Ser un preso político y sufrir torturas y vejámenes en lugares donde al mismo tiempo uno logra filtrar información o recibir información, o enterarse de que algún compañero o familiar desapareció o fue arrojado al mar, y paralelamente festeja con sus captores los goles del Mundial ’78 es algo que quizás escape a nuestra imaginación. Hay jóvenes militantes que no creen que todo eso (y mucho más) son las contradicciones de los sobrevivientes del genocidio, como Héctor Rosendo Chaves.
Cuando en 2008 la periodista le pide que describa un día típico en las cárceles, responde que “es tarea difícil cuando uno estuvo allí”. Chaves no reacciona mal ante la pregunta de la entrevistadora. Quizás se muerde por dentro… piensa un largo rato, como buscando en el aire una respuesta… “¡es que no ha habido un día típico!. Lo que he comprobado yo después, porque me ha tocado procesar muchas caídas de compañeros, las cartas que he supervisado pidiendo por el paradero de otros… Tengo un panorama bastante completo de cómo han sido las causas. Y a su vez, después de salir me he dado cuenta de que había cárceles que eran terribles y que después dejaron de ser terribles. Y otras que eran más o menos aceptables y después han dejado de serlo. O sea, no se ha hecho un estudio serio; por ejemplo, la cárcel de Sierra Chica era el terror y yo me he encontrado con gente de Sierra Chica que la ha pasado muy bien y que cuando los trajeron a La Plata se les hizo la noche. Coronda y Sierra Chica han sido las cárceles más inhumanas, pero Tucumán y Córdoba…”. Y se interrumpe para hacer un gesto sobre lo indescriptible.
“Tucumán y Córdoba aparentemente nunca dejaron de ser lo mismo. En Mendoza, por ejemplo, los primeros tiempos que hemos estado en Mendoza fueron jodidos, pero cuando volvieron a llevarme de vuelta, estábamos casi en una colonia de vacaciones. En julio-agosto, yo andaba con pantalón de gimnasia en el patio (de la cárcel). Cuando me trajeron de vuelta a La Plata cobré para el campeonato porque venía con una ropa de marca de Alemania. En Rawson ya fue mucho más tolerable. También estuve allí. Cuando salí en el ’82 ya estaba trabajando, haciendo trabajos de albañilería y pintando, dentro de la cárcel; y después que terminamos eso estábamos haciendo bloques de cemento. Era labor-terapia”, termina ironizando.
Sobre las relaciones entre compañeros de infortunio, “entre los detenidos era fraternal; no sé si ha sido cuando yo estaba o siempre fue así, pero para que te des una idea, yo le enseñé a leer y escribir a un dirigente cañero analfabeto que era mayor que yo y que por supuesto no era peronista; éramos compañeros, frente a la yuta éramos todos lo mismo”.
Con la gente del Servicio Penitenciario… “no sé cómo fue antes, porque se pensaba que la guerra seguía en la cárcel… pero cuando yo estuve en Rawson, la idea era preservarse y no andar haciendo ultrismo al cuete. A mí, por ejemplo, me sacaron cuatro muelas sanas”. En las sesiones de tortura se hacían esas cosas, pero Chaves las cuenta como si nada. “Se me inflamaba la garganta y la raíz de la muela del juicio se iba debajo de la otra y entonces me sacaron las dos muelas del juicio y las dos de al lado, las cuatro sanas. Tengo cuatro muelas perdidas, sanas. Eso pasó en Rawson. Pero salvo esas infamias… bueno también varias veces…“ y farfulla algo que no se entiende y sobre lo que la entrevistadora no quiere repreguntar. “Era un régimen severo, malo, pero otras veces jugábamos al fútbol; teníamos un patio de 100 metros por 50-60 de ancho; igualmente eso no era una colonia de vacaciones”.
Las relaciones entre las organizaciones políticas dentro de la cárcel también eran cordiales. “Cuando llegué a Rawson, ya era mayo del ’79, las relaciones eran buenas; así las viví yo. He tenido relaciones excelentes con los compañeros no peronistas, antes y durante la cárcel”. Pero sobre los vuelos de la muerte la respuesta se vuelve sombría: “cuando estaba en La Plata lo llevaron a Dardo Cabo, a Rapopport; yo estaba allí y eso fue una conmoción general. Además, teníamos el convencimiento de que estábamos regalados, de que podía pasarnos cualquier cosa”.
Ya estamos en el terreno donde la muerte aparece como inevitablemente cercana. Afuera ocurrían cosas terribles de las que los presos sólo se enteraban por alguna infidencia, por algún accidente en los controles. El Mundial de Fútbol ’78, por ejemplo… “fue una cosa desopilante, sólo comparable con lo que ocurrió con los desaparecidos de la ESMA. Yo viví el Mundial ’78 en la cárcel de Mendoza y conmigo estaba uno que era hijo de un comandante mayor de Gendarmería; a través de su madre conseguimos un televisor. Lo entraban en el momento del partido y lo sacaban al terminar el partido; pero siempre habría forma de enterarse de alguna otra cosita; pero ahí estábamos los uniformados y los presos juntos viendo el partido, festejando juntos los goles”.
El aquel tiempo, los que salvamos el pellejo por comprar libros de platos voladores, sentíamos que una forma de resistencia interior era negar al Mundial. No existía. La TV color no existía. Un día La Selección Argentina le gana a Hungría y entonces salimos todos a festejar a la calle. Éramos multitud. Entre la multitud, algunos compañeros de montoneros que también habían salido a la calle a hacer catarsis, como ocurriría cuatro años más tarde con la visita de Juan Pablo II cuando vino a intimar la rendición ante los ingleses. Hablando con algunos de ellos, compartíamos que necesitábamos descargar, reencontrarnos a festejar algo, cualquier cosa. Con algunos de esos compañeros seguimos manteniendo amistad.
“¿Fuiste quien presentó las denuncias de los presos ante la CIDH en el 79?”, pregunta la periodista. “Yo representé al pabellón. La CIDH entrevistó pabellón por pabellón, a los delegados. Teníamos que nombrar delegado por cada piso; me hicieron muchas preguntas, pero no me acuerdo qué me preguntaron, pero sí pude hacer denuncias, no sólo de mi situación particular, sino sobre el régimen carcelario en su conjunto, el trato con los familiares, lo más objetivo posible. Yo no fui a decir lo que se me ocurría, sino a sintetizar lo que pensaba todo el grupo”.
En ese año 1979 fue la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y también la contraofensiva montonera. Fue el año de la revolución sandinista en Nicaragua y la de los ayatollahs en Irán. Fue el año en que debutó Maradona en la Selección Juvenil, con singular éxito, y el año en que el relator de fútbol José María Muñoz incitaba sin suerte a la gente a no tirar papelitos en las canchas y a escrachar a las Madres y Abuelas que hacían cola frente a la CIDH para meter sus denuncias. Fue el año en que Clemente, ese curioso personaje de historieta, convocaba a desobedecer a Muñoz y así fue que los goles argentinos fueron aplaudidos con papelitos de colores por todas partes. A tres años del comienzo del horror, era posible algún tipo de desobediencia, de rebeldía. En el plano simbólico, el mejor relator de fútbol era derrotado por un personaje de historieta y el pueblo ganaba las calles de alguna manera. Al año siguiente, el país obtenía su segundo premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, por sus críticas a los horrores de la dictadura. Pero aún festejaríamos en secreto ese hecho. Pérez Esquivel era, encima, peronista. Era el tiempo en que muchos militantes populares se habían tragado el verso de que las campañas internacionales por los derechos humanos eran “contra la Argentina” y no contra sus opresores. En ese plano, se daban discusiones diarias, en la vida privada. Otra forma de resistencia.
“Los argentinos somos derechos y humanos” decían los milicos admiradores de José María Muñoz, frase que ahora vuelven a repetir los macristas, desestabilizadores del gobierno “populista”.
“¿Qué balance hicieron de la visita de la CIDH?” le preguntan a Chaves. “Me visitaban y podía hablar a través de un agujerito en el panel de vidrio, sólo para que pase la voz; por ejemplo cuando me visitaba mi hermano, que había estado en la JUP, era de la JP, veterinario, y él me decía que con el tiempo vamos a hablar de antes de la CIDH y después de la CIDH. Era la opinión que él me llevaba cuando yo le pasaba canutitos por esos agujeritos; mi hermano me contaba llorando lo del triunfo de la selección juvenil, la de Maradona, me contaba llorando que las Madres salían a discutir con los chicos que iban a provocarlas, y esos pibes se quedaban sin argumentos; nosotros no fuimos capaces de hacer lo que hicieron las Madres, eso decía mi hermano”. En realidad, Chaves responde la pregunta por lo que le contaba en secreto su hermano, que lo mantenía conectado con el mundo exterior.
Por lo que relatamos antes, es cierto, hubo un antes y un después de aquella visita de la CIDH.
Sobre la contraofensiva montonera Chaves se pone firme: “Sí, supe que estaba en marcha. Siempre dije que era un suicidio, nos dividió mucho eso en la cárcel, aunque ya éramos demasiado viejos como para pelearnos por una opinión; además ya estábamos perdidos para la acción popular y para la guerra; éramos rehenes; por lo tanto, poco importaba lo que opinara cada uno; las discusiones nunca pasaron de eso, pero fueron muy grandes. Un día llega el dato de que una de las disidentes era Nelly Chaves, en México. Era mi prima, antes maestra en Neuquén, que había sido diputada por la Juventud. Entonces dije lo que estoy diciendo ahora: que me merecía mucho respeto la opinión de mi prima, que había sido diputada junto con un cacique de la cordillera y que ha sido maestra rural toda la vida; entonces dije que hasta que no hablara con mi prima no emitiría juicio; no me merecía respeto la opinión de quienes apoyaban la contraofensiva. La mayoría de los presos no estaban en contra… ¡cómo se nota que el que está preso está perdido para la lucha popular! La mayoría estaba convencida de que era lo correcto, al menos en el pabellón 13 donde estaba yo, en Caseros. En otros lados no sé”.
¡Bingo! Chaves seguía preso por una militancia que había dejado a un lado, y manteniendo dentro de la cárcel su oposición a métodos suicidas de militancia. Afuera, una prima exiliada, un primo desaparecido (del que escribiremos en la próxima entrega), un pueblo que aprovechaba algunos resquicios para manifestarse, un escenario internacional que empezaba a cambiar.
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, docente jubilado y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua. Agrupación Luis Barahona, Biblioteca de la Memoria Jaime De Nevares, Malargüe.