Latinocracia Homenaje a María Elena Walsh
Programa 11
Ciclo de trece entregas: vida y obra
“Hacia 1954, en aquel ambiente de “varietés” donde alternaba con genios de la canción poética como Georges Brassens, Jacques Brel o Barbara, María Elena Walsh comenzó a escribir sus primeros poemas “para niños”, que musicalizaba casi naturalmente. El lirismo, la perfección rítmica de estas primeras canciones (que reuniría años más tarde en el libro Tutú Marambá) son los mismos de Otoño imperdonable. Pero las nuevas lecciones del folclore están en ellos -el sentido del juego, su tendencia al humor absurdo-, y por eso mismo parecen nacidos para quedar, como lo están hoy, en la memoria popular.
“En otro aspecto, como ninguna otra obra en castellano, las canciones infantiles de María Elena Walsh remiten al recuerdo de las nursery rhymes y de los limericks, esos poemas disparatados que su padre, Don Enrique, le cantaba aun antes que María Elena aprendiera a leer. Un signo, quizá, de la nostalgia que en 1956 decidió a Leda y María a volver a la Argentina.
“Después de unos meses de viaje, actuación y recopilación de canciones por las provincias del NOA, Leda y María se instalaron en Buenos Aires, actuaron en teatro y televisión y grabaron sus tres mejores discos, el último un perpetuo best seller dedicado al folclore español: Canciones del tiempo de Maricastaña. Paralelamente verificaban que iba cerrándose un ciclo, y empezaron cada una a buscarse otros trabajos.
“En 1958, otra pionera, la jovencísima directora de televisión María Herminia Avellaneda, impulsó a Walsh a escribir sus primeros libretos para teleteatro o para programas infantiles. La felicidad de ver cobrar cuerpo a los personajes de sus canciones -“Doña Disparate” o el “Rey Bombo”- fue quizás el motor del nuevo éxito: el “varieté” para niños.
“Nunca un proyecto, un producto artístico había permitido a María Elena Walsh expresar sus múltiples talentos. Canciones para mirar (1962) es una serie de cuadros musicales, tan variados como los personajes de Niní Marshall -que ella misma podría haber protagonizado como nadie-, hilvanados por monólogos o pequeños pasos de comedia que muestran cuánto había aprendido Walsh del arte de la mímica, del malabarismo. Doña Disparate y Bambuco (1963), nuevamente gracias al impulso de Avellaneda, es ya una obra de teatro con canciones incidentales, una pieza por completo revolucionaria y vanguardista, una especie de sueño escenificado muy cercano a la Alicia de su venerado Lewis Carroll”.
(Párrafos de la Biografía Oficial, de la Fundación María Elena Walsh)
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