Historias canadienses con raíces argentinas
Lo narrado son fantasías que sucedieron.
Se trata de pinceladas incompletas -pero no falsas- de algo que imaginé.
Cualquier parecido con la realidad podría ser el sueño de otros, reflejado en el mío.
Pensamos con mi compañera que una buena forma de despedir al frío de los primeros días de la primavera era preparar un locro. Fuimos al supermercado con la lista de ingredientes buscando en un lugar y en otro. Confieso que no es fácil encontrar el maíz blanco pisado en Canadá. Ya en la fila para pagar, repasamos lo que teníamos y lo que faltaba cuando una voz nos interrumpe: “…usted es el de la radio, Rodrigo Briones. Lo reconocí por la voz”. Hablamos un poco, no era más que el agradecimiento por seguirme en las radios en las que he trabajado en este país.
Me trajo a la memoria un supermercado en Mendoza, que estaba en Paso de Los Andes, casi esquina Olegario Andrade. Esa vez la cajera le dijo a mi compañera: “…yo la conozco a usted, es la de la tele, yo siempre la veo. Me encanta”, remató con una sonrisa tímida y se sumergió en la pila de billetes del cajoncito de la registradora. El programa había salido del aire hacía mas de cinco años, pero el reconocimiento estaba presente, como si fuera ayer.
Una de las cosas que no tenemos en cuenta cuando decidimos migrar del lugar donde estamos es que nos hace falta capital social. A lo mejor exagero, pero eso es una característica personal, ser esdrújulo, exagerado o hiperbólico, como gusta decir un amigo. Pero es que pensamos en las cosas físicas que llevar al nuevo lugar, y pocas veces en esas intangibles, tan necesarias para vivir la vida de todos los días. Recuerdo claramente haber dejado un par de mocasines marrones que compré el día que cumplí cuarenta, fue en el shopping que está en la avenida de acceso. Pero nunca pensé en el saludo del Tino Neglia de una vereda a la otra en la Avenida San Martin o en el negocio donde el cerrajero hacía las copias de las llaves.
El día en que el mánager del diario me dio sus llaves para que hiciera una copia me indicó un local frente a la cafetería de la que salíamos. Era como una ferretería de barrio, donde hay de todo lo que uno necesita para resolver un problema. Es un lugar de esos donde uno pide una cosita así y le muestra con los dedos al ferretero una imagen cercana a lo que se busca; para más datos uno le dice que se coloca dentro del pituto y que sirve para que no haga más ruido.
El tipo con la cara de paciencia de Job, se mete por un pasillo y vuelve con la cosa.
Aquí es igual, esta era parte de una cadena de mini ferreterías que están desparramadas por todo Canadá. El tema es que uno le tiene que hablar al ferretero en inglés.
Traspuse la puerta mirando con ojos de mosca dónde habría alguna señal de lo que yo quería, los empleados caminaban de aquí para allá, seguidos por clientes que le continuaban explicando lo que les hacía falta. Muy diligentes todos. De pronto, por encima de los escaparates y de las pilas de ofertas vi una llave gigantesca y una flecha hacia abajo. Aliviado me acerqué hasta el lugar. No había nadie.
La máquina estaba sola esperando que la hicieran funcionar. En un momento pensé que sería autoservicio. Me acerqué como para poner manos a la obra. Entonces escuché que la señorita que estaba en la caja, más o menos cerca, me dijo algo. Entendí que me preguntaba si necesitaba una copia de llaves. ¡Yes! Le respondí seguro de mí. Ella tomó el micrófono y dijo algo así: grrurrabio ki granguclaient. Luego me miró con una sonrisa que trajo alivio a mi corazón.
El tema es que cuando el tipo vino me preguntaba y yo le decía “copy key, copy key”. Aun hoy, veinte años después, sigo yendo al mismo negocio, la cajera es ya una señora cansada de estar de pie todo el día durante veinte años. El empleado que me atendió aquella vez es ahora el gerente. Y todavía nos reímos de mi confusión al decir copiar en vez de cut=cortar. Al fin salí de allí con mis llaves y con la certeza que podría abrir una puerta más en Canadá.
En mi segundo día al llegar al diario ya había un señor esperándome. Era el contratista que le hacía los trabajos de construcción al conglomerado editorial. De haber estado en Madrid hubiera sido un chiste. El señor de aparente buena voluntad y poco comunicativo tenía un aire de desdén hacia quienes lo contrataban. Sospecharía que nadie era capaz de hacer lo que él hacía. El razonamiento del tipo posiblemente era: “mirá que te paguen por hacer esto”.
No fue fácil la comunicación, porque a poco de empezar a decirle lo que necesitábamos, me decía okey, okey y seguía haciendo lo que él pensaba o creía que era mejor que mi propuesta.
De entre todo lo necesario a construir, tenía que instalar un mueble para un televisor. Le expliqué lo que necesitaba y partió a buscarlo para volver al rato con una tremenda caja llenas de “partes del modular”.
Una de las cosas que hay que aprender en este país para obtener la ciudadanía es a caminar y llevar en la mano una taza de cartón con café. Hay una forma de poner la mano, de quebrar el brazo y un ángulo de separación del cuerpo. No es fácil, requiere práctica. Hay una marca que es la clave, pero no estamos para hacer publicidad.
La otra condición que nos pavimenta el camino a ser canadiense es el ser capaz de armar un mueble sin que sobre ninguna pieza. Es fácil, hay que seguir las instrucciones del folleto que viene en la caja. Primero, verificar que esté todo lo que dice estar y ¡ya! Lleva un par de muebles lograrlo, pero al fin uno es capaz de hacerlo.
Cuando el señor contratista terminó, sin dejarme emitir una opinión, le había sobrado una madera, que era la base del estante donde se suponía se pondrían los DVDs y un montón de tornillos y piezas de ajuste y todas las pequeñas “lentejas” de plástico color imitación madera para tapar los huecos donde van las piezas de ajuste. El tipo estaba cansado o simplemente hacía honor a la fama por la que son sujetos de los chistes de los españoles.
En la construcción, lidiar con cada especialista, con cada gremio, es un desafío adicional. En Mendoza después del terremoto, me asignaron la tarea de reconstruir el Palacio de Cristal, famosa sede de la Elevediez. Fue en medio de la experiencia radial con Jorge Marziali y antes de comenzar la Emisora del Sol.
Aquellos estudios parecían haber caído bajo el peso de una maza de demolición, más que haber sufrido por el sacudón telúrico de 1985.
Me mandaron a hacer esa tarea, castigado por haber creado LV10 Radio de Cuba, como rezaba una pintada en la pared de una casa sobre la Emilio Civit, que me llevó a visitar el flamante dueño de la radio. El tipo estaba enojadísimo conmigo, porque le había sugerido que Jorge Marziali era una buena opción para la conducción matinal. Y, según él, me dijo le había caído encima todo el arzobispado, entre ellos los dueños de la casa donde estaba la pintada. Así fue como salimos todos los que hacíamos ese programa matinal, de a uno en fondo y de a poco, pero firmemente.
Entonces, de director de producción quedé solo frente a una obra a medio destruir que había que rehacer. Tenía los conocimientos y la práctica para hacerlo. Estaba en Mendoza desde hacía poco más de tres años, dos de ellos entre Tunuyán y General Alvear, no sabía con quién. No tenía el capital social.
Vino a mi auxilio el “maestro chasquilla” de un ex vecino del Barrio Dalvian, a quien conocí como jardinero. El me había construido una parrilla en mi casa. Pero resultó ser un carpintero detallista, quien me ayudó a conseguir todos los trabajadores. En poco tiempo, dejamos los estudios en condiciones para que resonara la radio en todo Mendoza. Aquella, fue la primera radio en la que participé en el proceso de construcción. Aprendí de todos, de los que sabían mucho, de los errores que se habían cometido y también de las cosas que hice mal, de las que me dí cuenta con el tiempo. La segunda radio en que participé desde la nada fue la Emisora del Sol, la FM de Mendoza. Esta historia será para más adelante.
Dice el refrán que la tercera es la vencida, pero los astrólogos que han hurgado en mi carta astral dicen que tengo la habilidad de comenzar proyectos y la dificultad de acompañarlos hasta el fin. A tres meses de haber llegado a Canadá, estar construyendo un medio de comunicación en un idioma distinto a los dos oficiales era algo que sonaba imposible. Pero era real.
Andaba por las calles de la primavera temprana con esa euforia de ir viendo cómo se concretan los sueños con los que había fantaseado antes de partir de Argentina. Con ese ánimo fui a visitar a mis ex compañeros del asilo. De qué sirve estar contento si no se tiene con quién compartirlo. Pasé por la cocina, con la excusa de que iba de camino a poner un aviso en el periódico. “¿Y para qué? -me preguntaron- si hay locutores que están trabajando ya y son muy buenos”.
Sin darme cuenta estaba haciendo la primera extracción importante del Banco donde había depositado capital social desde el primer día, entre ollas y charolas.
De un dato que me dieron, y por contactos y relaciones encontré a un joven operador de radio, con quien hicimos un programa de tres horas durante la semana, “justo a la hora del lunch, el momento de la pausa en la jornada de trabajo”, fue el slogan que usamos para promocionarlo entre los oyentes.
El tiempo nos atropelló, el proyecto terminó, quedamos en la calle todos, otra vez sopa… y de fideos. Este operador en algún punto se fue. Luego volvió de su país. También se casó, tuvo hijos. Por esas cosas de la vida se divorció, pero como es reincidente, se volvió a casar. Ha continuado haciendo radio, aquí y allá. Cada vez que el destino nos vuelve a juntar compartimos la vida como si fuese ayer.
Toronto 2 de abril 2021
Columnista invitado
Rodrigo Briones
Nació en Córdoba, Argentina en 1955 y empezó a rondar el periodismo a los quince años. Estudió Psicopedagogía y Psicología Social en los ’80. Hace 35 años dejó esa carrera para dedicarse de lleno a la producción de radio. Como locutor, productor y guionista recorrió diversas radios de la Argentina y Canadá. Sus producciones ganaron docenas de premios nacionales. Fue panelista en congresos y simposios de radio. A mediados de los ’90 realizó un postgrado de la Radio y Televisión de España. Ya en el 2000 enseñó radio y producción en escuelas de periodismo de América Central. Se radicó en Canadá hace veinte años. Allí fue uno de los fundadores de CHHA 1610 AM Radio Voces Latinas en el 2003, siendo su director por más de seis años. Desde hace diez años trabaja acompañando a las personas mayores a mejorar su calidad de vida. Como facilitador de talleres, locutor y animador sociocultural desarrolló un programa comunitario junto a Family Service de Toronto, para proteger del abuso y el aislamiento a personas mayores de diferentes comunidades culturales y lingüísticas. En la actualidad y en su escaso tiempo libre se dedica a escribir, oficio por el cual ha sido reconocido con la publicación de varios cuentos y decenas de columnas. Es padre de dos hijos, tiene ya varios nietos y vive con su pareja por los últimos 28 años, en compañía de tres gatos hermanos.