Habíamos dejado, en la entrega anterior, en la relación que Héctor Rosendo Chaves mantenía con la jerarquía sindical “peronista” de los años ’60; ninguna. Tiempos de Vandor, Alonso, Rucci, Lorenzo Miguel, Triaca. Con esa gente él no se codeaba, pero sí con los de abajo, porque muy arriba no estaba, como el Payador Perseguido de Yupanqui.
Su relato suena lejano, pero no lo es. Si pensamos en Mendoza, aquí, en nuestra provincia, estas cosas siguen pasando o pasaron hasta “ayer nomás”. El SUTE por ejemplo. El sindicato docente tenía, hace 20 años, un secretario general que a su vez tenía un secretario privado rentado, que no era docente y que empezó a ejercer la docencia a principios de 2020. El secretario general era Gustavo Maure y su secretario privado era Gustavo Correa. De alguna manera se las ingeniaron para arreglar que el SUTE mantuviera financieramente a la CTA, cosa que el actual FURS (Frente de Unificación y Recuperación del SUTE) no pudo revertir hasta el punto en que la CTA amenazó con querellar al SUTE por no pasarle plata para… vaya a saberse para qué. En realidad, lo sabemos, porque el secretario general de la CTA es el tal Correa, que cuenta con pleno apoyo de la dirigencia peronista de la provincia. Eso era la conducción de la CGT en tiempos del joven Chaves.
La CTA fue creada en el país cuando el menemismo parecía agonizar, allá por 1997. Era la primera vez que se creaba una segunda central de trabajadores en el país, diferenciada de la creada en 1930, año del derrocamiento de Yrigoyen. Pero que, en las provincias al menos, nunca llegó a diferenciarse, procedimental y actitudinalmente, de la burocracia sindical. Lo decía Evita, con eso de “le tengo más miedo a los gorilas de adentro que a los de afuera, a los que empezaron de abajo y luego olvidaron sus orígenes”. Chaves perteneció a esa generación que no se vendió nunca al enemigo.
Llegando al final de su exposición en nuestro capítulo 3, Chaves da cuenta de que conoció a los curas del Tercer Mundo, los mismos que -damos fe- enseñaban en los cursillos de Pastoral Juvenil que “la Historia es la historia de las luchas de clases”. La izquierda cristiana se abría camino, de la misma manera que se iba abriendo camino una nueva forma de “sindicalismo”, de base, no de cúpulas.
Respecto del catolicismo, ya tuvimos oportunidad de escribir sobre él en este mismo diario, concretamente 12 artículos de los cuales el primero puede verse aquí. Hemos escrito dando cuenta del pensamiento de Charles Moeller y Pierre Teilhard de Chardin en ellos, pero aquí recogemos el testimonio más sencillo y por eso mismo más contundente de la boca de alguien que vive aún y “estuvo allí”.
En Mendoza había sido el Peronismo de Base el que organizaba los encuentros con Sacerdotes del Tercer Mundo y Chaves estaba rondando por esos pagos. “Aquí tengo que mencionar a mi querido compañero y amigo Rolando Concatti… en aquel tiempo se hizo un documento que fue suscripto por todos los Sacerdotes del Tercer Mundo: ese movimiento nació en Mendoza; Rolando había vivido el Mayo Francés… había también un sacerdote español al que después echaron. Con ellos había una afinidad que iba más allá de la opción por el peronismo”. Chaves se quiebra un poco al nombrar a su amigo, a pesar de que en 2008, tiempo del reportaje, aún vivía. Su historia se hace tremenda cuando va señalando, con naturalidad, cómo Mendoza pudo ser -antaño- una provincia pionera en el llamado peronismo de izquierda. No el peronismo de Perón, sino el de las masas. Tan pionera como Córdoba y unas pocas otras en las que, como respuesta del sistema, la represión fue peor, como lo fue la posterior “colonización de la subjetividad”: los peronistas mendocinos de hoy ven como historia extraña la de esos hombres, la del propio gobernador Martínez Baca, como si hubieran vivido en otro planeta. Lavaje de cerebro llamamos nosotros a eso: borrar de los sujetos la propia historia, individual o social, e insertarle el cassette de una historia que no es propia. Por eso, en la Mendoza de hoy, los desaparecidos de ayer hoy siguen siendo “subversivos”. Con excepciones, es cierto, y nos remitimos a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se iniciaron en San Rafael (por el empuje dado por el propio Chaves) en 2010 y que aún hoy continúan.
Concattí, como sabemos, era Contador Público, fue sacerdote y cofundador del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH), que aún existe. Podemos ver la catadura de este ex sacerdote fallecido en 2019 a los 86 años, pero hay mucha más información en Internet, no lo suficientemente divulgada.
Concatti, como Chaves, no era peronista sino que se hizo peronista después, como muchos otros cristianos. “El Peronismo no es para nadie que sea lúcido y honesto, la maravilla de los siglos”, decía Concatti como otros, pero pensaba que era la única fuerza popular capaz de hacer una revolución. “No basta ser peronista para ser revolucionario. Pero no se puede ser revolucionario y antiperonista”. Redondo, ¿no?. La izquierda gorila nunca entendió ni entenderá este concepto.
En la dictadura del ’76 Concatti debió irse del país, pero al volver, junto a otros cristianos revolucionarios, publicó la revista Alternativa Latinoamericana y difundió la Teología de la Liberación. Por allí desfilarían Arturo Roig, Enrique Dussel, Horacio González, Aníbal Ford, Alcira Argumedo. Suenan conocidos algunos nombres en Mendoza, ¿no?. ¿Qué pasó con ellos en la conciencia provincial?. Chaves es uno de los sobrevivientes de esa “Generación del ’73” sobre la cual no hemos reflexionado lo suficiente, como sí se escribieron ríos de tinta sobre la Generación de 1837, o la de 1880. Las raíces políticas de Chaves estaban en el cristianismo peronizado de la Resistencia y en los Curas del Tercer Mundo, la parte oculta de la Historia Argentina y mendocina, que muchísimos peronistas prefieren ignorar. Algunos por la edad, otros por conveniencia económica.
Para los carentes de memoria, Rodolfo Ortega Peña era el referente principal del Peronismo de Base. Proveniente del comunismo comprendió, junto a otros intelectuales, sobre todo abogados, que el camino era el peronismo como hecho social. Ortega Peña ya estaba siendo “vigilado” por los servicios de inteligencia desde 1965 y finalmente moriría asesinado, siendo diputado nacional, en julio de 1974, tras una reunión de trabajo en el Congreso Nacional con su colega, el democristiano Horacio Sueldo. Luego, es imposible suponer que Chaves ignorara que él mismo estaba siendo vigilado.
Sostiene Chaves: “Ser revolucionarios era una actitud de vida; yo estuve vinculado con ellos desde el inicio. Los curas han dado infinidad de charlas en General Alvear, han bautizado muchos chicos. Yo los llevaba y los traía entre la capital y Alvear; cortaban el pan y las viejitas juntaban las miguitas porque estaban bendecidas. Era una militancia muy intensa, muy activa, pero con la gente” y remarca esto último. “¡Por supuesto!” exclama cuando le preguntan si él militaba con ellos. “En realidad, y no es que sea vanidoso, en General Alvear creían que ellos, los curas, militaban conmigo. Teníamos al sindicato docente, a la CGT y a todas las cooperativas. Es más, los jóvenes que se iban de General Alvear, rápidamente se vinculaban a las agrupaciones políticas de los lugares a los que iban. Por eso, cuando estuve preso, me acusaron de haber pervertido a la juventud; yo creo que en todo caso, la juventud me pervirtió a mí (sonríe); ellos descubrían un montón de cosas en las distintas universidades a las que iban, no en General Alvear; yo era el referente natural”. Irónicamente agrega: “no voy a justificarme, pero yo no pervertí a nadie; muchos vinieron “pervertidos” de las zonas a las que habían ido a estudiar. Así como yo descubrí al peronismo en la Marina de Guerra, ellos descubrían al peronismo en las universidades”.
Al momento de hablar de algunos acontecimientos de fines de los ’60 y los ’70, por ejemplo el Cordobazo, afirma: “Viví muy intensamente el Cordobazo. Estaba muy comprometido con el Peronismo de Base y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. El Peronismo de Base era muy sólido en Córdoba, Tucumán, Mendoza; se hacían muchas reuniones, obviamente clandestinas. Los muchachos de Alvear que estudiaban en Córdoba seguían vinculados conmigo. Es más, el informe de base de John William Cooke era un escrito extenso, que conocí y me tocó transcribir, y así conocí a Cooke, un privilegio; conocí su pensamiento vía mimeógrafo”.
Los más viejos sabemos lo que eran los “mimeógrafos”, que nos permitían hacer nuestras propias revistas políticas alternativas en los comienzos de la década del ’70…
“El Cordobazo a mí no me cambió nada, habían pasado por mis manos Franz Fanon, el Che, Fidel, todas las luchas sociales americanas… el Mayo Francés. Hasta Mao y Giap habían pasado por mis manos”.
Cuando le preguntan cómo vivió la muerte de Aramburu (un año después del Cordobazo), allí la cosa se pone seria: “lo viví como lo vivió toda la gente, como una suerte de justicia revolucionaria”.
Acá debemos detenernos, porque es un tema que, ya en la escuela secundaria en los sesenta, discutíamos cotidianamente: ¿era válido emprender la lucha armada contra un sistema creado para cuidar los privilegios de unos pocos, que en nuestro país había derrocado gobiernos, bombardeado la Plaza de Mayo, fusilado a opositores, ingresado al país al FMI (1956), proscripto políticamente a más de la mitad de la población?. Se discutía ese tema. Se discutía en las aulas de las secundarias. No se discutía si el capitalismo era bueno o malo; eso ya se tenía claro; sólo se discutía la metodología para tumbar al capitalismo. El derrocamiento de Salvador Allende en 1973 corroboraría que la democracia no era el camino, cosa con la que disentíamos los democristianos de entonces. También el peronismo discutía eso.
Por su parte, el Papa Paulo VI en su encíclica Populorum Progressio del año 1967, el mismo año del asesinato del Che Guevara, había afirmado, luego de criticar durante al capitalismo: “31. Sin embargo, como es sabido, la insurrección revolucionaria -salvo en caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país- engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor”.
¿Dónde está la vara para medir cuándo una tiranía es “prolongada y evidente”, si el poder está en manos del capital y éste financia gobiernos dictatoriales y democráticos alternadamente?. Podíamos considerar en bloque el período 1955-73? (hoy diríamos 1955-83 quizás). ¿Frondizi e Illia eran tiranos?. Muchos pensaban que sí; algunos sosteníamos que aún era posible una democracia popular; otros no. Paradójicamente, ambos teníamos razón.
“Llegó la hora de la espada” había sentenciado el fascista Leopoldo Lugones para alentar y justificar el golpe oligárquico de 1930. Muchos jóvenes (incluyendo una nieta de Lugones asesinada por los militares exactamente cuarenta años después del suicidio del abuelo en 1938) actuarían con esa misma consigna, pero contra esa oligarquía. Paulo VI tenía razón al advertir que la violencia podría engendrar nuevos peligros, pero esa generación, que había nacido en tiranía (a veces con disfraz democrático), sentía que la misma era demasiado prolongada ya. “Toda una vida”; ergo, no había nada para perder…
Columnista invitado
Carlos Benedetto
Museólogo, docente jubilado y presidente de la Federación Argentina de Espeleología. Escritor y periodista. Miembro de la Comisión de Ambiente del Instituto Patria. Director del quincenario Sin Pelos en la Lengua. Agrupación Luis Barahona, Biblioteca de la Memoria Jaime De Nevares, Malargüe.