Fundamentalmente fue un inquieto que, puesto a conformarse como músico y compositor, metió para a fondo y desplegó una energía creativa que llega hasta nuestros días. Hizo una verdadera revolución en el tango aún no superada y demostró que era posible que la música ciudadana diera un paso más en la búsqueda de calidad y sonoridad. Fue un clásico desde sus comienzos.
Que debutara acompañando solito y solo, siendo apenas un pibe, al gran Carlos Gardel, es un juego que la historia nos tenía reservado como padrinazgo intransferible, puntapié iniciático de una carrera artística descollante. Pero lo que la vieja guardia nunca pudo “tragar” del vuelo arrollador de Piazzolla fue que formara parte de los tangueros, su mundo, su historia; y desde allí echara a volar.
He elegido acompañar este ciclo con parte de sus gemas musicales. Ya habrá tiempo para saber más respecto de lo que produjo con uno de sus coequiper más destacados, Horacio Ferrer. Ellos construyeron un repertorio que, destinado al gran público, creció al calor de una poesía bellísima con la que todavía nos codeamos. Todo esto en el marco de la música de uno de los marplatenses más famosos.
(viene de la edición anterior)
“… Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de El día que me quieras. Fue un honor de los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango.
“Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! Jamás lo olvidaré. Al poco tiempo te fuiste con Lepera y tus guitarristas a Hollywood. ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del ’35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa.
“Piazzolla tenía diecisiete años cuando aún le daba vergüenza que sus amigos supieran que tocaba el bandoneón. En Francia, mucho después, lo escondería en el ropero. Esa tensión entre la presencia vergonzante y su anhelo de hacerle adquirir nueva carta de ciudadanía está presente desde muy temprano. El bandoneón empieza a cobrar un nuevo sentido con otra escucha casual, la del violinista Elvino Vardaro, del cual Piazzolla dijo: «Descubrí una manera diferente de tocar el tango».
“El primer intento por armar una agrupación de Piazzolla fue hacer un dúo de fuelles con Calixto Sallago, intentando hacer algunas adaptaciones de piezas de Serguéi Rajmáninov. Las «traducciones» del repertorio clásico que escuchaba Piazzolla pueden ser análogas a lo que en la literatura popular, las editoriales Claridad o Thor hacían de Dostoieysky o los grandes novelistas europeos; las mismas que leía Roberto Arlt. Piazzolla se asoció después con Gabriel Clausi, un exintegrante de la orquesta de Julio De Caro, y luego se vinculó con el grupo de Francisco Lauro. Iba de su cuarto al cabaret Novelty en Corrientes y Esmeralda, con alguna escala ocasional en el cine o el billar, contaba sobre esos días: «Libero me cuidaba, pero yo me aburría andando por la ciudad sin un rumbo fijo». De sus primeras andanzas entre músicos le llamó la atención cómo era la vida de los mismos: «no podía comprender por qué los músicos tenían que vivir en lugares tan miserables». Piazzolla no pretendía en un primer momento tener el nivel de vida de Francisco Canaro, pero sí deseó tener su fortuna. Las radios más importantes se lo disputarían en el futuro. Llegó a firmar contratos con condiciones muy favorables para él con los más importantes sellos discográficos. La revista Sintonía lo presentaría como «propietario de regios automóviles de precio».
“Tomó partido principalmente por Julio De Caro, pero también era admirador de Pedro Maffia, Pedro Laurenz y Aníbal Troilo a quienes para sus dieciocho años, veía demasiado lejanos. Su hija Diana contó que una tarde se puso a caminar por Corrientes, y cuando llegó a la altura del 900 -cerca del Novelty- leyó un cartel en la puerta del Café Germinal en el que se anunciaba el debut de la orquesta de Aníbal Troilo. De repente, escuchó que alguien tocaba en el piano el tango «Comme il faut» de Arolas.
“El 3 de julio de 1940 arribó a Argentina el pianista Arthur Rubinstein. Cuando Piazzolla se enteró de ello se dirigió al Palacio Álzaga Unzué en la calle Arroyo donde residía el músico desde hacía dos meses. El mismo pianista abrió la puerta y recibió a su huésped, quién le llevó un esbozo de un concierto para piano. El pianista tocó una parte, y le preguntó al joven si deseaba estudiar seriamente, tal es así que Rubinstein se tomó el trabajo de llamar a Juan José Castro, el compositor y director argentino, avisándole que sería su tutor. Pero finalmente Castro lo derivó a Alberto Ginastera que residía en Barracas, con quien tomó clases entre 1939 a 1945.
“Ginastera lo instó a ir a los ensayos de las orquestas sinfónicas. Para ese entonces Buenos Aires era relativamente neutral durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que llegaron importantes músicos, no solo Rubinstein, sino también Erich Kleiber, Walter Gieseking, Aaron Copland y Manuel de Falla, que se radicó en Alta Gracia, Córdoba. El puerto lejano tenía una sincronía considerable con otros teatros del mundo que quedaban en pie. Los conciertos de la Asociación Sinfónica y la Asociación Filarmónica, en los teatros Presidente Alvear, Politeama, Gran Rex y naturalmente, en el Colón y los ciclos «Amigos de la música», en los teatros Broadway y Metropolitan, permitían el acceso a un repertorio significativo.
“A partir de ese momento resolvió permanecer en el Germinal, pudiendo así encontrar un café donde escuchar tango y no un cabaret, de allí conocería a Troilo. «Yo lo miraba como si fuese Dios», le comentaría años después a Speratti. Pasó varias horas en el Germinal aprendiendo todo lo que escuchaba. Su reiterada presencia llamó la atención del violinista Hugo Baralis, quien un día se acercó para conocer al muchacho, sobre Piazzolla dijo: «Movía las manos, las piernas, era muy inquieto». De allí se hicieron amigos por 1939.
“Un día Baralis le comentó que había faltado uno de los bandoneonistas porque estaba enfermo, a lo que Piazzolla le convenció para reemplazarlo en el puesto. Baralis no muy seguro se lo comentó a Troilo, y tras una prueba a Piazzolla, Troilo le dijo: «Ese traje no va, pibe. Conseguite uno azul que debutas esta noche». Como dato anecdótico, Piazzolla le había enseñado lo que sabía de Gershwin: «deja esas cosas para los norteamericanos», le dijo el pianista Orlando Goñi. Según Piazzolla, se sabía todos los tangos de memoria, debutó en la orquesta en diciembre de 1939, no mucho después de las primeras grabaciones discográficas de Troilo para el sello Odeón, «Commo il faut» y «Tinta verde», registradas el 7 de marzo de 1938. «Fue otro bautismo de fuego» dijo Natalio Gorin, el otro proviene del debut en Manhattan. Según recuerda: «Se ganaba bien con Troilo», recordaría sobre esas noches en el Tibidabo, que más que un cabaret era un centro musical en la ciudad. Una indisposición de Argentino Galván, el arreglador oficial de Troilo, le permitió ocupar ese lugar. Piazzolla se encargó de «Azabache», un candombe que Troilo debía presentar en Ronda de Ases el concurso de Radio El Mundo y que sin embargo, nunca grabó con posterioridad. Debía dar cuenta en la partitura de su propio registro del tango. Piazzolla pasó la prueba de «Azabache», el tango ganó el concurso y le abrió la puerta a nuevas encomiendas.
“Su peculiar personalidad traviesa la adoptó, según los biógrafos Fischerman y Gilbert, como mecanismo de defensa, ante las posibles burlas por cojear (Piazzolla tenía una pierna más chica que la otra) que podía sufrir en el ambiente en donde hacia su música. Troilo lo apodó el «Gato» (en el lunfardo de esa época se refería a una persona que vivía de la noche) a su joven bandoneonista, pero este estaba muy lejos a ser una persona que vivía de la noche. «Deseaba vivir otro tipo de vida. No aceptaba que esa, la de los tangueros, fuera mi destino. Quería salir de todo eso. Y creo que esa intención, esa ansiedad, me salvaron», dijo él mismo, quien tomo la decisión de comenzar un noviazgo con Odette María Wolf, de dieciocho años y estudiante de pintura, quien lo introdujo en las novedades del cubismo, el surrealismo y el arte abstracto, además de enseñarle otro entorno. Piazzolla y Odette María Wolf se casaron en octubre de 1942 y fueron a vivir a una casa de departamentos en el barrio porteño de Monserrat. Del matrimonio nacieron sus hijos Diana (1943) y Daniel (1944).
“El tango «Inspiración» de 1943 es el primer arreglo que hizo Piazzolla y que fue grabado por la orquesta de Troilo con armonías clásicas. Se puede percibir una abundancia de cromatismo de paso, en los pizzicatos en las cuerdas y en los trinos barrocos del piano. El manejo de voces es acotado. Troilo aparentemente borraba o dictaba los preceptos de la corrección tanguística, pero, al mismo tiempo, aprobaba y valoraba ciertos arreglos. «Inspiración» con ese arreglo, aunque borrado parcialmente, era uno de los exitosos de sus presentaciones, además lo volvió a grabar cada vez que tuvo un nuevo contrato con una discográfica. Lo registró por primera vez para la discográfica RCA en 1943, y luego para TK en 1951, y para Odeón en 1957. Hay una versión grabada por Piazzolla con su propia orquesta en 1947, en cuya versión aparecen mayores acciaccaturas en las cuerdas y el orquestador se permitía una mayor soltura contrapuntística, pero dentro de los límites que fijaba la convención. En contraposición al mito instalado, una gran parte del público tanguero -además de los músicos- valoraba los arreglos de Piazzolla. El volumen de las orquestaciones realizadas para Troilo mientras estaba en su orquesta y el hecho de que, en 1951 fuera el elegido para arreglar «Responso», el elegíaco tema compuesto por Troilo por la muerte de Homero Manzi, dan una buena prueba de la valoración que tenía de Piazzolla.
“En 1944 dejó la orquesta de Aníbal Troilo. Sobre la anécdota de la «goma de borrar», Piazzolla diría años más tarde: «De las mil notas que escribía, él me borraba setecientas…». No obstante, Troilo buscó un equilibrio entre hacer innovaciones, pero sin ir por caminos que fuesen demasiado complicados para su orquesta, teniendo en cuenta que no todos estaban preparados para tocar la música compleja que Piazzolla escribía. Las cuestiones fueron más técnicas que de otro orden. Obligaron a los músicos a leer, a estudiar, y «me empezaron a tener bronca… me rompían los ejercicios» recordó en alguna ocasión Piazzolla. Años luego de su partida, siempre criticaría duramente el hecho de que Troilo nunca se despegó del «cómodo» lugar de entretenedor de bailes populares, para sumir el papel de conductor de una gran orquesta de tango «para ser escuchado». Fue para Piazzolla una «traición»”.
(continuará)
Michelangelo ’70
Fuga y misterio
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