La brecha digital y la educación
Están de moda estos conceptos: “Digital”, “Digitalización”. No está claro para todos qué significa esto, más allá de circunscribirlo a la posibilidad de disponer de un celu o una computadora y sumar contactos por alguna red de internet; formas de resignificar el concepto de amistad por fuera de toda interrelación “cara a cara”, de la mano de la internalización colonial del idioma imperial.
En realidad, una des-humanización de las relaciones humanas, valga la redundancia.
Sin entrar en explicaciones muy técnicas, la digitalización es la utilización de un código numérico consistente sólo en ceros y unos y sus posibles combinaciones para transmitir información (cualquier información: texto, imagen, sonido), consiguiendo con ello “traficar” mayor cantidad de datos por cualquier otra unidad que consideremos: tiempo, capacidad del canal, etc.
Es decir que con este invento se aumentó la productividad de la transmisión de información, lo que automáticamente incrementó la rentabilidad de las empresas dedicadas a este rubro.
Notemos que no nos hemos referido a la comunicación, que es otra cuestión. A las empresas que transportan la información no les interesa si los usuarios la entienden o no -condición de la comunicación- sencillamente porque venden publicidad en función de las veces que esa información es visitada.
El neoliberalismo desde los ’90, fiel a su espíritu desmesurado y megalómano en todos los ámbitos, pretende -y en cierto modo lo logra- llevar este concepto a la biología y a la psicología hablando de “pensamiento digital”. Todavía no sabemos que se quiere significar con esto.
Es de perogrullo decir que lo digital es una herramienta cuya eficiencia y eficacia dependen del uso que le demos. Hace rato que sabemos que los medios de producción tienen una influencia muy importante en la construcción de las subjetividades. Cuanto más, si la herramienta trabaja con información.
El problema nuevo es el uso a gran escala de la herramienta por los productores de contenidos, de información.
En estos términos ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la “Brecha Digital”?
Separemos la herramienta de su uso. La brecha digital es solamente una cuestión de dinero, de hecho, en la Argentina hay el doble de celulares circulando que la población del país. En este sentido las grandes tecnológicas no quisieran que exista esa brecha -más usuarios, más visitas, más ingresos por publicidad- el tema es que quieren que esa brecha la cierren los Estados, es decir que pongan recursos, fundamentalmente en la infraestructura que es lo más caro (hablamos de conectividad).
En este punto la política entra en una paradoja: si el Estado hace esa inversión sin modificar las reglas de juego, el uso lo harán los grandes jugadores de la economía globalizada que están en contra de cualquier Estado más o menos sensible a las necesidades de las grandes mayorías. Ergo, no se puede encarar la brecha digital sin una política de comunicación que opere sobre los contenidos desmonopolizando y asegurando diversidad, a menos que se decida dejar este rubro en manos del famoso “mercado”.
En este escenario complejo con múltiples variables la educación es, quizás, la más sensible en tanto direcciona desde la salita de cuatro, los saberes y sentidos en función de modelos sociales previos que no están a la vista y sobre los cuales no te piden elección. Cuando llevamos a las niñas y niños a esos recintos, todos contentos porque nos sacaremos fotos del momento para mostrar en un futuro distante como testimonio del deber de padres cumplido.
En ese escenario la digitalización no es la única salida.
Durante el macrismo la desigualdad creció enormemente en nuestra Argentina. En los colegios no se entregaron más computadoras ni se mejoró el acceso a internet. Hubo un retiro y un repliegue del Estado que dejó a escuelas, docentes y alumnos en condiciones paupérrimas, estirando significativamente las diferencias. Cabe decir en este sentido que la “brecha digital” es una consecuencia de la desigualdad social y no a la inversa.
La educación pública cumple la función de “intentar” igualar o, al menos, redistribuir oportunidades. Brindar acceso a la educación en la era digital supone que el Estado debería ser el encargado de acortar las diferencias socioeconómicas que existen entre las comunidades que tienen acceso a internet y a las TIC, y las que no.
Hace años que el sistema educativo enfrenta una profunda crisis y la pandemia vino a agudizarla aún más, pero no ha sido la brecha digital la causante de la crisis educativa actual, sin embargo, tener una computadora con acceso a internet hace la diferencia en los hogares de docentes y alumnos.
En el camino de guiar a los otros a sacar lo mejor de sí, eso significa educar (busquen su etimología), los docentes tienen una ardua tarea en estos tiempos. La educación a distancia, remota o en entornos digitales elimina el aula tradicional como el lugar casi exclusivo dónde se educa. No solo elimina el aula, sino también personal, trabajadores, disciplinas y otros espacios, pero promueve otras experiencias igualmente significativas y despliega otros recursos y potencialidades. En las circunstancias actuales esto equivale a remar en dulce de leche. No hay guita para acortar la brecha, los docentes están quemados y explotados y los pibes alienados y pobres.
Centrar y reducir la educación a la digitalización no resuelve el problema de fondo del sistema educativo. La escuela del futuro (y también la actual) debería atender y desarrollar ciertas capacidades y habilidades en los pibes, que no implican manejar eficientemente una compu o acceder a Internet. Existe un amplio abanico de recursos y contenidos que sirven para educar: el arte, la música, el deporte, el juego; herramientas que aportan y generan otra clase de valores y formas de relacionarse con los otros y con el medioambiente.
Queda claro que cuando el Estado no tiene una visión clara o sus políticas no se mantienen en el tiempo y se dejan libradas al “mercado” nos acercamos cada vez más a las distopías de ciencia ficción que vislumbran un futuro de alienación y encierro.
Sería bueno plantear -a esta altura del texto- la pregunta sobre qué es y en qué consiste la “educación”. ¿Se trata del sistema social cuya función es posibilitar la constitución como ser humano, cultivando la capacidad intuitiva y de observación de la complejidad social, para dar forma y comprensión a lo que experimentamos? o, desde una visión meramente instrumental y mercantilista ¿sólo se puede entender como la producción de propiedades o características (conocimientos, destrezas, etc.) requeridas por los mercados de intercambio de bienes y servicios?
Las instituciones educativas no pueden seguir transmitiendo un patrón de orientación y comportamiento altamente selectivo y supuestamente representativo de la totalidad, no importan en esto las herramientas que se usen, una tiza o una computadora. Y mucho menos importa .con pandemia- si es al aire libre o en el aula.
Es interesante leer en The New York Times, en marzo de 2019 una nota que contiene este concepto: “Los ricos quieren que sus hijos jueguen con bloques, y las escuelas privadas libres de tecnología están prosperando. Los humanos son más costosos, y las personas ricas tienen la voluntad y la capacidad de pagarlos. La interacción humana conspicua -vivir sin celular por un día, renunciar a las redes sociales y no responder a correos electrónicos- se ha vuelto un símbolo de estatus”.
Columnista invitado
Norberto Rossell
Para muchos de los ’70 la política -y el amor- nos insumió más tiempo que el estudio sistemático: dos años de Agronomía, un año de Economía, un año de Sociología. Desde hace años abocado -por mi cuenta- al estudio de la Teoría de Sistemas Sociales de Niklas Luhmann. Empleado Público, colectivero, maestro rural, dirigente sindical, gerente en el área comercial en una multinacional, capacitador laboral en organización y ventas. A la fecha dirigente Cooperativo y Mutual. Desde siempre militante político del Movimiento Nacional y Popular.
Escrita en colaboración con Sebastián Frank, Lic. en Comunicación Social y docente en un colegio secundario


