento le tiró la casa y con sus siete hijos siguen en la única piecita con dos camas y el techo sujeto con un palo. No quiero imaginar lo que serán los puestos lejos de aquí…
Supongo que nos ignoráis porque queréis un artis ta conformista, que no exprese el dolor de la gente.
Nosoatros somos ese pueblo no integrado a la comunidad. Porque se nos cae la casa y a vosotros no. Porque al igual que los del Pueblo Viejo, pasamos hambre y vosotros no.
Pero como Roberto Arlt, decimos: “el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”. Porque en estos sólo tres años de vivir aquí hemos trabajado y lo seguiremos haciendo mientras veamos injusticias y el arte sea nuestro medio de expresión.
Al marginarnos, al no darnos información ni posibilidades económicas de expresarnos, nos queréis acallar. Pero así como sentimos el dolor por la miseria y el hambre del Pueblo Viejo, nuestra fuerza es su solidaridad, ya que a diferencia de “vuestra comunidad”, con ellos compartimos pan casero o unos fideos amasados.
De vosotros sólo rechazo el desprecio.
Vamos al Encuentro de Escritores como integrantes del Pueblo Viejo, que pertenece a vuestra localidad, aunque os duela. Pero tenéis razón. Yo no represento a vuestra comunidad, a vuestro pueblo de casas igualitas, con césped inglés y rosas.
Mi comunidad es este pueblo, que vive en este monte donde mirando a todos lados sólo se ve horizonte y luz. Mi comunidad es este pueblo amante de la libertad, bravío e indómito.
“Con los chivos paso por donde quiero porque nací aquí y esta tierra es mía”
Mi comunidad es la que ama este monte, a cada alpataco, molle o tamarisco, el que vosotros tratáis de desterrar, al igual que a este descendiente de mapuche que conoce para qué sirve cada planta y al que ponéis en un lugar donde no podrá criar sus gallinas criollas casi silvestres, terminando por comer pollos y huevos de frigorífico, engordando monopolios de Cargill o Leche La Serenísima.
Si como dice el Martín Fierro vais quitándoles poco a poco lo que les queda, su cultura, para poner la vuestra, la “culturosa”, la cultura oficial.
Vosotros decís: “Que vengan aquí, a nosotros”. ¿A qué? ¿A recibir más rechazo, más desprecio? Sois vosotros los que tenéis que venir a este pueblo a aprender de su libertad, su fortaleza, su sabiduría.
¿Acaso vosotros me enseñasteis a hilar, a teñir con yuyos, a tejer en telar? Mientras espero que vosotros pongáis un curso, estáis desperdiciando lo que el propio pueblo enseña. Porque cultura es todo lo que realiza el hombre.
Cuando salgáis de vuestros recintos y vengáis al rancherío a tomar mate y compartir el pan casero, a aprender lo que el pueblo nos enseña, entonces sí podremos cantar como decían los Quilapayún:
“Unámonos como hermanos
que nadie nos detendrá
si quieren esclavizarnos
jamás lo podrán lograr.”
1°Congreso Federal de Escritores,
Santa Rosa,14,15 y 16 de octubre de 1988
Manifiesto del Pueblo Viejo lo llamé. Tiene tanta energía contenida que no puedo ni siquiera pasarlo en limpio. Es tanto el dolor que trasunta que hace varios días estoy con el original tratando de copiarlo y no puedo.
Por la radio transmiten un programa evangélico. “Nuestro pueblo es un pueblo sufriente”, dice el pastor. “¿Cuántas veces hemos llorado aquí? Pero también es un pueblo de paz. Como dice el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que buscan la paz.”
Entonces me pregunto: ¿Es que no soy una mujer de paz? Si yo vine al campo a buscar la paz. Por otro lado recuerdo al Papa cuando decía “para que haya paz es necesaria la justicia”.
¿Costará tanto repartir un pedacito de tanta tierra a estos hombres y mujeres que trabajan para otros, de esta tierra que siempre es de otros?
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados”.
No digo “reforma agraria” porque eso es mala palabra. No, solamente repartir un pedazo, unas dos hectáreas nomás, a cada familia que quiere laburar su tierrita. La unidad económica es de veinte hectáreas aquí, porque es lo que alcanza para la subsistencia del productor. Así explicó por la radio el funcionario. Mucho menos alcanza para una familia. Para que pueda tener la vaca que les dé leche a los chicos que sólo la toman si el hospital les da la caja de leche en polvo; tener un caballo para hacer un carro que lleve a todos al pueblo. Y la huertita para las verduras, con un cacho de maíz para las gallinas.
Si el que tiene chivos sólo sabe criar sus animales y no cultivar la tierra, pues habría que buscar una tierra junto al río para que puedan pastorear sus animales. ¿Costará tanto darle a todos los crianceros unas hectáreas cerca del agua para que puedan criar sus chivos, como sus padres, abuelos y bisabuelos? Al que tiene horno de ladrillo, otro cachito de tierra donde el suelo sea apto para ese trabajo. Venderles la tierra en cuotas mensuales, a cambio de ladrillos o tantos chivos. A un precio módico, pero no regalarla, porque esa caridad humilla. Con lo recaudado comprar materiales para la vivienda, porque cada poblador rural tiene derecho a una vivienda digna. Recorrer los ranchos y preguntarles cómo les gustaría hacer su casa, decirles, “el municipio los va a ayudar con los materiales”… Decirles que los arquitectos les van a indicar cómo hacer un baño instalado, como el de cualquier casita de pueblo; y cómo hacer una cocinita limpia y con mucha luz; que la casa tenga tantas habitaciones como necesiten sus ocupantes, para que se acabe el hacinamiento que lleva a la promiscuidad… Los ingenieros logrando que llegue el agua potable. En definitiva, una casa como Dios manda. Si la solución es tan sencilla…
Yo los conozco. Sé que tienen el corazón limpio, que sólo necesitan una mano que les haga una gauchada. Para que no haya más familias que después del vendaval estuvieron un año con la casa igual, sostenida con un palo. Después se fueron a hacer un horno de ladrillos por otro lado.
-¿Por qué no contás que sólo no tuviste rechazo del pueblo sino mío también? Que para mí fue una bomba individual, de un francotirador, que no ayuda a nada.
-July, vos ya sabés que aquí es muy difícil lograr que cambien las estructuras. ¿Te olvidás cuando la camioneta pisó a la nena que esperaba el colectivo en la ruta, delante de todos los maestros y alumnos?
-¿Y? Ya sé. ¿Qué me querés decir con eso?
-Que apenas llegamos a la escuela hicimos una nota, que ni siquiera la escribí yo, firmada por todos; que sí quedé en entregarla porque tenía que cambiar algo, para que no volviera a ocurrir. A la tarde me fueron buscando, una a una, las maestras… Que yo no firmo porque mi marido es de la cooperadora del hospital… Que yo no porque sino parece que la escuela tuviera algo que ver… Que yo no porque…
-Conozco la historia. ¿Qué tiene que ver la nota a los escritores?
-Que desde ese momento me di cuenta de que todos tenemos el miedo metido en las entrañas. Que el miedo nos inmoviliza. Ese miedo hace que no participemos. Y cada uno tiene que actuar desde lo que cree a nivel de conciencia. El que quiere se prenderá o no. Pero cada uno desde su lugar. “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”-
-Parolas, parolas. Acordate lo que dice ese aviso en la radio: “Si vas muy delante no podré alcanzarte.
Si vas muy atrás no podré seguirte. Ve a mi lado y serás mi amigo”.-
El vecino nos pagó diez pesos por el alquiler de la pieza y fuimos al pueblo a hacer las compras. Faltan aún tres días para cobrar… Le pusimos tres litros de nafta al cachivache. Ya nos acostumbramos a la cara de los expendedores de combustible cuando le pedimos tres, a veces dos y otras veces “sólo un litro de nafta, nomás”.
Después de un kilo de pan, uno de tomate, uno de carne picada, azúcar y yerba, quedó sólo la guita del viaje de Julio para ir a trabajar.
-¿Te compraste los puchos, mami? -pregunta Julio. -Sí, eso también.- Falta la garrafa y el aceite, pero ya es menos.
-Diez pesos es una miseria- refunfuñó Julio. -El alquiler de una pieza por todo el mes no alcanza más que para las compras de un día.- Julio está enojado con el vecino desde que el otro día descubrió que nos había mirado por la ventana cuando hacíamos el amor. Ni le habla. Pero el acuerdo era que pagara lo que le pareciera. Al fin y al cabo ni siquiera tiene el baño en condiciones.
-Te das cuenta-le comento- si no alcanza para nada. Y por el bono solidario de diez pesos, setenta y cinco mil monos estuvieron haciendo cola diez días frente a la CGT. ¿Te imaginás la desesperación de la gente que estuvo haciendo cola tanto tiempo cuando le dijeron que no había más, que se acabaron los bonos?
-¿Te conté que ayer me encontré con el ingeniero que se fue a Neuquén?- Julio está guardando las compras. -Me dijo que aquí estábamos en otro mundo.
-Eso ya lo sé- le dije yo. -Cuando fuimos a Buenos Aires se nos iba un platal en colectivos. Aquí al menos podemos ir a dedo a trabajar.
-Me contó que por TV vio cómo la gente desesperada provocó avalanchas en la CGT. Que se murió un viejito de sesenta años pisado por la gente. -Julio está inclinado frente a la chimenea, tratando de prender el fuego.
-Es que cuando salió ese bono era guita. Pero eso fue hace ocho meses. Con la inflación ahora valen un pepino. ¿Me podés decir por qué no lo entregaron entonces?
-Escuché por la radio que muchos comerciantes no lo aceptan -le comento. -Dicen que les falta el sello de Bienestar Social. Es una estafa al hambre del pueblo.
-Es que hay tantos desocupados… – Julio sopla y sopla el fuego para que prenda. El calor le ilumina la cara en este tórrido enero.
-Dicen que una cuarta parte de la población está desocupada o subocupada.
-Me lo vas a decir a mí. ¿Te olvidaste que en el año pasado no tuve laburo en todo el año?
(continuará)
Columnista invitada
Lucía Isabel Briones Costa
“Mi pecado fue terrible: quise llenar de estrellas el corazón de los hombres” decía el poeta… Desde los lejanos años de estudiante del profesorado en Historia en la Universidad Nacional del Sur, dediqué mi vida a la educación. En los tiempos previos a la dictadura de 1976 enseñaba en una vieja aula de la Facultad de Agronomía el bachillerato de adultos, tarea compartida con los compañeros, casi todos presos políticos después en Bahía Blanca. Cuando era rector Remus Tetu se hizo una razzia contra docentes, no docentes y estudiantes, especialmente contra los alumnos de Humanidades, Sociología y Economía. Estaba terminando mi carrera, cursando las últimas materias cuando fui detenida y puesta a disposición del PEN, el Poder Ejecutivo de la Nación, durante tres años y tres meses, hasta diciembre de 1978. Estuve en las cárceles de Villa Floresta, Olmos, Devoto y los tres últimos meses en la U20, la cárcel dentro del Hospital Borda, donde un prolijo tratamiento con drogas psiquiátricas hizo borrar totalmente mi memoria. Así me dejaron en libertad, diciéndole a mi padre: “Su hija es irrecuperable, será un vegetal hasta el día de su muerte. Que Dios les de la Santa Resignación”. Gracias a haber encontrado la ayuda adecuada pude recuperar, poco a poco, la razón perdida. Y me fui a La Pampa, donde fui docente de escuelas primarias y secundarias en la pequeña localidad de 25 de Mayo y en el Terciario de Formación Docente de Catriel, Río Negro. Recién en 1997, pude terminar mi profesorado en la Universidad del Comahue, para cuando mis compañeras de promoción de la Universidad del Sur ya estaban por jubilarse. Luego comencé la maestría en Historia Latinoamericana de los siglos XIX y XX, la cual se interrumpió cuando la Universidad no podía pagar a los docentes, varios doctores en Historia. En ese tiempo de docente rural comencé a escribir narrativa, tarea que continué al jubilarme en el bello mar de Las Grutas, en Río Negro. Seguí escribiendo con la alegría de dar un legado en su educación a mis hijas: la mayor psicóloga y la menor, maestra y profesora de Historia, ambas egresadas también de la Universidad del Comahue.


